«La gente no sabe quién era Juana de Castilla, pero sí asegurarían que les suena el nombre de Juana la Beltraneja, e incluso podrían situarlo en la época de los Reyes Católicos. El mismo título de este libro es el mejor síntoma, o el de otras obras que han tratado sobre ella y han incluido, aunque sea en un subtítulo, el apelativo de «La Beltraneja». El mensaje de la propaganda isabelina, así, llega hasta nuestros días, demostrando su efectividad y el trabajo bien hecho. Sin embargo, el de Juana se ahogó rápidamente en el tiempo«. Con estas palabras concluye la obra del profesor Óscar Villarroel González, Juana la Beltraneja. La construcción de una ilegitimidad*, dedicada a estudiar la figura de la «hija» de Enrique IV de Castilla y Juana de Portugal a través de la imagen que sobre ella quisieron proyectar sus partidarios y detractores.
Durante el siglo XV, los reinos peninsulares se vieron azotados por continuas guerras civiles y una constante lucha entre la monarquía, que buscaba asentar su poder, y la nobleza empecinada en mantener sus privilegios y aumentar sus rentas. La complejidad del sistema de alianzas y de intereses (ríanse ustedes de «Juego de Tronos») obligaba a todos los protagonistas a ser cautos y a buscar bases sólidas de legitimación, ya que cualquier minúsculo error o duda sería aprovechada para socavar su autoridad. Las leyes sucesorias, más o menos asentadas desde las Partidas de Alfonso X el Sabio, no impedían que se cuestionasen candidatos, en especial, con el fallecimiento prematuro de algún heredero.
A mitad de este anárquico siglo emerge la figura de Juana la Beltraneja. Ha sido un personaje muy estudiado por la historiografía española (aunque no tanto como su adversaria, Isabel la Católica) y existe una abundante bibliografía sobre ella. Quizás la causa de este interés se encuentre en la duda que, a su pesar, condicionó toda su vida ¿Fue realmente hija de Enrique IV? El apelativo de «la Beltraneja», con el que ha pasado a la historia, ya lo pone en duda pues hace alusión a Beltrán de la Cueva, a quien se considera su verdadero padre. Más allá de la veracidad de este hecho, lo cierto es que fue uno de los argumentos más utilizados para desacreditar su candidatura al trono de Castilla.
La obra de Óscar Villarroel no tiene por finalidad estudiar cómo se desarrolló la guerra civil entre Juana e Isabel, ni tampoco conocer los entresijos de la Corte castellana, ni tan siquiera es una biografía al uso de Juana la Beltraneja. Su objetivo es mucho más concreto y lo explica el autor en estos términos: «La intención es presentar cómo fue evolucionando la visión que se mostraba de la legitimidad de Juana, princesa que fue de Castilla, a lo largo de su vida […]. Se analizarán paulatinamente, y en su momento cronológico, los diversos testimonios que fueron creando esa ilegitimidad, así como aquellos que construían la imagen contraria«. Estamos, por tanto, ante un trabajo en el que lo principal no son los personajes que intervienen, sino la imagen que se intenta transmitir de ellos.
Hoy la legitimidad de nuestros dirigentes se asienta en la Constitución y en las elecciones, pero hace seiscientos años la legitimidad era dinástica ¿Qué sucedía entonces cuando resultaba cuestionada? Lo mismo que hoy, surgía la inestabilidad. La propaganda no es un invento reciente, sino que nace de forma paralela a la política, como arma para utilizar contra el oponente. Tanto Isabel como los partidarios de Juana sabían que por muy sólidos que fuesen sus argumentos legales, el resultado final dependería de cómo se desarrollase la contienda y de las negociaciones, lo que no impidió que acudiesen a la propaganda para reforzar su posición. Descubrir cómo se construyó la imagen de ilegitimidad de Juana es el principal cometido de la obra de Óscar Villarroel, quien afirma que «estamos ante un trabajo de análisis propagandístico, puesto que el fondo lo que se va a analizar es la propaganda (en sus diversas formas) que se desarrolló en el entorno de Juana y de sus rivales. Propaganda que buscaba conseguir un objeto político concreto y que para ello desplegó toda una serie de medios y fines típicos de la época«.
En la obra podemos distinguir tres períodos o fases. La primera engloba desde el nacimiento de Juana hasta la muerte del infante Alfonso (capítulos dos y tres del libro) y en ella se observa lo maleable que fue la actuación de Enrique IV: primero hizo jurar a su hija como heredera para más adelante, presionado por la nobleza, designar a su hermano Alfonso como sucesor, para luego volverse a retractarse. Óscar Villarroel señala que la vacilante posición del monarca castellano perjudicó enormemente a la causa de Juana y dotó de mayor munición a quienes atacaban su legitimidad. Es entonces cuando nacen los primeros rumores acerca de la supuesta infidelidad de la Reina con Beltrán de la Cueva. No obstante, la repentina muerte de Alfonso trastocó todo este escenario.
La segunda fase comienza con el denominado Pacto de Guisando (1468) mediante el cual Enrique IV reconocía como sucesora a su hermana Isabel en detrimento de Juana, y concluye con la muerte del monarca en 1474 (capítulo cuarto del libro). Vemos en ella cómo Enrique nuevamente se ve obligado a optar por otro heredero, en vez de su «propia» hija, y cómo rectifica, una vez más, para restituir a su hija en la línea sucesoria (Val de Lozoya, 1470).
La última fase se inicia con la muerte de Enrique y el matrimonio de Juana con Alfonso V de Portugal y abarca la guerra civil hasta el triunfo isabelino (capítulo cinco). Llegados a este punto las dos posiciones están claramente delimitadas y fueron los enfrentamientos armados los que pasaron a ocupar casi toda la atención.
Cada período cuenta con sus propios documentos, que los candidatos al trono utilizaron para difundir a través del Reino su legitimidad. Esos documentos (muchos de ellos reunidos en un apéndice del libro) son, junto con las crónicas de la época, la principal fuente de información y estudio del profesor Villarroel. Como explica el autor, «[…] es en estos grandes documentos donde, hasta la guerra de 1475, se plantean las diversas posiciones y donde se vuelcan la mayor parte de los mensajes propagandísticos […]. Esto, como se ha dicho, no suponía ninguna novedad, pero lo relevante es que durante unos años van a ser un arma muy utilizada y nos ha permitido conocer de forma efectiva cuáles era las razones que cada una de las candidatas alegaban para sostener su trono y hacer tambalearse la corona del rival«.
El libro no analiza si Juana fue o no hija de Enrique IV, cuestión cuya resolución es hoy prácticamente imposible de comprobar. Se centra más bien en los mensajes que unos y otros transmitieron y en el modo en que lo hicieron. En sociedades tan tradicionales y formalistas como la castellana del siglo XV el cómo era casi tan importante como el qué. De ahí que el autor preste especial atención a los instrumentos esgrimidos por ambos bandos para articular sus proclamas. Estamos, por tanto, ante un interesante trabajo que aborda la disputa dinástica entre Isabel y Juana desde un enfoque poco habitual, pero no por ello menos atrayente.
Óscar Villarroel González es profesor del Departamento de Historia Medieval de la Universidad Complutense de Madrid. Especialista en las relaciones de poder de la Monarquía castellana y la Iglesia en la Baja Edad Media, ha realizado diversos trabajos en este ámbito. Forma parte de diversos grupos de investigación nacionales e internacionales, como el Grupo de Investigación Consolidado Sociedad, poder y cultura en la Corona de Castilla, siglos XIII al XV o el European Scientific Network Coordination. Es autor de la obra El rey y el papa. Política y diplomacia en los albores del Renacimiento.
*Publicado por Silex Ediciones, abril 2014.