La Araucana
Alonso de Ercilla

Una de las conquistas más relatadas e investigadas en la historia de la humanidad ha sido la llegada de los españoles al Nuevo Mundo. Son muchas las crónicas, relaciones y obras literarias que abordan este suceso, algunas a cargo de los propios protagonistas que quisieron inmortalizar sus hazañas y dejar constancia de sus méritos. Y son también incontables las referencias que nos han llegado en documentos legales y administrativos, gracias a la riqueza de nuestros archivos (en particular, los de Simancas y de Indias) y a la extraordinaria capacidad del Imperio español, para bien o para mal, de generar papeleo. Se trataba de una engrasada máquina burocrática. De ahí que pocos detalles se nos escapen de lo acaecido desde la llegada de Colón hasta bien entrado el siglo XVI. Otra cuestión es dirimir la verosimilitud de muchas de las afirmaciones que se hacen, pero para eso están los historiadores.

Las dos grandes epopeyas que han recibido casi toda la atención han sido las acometidas por Hernán Cortés y Francisco Pizarro, quienes lograron hacerse con los dos principales imperios americanos (el azteca y el inca). Sin embargo, las expediciones españolas fueron mucho más numerosas y abarcaron territorios a lo largo del todo continente. Alguna de ellas incluso fue tan extraordinaria como las dos anteriores y sus integrantes tuvieron que sobreponerse a vicisitudes aún más peligrosas. La historia suele ser caprichosa y a veces ensalza unos hechos y oscurece otros. Por suerte, poco a poco se empiezan a recuperar algunas de estas gestas olvidadas y cada vez son más las obras que las estudian.

Entre esas expediciones algo arrinconadas en los manuales de historia está la conquista de lo que hoy es Chile, iniciada por Pedro de Valdivia en 1540 y medio concluida cincuenta años después. Fue uno de los territorios que más costó controlar a la Monarquía Hispánica, que nunca llegó a ejercer un dominio absoluto en toda la región, a diferencia de otros lugares como Nueva España o el Perú. El motivo hemos de hallarlo en la resistencia del pueblo mapuche, que supo hacer frente a los españoles y derrotarlos en reiteradas ocasiones. La denominada Guerra de Arauco se alargó casi doscientos años: fue una guerra de guerrillas con pocas batallas campales, que consumió recursos y hombres a los españoles. Más que una contienda continuada, se desarrolló como una sucesión de períodos de paz y de levantamientos armados.

Entre los hombres que participaron en aquella guerra destaca un joven soldado, Alonso de Ercilla. Curiosamente, su fama no le llega por sus acciones miliares, poco conocidas, sino por el poema épico que compuso sobre la contienda: La Araucana*. Se trata de una de las composiciones más interesantes del siglo XVI, cuyo éxito en su época fue notable. La Biblioteca Castro recupera la obra (con su siempre exquisito gusto editorial) acompañada de un estudio preliminar de la mano del profesor Luis Íñigo-Madrigal, imprescindible para contextualizar y entender el alcance del poema de Ercilla.

No vamos a entrar en su análisis literario, ni a profundizar en el contenido poético de la obra. Nos centraremos en su vertiente más histórica. Alonso de Ercilla, de origen humilde, consigue ser paje del futuro Felipe II (en aquel momento, príncipe) y, tras acompañarle por sus viajes en Italia y Flandes, decide embarcarse con 21 años para América junto al recién nombrado virrey García Hurtado de Mendoza, para sofocar la insurrección de Francisco Hernández Girón y “vengar” la muerte de Pedro de Valdivia a manos de los araucanos. Permaneció cuatro años en el continente americano luchando contra los mapuches. Esa experiencia marcó su vida y a la vuelta a España (llegó a ser una persona respetada y con importantes atribuciones políticas y diplomáticas) narró sus vivencias en La Araucana.

La obra de Ercilla es un poema épico y, por lo tanto, no se ha de leer como un relato fidedigno de lo acaecido en tierras chilenas. Se introducen en ella elementos fantásticos, maravillosos, al lado de pasajes con historias de amor. Aunque nadie con un poco de criterio debería tomar al pie de la letra lo que cuenta Alonso de Ercilla, su texto es de una utilidad enorme y de un interés incuestionable. En el siglo XVI este tipo de relatos eran la principal fuente de conocimiento popular de los sucesos que tenían lugar en tierras remotas. De hecho, el de Ercilla fue el primero que abordaba la guerra en Chile (esta es una de las razones de su éxito editorial) y lo que en él se nos describe dice tanto de los indios araucanos como de los españoles, pues las impresiones que recoge son las de un soldado de la época. Vemos el mundo como se veía en aquel tiempo y, si tenemos algo de juicio, no será fácil separar lo “literario” de lo histórico.

La obra, escrita a lo largo de tres décadas, se compone de tres partes publicadas durante veinte años (1569, 1578, 1589). El relato de las guerras hace de eje vertebrador, pero, a medida que avanzamos, se incorporan otros elementos como las tradiciones del pueblo araucano, hazañas fabulosas y una descripción de la historia chilena. A diferencia de otras crónicas o escritos, Alonso de Ercilla se muestra muy respetuoso con sus adversarios, a quienes colma de elogios en varias ocasiones e incluso confiere papeles protagonistas. Y tampoco tiene reparos en criticar, cuando era preciso, la codicia española y las ansias de riqueza de Pedro de Valdivia y sus hombres, aunque a partir de la segunda parte se muestra más benévolo con las fuerzas hispanas.

En el estudio preliminar se analiza con más detalle el estilo, la estructura y los elementos que componen la obra de Alonso de Ercilla. Una obra, reiteramos, que al margen de sus cualidades literarias (Miguel de Cervantes la salvó de ser quemada en el Quijote), nos acerca al mundo araucano y nos ayuda a comprender cómo fueron los primeros contactos entre dos civilizaciones tan dispares y cómo veían los españoles a los pueblos que estaban descubriendo, a medida que exploraban el continente americano.

Concluimos con esta reflexión que el profesor Luis Íñigo-Madrigal realiza en la introducción del libro: “Más ingenuos o afortunados que nosotros, los lectores del siglo XVI —y los del XVII, y los del XVIII y aun los del XIX— pudieron leer La Araucana como un apreciable poema épico (género que desde la Edad Media gozaba del más alto de los prestigios literarios); o como una representación de primera mano de las «ilustres hazañas» (y de la «codicia insaciable») que los españoles desplegaban en las campañas de Ultramar; o como una suerte de autobiografía de un joven aventurero; o como una crónica que contenía noticias históricas, geográficas y antropológicas sobre el casi desconocido Chile. O, fragmentariamente, por sus episodios, sus escenas, sus cuadros, de entidad y valor independientes. Hoy no todas esas posibilidades han desaparecido, si bien la Araucana es leída fundamentalmente por críticos académicos, quienes olvidan a menudo que el fin de la creación literaria —como escribió Alfonso Reyes— «no es provocar la exégesis, sino iluminar el corazón de los hombres en lo que tienen de meramente humanos”.

*Publicado por la Biblioteca Castro, noviembre 2021.