Para constatar el interés que despierta el Lejano Oriente en la reciente historiografía española solo hace falta comprobar el número de reseñas que hemos publicado estos últimos años sobre trabajos que abordan esta materia (La plata y el Pacífico de Peter Gordon y Juan José Morales; Las flotas de Indias. La revolución que cambió el mundo de Enrique Martínez Ruiz; Los galeones de las especias. España y las Molucas de Leopoldo Stampa Piñeiro o Historia de las cosas más notables, ritos y costumbres del gran reino de la China de Juan González de Mendoza, por citar solo algunos ejemplos). Los enfoques difieren, pero todos inciden en la importancia de las redes comerciales que se crearon entre puntos tan alejados del planeta y permitieron la conformación del primer sistema económico global de la historia. Ideas, hombres y mercancías transitaron por esta vía entre Asia, América y Europa de forma constante desde mediados del siglo XVI hasta el siglo XIX.
La llegada de los españoles al Lejano Oriente no tuvo el elemento de sorpresa que se produjo en el continente americano. Los portugueses ya llevaban décadas comerciando con estos territorios y conocían con cierta precisión las principales islas y rutas (y sus riquezas, de ahí el afán por hacerse con su control). La novedad estribó en el trayecto que los navíos hispanos hicieron para alcanzar la región. La gesta de Juan Sebastián Elcano y Magallanes permitió que el Océano Pacífico se convirtiese en un “lago español” y, de este modo, se evitase el conflicto con los portugueses, muy celosos de sus competencias sobre el recorrido que bordeaba el continente africano y atravesaba el Índico. Tampoco es comparable la organización política y el poder militar de los reinos asiáticos, más avanzados que los americanos y conocedores de los peligros que representaban los europeos. Aunque se llegó a plantear la empresa, no es seguro que españoles o portugueses hubiesen sido capaces de derrotar y conquistar a gigantes como el Imperio chino o el Shogunato Tokugawa japonés.
A pesar del “boom” editorial sobre la presencia española en esta región durante la Edad Moderna, no todos los trabajos tienen el mismo rigor académico, ni el mismo interés. Hay quienes se suben a la ola del oportunismo “mediático” y hay quienes, por llevar trabajando mucho tiempo en estos temas, ofrecen unos textos de gran nivel. En este último grupo se halla el profesor Manel Ollé, uno de los mayores expertos en las cuestiones asiáticas de España. Fruto de sus investigaciones es la obra Islas de plata, imperios de seda. Juncos y galeones en los Mares del Sur*, un excepcional libro que aborda desde una óptica distinta a la que estamos acostumbrados las consecuencias que tuvo la presencia de la Monarquía Hispánica en el Sureste Asiático.
Así comienza la obra: “Si los títulos de los libros pudiesen ser tan prolijos y detallados como lo llegaron a ser en siglos pasados, quizá este libro podría haberse titulado Islas e Imperios de seda, plata, porcelanas, esclavos, creencias, especias, espejismos, libros y semillas: diásporas, contrabandistas, misioneros y mercaderes castillas, criollos novohispanos y chinas sangleyes; así como portugueses, holandeses y japoneses, juncos, pataches, naos, sampanes y galeones en los Mares del Sur. Valga, sin embargo, el título sintético actual como una versión abreviada y sin duda más razonable, que contiene de forma germinal este algo abultado y enumerativo título alternativo. Uno y otro ponen de manifiesto la voluntad de convocar en un solo cuadro apaisado a los distintos actores de un escenario de intervalos marítimos y fronterizos, manileños, fujieneses, sino-hispánicos y transpacíficos, que, entre el siglo XVI y el siglo XVII, acoge contactos, tensiones y transformaciones mutuas sin precedentes. El título largo no viene sino a recordarnos que son múltiples los protagonismos, los escenarios y los objetos de deseo a analizar en este libro, y que, justamente, el esfuerzo se orienta aquí a intentar dar cabida a esta diversidad, renunciando a limitarnos a cualquiera de las perspectivas que podrían, por sí solas, merecer una justificada y detalladísima atención”
Varios de los libros que enumerábamos antes tenían como objeto de estudio el Galeón de Manila, instrumento que sirvió para articular el comercio que se generaba entre el Lejano Oriente, las posesiones americanas y la Península Ibérica. Sin embargo, la presencia española en Asia es mucho más compleja y Manila aparece como el verdadero eje sobre el que se erige la influencia hispana en la región. Manel Ollé se aparta un poco de los últimos trabajos y se centra sobre todo en la urbe filipina y en las conexiones que desde allí se generaron con el resto de las potencias asiáticas y europeas, a la vez que analiza sus engranajes internos y las dinámicas sociales creadas entre sus habitantes. La Manila que reconstruye el profesor Ollé es un mosaico de culturas, hombres y ambiciones que aglutina a casi todas las razas de la Tierra.
Con estas palabras lo explica el propio autor: “El centro de gravedad de este libro se mueve, en realidad, entre el sur de la provincia de Fujian y la ciudad de Manila, en la que conviven (en una muy provechosa simbiosis colaborativa de comercio intercultural y vecindad cotidiana, no exenta de desconfianzas y tensiones y de una brutal violencia que explota unas cuantas veces a lo largo de este período) unas pocas decenas de miles de chinos, unos cuantos cientos o miles de japones, cifras variables de «naturales» de las islas (austronesios, tagalos), algunos armenios, indios, persas, franceses, ingleses o italianos, y, en la cúspide de intramuros, algunos cientos o algunos escasos miles de frailes, curas, soldados, almaceneros, funcionarios y comerciantes castellanos (no pocos de ellos, vascos) o criollos mexicanos, súbditos de la Monarquía hispánica, dependientes orgánicamente de la metrópoli del México novohispano”.
Aunque Manila ejerza de centro de gravedad de la obra, sus páginas exploran otros territorios como China (con especial atención a lo que hoy conocemos como Taiwán, que los españoles bautizaron Isla Hermosa), Japón y el sureste asiático. Las considerables diferencias culturales y políticas entre los actores en liza no fueron óbice para que floreciese un mercado a escala global por el que transitaban productos heterogéneos que abastecían a las Cortes de todo el globo. Como suele suceder, la riqueza llamó la atención de piratas y contrabandistas que rápidamente hicieron su aparición en aquellas aguas. Del mismo modo, los misioneros vieron su oportunidad para evangelizar a miles de nuevos fieles, aunque rápidamente comprobaron el enorme reto que tenían ante si y la dificultad para repetir lo conseguido en América. La vida en aquella parte del planeta hubo de ser trepidante, en constante cambio y llena de incertidumbre, pues nunca se sabía dónde podía prender la llama que hiciese estallar la frágil convivencia.
Para dar cabida a esta amalgama de historias, la estructura de la obra se organiza por bloques temáticos y obvia el orden cronológico. Cada epígrafe estudia un elemento distinto, aunque todos se encuentran relacionados entre sí. Predominan las fuentes españolas, pero también se utilizan con profusión las asiáticas. De esta forma, el autor nos ofrece una visión no meramente hispana, sino un retrato mucho más poliédrico que refleja con mayor veracidad el choque cultural que supuso la llegada de los europeos al Sureste Asiático.
Concluimos con esta reflexión del profesor Ollé: “No se ha desplegado en este libro un único argumento. Hemos visto cómo el sueño de los ibéricos de Asia se iba desvaneciendo, cómo su preeminencia inicial acabó quedando en los márgenes tras la emergencia imparable de las Compañía de las Indias Orientales de los holandeses y de los británicos. Hemos visto una unión dinástica ibérica que despertó expectativas pero que acabó generando en Oriente una suma cero. Hemos visto un mundo asiático que resistía el embate europeo, marcando sus condiciones. Hemos visto la fructífera y al mismo tiempo conflictiva y difícil convivencia de chinos y castellanos en Manila. Hemos visto el flujo de intercambio cultural en el que tuvieron un papel clave los misioneros de distintas órdenes religiosas, que sólo en Filipinas consiguieron consolidar su ambición evangelizadora. Hemos visto la sinización de un proyecto filipino inicialmente antillano que acabaría forjando una ruta marítima secular que conectó los océanos. Los imperios de la seda y las islas de la plata han forjado el emblema de unos tiempos fundacionales y cambiantes, de complejos contactos en las periferias extremas de una Monarquía hispánica que también en Asia Oriental tuvo un protagonismo decisivo”.
Manel Ollé (1962), profesor de literatura y de historia de Asia Oriental en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, es crítico literario en varios medios de comunicación y miembro del Instituto Universitario de Historia Jaume Vicens Vives y de la Escuela de Estudios de Asia Oriental. También es autor de La empresa de China. De la Armada Invencible al Galeón de Manila (2002).
*Publicado por la editorial Acantilado, noviembre 2022.