Es raro encontrar parcelas de nuestra vida que no se hallen reguladas (en su sentido más amplio) por alguna institución pública, ya sea europea, nacional, autonómica o local. La Administración es, con diferencia, la primera empresa del país y emplea a más de dos millones y medio de trabajadores (un 13,4% del total de ocupados en España), de los cuales, por cierto, la mayoría desarrollan su labor en los órganos autonómicos. El gasto público representa aproximadamente el 40% del PIB nacional, lo que determina una evidente dependencia del Estado. Como efecto colateral, muy destacado entre nosotros, los ciudadanos nos hemos (mal) acostumbrado a recurrir a los poderes públicos para que nos solucionen los diversos problemas que van surgiendo, sean o no competencia suya. En cualquier sector productivo, lo primero que se busca es la subvención, la intervención estatal que lo proteja de la competencia o ambas cosas a la vez. La elefantiasis burocrática que asola España se debe tanto a ese reflejo como a la actitud complaciente de los dirigentes políticos, que no solo no tienen interés en poner coto a esta rémora, sino que la aprovechan como semillero de votos.
Este escenario, sin embargo, apenas tiene poco más un siglo de vida: hasta entonces, la organización política del país difería radicalmente de la actual. El Estado, tal como lo entendemos hoy, es un fenómeno nuevo en la historia del hombre. Nunca una institución había controlado tantos aspectos de nuestro día a día. Su grado de intromisión habría hecho las delicias de Luis XIV (“El Estado soy yo”) y de cualquier otro monarca absoluto cuya voluntad real, incuestionable en teoría, estaba de hecho limitada y cuyo alcance era mucho más comedido. Habrá que esperar hasta el siglo XIX para que las estructuras estatales se ensanchen y se consoliden. Para ello, era imprescindible contar con un sistema administrativo, tutelado por el gobierno, que pudiera acceder hasta los lugares más remotos del país. Una revolución política que modificó sustancialmente la concepción misma del Estado, en un proceso no exento de discusión, violencia y cierto caos, catalizaría, a la larga, esa tendencia.
El catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad Autónoma de Madrid, Juan Pro, explora en La construcción del Estado en España. Una historia del siglo XIX* la aparición del Estado entre nosotros, subrayando la relevancia que tuvo en la historia reciente de nuestro país. La suya es una obra compleja, de una calidad incuestionable, con un bagaje intelectual de primer nivel y una exhaustiva investigación a sus espaldas. Así explica el cometido de su obra el autor: “Este libro parte de la idea de que el Estado es la forma específicamente contemporánea —es decir, propia de los siglos XIX, XX y XXI— de estructurar políticamente una sociedad. Las implicaciones de la construcción del Estado son tan amplias que no solo dan forma a la política institucionalizada, sino al conjunto de las relaciones de poder que recorren el espacio social; y, por lo mismo, extienden su impronta a las relaciones sociales, el sistema económico, la cultura y la configuración del territorio. Dicho de otra manera: la construcción del Estado ha sido el hilo conductor de la historia contemporánea pues de ese proceso se extrae una lógica que permite explicar muchos otros procesos históricos del mismo periodo. Con la conciencia de la centralidad que, por tanto, tiene la cuestión estatal, pero también con la seguridad de que no es el único punto de vista posible, y que hay otras perspectivas legítimas que han aportado y aportarán conocimiento relevante, este libro plantea la construcción del Estado como un paradigma alternativo para la historia contemporánea de España”.
No es fácil sintetizar la complejidad de un proceso que se prolongó durante una centuria y cuyas ramificaciones afectaron a la práctica totalidad de las instituciones sociales. Juan Pro lo lleva a cabo desenvolviéndose con soltura en el marasmo de datos, leyes, decretos y escritos sobre los que edifica su investigación. Su trabajo integra disciplinas no siempre armónicas, como el derecho, la teoría política, la economía y, por supuesto, la historia. Sin seguir un orden cronológico, cada capítulo ahonda en las distintas facetas de la construcción del Estado en el siglo XIX. Coexisten en él epígrafes dedicados a cuestiones más generales (la configuración del territorio nacional, el despliegue de la Administración Pública, la reforma de la Iglesia española o la aparición de un Ejército nacional) con otros mucho más concretos (la proliferación de los censos y estadísticas, el papel de los juristas o la unificación monetaria). La heterogeneidad de los temas analizados no impide al autor abordarlos con un propósito común: exponer la creación del Estado español en el siglo XIX.
La tesis de la que parte Juan Pro es que la construcción del Estado en España se inició en 1808, durante la Guerra de Independencia y el proceso revolucionario que se produjo en la Península, y se completó a principios del siglo XX. En esos cien años se llevaron a cabo una serie de profundas modificaciones en todos los niveles de la sociedad, que desembocarían en la materialización del Estado. Para el autor, por cierto, ese fenómeno no se gestó de arriba abajo, sino que fue un “fenómeno colectivo, social y cultural” en el que interactuaron constantemente las elites y la sociedad civil.
Ahora bien, si el Estado aparece en ese preciso momento histórico, ¿cómo se organizaban los reinos antes? Juan Pro dedica numerosas a páginas a esta polémica cuestión. También se detiene en las diferencias entre los conceptos de “Estado” y “Nación”. Considerados por muchos como análogos, para él no lo son: “Mientras que el concepto de nación remite a una identidad compartida, a una comunidad imaginada, el concepto de Estado remite a un entramado institucional desarrollado para el ejercicio del poder. Pertenecen a esferas diferentes, cosa que en ocasiones se olvida”. La obra se circunscribe a estudiar la aparición y el afianzamiento del entramado institucional y deja a un lado las consideraciones identitarias, para cuyo conocimiento remite a una voluminosa producción literaria, revigorizada en los últimos años como es bien sabido.
Nuestro actual sistema político es heredero del proceso iniciado en los albores del XIX que describe Juan Pro en su trabajo. Conocer lo sucedido en aquellos trascendentales años nos puede ayudar a entender mejor los problemas que hoy atravesamos y los diversos enfoques sociales, económicos y culturales que prevalecen en nuestros días. España, que, para el autor, fue uno de los primeros países en implantar y desarrollar con éxito esa concepción del Estado, ha ahondado con el paso del tiempo en una deriva “estatalista”. El profesor Ramón Parada reflexiona en el prólogo del libro sobre los vicios de que adolecen actualmente nuestras instituciones y las consecuencias que ha provocado el cambio de modelo a “un Estado caóticamente descentralizado” que implantó la Constitución de 1978, pero cuyas raíces podemos hallar en la Europa de la posguerra.
Terminamos con estas lúcidas palabras del profesor Ramón Parada en el prólogo del libro: “Y para concluir: si la Historia sirve para algo, si realmente su utilidad radica en que es el único laboratorio de que disponen las ciencias sociales y, especialmente, la ciencia política, y no únicamente un entretenimiento para los historiadores y sus lectores con relatos del pasado, esta magistral obra de Juan Pro servirá para explicar, a cabalidad, cómo en épocas turbulentas se engendró el moderno Estado español; y también para entender por qué está a punto de descomponerse, y adónde es preciso apuntar para enderezarlo si todavía estamos a tiempo”.
Juan Pro, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad Autónoma de Madrid, ha dedicado sus investigaciones a la historia de la construcción del Estado liberal en España. Entre sus obras más destacadas se hallan Protagonistas de la historia (2004), Bravo Murillo: política de orden en la España liberal (2006) o El Estatuto Real y la Constitución de 1837 (2010).
*Publicado por Alianza Editorial y la Fundación Alfonso Martín Escudero, junio 2019.