Solemos comenzar las reseñas de los libros que abordan la Edad Media denostando la creencia generalizada de que se trató de una época oscura y atrasada. Tras la lectura de la obra colectiva La comunidad medieval como esfera pública*, coordinada por los profesores Hipólito Rafael Oliva Herrer, Vicent Challet, Jan Dumolyn y María Antonia Carmona Ruiz, tendremos que añadir en las próximas que la Edad Media, especialmente la Baja Edad Media, tampoco fue un período dominado en exclusiva por la voluntad feudal y, en menor medida, la real, sino que otros muchos actores participaron activamente en la creación de un espacio público más heterogéneo y complejo de lo que pudiéramos pensar. Los poderes de la sociedad medieval nunca consiguieron imponer su discurso al conjunto de la población y las luchas y revueltas fueron una constante durante estos siglos.
El final de la Baja Edad Media, en particular tras superarse la peste negra, es un período convulso no sólo en España sino en toda Europa. La Jacquerie en Francia, la revuelta de los Ciompi en Italia, los levantamientos de las ciudades flamencas, la rebelión de Wat Tyler en Inglaterra o los movimientos comunero y husita ya en el siglo XV y XVI son algunos de los ejemplos, entre otros, que muestran la conflictividad social de aquel período. El libro que ahora reseñamos no trata tanto de analizar estos sucesos sino más bien estudia lo que hay detrás de ellos. La conformación de una esfera pública construida por la dialéctica entre el “común” y los señores es el eje de los distintos artículos que componen la obra, en la que se abordan fenómenos dispares en torno a la sociedad medieval.
El libro La comunidad medieval como esfera pública se ha gestado a lo largo de cuatro coloquios celebrados en Gante y Sevilla en torno al proyecto de investigación Espacio público, opinión y crítica política a fines de la Edad Media en el que han participado especialistas de diversos países. Como explican los coordinadores de la edición, su objetivo era dar respuesta a las preguntas que guiaron las cuatro reuniones: “¿En qué condiciones una comunidad dotada de un discurso político propio expresado abiertamente fue capaz de establecer una negociación (pacífica o violenta) con los distintos poderes medievales y cuáles fueron los resultados obtenidos respecto a sus reclamaciones? ¿Cuál fue la capacidad de negociación a largo plazo de las comunidades subalternas? ¿Fueron los distintos poderes medievales sensibles a las presiones desde abajo? ¿En qué medida adaptaron sus políticas a las tomas de posición o a las corrientes de opiniones circulantes?”
Es una lástima que en los tiempos que corren tengamos que hacer esta apreciación, pero advertimos al lector que aproximadamente la mitad de los capítulos que componen la obran están escritos en inglés o en francés (entre ellos, el proemio y las conclusiones). Si obviamos este matiz, la estructura de las colaboraciones se ajusta al modelo típico de obras especializadas, cuyo principal receptor es el investigador universitario. En total son catorce trabajos divididos en tres bloques. Les precede un proemio a cargo del profesor Jean-Philippe Genet (“Espace public: du religieux au politique?”) cuya finalidad es cuestionar el concepto de “espacio público” defendido por Jürgen Habermas y modelar el término de esfera pública.
El primer bloque (“Común y marco institucional: protesta e integración”) se “[…] interroga por las posibilidades de aquellos institucionalmente al margen del poder local de constituir una comunidad propia dotada de una voz política con capacidad de influir en la toma de decisiones”. Conocer los motivos que llevaron a rebelarse a las, digamos, clases bajas (aunque, como se ve en la obra, esta referencia se ha de matizar) es complicado, entre otras razones porque gran parte de la cultura venía tutelada por los propios señores contra quienes normalmente se dirigían las revueltas y a los que no les interesaba dejar constancia de los levantamientos. De ahí la dificultad de encontrar documentos que narren con cierta verosimilitud lo sucedido y el mérito de los autores del presente libro. La mayoría de las fuentes utilizadas en las colaboraciones son relaciones judiciales, actas de las reuniones celebradas en las instituciones locales o en las Cortes y peticiones dirigidas a las autoridades locales.
El segundo bloque de la obra (“Sistemas de comunicación y opinión pública”) ahonda en esta cuestión y nos muestra cómo la combinación de elementos permite vislumbrar, en cierto modo, la opinión pública de una sociedad marcada por su oralidad. El tercer y último bloque (“Comunidades frente al poder: práctica política y discurso”) analiza la construcción del discurso político del “común” a través de un serie de supuestos como las revueltas en Brujas, Montpellier o el norte de Francia, así como el caso de las Comunidades castellanas.
Cada trabajo, a modo de tesela, contribuye a crear un mosaico que la profesora Monique Bourin describe al final del libro. No es este el sitio para detallar las conclusiones desplegadas en la obra; nos limitaremos a resaltar algunos de los rasgos que más nos han llamado la atención e invitamos al lector a descubrir el resto. Destaca, por ejemplo, el protagonismo de los sectores urbanos en las revueltas de finales de la Edad Media y en la creación de la esfera pública. Existen importantes excepciones, como la Jacquerie (movimiento principalmente campesino), pero por regla general solían ser miembros de clases acomodadas (comerciantes, artesanos…) quienes encabezaron los levantamientos o quienes realizaron las reclamaciones. En este sentido, el “enemigo” no era tanto el monarca como el señor local que hasta entonces había monopolizado el poder municipal, en detrimento de los poderes emergentes de la ciudad.
También sorprende la extremada politización de la sociedad de la Baja Edad Media. Puede parecer que tan sólo unos poco personajes gestionaban la política local pero se observa en los distintos trabajos cómo existía una constante comunicación, tanto vertical como horizontal, entre los estratos de la ciudad (exceptuando, quizás, a las grupos sociales más bajos) e incluso ente las distintas regiones. Comunicación que permitía canalizar las reivindicaciones de la comunidad, facilitaba cuando la situación lo requería la organización de las protestas y, a la postre, permitió crear la esfera pública.
Concluimos con las palabras de Monique Bourin en el capítulo final del libro: “Néanmoins à focaliser l’attention sur les seules révoltes, on risque de prolonger le point de vue des chroniqueurs médiévaux et de sous-estimer la part considérable que prenait “le peuple” à la vie publique, en dehors des temps exceptionnels de ses colères. Sans dénier aux rébellions, sous toutes leurs formes, un rôle d’accélérateur de l’histoire, il importe de situer l’exceptionnel dans le cours habituel de la vie publique, constructif, moins spectaculaire, mais constituant son mode de fonctionnement fondamental. Dans la mesure où les sources le permettent, il convient de ne pas couper entre elles les différentes formes que prend la vie politique du peuple, de ne pas en composer un récit abusivement contrasté, exclusivement en noir et blanc, de peser les niveaux multiples et fin des résistances populaires, mais aussi de prendre en compte les temps où peuple coopère à la gestion des affaires publiques, en inventant parfois de nouveaux rapports socio-politiques”.
*Publicado por el Secretariado de Publicaciones de la Universidad de Sevilla, octubre 2014.