BARLIN - LA EPOCA VICTORIANA EN LA LITERATURA

La Época Victoriana en la literatura
G.K. Chesterton

Victoria I de Inglaterra accedió al trono en 1837 y permaneció en él hasta 1901 (un récord solo superado por la actual Isabel II). En estas décadas, Inglaterra se convirtió en la primera potencia mundial y su Imperio alcanzó el cénit de su poder. La Revolución Industrial, que había comenzado unos años atrás pero que se consolidó entonces, transformó el tejido económico y social del país y los cambios culturales, políticos e, incluso, científicos que se produjeron durante este período pocas veces han tenido equivalente en la historia de la humanidad. En este contexto de cambios e innovaciones, surgieron nuevas formas de pensamiento, aficiones y corrientes artísticas que intentaban dar sentido a un mundo en constante transformación. El socialismo, el anarquismo, el naturalismo, el decadentismo… fueron algunas de las doctrinas que buscaron explicar la esencia de la sociedad de la época.

Hay muchas formas de acercarse a la historia. Se pueden estudiar únicamente los hechos, se puede dar preferencia a las estructuras socioeconómicas, a las clases marginales o a la mentalidad de la sociedad. Entre los múltiples enfoques historiográficos, uno de los más interesantes corresponde al estudio de la literatura de la época. Los escritores tienen el privilegio de la libertad, es decir, no están sujetos a los postulados de una disciplina: pueden inventar, pueden mentir y decir lo que quieran. Sin embargo, sus relatos suelen ser la expresión del sentir de lo que les rodea. Un poeta es hijo de su tiempo y detrás de sus versos aparece la vida tal como se concibe por la sociedad. De ahí que analizar una época (en este caso, la victoriana) desde la óptica de los escritos literarios más reconocidos pueda acercarnos a ella de forma tan fidedigna como lo haría cualquier otro sesudo trabajo de investigación histórica.

Quién mejor para hacer este recorrido por la segunda mitad del siglo XIX que una de las grandes figuras de la literatura anglosajona: G.K. Chesterton. Con su característica ironía y su prosa mordaz, el escritor inglés pasa revista en La Época Victoriana en la literatura* a los escritores más conocidos de aquel período. Como el propio Chesterton señala con ingenio, “Una gran parte de la mejor literatura puede catalogarse, de manera convincente, de dos maneras distintas. Por un lado, existe la que parece estar seccionando un pastel de pasas o un queso Gruyere: conforme el cuchillo va profundizando en su interior, va topándose con frutos o agujeros. Por otro lado, tenemos la literatura que parece estar tronchando un tronco en el sentido de la veta de la madera —si es que, sirviéndonos de la metáfora, consideramos que existe una veta—. En cualquier caso, ambas no podrán darse nunca a la vez. A lo largo del tiempo, los nombres nunca aparecen en el orden en que se nos presentan en los estudios sistemáticos sobre una tendencia literaria. La crítica que pretenda sistematizar el espíritu de una época deberá, de manera necesaria, moverse siempre adelante y atrás en el tiempo, del modo en que una rama se balancea incansable en un sentido y su fruto, a la vez, lo hace de manera irregular y libre en el otro, como si fuese el curso de un río indómito”.

El libro de Chesterton, publicado en 1913 —aunque el escritor inglés tuvo una mentalidad muy abierta para su época, a veces hay que tener presente cuándo se editó la obra—, recoge un nutrido elenco de autores, de los cuales el lector español no especializado conocerá probablemente a unos pocos (Dickens, las hermanas Brönte, Stevenson o Kipling), habrá oído algo de otros (Coleridge, Swinburne o Macaulay) y desconocerá, casi seguro, a la mayoría (Tennyson, Ruskin, Newman, Kingsley, Browning, por citar solo a algunos). El tratamiento y la crítica que Chesterton hace de sus obras es muy personal, dando rienda suelta a sus opiniones y preferencias a lo largo del relato. No estamos, por tanto, ante un manual clásico de historia de la literatura, sino ante la reflexión que un gran escritor realiza sobre sus predecesores, de quienes se siente deudor.

Como señalaba Chesterton en la cita antes transcrita, la obra no sigue un guion cronológico. Los saltos temporales se suceden continuamente y la única estructura que podemos hallar es temática. Las escasas ciento sesenta páginas que conforman el libro se agrupan en cuatro capítulos, de los que el primero está dedicado a los precursores de la literatura victoriana (los “excéntricos”) y a otras figuras que, consciente e inconscientemente, se opusieron a este estilo literario (el Movimiento de Oxford, Dickens y un grupo heterogéneo de escritores que intentó crear un nuevo romanticismo protestante, entre los que se hallan Carlyle, Ruskin, Kingsley y Maurice). La presencia de Dickens en este capítulo y no en el siguiente, dedicado a los novelistas, se justifica porque “los dos hechos más relevantes de esta revolución llamada Dickens fueron, por un lado, que atacó el frío compromiso victoriano y, por el otro, que lo hizo sin ser consciente de ello”.

El segundo capítulo está dedicado a los novelistas y el tercero a los poetas. Chesterton subraya el papel de las mujeres en el campo de la novela victoriana (“existen distintas características que hacen de esta disciplina algo único. Una de ellas es que, sin duda, las mujeres son las que han obtenido las cotas más altas de éxito en este arte”), analizando las obras de las hermanas Brönte, de Elizabeth Gaskell o de George Eliot (pseudónimo de Mary Anne Evans). Por supuesto, también aborda el estudio de reconocidos novelistas, pero el énfasis se sitúa en las mujeres. De los poetas destaca sobre el resto a Tennyson y a Browning.

El cuarto y último capítulo versa sobre los estertores de la literatura victoriana, cuando nuevas corrientes sustituyeron al estilo que venía imperando desde la mitad del siglo XIX. Entre quienes desafiaron el orden establecido aparecen Wilde y los decadentes, Henry James, Bernard Shaw y los socialistas y Kypling y los imperialistas. A todos ellos “culpa” el escritor inglés del ocaso del período estudiado, pero considera que el impacto de la obra de Kypling y su ruptura con el modelo victoriano supuso el verdadero golpe de gracia y el inicio de una nueva corriente literaria.

A medida que Chesterton va diseccionando la obra de los novelistas y poetas victorianos, nos muestra la sociedad inglesa de la época. Valgan estas palabras como muestra de su simbiosis de crítica literaria y ensayo histórico: “Macaulay inauguró la Época Victoriana en lo que respecta a sus rasgos más singularmente ingleses: el elogio de la política puritana y su abandono como doctrina teleológica, la creencia inamovible en las bondades de parchear con cautela aunque de manera constante la Constitución y la fascinación por el industrialismo. Pero por encima de todo, él encarna los dos aspectos que constituyen en toda su esencia la Época Victoriana: la estrechez de miras en sus fórmulas conscientes, y la abundancia y fertilidad inconsciente de sus tradiciones. Hubieron dos Macaulays: el racional, que por lo general nunca estaba en lo cierto, y el romántico, que solía tener razón”.

Gilbert Keith Chesterton fue un escritor y periodista inglés de principios del siglo XX. Apodado “el príncipe de las paradojas”, practicó diversos géneros como la narrativa, la biografía, la poesía, la crítica literaria o el ensayo. Si algo destacó en él, fue su perfil polifacético y heterodoxo. Su obra se distinguió por la agudeza y el ingenio, deslizándose con soltura entre lo cómico y lo reflexivo. Sus observaciones sobre el mundo estuvieron fuertemente influenciadas por sus férreas convicciones morales. En su faceta como novelista, destacó por la creación de la criatura más extraña jamás concebida en la narrativa policiaca: el Padre Brown. Como ensayista, sobresalió por su manera de subrayar con lucidez e ironía los principales problemas de su tiempo, prestando especial atención a los profundos cambios sociales derivados de la modernidad en Occidente.

*Publicado por Barlin Libros, octubre 2017. Traducción de Alberto Haller.