“¿Por qué los imperios decaen y se hunden? ¿Qué «leyes» o «mecanismos» regulan este ciclo aparentemente fatal que parece reproducir en gran escala el ciclo ontogenético de la vida y la muerte? El problema ha preocupado a filósofos e historiadores de todos los tiempos. Y, entre otros, me ha preocupado a mí, nativo de un país que por dos veces a lo largo de la su historia ha entrado en decadencia. Siempre que examinamos el caso de imperios decadentes, echamos a ver que sus economías, por lo general, se están tambaleando. Las dificultades económicas de los imperios en decadencia presentan notables analogías. No es absurdo tratar de identificar estas analogías con tal que tengamos presente que las historias individuales se caracterizan por elementos importantes de originalidad”. Así se expresa el historiador económico italiano Carlo M. Cipolla en uno de sus trabajos más conocidos, que lleva por título “Por una teoría general de la decadencia económica”.
La caída de los imperios, en efecto, ha fascinado a historiadores y al gran público. La decadencia de grandes potencias, en apariencia inmortales, ha producido una prolífica bibliografía desde hace centurias. Los trabajos que se interesan por la suerte de estos gigantes con pies de barro se cuentan por centenares. Curiosamente, aunque se hayan estudiado tan minuciosamente, no hay una teoría más o menos consensuada que explique el ascenso y el derrumbamiento de estas grandes estructuras imperiales. Existe, por el contrario, unanimidad al afirmar que es un destino que sucederá a todas ellas, sin excepción, como si fuese su sino. Antes o después, más rápido o más despacio, terminarán por sucumbir y desaparecer. Seguro que al lector le vienen a la cabeza no pocos ejemplos. La historia se ha mostrado inexorable en este aspecto y hasta los imperios más poderosos han visto cómo al final hincaban la rodilla y se veían superados por sus vecinos o por luchas intestinas.
Cipolla subraya uno de los puntos relevantes para analizar la caída de los imperios: su situación económica. El fin de un imperio coincide, por lo general, con un retroceso económico considerable o directamente con su ruina. Aunque el hecho que inmediatamente produzca la implosión no sea financiero (puede consistir en una invasión, una derrota militar, o una conflagración interna que provoque su disgregación), la decadencia económica suele estar siempre presente. Así se observa con claridad en aquellos imperios que sufren un lento declive y van asfixiándose poco a poco hasta caer exhaustos, momento que aprovechan fuerzas internas o externas para rematarlos. El sistema económico es el eje sobre el que construye la fuerza de los imperios, de modo que sin un entramado monetario, tributario y económico relativamente sólido es muy difícil sostenerlos por mucho tiempo. La fuerza militar es el brazo ejecutor y ayuda a ampliar su extensión y a mantener la autoridad interna, pero no puede ser la columna vertebral porque, sin medios económicos, tiene fecha de caducidad.
Hace ya más de cincuenta años, Carlo M. Cipolla reunió en la obra La decadencia económica de los imperios* una serie de artículos publicados por reputados historiadores que estudiaban distintos casos de derrumbe de los imperios. Aunque algunos de esos textos han quedado superados por estudios posteriores, la antología de Cipolla se convirtió en un clásico y en obra de referencia para trabajos posteriores, ya desde su publicación. En sus páginas podemos encontrar historiadores conocidos para el público español, como John H. Elliott y Pierre Vilar, además de grandes figuras de la historiografía internacional, como A. Bernardi, M. I. Finley, Ch. Diehl, B. Lewis y C. R. Boxer. Alianza Editorial reedita, en el primer centenario del nacimiento de Carlo M. Cipolla, una obra esencial para comprender uno de los grandes misterios de la historia del hombre.
Cada capítulo se centra en la decadencia de un imperio (romano, bizantino, español, italiano, otomano y holandés), salvo el primero, que es una reflexión general sobre esta cuestión. La aproximación que realizan los autores es principalmente económica. El lector profano puede estar tranquilo: no son textos complejos ni enrevesados, cuya terminología resulte académica e incomprensible. Ahora bien, tampoco son meramente divulgativos, por más que los grandes historiadores, como los que participan en esta obra, sean capaces de explicar realidades complejas de forma sencilla. La mayoría de las colaboraciones fueron previamente publicadas en revistas especializadas, por lo que requieren cierta atención del lector para entenderlas. Las reflexiones son de un altísimo nivel y muestran la erudición e inteligencia de los historiadores que las exponen.
Aunque los capítulos guardan como elemento cohesionador el análisis de la caída de un imperio, cada uno opta por una perspectiva propia. Aurelio Bernardi (cuya aportación “Los problemas económicos del Imperio romano en la época de su decadencia” es la más extensa de la obra) prefiere hablar de transformación, antes que de caída, y pone el foco en un gasto público excesivo y una burocracia fagocitadora. M. I. Finley también aborda en “La mano de obra y la caída de Roma” el Imperio romano, pero justifica su derrumbe en la incapacidad para “soportar las tensiones incesantes de un imperio de tal magnitud en medio de un mundo hostil”. Charles Dielh, en “La decadencia económica de Bizancio”, muestra cómo, a pesar de la apariencia de lujo y ostentación de Constantinopla, su imperio tenía una economía muy frágil que abocó al desastre y al desguace de su territorio.
El Imperio español ocupa un lugar destacado en la obra con dos capítulos. Uno de Pierre Villar (“El tiempo del Quijote”) y otro de John H. Elliott (“La decadencia de España”). Ambos hispanistas muestran las carencias de un imperio que creció exponencialmente en muy poco tiempo, pero que no supo adaptar su mentalidad a la nueva situación, lo que a la postre le condujo a su ruina. Son tesis que la historiografía ulterior ha matizado, pero el original planteamiento llevado a cabo por estos dos grandes historiadores sirvió de aliciente a otros autores para investigar los motivos de su caída.
Otros epígrafes tratan de la crisis de las ricas ciudades de Italia (Génova, Florencia y Milán) a finales del XVII (Cipolla: “La decadencia económica de Italia”); del hundimiento de la Sublime Puerta (Bernard Lewis: “Algunas reflexiones acerca de la decadencia del Imperio otomano”) y de la potencia marítima neerlandesa en el XVIII (C R. Boxer: “La decadencia económica de Holanda”). Resulta muy interesante ver las similitudes (y las diferencias) entre las explicaciones que brindan unos y otros para explicar el declive de estos imperios. Nos pueden ayudar a tener una imagen de conjunto y a hallar una respuesta a uno de los grandes misterios de nuestra historia.
Concluimos con esta reflexión que el profesor José Antonio Martínez Torres realiza en la presentación del libro: “En suma, LDEI es un auténtico clásico de la historiografía porque, como decíamos al inicio, nunca termina de decir lo que tiene que decir. Su lectura, al modo de Rayuela de Julio Cortázar, puede hacerse en varias direcciones, de atrás hacia delante, de delante para atrás, e incluso podemos focalizar nuestra atención en los ensayos centrales. El orden elegido no altera el producto, sino que lo enriquece más gracias a que es posible establecer conexiones con lugares, épocas y situaciones aparentemente distintas. Y es que leer LDEI es una aventura, una enriquecedora aventura que nos proporcionará claves para comprender el mundo de ayer, el de hoy y sobre todo el de mañana gracias a un sólido trabajo de investigación y análisis que no exhibe los resultados en forma de áridas curvas de frecuencia y tablas seriadas. Aquí hay una apuesta firme por la mise en scene invisible, y ésta, como no podía ser de otra forma, prioriza el relato, un relato bien estructurado y escrito, ya sea de la Roma imperial, de la España del Siglo de Oro o de la Turquía de los opulentos sultanes y pachás. Aunque solo sea por estas razones, merece la pena leer (o releer) este libro”.
*Publicado por Alianza Editorial, febrero 2022.