No es seguro que podamos referirnos, en sentido estricto, a la existencia de un único Imperio musulmán en la historia. En realidad, no existió una organización política uniforme, con unas instituciones asentadas y preexistentes, que se expandiese por amplias extensiones de terreno a partir del siglo VII. En esa centuria se produjo un fenómeno sin duda extraordinario: una sola persona supo trasladar a una comunidad heterogénea y reducida una serie de convicciones religiosas que, con el tiempo, llevarían a sus integrantes a controlar el Oriente Próximo, el norte de África y parte de Asia. La religión fue el elemento cohesionador de este “Imperio” en el que las familias reinantes y los órganos de gobierno fueron cambiando con el paso de los años. Omeyas, abasíes, fatimíes, otomanos… cada uno tuvo sus propias características y la mayor parte de los historiadores les han atribuido la condición de Imperio. Su respeto al Corán y a las enseñanzas de Mahoma fue, en muchos casos, el único rasgo que compartieron.
La historia de la expansión musulmana es sorprendente. En menos de un siglo lograron lo que civilizaciones enteras no habían conseguido: miles de kilómetros quedaron bajo la tutela de tribus que hasta entonces habían prosperado por el tráfico de caravanas en el desierto de Arabia. Mahoma supo agruparlas en un solo credo. No tardarían mucho en enfrentarse, incluso, al imponente Bizancio. Es cierto que, por un lado, el continente europeo se hallaba sumido en el caos tras la caída de Roma y la llegada de las tribus germanas y, por otro lado, Oriente seguía dominada por un sinfín de reinos de diverso tamaño y poder. Con todo, la gesta de los seguidores de Alá fue extraordinaria y su impronta sigue vigente catorce siglos después.
El escritor y periodista inglés Robert Payne quiso mostrar al gran público la historia del mundo musulmán en La espada del Islam*, obra publicada a mediados de la centuria pasada. Con un lenguaje apasionado, sencillo y con un punto novelesco, nos sumerge en las arenas del desierto arábigo, en los palacios de Damasco o Bagdad y en las transitadas calles de Constantinopla. El suyo es un viaje por catorce siglos de historia de una religión y de unos reinos forjados en su entorno, contado de forma accesible y con un marcado carácter divulgativo, que nos permite comprender un legado hoy aún muy presente.
Así explica el autor el propósito de su trabajo: “He escrito este libro con la esperanza de que los hombres indaguen más a fondo los orígenes del arabismo. […] Con este libro pretendemos dar una visión, lo más completa posible, de las conquistas de los árabes, desde sus inicios hasta nuestros días, Y mi obra se remata con los retratos de siete caudillos árabes que vivieron en los últimos ciento cincuenta años, por ser este, en mi opinión, el mejor sistema de presentar las grandes mutaciones provocadas por el despertar del arabismo. En estas páginas espero haber enseñado la furia avasalladora que caracteriza la historia de los árabes; pueblo augusto y orgulloso que partiendo de Arabia llegó a conquistar buena parte del mundo conocido en aquel tiempo, del cual nuestros textos de historia hablan todavía demasiado poco”.
Conocemos la vida de Mahoma con cierto detalle. Aunque sus biografías se escribieron siglos después de su muerte (lo mismo sucedió con Jesucristo), existe un amplio consenso sobre los principales hitos de su vida. Payne dedica algo más de cincuenta páginas (de un libro de 350) a explicarnos quién fue el fundador del islam, su personalidad, las desventuras que padeció hasta conseguir afianzar su poder, así como su vida familiar y su muerte. No podemos entender la expansión musulmana sin conocer las circunstancias en que se produjo la “conversión” de Mahoma y el contexto social que le rodeaba. La fe islámica se asienta en unos principios marcados por el momento y el lugar en los que aquel comerciante árabe creyó recibir la revelación del arcángel Gabriel.
El recién proclamado profeta tardó solo diez años en aglutinar a las tribus de su entorno. Es ahí donde empieza un proceso expansivo que, en solo un siglo y bajo la tutela de la dinastía omeya, llevará a unos nómadas a dominar desde la península ibérica hasta el límite noroccidental de la India. El historiador británico dedica especial atención a este período inicial, deteniéndose en la vida de los califas que sucedieron a Mahoma y en los cambios que se produjeron en la organización de las tribus árabes. Despuntan ya, en esos años, las primeras luchas intestinas y tiene lugar la división entre chiíes y suníes, que todavía hoy se deja sentir.
Tras la cruenta caída de los omeyas a manos de los abasíes, a mediados del siglo IX, el islam quedó dividido en califatos y acabó la unidad hasta entonces imperante. A pesar de sus divisiones, la época que va del siglo VIII al XIII puede ser considerada como la «edad de oro» islámica. En ella florecieron las ciencias, la filosofía y las artes y de ese período datan algunos de los más impresionantes ejemplos de arte islámico. A partir del saqueo de Bagdad (1258) por los mongoles, se suceden una serie de poderes de escasa extensión geográfica y comienzan los enfrentamientos con el creciente empuje europeo. Tras repasar los movimientos que intentaron reflotar la antigua gloria musulmana (mahdismo, babismo, whabismo), el libro de Payne llega, aunque de forma más sintética, a nuestros días. De este modo, el historiador inglés hace desfilar ante el lector las diversas encarnaciones del poder musulmán, en forma de califatos o de nuevos reinos, durante siglos hasta su cenit, marcado por el colosal Imperio otomano, y su posterior caída.
Concluimos con esta reflexión del autor: “En cierto sentido, cabe afirmar que la historia del islam pertenece al pasado. Hubo un tiempo en el que el islam empleaba su poderío en la erección de monumentos insignes y en la fundación de grandes ciudades; un tiempo en el que la Mesjid-i-sha, la mezquita azul de Isfahán y el Gran Maidán eran considerados representaciones insuperables de la gracia divina. Un califa consagraba su vida y su fortuna a su biblioteca, y los poetas y los filósofos recibían recompensas. Haciendo gala de un gusto exquisito, los artesanos construían oratorios y los adornaban con maravillosas losetas de lapislázul para representar las floridas praderas azules del paraíso. Pero la gloria se marchitó al paso de lo años. Perdida la grandeza, no quedan hoy del islam sino las escorias. Desde siempre, los musulmanes se han enfrentado con este problema: puesto que ‘todas las cosas son perecederas, a excepción de Su Faz’, ¿para qué fundar con la espada un imperio terrenal? No todo lo bueno del islam ha sido obra de la espada, sino de la contemplación de la paz de Dios”.
Robert Payne (1911-1983), autor de más de cien títulos, fue periodista, traductor, novelista y poeta. Es especialmente recordado por sus biografías y por sus obras de divulgación histórica. Su interés por el choque de la cultura occidental con las orientales, su profundo conocimiento de la época medieval y su enorme talento y pulso de narrador culminaron en obras como El sueño y la tumba, a cuya preparación dedicó los siete últimos años de su vida, que su viuda, Sheila Lalwani Payne, recuperó y publicó póstumamente.
*Publicado por Ático de los Libros, enero 2019. Traducción de Jorge Garzolini.