GRANDE - GOTA A GOTA - DE BURGOS

De Burgos. El reformista ilustrado
Juan Gay Armenteros

Hablar de la historia de España desde finales del siglo XVIII siempre ha tenido la consideración de trabajo enrevesado. La orografía política de la península en ocasiones se acerca más a la ficción inverosímil que a la trágica realidad. Un conocido remarcaba la necesidad de acompañar toda lectura del período con una libreta donde apuntar quién es quién en cada década. Diríase que España parece una sucesión encadenada de hechos puntuales o, citando a Quintiliano, “innumerabilis accident subitae necessitates”.

Dentro de la amplia maraña de fechas y nombres destacan, no podía ser de otra manera, sujetos que, bien por la singularidad de su persona, bien por la de sus actos, se asocian de manera más perdurable al devenir histórico. Existen personas que han conseguido la envidiable proeza de ser estudiadas con detenimiento aún decenios después de su muerte. A este grupo de notables pertenecen, en nuestro país y para este periodo, reyes como Fernando VII o Isabel II, y próceres como Espartero, Narváez o Prim. Y junto a ellos aparecen una plétora de individuos, quizá menos conocidos para el público lego, pero cuya resonancia se deja oír incluso en las tertulias televisivas de hoy.

A este último grupo de personas es más fácil atribuirle un campo de acción particular. Me explico, muchos de ellos son conocidos porque dejaron su impronta a través de sus políticas y no de la política. Así por ejemplo Alonso Martínez estará siempre unido a ese monumento que es el Código Civil, Pablo de Olavide a la reforma agraria, Mon y Santillán a la tributaria, y la lista sigue con otros tantos notables como Bravo Murillo, etc. El libro que aquí se reseña, Javier de Burgos. El reformista ilustrado,* es un breve esbozo de uno de aquellos ilustres reformistas, Francisco Javier de Burgos.

En la historia moderna de nuestro país se pueden identificar varios momentos en los que la importancia de la Administración se ha puesto de manifiesto de manera pronunciada. Si el primero vendría significado por el establecimiento de una auténtica, aunque precaria, administración global en el reinado de Felipe II, el segundo está marcado por el intento de crear una administración racional y eficaz, entre finales del siglo XVIII y la primera mitad del XIX. Adscrito a este último movimiento aparece la figura de Burgos, como heredero de la tradición ilustrada de ribetes franceses.

Francisco Javier de Burgos (Motril, 1778- Madrid, 1848) fue un reformador en los años posiblemente más convulsos de España hasta el advenimiento de la Guerra Civil. Vivió las postrimerías del reinado de Carlos IV, el Estatuto de Bayona, la monarquía bonapartista, la Guerra de Independencia que acabó para él con el exilio, el regreso a la patria, el oscuro reinado de Fernando VII, y las disputas políticas de los primeros años de la joven reina Isabel II. En todos ellos intervino de una forma más o menos intensa, según las circunstancias le brindasen la oportunidad. Aunque nunca alcanzó lo que podríamos denominar el protagonismo absoluto, siempre fue un personaje que dejó sentir sus opiniones, muchas de las cuales acabaron plasmadas en una fructífera carrera literaria, o en varias de las reformas de aquellos años, como su magna obra, la división provincial del territorio español.

ESQUIVEL - POETAS CONTEMPORANEOSLa biografía de Juan Gay Armenteros, si bien breve, sirve plenamente de introducción al estudio de la figura del reformista. En apenas ciento treinta páginas se deja entrever con facilidad la dimensión de los cambios políticos acaecidos bajo la batuta de los reformadores ilustrados como Burgos. El libro se estructura en nueve capítulos, una reflexión final y un somero índice de la obras del ilustrado motrileño.

En el primero de estos capítulos, titulado “En la Granada de fines del XVIII”, queda reflejado el ambiente social y cultural donde se desarrollan los primeros años de vida de de Burgos. Interesan especialmente, quizá por referencia a nuestros días, las descripciones y menciones a los métodos de acceso para la función pública, cuestión que parece más bien un reparto entre colegas que un intento por profesionalizar la gestión administrativa. También despierta curiosidad el estudio de las influencias dispares que acabaron por decantar las posturas políticas de Burgos hacia el bando de los afrancesados, culminando con su entrada en el régimen de José I, y una frontal oposición a los liberales de Cádiz, que siempre consideró revolucionarios.

Después de Granada viene Madrid, su ingreso en la administración y la crisis de la monarquía. La aparición de los bonapartistas y su posterior caída le llevan al exilio a Francia y al ostracismo político. Es esta una colaboración que siempre pesará sobre su cabeza, usada con frecuencia por sus numerosos adversarios políticos, tanto del bando fernandino como de los liberales.

Las circunstancias de su vida mejoran sin embargo con el recrudecimiento de las disputas entre la restaurada monarquía y los entusiastas de Cádiz. Es entonces cuando nuestro protagonista, ya amnistiado, vuelve a la vida activa y a los ideales de reforma administrativa. Son años, tal y como describen los capítulos cinco, seis y siete del libro, de intensa labor política, cuando se va configurando la que será su mayor obra política, la que le ha ganado para el recuerdo de la posteridad, la reforma territorial de España en provincias, que todavía hoy perdura.

Javier de Burgos no es, ni de lejos, una figura diáfana; ofrece mucho claroscuro que convendría estudiar con mayor profundidad, lo que no permiten las dimensiones de una biografía como esta. Y pese a todo queda la sensación de un hombre que, no obstante sus logros y fracasos, siempre tuvo clara la idea de una administración que fuese motor de la sociedad, conductora del progreso para el país. Por eso al concluir la lectura me venía a la cabeza aquel fragmento de la “Guerra de Granada”, donde Hurtado de Mendoza escribió: “Pusieron los Reyes Católicos el gobierno de la justicia y cosas públicas en manos de letrados, gente media entre los grandes y pequeños, sin ofensa de los unos ni de los otros, cuya profesión eran letras legales, comedimiento, secreto, verdad, vida llena, y sin corrupción de costumbre; no visitar, ni recibir dones, no profesar estrecheza de amistades, no vestir ni gastar suntuosamente; blandura y humanidad en su trato; juntarse a horas señaladas para oír causas o para determinarlas, y tratar del bien público”.

Juan Gay Armenteros es Catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Granada. Ha publicado una decena de libros y más de cien artículos en revistas especializadas. Su labor investigadora ha estado centrada en tres ámbitos: la historia de Andalucía, la historia política de España (la formación del Estado español contemporáneo) y la historia del proceso de construcción europea. Ha sido profesor invitado e impartido seminarios en las Universidades de Siena, Estrasburgo, Coimbra, Veracruz (México) y Concepción (Chile). Ha sido director del Departamento de Historia Contemporánea de la Universidad de Granada.

*Publicado por la editorial Gota a Gota, septiembre 2014.