TECNOS - ROMA. INSTITUCIONES E IDEOLOGIAS POLITICAS

Roma. Instituciones e ideologías políticas durante la República y el Imperio
Francisco J. Andrés Santos

Tradicionalmente, se ha considerado que Roma carecía de las aptitudes filosóficas y artísticas que poseía el mundo griego. Daba la impresión de que los grandes pensadores de la Antigüedad eran de ascendencia helena, mientras que los romanos tan sólo fueron buenos juristas o militares pero no gozaban de la inspiración de las musas. Es cierto que Roma no contó con un Platón o un Aristóteles pero quizás sea excesivo atribuir, por esta razón, una mediocridad intelectual a un Imperio que permaneció en pie más de cuatro siglos y cuya impronta todavía hoy se deja sentir. Pensadores como Séneca o Cicerón, o poetas como Ovidio u Horacio, dan fe de la riqueza cultural de Roma, mucho más copiosa y fecunda de lo que creemos. Poco a poco van surgiendo nuevos investigadores que ensalzan las virtudes intelectuales romanas y su universo político, el cual, por cierto, ha influido (y lo sigue haciendo) en los grandes pensadores de la historia.

Santo Tomás de Aquino, Marsilio de Padua, Maquiavelo, Hugo Grocio, Bossuet, James Harrington, Montesquieu, Rousseau, los padres fundadores estadounidenses, la escuela de Cambridge o filósofos más actuales como Michael Oakeshott y Quentin Skinner han construido sus doctrinas políticas influenciados por los valores del republicanismo o del imperialismo romano. Negar tal evidencia supone desdeñar la realidad histórica. Roma construyó un cuerpo institucional y político sin parangón que supo adaptarse, a veces pacíficamente, otras de forma violenta, a las transformaciones y al crecimiento imparable de su autoridad por el Mediterráneo. El paso de una pequeña e insalubre ciudad-estado italiana a uno de los mayores imperios no ha de encontrarse únicamente en la habilidad militar de sus dirigentes —hubo genios militares que lograron mayores proezas pero cuyo legado es hoy imperceptible—, sino en su equilibrada constitución política y en su extraordinaria organización administrativa.

El Catedrático de Derecho Romano de la Universidad de Valladolid, Francisco J. Andrés Santos, estudia en su obra Roma. Instituciones e ideologías políticas durante la República y el Imperio*, el legado político y las figuras más destacadas que construyeron o plasmaron en sus escritos los valores de la sociedad romana. Como explica el propio autor en la introducción de la obra, “A dar cuenta de las estructuras ideológicas y organizativas que están en la base de estos discursos medievales y modernos es a lo que se dirigen las páginas de este libro. En ellas se trata de presentar las doctrinas políticas contenidas en una serie de escritores romanos desde los inicios de la literatura latina (s. III a.C.) hasta la tardía Antigüedad, y los elementos históricos y constitucionales en que se hallan encuadrados”.

La obra de Francisco J. Andrés Santos, escrita con una prosa sencilla, clara y accesible, tiene distintas lecturas, todas ellas interconectadas. Se aborda tanto el desarrollo histórico de la República y el Imperio (no así de la Monarquía, de la que apenas contamos con información), como el pensamiento de las grandes figuras intelectuales romanas y los principios constitucionales que rigieron Roma a lo largo de su historia. Siguiendo una estructura cronológica, descubrimos las transformaciones que se producen en el seno de la sociedad y cómo la expansión romana conllevó una evolución de las instituciones para dar respuesta a una nueva realidad, no contemplada en los principios tradicionales de la pequeña ciudad-estado latina.

IDEOLOGIAS POLITICAS - FORO ROMANOLa República, como explica Francisco J. Andrés Santos, se asentaba, al menos en su etapa “clásica”, en tres instituciones fundamentales: el consejo, la asamblea popular y los magistrados, regidas por los principios de anualidad, colegialidad y continuidad. El equilibrio de poderes entre instituciones, la ausencia de un poder hegemónico y continuado que recayese sobre una sola persona, la participación activa de todos los hombres libres en las cuestiones de Estado y la importancia del Senado (“El Senado era el auténtico órgano de gobierno de la República romana; […] garantizaba la coherencia y la estabilidad necesaria para la supervivencia tanto exterior como interior de la República”) permitieron construir un sistema político sólido que logró imponerse, a pesar de las penalidades y peligros, a sus vecinos y expandirse por las costas mediterráneas.

Sin embargo, las disputas intestinas entre patricios y plebeyos, así como la articulación de un Imperio de facto obligaron a replantear muchos de los principios que hasta entonces habían regido la política romana. Las gestas militares y un cierto populismo provocaron que la primacía de la colectividad diese paso a la preeminencia de algunos individuos por encima de la urbe, lo que a la postre condujo a la supresión de tradiciones y normas largamente asentadas, como el respeto al cursus honorum o la anualidad en el desempeño de las magistraturas. Las reformas de los Graco, las dictaduras de Mario y Sila y el primer triunvirato socavaron la autoridad de la República y la sentenciaron a una muerte lenta y agónica, con guerras civiles y asesinatos de por medio.

No obstante la decadencia de la República, sus valores siguieron ensalzándose por los escritores de la época (e incluso posteriores). Francisco J. Andrés Santos analiza la importancia y el alcance de dichos valores y principios. En su trabajo destaca la relevancia concedida a la tradición (mos maiorum), a la libertas (“exclusión de todo dominio monocrático de un tirano sobre la comunidad, pero también del mando arbitrario de los magistrados”) y la auctoritas (“lo que da a la actuación jurídica de otro una plena eficacia jurídica, o bien, en sentido social, lo que da a la actuación social un determinado peso ‘incrementado’ en el espacio público”). También analiza a los pensadores que trataron estos principios constitucionales como Quinto Enio, Catón el Viejo o Salustio.

Especial mención requieren Polibio y Cicerón, sobre todo este último, a quienes el Catedrático de Derecho Romano dedica todo un capítulo de más de cien páginas para explicar sus postulados sobre la Constitución mixta romana y sus teorías políticas. Para el historiador griego, el orden político romano es el más cercano al sistema perfecto o ideal, en cuanto reúne las virtudes de los que existían previamente (monarquía, aristocracia y democracia) a la vez que evita caer en alguna de sus degeneraciones. En cuanto a Cicerón “fue el primer pensador político en afirmar inequívocamente que el objeto básico de todo Estado legítimo es la protección de la propiedad privada y el primero en ofrecer una concepción no ética de la finalidad esencial del Estado, de modo que no lo concibe —al contrario que Platón y Aristóteles— como un instrumento para la modelación del espíritu humano y la generación de ciudadanos virtuosos”. Cicerón “trató de dar respuesta a estos desafíos a través del análisis de aquellos elementos de la constitución tradicional que habían dado paz, estabilidad y expansión a Roma durante siglos, y el diagnóstico de las causas de su decadencia, con el fin de ofrecer vías de reconstrucción capaces de solucionar la crisis y dotar de nuevos cimientos al sistema republicano mediante una regeneración de su clase dirigente”.

Cicerón puede que fuese el último gran representante de una República que se apagaba, pero también colaboró con quienes asestaron las estocadas finales al sistema republicano. Julio César, Marco Antonio y Octavio fueron rebasando los límites constitucionales tradicionales y arrogándose mayores competencias y poder. Poco a poco se iría levantando el Imperio a través de un complejo imaginario político en el que se mantenía la artificialidad del respeto a las instituciones republicanas, al menos al principio. Augusto ideó la figura del Principado, que sus herederos continuarán, hasta que un par de siglos más tarde se asentó el Dominado. Aunque el régimen político establecido bajo el Imperio bien podría calificarse de “monarquía”, los emperadores se cuidaron mucho de no usar ese término, proscrito en la terminología política de Roma ya desde la República.

CICERON CATALINALa construcción ideológica del Imperio romano no fue homogénea, pues varió con el discurrir de los años y bajo la personalidad de cada emperador. Francisco J. Andrés Santos, tras hacer un breve repaso a los hitos más significativos de los cinco siglos que perduró el Imperio, se centra en los cambios sufridos por las instituciones romanas y las ideas políticas en torno a la organización del poder. Comienza su análisis con las consecuencias que trajo el establecimiento del Principado, cuando el recuerdo de la República todavía seguía vivo. Ovidio, Horacio, Tácito, Virgilio, Tito Livio o Elio Arístides mezclaron en sus escritos la añoranza por el espíritu republicano con la nueva realidad de Roma, encarnada en la figura de Augusto. A medida que el antiguo sistema político se desvanecía de la memoria y el Imperio se asentaba, empezaron a surgir intelectuales que construyeron un nuevo corpus ideológico. La teoría helenista de la monarquía empezó a ganar adeptos y figuras tan importantes como Séneca, Plinio el Joven, Marco Aurelio o Dión Casio comenzaron a debatir sobre el “príncipe ideal”.

Tras la muerte del emperador Alejandro Severo en el año 235 d.C. se abrió un periodo de gran inestabilidad que concluyó medio siglo después con la llegada al poder de Diocleciano y el establecimiento de la Tetrarquía. Aunque el nuevo modelo duró relativamente poco y las guerras por hacerse con la púrpura imperial se sucedieron, las reformas acometidas dieron algo de estabilidad al Imperio. A partir del siglo IV se establece lo que se conoce como el Dominado: “El emperador deja de ser un prínceps para convertirse en dominus y se sitúa por encima de todos los habitantes del Imperio, que pasan a ser súbditos”. Los testimonios que abordan este nuevo sistema son escasos, Francisco J. Andrés Santos estudia los escritos de Juliano el Apóstata, Amiano Marcelino y Símaco.

De forma paralela al establecimiento del Dominado, el cristianismo empieza su imparable expansión por el Imperio. Constantino otorga la libertad de culto en el año 313 d.C. mediante el Edicto de Milán, y Teodosio, medio siglo más tarde, la convierte en religión oficial del Estado, reconocimiento que, salvo altibajos, se mantendrá hasta la llegada de los bárbaros en Occidente y hasta la caída de Constantinopla en 1453, en Oriente. Como explica el Catedrático de Derecho Romano, “el ascenso del cristianismo implicaba la decadencia definitiva del culto imperial, pivote ideológico sobre el que se había asentado el poder político romano en el último período del Principado y, sobre todo, tras la reforma diocleciana, y, por tanto, se abría así un importante flanco a una grave crisis de legitimidad del sistema imperial que debía ser inmediatamente cubierto por una cuestión de supervivencia”. Los intelectuales cristianos tuvieron que idear un nuevo marco ideológico en el que convivieran sus creencias con las instituciones romanas. Autores como Eusebio de Cesarea, Juan Crisóstomo, Ambrosio o Jerónimo intentaron suplir las carencias de los evangelios en materia política y elaborar un nuevo discurso que culminará en la obra de Agustín de Hipona.

Existen muchos trabajos dedicados a estudiar la historia de la Roma antigua. Sin embargo, la bibliografía es mucho más exigua sobre los pilares ideológicos bajo los que se sostuvo durante casi un milenio. La obra de Francisco J. Andrés Santos es un fascinante estudio que aborda uno de los aspectos menos conocidos de la República y el Imperio, sus instituciones y la teoría política que, de forma consciente o inconsciente, plasmaron los grandes pensadores latinos. El recorrido que comienza con el despertar de la República y concluye con los estertores de un Imperio asediado y estéril nos descubre un debate acerca de las ideas y las tradiciones mucho vivo de lo que podamos creer. Es un corpus doctrinal que todavía hoy sentimos y del que bien podríamos aprender muchas cosas.

Francisco Javier Andrés Santos es Doctor en Derecho y Licenciado en Filología Clásica. Catedrático de Derecho Romano de la Universidad de Valladolid desde el 2008. Sus principales líneas de investigación son la historia de la recepción del Derecho romano en España, Europa y América y la historia de la teoría política. Sus trabajos más recientes son la edición, traducción y comentario (junto con Valeriano Yarza) del Libro V de las Etimologías de Isidoro de Sevilla.

*Publicado por la editorial Tecnos, noviembre 2015.