Uno de los tópicos españoles es la supuesta «excepcionalidad» de nuestra historia respecto a la de otros países europeos. Situar la historia española más próxima al continente africano que al europeo se ha convertido en uno de los mitos que forman parte del imaginario cultural de nuestro pasado, anclado en una suerte de «leyenda negra». Tópicos como el de que «Europa termina en los Pirineos» no dejan de ser falsedades, por mucho que se repitan continuamente. Incluso algunos historiadores (tanto nacionales como extranjeros) y estudiosos de la historia contemporánea de España han resaltado las diferencias que existen entre nuestro desarrollo político, económico, social o cultural y el de otros países europeos como Francia, Alemania y, por supuesto, Inglaterra.
Sin embargo, y aunque ciertamente han existido particularidades y algún pequeño retraso en el desarrollo, nuestra historia ha sido plenamente congruente en los puntos fundamentales con la de los países que nos rodean. El libro La cultura española del siglo XIX. Literatura y pensamiento*, publicado por Ediciones 19 y elaborado por cinco profesores (José Andrés-Gallego, Luis de Llera Esteban, Dianella Gambini, Giovanna Scalia y María José Flores Requejo), pretende acercarnos a la cultura española del siglo XIX, especialmente en los ámbitos de la literatura y la filosofía. En sus páginas podemos comprobar cómo las principales corrientes literarias y de pensamiento de aquella centuria tuvieron también su reflejo y sus exponentes en nuestro país y en nuestra lengua.
El volumen se encuentra dividido en cinco partes, cada una de ellas a cargo de uno de los autores, a su vez formadas por varios apartados o «capítulos» (aunque el libro no los llama tales). A un capítulo introductorio dedicado al espinoso asunto de concretar exactamente qué podemos llamar «cultura española» cuando nos estamos refiriendo al siglo XIX, le siguen otros cuatro dedicados a estudiar el pensamiento y la literatura española decimonónica. Dos de ellos tratan sobre el romanticismo, como movimiento cultural y literario, otro aborda la filosofía española del siglo XIX y el último analiza los movimientos y autores de la literatura hispana durante la segunda mitad del siglo XIX.
El libro da muy buena cuenta de lo que fue el Romanticismo como corriente cultural y de su impacto sobre la literatura española. Este movimiento artístico tuvo su epicentro en el mundo de habla germana, como reacción al neoclasicismo racionalista ilustrado, y destacó el impulso del sentimiento y la pasión frente a la fría racionalidad calculadora de los ilustrados (franceses, pero no solamente franceses). Grandes hombres del pensamiento, la literatura o la música entroncaron, de forma más o menos precisa o completa, con el movimiento romántico, conocido en su país de origen como Sturm und Drang («Tormenta e ímpetu»). Entre ellos figuran los filósofos Herder, Fichte o Schlegel, los literatos Goethe o Schiller y Beethoven en la música, todos los cuales, correcta o incorrectamente, suelen ser relacionados con el Romanticismo. Este tendrá su continuación en las óperas de Richard Wagner e influirá considerablemente en autores posteriores (los denominados «posrománticos») de la calidad de Baudelaire o Mallarmé.
Durante la primera mitad del siglo XIX, el Romanticismo disputó la hegemonía cultural al racionalismo ilustrado y burgués que había obtenido su triunfo político más sonado con la Revolución Francesa y extendido sus valores a todo el continente. Temas como la libertad, el amor, el arte o la angustia existencial recobraron buena parte de su fuerza gracias al influjo del Romanticismo en Europa. Un romanticismo que era políticamente heterogéneo pues en su seno encontramos a profundos liberales como el alemán Schiller y a grandes reaccionarios como el francés Chateaubriand.
El volumen que tenemos entre manos aborda el eco que el movimiento romántico tuvo en los principales géneros literarios de nuestro país: la poesía, la prosa y el teatro. Se incluyen en él autores muy conocidos (al menos por quien tenga un mínimo de cultura literaria) como José de Espronceda, Gustavo Adolfo Bécquer o Rosalía de Castro en poesía; Mariano José de Larra, Ramón de Mesonero Romanos o Fernán Caballero en la prosa; y el Duque de Rivas, José Zorrilla o Bretón de los Herreros en el teatro. Junto a ellos, autores quizás menos accesibles para el público en general como Ramón Navarro Villoslada o Francisco Martínez de la Rosa, a quien reconocemos por ser el responsable del Estatuto Real de 1834, Carta Otorgada durante la regencia de María Cristina, viuda de Fernando VII y madre de Isabel II, pero cuyo trabajo como dramaturgo es prácticamente ignorado por el gran público. Se incluyen también otros nombres, algunos de ellos de mujeres, como los de Carolina Coronado o Gertrudis Gómez de Avellaneda. En definitiva, un repaso introductorio pero muy completo de todo el Romanticismo español, cuya implantación no tiene nada que envidiar a la de naciones como Alemania o Inglaterra (donde tuvo una acogida monumental) y que puede incluso ser de una calidad literaria superior a la de otros estados europeos.
Pero el arraigo de los principales movimientos culturales y literarios del continente en España no finaliza con el Romanticismo. En la segunda mitad del siglo XIX, la literatura española tiene la posibilidad de adaptar a nuestra realidad las nuevas ideas que han ido surgiendo fuera de nuestras fronteras. Así, especialmente durante el periodo de la Restauración, la literatura sufre un nuevo impulso frente a la decadencia del pensamiento romántico durante la segunda mitad del siglo en toda Europa y también en España. Nuevos planteamientos (especialmente llegados en este caso de Francia) van teniendo su repercusión en la literatura patria. Ideas como el «Realismo» popularizado por Honoré de Balzac o el «Naturalismo» de Emile Zola tienen un eco notable en los escritores la Restauración, de forma muy especial en Benito Pérez Galdós o Emilia Pardo Bazán. Por supuesto con ellos no termina la literatura de la Restauración (en la que, a diferencia de lo sucedido durante el Romanticismo, la prosa y la novela fueron el elemento dominante). Y podrán añadirse al listado, por citar solamente los más relevantes, a Pereda, Valera, Alarcón, Clarín o Palacio Valdés.
Los contrastes entre esta nueva literatura y la propia del Romanticismo no solamente se observan en el género utilizado (la preponderancia más o menos fuerte de la lírica y el drama da paso al dominio de la novela) y en la temática (el amor, los mitos y las leyendas épicas ceden ante la descripción detallada de las ciudades y de los vicios morales y sociales imperantes); sino que también tienen un importante trasfondo filosófico. El Romanticismo venía muy marcado por los planteamientos existenciales, por la filosofía idealista y por el fuerte impulso de la pasión y de las emociones: en él habían influido de forma notable los tres filósofos considerados como «irracionalistas», el danés Kierkegaard y los alemanes Schopenhauer y Nietzsche, a quienes muchos consideran autores del golpe de gracia al proyecto filosófico racionalista de la modernidad.
La literatura de la Restauración, por el contrario, estuvo influida por otras corrientes de pensamiento muy relevantes a lo largo de la centuria: el racionalismo ilustrado, el positivismo científico y las ideas socialistas. El volumen publicado por Ediciones 19 recoge estas importantes corrientes de pensamiento que tanto condicionaron la literatura continental (Balzac o Zola, por citar sólo los dos autores más importantes). En cierta forma, las ideas progresistas encontraron su encaje en nuestro país en una corriente llamada «krausismo» de inspiración neokantiana y políticamente liberal y de izquierdas, antecedente de la Institución Libre de Enseñanza (ILE) fundada por el español Francisco Giner de los Ríos.
Pero no solamente las ideas de corte progresista y liberal tuvieron un desarrollo propio en España. El pensamiento católico, de carácter considerablemente más conservador y tradicionalista, tuvo gran impacto en nuestra sociedad y en nuestras letras. El acusado peso que el clero y el ejército tuvieron en la vida política y social española durante el siglo XIX, con la práctica hegemonía del primero en el campo educativo y del segundo en el mundo político, se hizo notar claramente. Tal vez incluso más que en otros países europeos. De esta doble influencia política y cultural, hay un nombre que destaca sobre los demás por méritos propios. Reconocido ya durante el siglo XX a nivel internacional gracias a los elogios que recibió su pensamiento por parte del jurista alemán Carl Schmitt, destaca un hombre que desde las ideas católicas y conservadoras hizo una de las mayores aportaciones (con independencia de lo que quepa pensar sobre sus ideas) al pensamiento político desde nuestra tierra. Devoto católico y feroz enemigo del liberalismo, el socialismo y la revolución, teorizó y defendió activamente la dictadura contemporánea. Por supuesto, me estoy refiriendo al extremeño Juan Donoso Cortés (cuyo nombre completo era Juan Francisco María de la Salud Donoso Cortés y Fernández Canedo).
La cultura española del siglo XIX. Literatura y pensamiento es un excelente libro introductorio que nos proporciona una panorámica general de la cultura española durante los primeros compases del Estado liberal decimonónico, en los inicios (o mejor dicho, durante el primer siglo) de la Edad Contemporánea. El libro pasa revista a todo un siglo de pensamiento y literatura, siempre muy pegado al contexto histórico en que estos fenómenos tienen lugar. Es, sin duda, un magnífico modo de refrescar nuestra memoria, descubrirnos algún autor o planteamiento que desconocíamos y generarnos el interés para continuar investigando sobre algún nombre o movimiento cultural o ideológico que nos haya parecido especialmente interesante o atractivo. Ofrece así un primer acercamiento (o un acercamiento de recuerdo para quienes ya se hayan interesado alguna vez por la cultura española del siglo XIX) al alcance de cualquier lector con un mínimo de interés por la materia, sin agobiar con una cantidad de información imposible de digerir en una única lectura.
*Publicado por Ediciones 19, marzo 2015.
Andrés Casas