Como nuevo volumen de la colección “La Corte en Europa” llega a nuestras manos el libro de Esther Jiménez Pablo titulado La forja de una identidad. La compañía de Jesús (1540/1640)*. El título, sin embargo, no desvela por sí solo lo que contiene la obra, fruto de la tesis doctoral defendida por su autora, e incluso pudiera disuadir de su lectura a quien supusiera que es, sin más, un libro mera de historia eclesiástica.
Frente a lo que pudiera parecer, en el trabajo de investigación de Jiménez Pablo no se trata tanto –o no se trata sólo- de exponer la historia “interna” de la Compañía de Jesús a lo largo del primer siglo de su existencia sino de encuadrar estos cien años en el tablero de ajedrez constituido por las principales monarquías europeas y el Papado, a la vez que de exponer la creciente influencia de los jesuitas en las decisiones políticas de la época. De ahí que el libro pueda encuadrarse con propiedad en una colección de estudios dedicados a las Cortes europeas, del que constituye decimotercer volumen.
El rigor histórico de trabajos como éste se evidencia de modo muy especial en el acceso y tratamiento de las fuentes, además del conocimiento exhaustivo –y, en su caso, la crítica razonada- de la bibliografía consultada. Desde este punto de vista, una constante de la obra de Jiménez Pablo es la muy frecuente consulta y transcripción de documentos originales de la época, entre los que destacan sin duda los procedentes de los archivos de la Compañía y del Vaticano, a los que la autora confiesa haber tenido acceso durante sus estancias en Roma. Las cartas remitidas por los jesuitas a los primeros Prepósitos Generales de aquel siglo, y las de éstos a sus destinatarios, religiosos o no, ofrecen un material de primera mano para la investigación que la autora maneja con soltura, como lo hace asimismo con los valiosísimos informes remitidos por los nuncios del Papa en Madrid, o en otras cortes europeas, en los que transmiten a la Sede Apostólica las noticias y observaciones sobre lo que sucede en aquéllas, a veces con un notable grado de crítica a los respectivos gobernantes. Sólo a título de ejemplo, y por citar uno de los muchos informes de la nunciatura en Madrid que Esther Jiménez Pablo recoge, en el procedente del nuncio Panzirolo dirigido al papa Urbano VIII, cuyas relaciones con Olivares no eran precisamente cordiales, podían leerse comentarios acerbos como este: “[el Conde Duque] ha procurato con ogni studio [….] che i mali succesi de la Corona siano proceduti dal poco affetto di Sua Santitá verso la Maestá Sua, in luogo de attribuirli al suo pessimo governo, et alla stravaganza del suo cervello”.
El libro conjuga, con estos sólidos apoyos documentales de primera mano, una doble perspectiva: el desarrollo de la propia Compañía de Jesús desde su fundación en 1540 (Bula de Paulo III Regiminis militantis Ecclesiae) hasta 1640, en paralelo a la evolución de los reinados de los tres monarcas hispanos (los tres Felipes) y, en cierto modo, de sus parientes “imperiales” de la Casa de Austria. El trasfondo de este cuadro viene dado por los movimientos reformistas en el seno de la propia Iglesia Católica durante el siglo XVI (las referencias a la reforma protestante son más veladas) y su eventual reflejo en la propia Compañía; y, sobre todo, por la confrontación más o menos abierta –el saco de Roma por las tropas imperiales- o soterrada entre la Monarquía Hispana y el Papado, especialmente a causa de las posesiones españolas en el norte y en el sur de la península itálica (Milán, Nápoles, Sicilia) que al rodear los Estados pontificios fueron causa de tantas desavenencias.
La posición de la Compañía de Jesús, inicialmente formada por españoles pero cada vez más extendida por Europa, en medio de este panorama de enfrentamientos o acercamientos entre la pretendida Monarchia Universalis (más bien Monarchia Catholica) representada sucesivamente por los tres Felipes, y la Sede romana era particularmente difícil, tanto más cuando los Papas buscaron la ayuda de una Francia en línea ascendente, como contrapeso al poder de los Habsburgo.
Sujetos como estaban los jesuitas al voto de obediencia al Papa pero conscientes, a la vez, de que eran súbditos –quienes residían en los territorios de la Corona- de monarcas a quienes debían fidelidad y cuya protección y apoyo les era necesaria para su expansión apostólica, la tensión resultante se trasladó incluso al interior de la Compañía. Esther Jiménez Pablo analiza estas tensiones al describir la posición casi “rebelde” de algunas provincias jesuitas en España (Toledo y Castilla, frente a Aragón) más próximas a la defensa de los intereses estrictamente “españoles”, sin duda por su cercanía a la Corte de Madrid. Las tres citas, muy acertadamente seleccionadas, con las que se ilustra la contraportada del libro reflejan otros tantos testimonios de jesuitas (entre ellos, el del quinto General, Claudio Acquaviva) expresivas de las “desuniones de ánimos, y pasiones” que se producían todavía en 1601 en el seno de la Societas Iesu.
La progresiva “europeización” de la Compañía, que hubo de elegir en 1573 –por presiones del Papa Gregorio XIII- un General no español para suceder a los tres primeros (el propio Loyola, Laínez y Borja), y su lógico alineamiento con los designios de la Santa Sede, quedan muy bien reflejados en el libro. Observamos a través de su lectura el distanciamiento creciente de los Generales Mercuriano (el cuarto prepósito general, flamenco), Acquaviva y Vitelleschi (quinto y sexto, italianos) respecto de los intereses de la Monarquía hispánica, alejamiento especialmente perceptible en la labor de los jesuitas confesores de la rama austríaca de los Habsburgo durante el reinado de Felipe IV, que provoca el intento, infructuoso, de Olivares de propiciar una escisión de la Compañía netamente española más controlable desde Madrid.
Si aquel peligro, bajo distintas fórmulas, había acechado desde tiempos de Felipe II, lo cierto es que la cercanía de los jesuitas a los reyes Felipe III y Felipe IV, en buena medida a partir de la influencia de los confesores de los propios monarcas o de sus esposas, era innegable. Y pese a la recomendación –más teórica que efectiva- que la Compañía hacía a sus miembros para que no confundieran las cuestiones temporales con las religiosas en su oficio de confesores reales, lo cierto es que los Generales mostraban todo el empeño posible en que los jesuitas accediesen a estos puestos clave, como de hecho sucedió, a la vez que se les confiaba la educación de buena parte de la clase nobiliaria.
En la disyuntiva que Jiménez Pablo titula “Servicio a los intereses de la Monarquía o del Papado” (capítulo VI del libro, bajo el título Artífices de la Pietas Austriaca. Los jesuitas en la Monarquía Católica de Felipe IV) la última palabra la tuvo finalmente Roma. La caída de Lerma, con Felipe III, o la de Olivares tras la crisis de 1640, no hicieron sino consolidar la posición que los jesuitas habían mantenido, enfrentados a ambos validos, en colaboración con el Papado.
Obviamente, no es posible resumir en una recensión como ésta la riqueza de contenido de la obra. Por sus páginas desfilan los protagonistas del siglo objeto de estudio, singularmente, los reyes españoles y sus ministros, agrupados en “partidos” castellanistas o ebolistas, así como los secretarios reales y los validos; los Habsburgo austríacos, los Papas de aquella centuria, los Generales de la Compañía y sus más relevantes miembros. Se abordan asimismo los problemas específicos a los que hubo de enfrentarse la Compañía, muchos de ellos derivados de las exigencias reales o de la rivalidad suscitada por otras instancias eclesiásticas (las críticas de los dominicos, el control por parte de la Inquisición, la pureza de sangre) o de las disensiones internas procedentes de algunas “provincias” españolas o, en fin, de los afanes de reforma de algunos de sus componentes (los memorialistas, entre otros).
Desde el punto de vista sistemático, en el primer capítulo del libro Esther Jiménez Pablo estudia la situación político-religiosa española –y en cierto modo europea, pues se estaban produciendo ya los movimientos de reforma en diversos países- en la que Ignacio de Loyola dio comienzo a su obra. El capítulo siguiente está dedicado a la fundación y expansión inicial de la Compañía. Ambos capítulos, de extensión mucho más breve que el resto, sirven de introducción a lo que será el núcleo de los capítulos cuarto y quinto: la evolución interna de la Compañía a raíz de su tercera Congregación General, en la línea de los movimientos reformadores italianos (la figura de Carlos Borromeo es clave) y sus problemas tanto con Felipe II como con algunos jesuitas españoles más próximos al “partido castellano”, dubitativos entre la obediencia a sus superiores y a los Pontífices enfrentados a la Monarquía hispánica, por un lado, o a los monarcas de los que dependían, por otro.
En los capítulos quinto y sexto la atención se dirige, respectivamente, a la actuación de la Compañía durante los reinados de Felipe III y Felipe IV. La llegada a la Corte de Madrid en 1599 de la reina Margarita de Austria, ferviente partidaria de los jesuitas, uno de los cuales (el P. Haller) era su influyente confesor, así como su enfrentamiento con el Duque de Lerma y su favorecimiento del “partido papista”, coinciden con el pontificado de Clemente VIII que se había acercado ya, tras darle su absolución, a Enrique IV de Francia. En las tensiones que esta relación “trilateral” desencadenó en la Corte madrileña jugó un destacado papel “el confesionario de la Reina Margarita”, expresión que da pie al quinto capítulo para analizar de nuevo el dilema de los jesuitas españoles situados entre la fidelidad a Roma o a Madrid.
Por último, el sexto capítulo se centra en los acontecimientos que rodearon el reinado de Felipe IV, hasta 1640, con la lógica y preferente atención a la figura del Conde-Duque y la cada vez mayor influencia de la Compañía, especialmente en la Corte de Viena. Aun cuando se sucedían los tratados escritos por jesuitas españoles como Rybadeneyra y Gracián, o de origen borgoñón como Clement, que pretendían dar una justificación ideológica a la monarquía hispana sobre la base de su defensa de la fe católica, para alejarla de la razón de Estado (es significativo el libro de Clement “El machiavelismo degollado por la christiana sabiduría de España y de Austria. Discurso christiano-politico a la catholica magestad de Philippo IV, rey de las Españas” que cita la autora), lo cierto es que la suerte de la rama española de los Habsburgo quedó inevitablemente deteriorada en Westfalia (1648), pocos años después del último hito temporal que abarca la presente obra.
Esther Jiménez Pablo es doctora en Historia Moderna por la Universidad Autónoma de Madrid y ha participado en los proyectos de investigación “La Monarquía Católica en la encrucijada (1598-1648)” y “¿La obediencia a Roma o a los intereses de los Reinos?”. En la actualidad colabora en el departamento de Historia Moderna y de América de la Universidad de Granada.
*Publicado por Ediciones Polifemo, noviembre de 2014.