ARTURO SANCHEZ - HRM - JUDEA CAPTA

Judea Capta
Arturo Sánchez Sanz

En el primer siglo de nuestra era Roma se había erigido como potencia absoluta del continente europeo, además de controlar el norte de África y Próximo Oriente. La llegada del Imperio no había ralentizado el afán expansionista mostrado bajo la República, más bien lo había acentuado. Los emperadores, ávidos de gloria, mandaron a las legiones a territorios cada vez más alejados de la capital. Su poder estaba basado en una hábil combinación de sutileza diplomática y contundencia militar, gracias a las cuales lograron ensanchar las fronteras y poner bajo su órbita a los estados vecinos. A consecuencia de esta estrategia, los legados militares obtuvieron un poder e influencia que no dudaron en aprovechar llegado el momento. A partir del año 69, tras el asesinato de Nerón, raro será encontrar a un emperador que previamente no hubiese desempeñado un alto cargo militar o hubiese recurrido a sus legiones para hacerse con la púrpura imperial.

Dada la magnitud, militar y territorial, del Imperio resulta sorprendente la importancia que adquirió el levantamiento judío en el año 66 d.C y que dará paso a la denominada primera guerra judeo-romana. La región de Judea es «pequeña», tanto en dimensión como en población, si la comparamos con otras provincias romanas; no obstante, las legiones al mando de Vespasiano y luego de Tito tuvieron que emplearse a fondo para sofocar la rebelión que concluiría con la toma de la fortaleza de Masada, aún hoy símbolo de las fuerzas israelíes, en el año 73. Los detalles de la contienda han perdurado gracias a la obra del historiador Flavio Josefo quien participó activamente en ella, primero como capitán hebreo y posteriormente al servicio de Roma. Apoyándose en estos textos y en las referencias de otros historiadores clásicos, Arturo Sánchez Sanz ha publicado un interesante trabajo sobre el primer conflicto judeo-romano, Judea Capta*.

DESTRUCCION TEMPLO JERUSALENHasta la conquista por Cneo Pompeyo en el año 63 a.C. Palestina estuvo siempre ligada a los grandes imperios. Aun así, el pueblo judío logró conservar su fe y sus ritos, ya sea bajo los egipcios, los seléucidas o los romanos. La primera de las grandes religiones monoteístas supo mantener su fe y nunca abandonó las esperanzas de convertirse en una nación independiente. En el primer capítulo de su libro («Judea«), Arturo Sánchez analiza la historia hebrea desde el 198 a.C. hasta los años previos al comienzo de la guerra. Durante estos dos siglos observamos cómo las disputas internas y las injerencias externas marcaron el devenir de la política judía. Personajes como Juan Hicarno o Herodes intentaron dotar de estabilidad a sus reinados, pero tras sus muertes volvían las disputas sucesorias.

La política seguida por Roma respecto a Palestina oscilaba en función de la personalidad del procurador romana enviado a la región. Como explica Arturo Sánchez, salvo algunas excepciones como las de Cuspido Fado o Tiberio Alejandro, «el resto de procuradores que Roma designó en Judea no consiguieron sino acrecentar el descontento popular hacia los romanos«. En los años previos al estadillo de la guerra el malestar de los judíos era palpable y fueron muchos los disturbios y los desórdenes que auguraban el futuro conflicto. Poco podían hacer los delegados del Imperio (y lo que intentaban solía empeorar la situación), pues el sentimiento independentista no disminuía y el arraigo de la religión, especialmente en las clases populares, hacía muy difícil reducir la tensión.

Las causas de la guerra son analizadas en el capítulo «Antecedentes a la 1º guerra judeo-romana«. Como en tantos otros conflictos no existe una sola causa que motive el inicio de las hostilidades, afirma el autor de Judea Capta. La difícil situación económica que atravesaba la región, la enemistad entre judíos y «gentiles», la mala gestión de los procuradores romanos que no supieron controlar los acontecimientos y la aparición de grupos religiosos extremistas que exigían la independencia de la provincia son algunas de las causas que promovieron la guerra. Si en la guerra del Peloponeso el detonante, según Tucídides, fue el Decreto de Megara, en la guerra judeo-romana Josefo lo atribuye a unos disturbios iniciados en el año 65 en la ciudad costera de Cesárea Marítima. El enfrentamiento por un solar entre griegos y hebreos y un posterior ataque en la misma ciudad de fanáticos judíos a un grupo de gentiles, quienes respondieron con más dureza asaltando el barrio hebrero, crearon un entorno bélico irreversible.

TRIUNFO DE TITOLa inacción de los romanos y el arresto de la delegación judía que acudió a quejarse insuflaron los ánimos en Jerusalén, cuyos ciudadanos se negaron a contribuir a la reparación de los desperfectos ocasionados por los enfrentamientos en Cesárea. El envío de tropas romanas y la represión que llevaron a cabo condujo a la insurrección general de la ciudad, que acabó por extenderse por toda la provincia. Las legiones acantonadas en la fortaleza Antonia y en el palacio de Herodes fueron masacradas por los rebeldes encabezados por Eleazar y Menahem. La guerra había comenzado y Roma mandaba a Cestio Galo a sofocar la revuelta

El legado de Siria movilizó a la Legio XII Fulminata y algunos estados vecinos cedieron también tropas. El avance romano fue imparable: a las pocas semanas habían recuperado el control de la región de Galilea y se dirigieron a Jerusalén. Tras algunas escaramuzas alcanzaron las murallas de la Ciudad Sagrada y se dispusieron a sitiarla. Fue en este momento cuando se produjo uno de los fenómenos más inexplicables de la guerra: Cestio Galo, tras lograr atravesar la primera muralla de la ciudad y estar a punto de capturarla poniendo fin al levantamiento, decidió retirarse y abandonar la operación. Arturo Sánchez expone las explicaciones, ninguna concluyente, ofrecidas por distintos historiadores sobre este acontecimiento. Sea como fuere, el suceso revitalizó la rebelión y elevó la moral de los judíos quienes aprovecharon la retirada romana para hostigar al enemigo. Un nuevo escenario se abría para los judíos. Empezaron a actuar como un pueblo independiente y a organizarse para defenderse de la segunda acometida de Roma. Durante este paréntesis bélico, no obstante, volvieron a reproducirse los conflictos en el seno de la sociedad hebrea entre radicales y moderados, pobres y ricos, que se repetirán a lo largo de toda la guerra.

Alarmado por cómo se desenvolvían los acontecimientos Nerón envío a uno de sus mejores generales a hacerse cargo de la situación, Vespasiano. Mejor estratega que Galo y con mucha más experiencia, se dispuso a aplastar la resistencia judía. Su primer objetivo fue recuperar nuevamente Galilea. A la cabeza de las defensas rebeldes en esta región se encontraba Flavio Josefo, quien nada pudo hacer, salvo rendirse, ante el poderío militar romano. Tras aplicar una estrategia de tierra quemada y someter los pocos reductos (Séforis, Gabara, Tarichae, Monte Tabor o Jotapata, por citar algunos de los más importantes), se dirigió otra vez hacía la capital de Judea, no sin antes tomar cualquier población que pudiese suministrarle apoyo.

ARCO EMPERADOR TITOMientras tanto, en Roma, el asesinato de Nerón había provocado una gran inestabilidad y en un solo año se sucedieron hasta cuatro emperadores. Vespasiano dio el mando de los ejércitos romanos a su hijo Tito y se dirigió a Roma, tras una escala en Egipto para asegurarse la fidelidad de las legiones allí acantonadas y hacerse con el control del Imperio. Tito, una vez asumido el mando, comenzó las operaciones de sitio de Jerusalén. Arturo Sánchez detalla los pormenores de la campaña, las dificultades romanas por penetrar en la ciudad, la obstinada y desesperada resistencia judía y la toma final que supuso la destrucción del símbolo más importante de la religión hebrea, el Templo de Salomón. La guerra había terminado tras siete años de duros enfrentamientos y los romanos volvían a recuperar el control de la provincia. Aunque todavía quedaban algunos focos en el sur, la toma de la fortaleza de Masada (tras el suicidio colectivo de sus defensores) dio por concluida la campaña.

Arturo Sánchez ha escrito una obra sencilla y muy interesante sobre uno de los conflictos menos conocidos del Imperio. La primera guerra judeo-romana tuvo en vilo durante casi una década a Roma y otorgó el prestigio necesario a Vespasiano para ganar los apoyos suficientes que le permitieran reclamar la púrpura imperial e instaurar la dinastía Flavia. La inclusión de numerosas láminas explicativas facilita, además, la comprensión del desarrollo de la campaña. Del otro gran protagonista, el pueblo judío, son analizadas con detalle sus tradiciones, instituciones y los conflictos internos que se sucedieron durante esta época.

Arturo Sánchez Sanz es licenciado en Historia por la Universidad Complutense de Madrid, especialista en Historia Antigua, y Máster en Historia y Ciencias de la Antigüedad. Actualmente se encuentra preparando su doctorado y ha publicado diversos artículos sobre esta materia.

*Publicado por HRM Ediciones, diciembre 2013.