CSIC - INSTITUCIONES CENSORAS

Instituciones censoras. Nuevos acercamientos a la censura de los libros en la España de la Ilustración
VV.AA.

La censura es una de las más antiguas herramientas de control político. Nace al poco de que surgiese un poder articulado en las sociedades primitivas, pues todo dirigente había de desplegar, si quería frenar y ocultar las críticas, una intensa actividad represora. Ya sea por medio de amenazas, de coacciones o de violencia, o por medio de instrumentos más sutiles como el soborno, los soberanos (especialmente los tiranos) siempre han tratado de sojuzgar a las artes y a las letras, sabedores de los peligros que conllevan como modeladoras de las conciencias. La cultura ha tenido (y tiene) una capital importancia en la conformación de la identidad social y ha sido palanca y motor de las grandes transformaciones de la historia. Aunque las revoluciones requieren de la fuerza física para alcanzar sus fines —ninguna ha triunfado solo con el poder de las palabras— las ideas son las verdaderas promotoras de los cambios: sin un marco intelectual que lo respalde, cualquier alzamiento está condenado a fracasar.

La Ilustración supuso un renacer de la mentalidad europea. Se quitó el polvo a las estanterías y los salones se llenaron de refinadas conversaciones. El siglo XVIII fue un período extremadamente fértil para el desarrollo de la razón y las artes. Ahora bien, que se produjese un cierto aperturismo, no significa que la libertad reinase por doquier. El despotismo ilustrado imperante en aquella centuria fue más permisivo, pero no insensato, y mantuvo bajo un estricto control todo tipo de representación literaria y artística. No hemos de olvidar que las monarquías del Antiguo Régimen, por muy paternalistas que fuera, ahondaban sus raíces en un sistema absolutista. Hubo que esperar a la llegada del liberalismo (y ni tan siquiera entonces) para que los escritores fuesen dueños de su pluma y no tuviesen que pedir permiso para publicar lo que considerasen oportuno.

En España, la labor censora estaba centralizada en el Consejo de Castilla. Toda obra que se quisiera publicar había de tener el visto bueno de esta institución, sin cuya aquiescencia el autor podía olvidarse de ver su libro en circulación. Por muchos recursos que el Consejo tuviese, carecía de los medios y los conocimientos necesarios para controlarlo todo. Era inevitable, por lo tanto, que delegase sus funciones (aunque se reservase la decisión final) en otros organismos de su confianza. La obra colectiva Instituciones censoras. Nuevos acercamientos a la censura de los libros en la España de la Ilustración* explora el trabajo llevado a cabo por esas instituciones durante el Siglo de las Luces. Como explica Fernando Durán López, coordinador del libro, en su introducción, “En este volumen nos hemos propuesto indagar sobre esas otras instituciones censoras y de este modo descentralizar la mirada crítica y desviar por un momento aunque solo sea uno de los dos ojos de los investigadores —inconscientes censores modernos— de los polvorientos legados del Archivo Histórico Nacional para hacerlos mirar otros archivos y legajos aún más polvorientos […]. Allí se aloja la parte de la historia de la censura española del XVIII que no cuentan los chupatintas del Consejo, o que estos cuentan de manera sesgada. Allí se leen otros criterios, otras estrategias, otras inquietudes, al revisar los libros y al modelar sus palabras y sus ideas”.

En total son cuatro las instituciones analizadas: la Real Academia de la Historia (capítulo escrito por Eva Velasco Moreno), el Colegio de Abogados de Madrid (capítulo de Esteban Conde Naranjo), la Vicaría Eclesiástica de Madrid (capítulo de Fernando Durán López) y la Real Academia Española (capítulo firmado por Elena de Lorenzo Álvarez). A estos cuatro epígrafes hay que añadir otro, más genérico, sobre el trabajo del censor, a cargo de Víctor Pampliega Pedreira. Cada uno de ellos tiene como finalidad analizar la función de la respectiva institución y su encaje dentro del complejo aparato administrativo que era la censura durante la Ilustración. A lo largo de la obra se hace patente que la labor del censor terminó por convertirse en una tarea burocrática más dentro de la Administración borbónica. En aras de centralizarla y dotarla de mayor rigor, la Corona acudía a entidades especializadas, cuyo objetivo no era otro que agilizar el proceso y conferirle ciertas garantías, propiciando la intervención del conjunto de las élites políticas, docentes, religiosas y literarias del país.

INSTITUCIONES CENSORAS - JOVELLANOSJunto a las tradicionales prohibiciones de criticar a la Monarquía o a la Iglesia, en el siglo XVIII se exige un nuevo requisito a las obras publicadas: que sean útiles a la sociedad. Se expurgan los textos banales o que no aporten nada al conocimiento. La idea de modelar al pueblo mediante las letras es una de las grandes utopías ilustradas, cuya observancia queda lejos de consumarse. Con todo, era la voluntad del censor quien determinaba qué era y qué no era útil, juicio en el que fácilmente se mezclaban intereses o preferencias personales. Así lo expresa el profesor Durán López: “Desde el punto de vista conceptual, el giro más hondo en la censura a partir de mediados del XVIII reside en incorporar a la revisión de los manuscritos, no la mera exigencia negativa de no contravenir las leyes civiles, los principios de la Iglesia y la moral pública, sino la exigencia positiva de que los libros aprobados posean utilidad y calidad. […] A partir de un cierto momento esos preceptos vacíos son activados, dejan de ser un gesto amenazante y se implementan mediante lo que, con todo rigor y sin miedo al oxímoron, podemos denominar con otros autores, como María Luisa López Vidriero, la ‘censura ilustrada’”.

¿Quiénes fueron los censores de la Ilustración? A esta pregunta trata de dar respuesta Víctor Pampliega Pedreira en un capítulo introductorio cuyo título ya es de por sí elocuente: “Empleo oscuro y penoso. El trabajo del censor”. Sorprende ver entre los nombres citados como censores a Jovellanos o a Campomanes, además de a otras ilustres figuras del siglo XVIII. Su presencia viene a confirmar que la labor de censor no recaía en manos de personajes incultos, ruines o iletrados, cuya máxima aspiración fuera cribar cuantos más libros mejor. A pesar de la escasa o nula remuneración y de lo tedioso del trabajo, la censura era vista como una actividad necesaria dentro de la sociedad del XVIII, que se encomendaba a personas destacadas, con sólidos conocimientos en la materia. Sus conclusiones, por tanto, estaban revestidas de una auctoritas que el Consejo de Castilla tomaba muy en cuenta.

No vamos a detallar el quehacer de cada institución analizada en la obra, que contaban con sus propias peculiaridades conforme a sus características intrínsecas y a sus funciones. Ahora bien, todas ellas muestran ciertos rasgos homogéneos a la hora de acometer la censura. Los cuatro organismos solían actuar como entes colectivos (aunque la censura la hiciera una persona en concreto), que ofrecían una respuesta coral y más orgánica. El resultado de su labor no era vinculante, pero rara vez el Consejo revertía su decisión. Las materias solían entrelazarse y no siempre era fácil discernir quién debía realizar el trámite, especialmente cuando se entremezclaban la religión y la historia. En el reparto de tareas dentro de cada institución tampoco se seguían pautas preestablecidas. Por último, ninguna de ellas se mantuvo al margen de la política del Reino, y sus dictámenes iban dirigidos a reforzar el discurso que quería transmitir la Corona.

Podría parecer, a primera vista, que Instituciones censoras es un trabajo muy técnico, centrado en una cuestión excesivamente concreta y carente de interés general, pero se trataría de una impresión equivocada. Su lectura no reviste ninguna dificultad, ni se vuelve tediosa por las habituales referencias académicas. Su concreción tampoco es un inconveniente. Más allá del examen de expedientes y archivos, lo que hay detrás de los cinco capítulos que componen la obra es una visión de la Ilustración y de su forma de percibir el mundo de las letras. La censura, como se explica en la introducción, no tenía una finalidad purgativa, sino modeladora; quienes la llevaban a cabo creían hacer una necesaria labor pública, cuyo propósito era mejorar la sociedad. La obra, por tanto, no se limita a rastrear una labor tan antigua como la política, sino que refleja un entramado administrativo e intelectual “fundamental para que la Monarquía pudiera ejercer el control que deseaba sobre las obras publicadas, con lo que esto implicaba en una época en que la cultura impresa, por más elitista y minoritaria que fuese, era la única susceptible de modelar y modular los cambios en la vida colectiva”.

Fernando Durán López es profesor de Literatura Española en la Universidad de Cádiz, miembro del Grupo de Estudios del Siglo XVIII y codirector de Cuadernos de Ilustración y Romanticismo. Es experto en autobiografía, prensa, orígenes de la opinión pública y relaciones literarias entre España e Inglaterra. Víctor Pampliega Pedreira es doctor en Historia Moderna con la tesis Las redes de la censura. El Consejo de Castilla y la censura libraría en el siglo XVIII. Eva Velasco Moreno da clases de Historia del Pensamiento en la Universidad Rey Juan Carlos y ha publicado La Real Academia de la Historia en el siglo XVIII. Una institución de sociabilidad. Esteban Conde Naranjo es profesor de Historia del Derecho en la Universidad de Huelva. Elena de Lorenzo Álvarez ha editado las censuras de Jovellanos y es profesora de Literatura España en la Universidad de Oviedo.

*Publicado por la editorial CSIC, mayo 2016.