La fascinación que despierta el engaño en el hombre es casi tan antigua como el propio ser humano. La mayoría de los relatos míticos de las primeras civilizaciones cuentan con una (o muchas) leyenda en la que el protagonista se trasforma, disfraza u oculta. La mitología griega está repleta de este tipo de relatos: los dioses adoptan continuamente la figura de animales o personas para interactuar con los hombres. Y no sólo los dioses. En la Ilíada, por poner un ejemplo más terrenal, Patroclo muere a manos de Héctor, quien lo había confundido con Aquiles tras tomar aquél su armadura y hacerse pasar por el pélida. Al igual que en los relatos literarios, la historia es fecunda en casos de impostura o suplantación de personajes, desde muy antiguo. Ya en el año 522 a.C. tenemos constancia de que un sacerdote llamada Gautama dijo ser el rey persa Esmerdis (quien había sido asesinado un año antes por su hermano Cambises II) y llegó a gobernar durante varios meses el imperio medo. Tácito también nos informa de que hubo varios intentos de hacerse pasar por el emperador Nerón tras su muerte.
¿Qué lleva a un hombre a abandonar su propio yo y convertirse en una persona distinta? Necesidad, avaricia, ambición, pasión, intriga o locura son algunas de las razones que aparecen en la obra de Antonio Calvo Maturana, Impostores. Sombras en la España de las Luces*. Aunque el autor se centra en supuestos que tuvieron lugar en la España (y en menor medida en el continente europeo) del siglo XVIII, lo cierto es que sus reflexiones podrían extrapolarse a cualquier momento de nuestro pasado. Incluso hoy, con todos los avances técnicos de que disponemos, siguen produciéndose casos muy sonados. Resulta curioso cómo la sociedad no percibe estas actitudes en tono de amenaza sino, más bien, las admira. Tan sólo hace falta observar la repercusión de los últimos “farsantes” o el éxito de las películas de estafadores para comprobar que el engaño, si no afecta a personas desfavorecidas, cautiva al público.
Explica Antonio Calvo en la introducción de su obra que “Los diferentes episodios se estudian de manera científica (desde una perspectiva política, social y cultural), haciendo lo posible por no caer en lo meramente anecdótico y relajarse en lo legendario. Los mitos y leyendas también forman parte de la Historia y pueden resultar muy ilustradores siempre que se reconozcan como tales, puesto que surgen, sobreviven y se transforman, cumpliendo una función tanto para quienes los difunden como para quienes los reproducen”. Esta reflexión ilustra perfectamente la esencia del libro que reseñamos. Aunque el tema tratado bien podría degenerar en un compendio de chismes e historias vacías (algunas de ellas, por desgracia, empiezan a proliferar en gran número en las librerías, desplazando a trabajos más serios y necesarios), el autor logra darle un enfoque científico y riguroso cuyo resultado acaba por reflejar la sociedad de la Edad Moderna a través de los casos estudiados.
Antonio Calvo da dos definiciones de impostura: “La impostura es ante todo una trasgresión social, un atajo ante los obstáculos que presenta el camino de ascenso por la sociedad estamental” y “La impostura es, ante todo, una forma de representación, rodeada en todo momento de un fuerte componente teatral”. De este modo, estudiar el engaño implica forzosamente estudiar la propia sociedad pues el impostor ha de conocer el mundo en que se introduce si no quiere ser descubierto. Los casos del falso príncipe de Módena, de Francisco Mayoral (se hizo pasar por el arzobispo de Toledo) o Enriqueta Favez, por citar algunos supuestos tratados en la obra, no son sólo interesantes por sus notables andanzas (algunas verdaderamente sorprendentes), sino por su componente sociológico que nos desvela el funcionamiento y los resortes de la sociedad del Antiguo Régimen. Citando de nuevo al autor, “El impostor es un espejo de la sociedad en la que vive […]. Es por estos, porque el impostor solo tiene cabida dentro de la sociedad en la que vive, por lo que cada época tiene sus propios modelos de impostura”.
La estructura social de la España de la Ilustración era, y lo había sido durante todo el Antiguo Régimen, estamental. Difícilmente podía alguien de origen humilde alcanzar un puesto elevado en la Administración o en la Corte. La nobleza copaba los resortes del poder y aunque existieron casos de ascensos fulgurantes (Godoy es una buena prueba de ello) eran una minoría. De ahí que las suplantaciones de identidad o el simple engaño nos den pistas para comprender la mentalidad de la época. En el caso del falso príncipe de Módena, por ejemplo, a pesar de que existían sólidas sospechas del embuste, las autoridades de Sevilla le trataron con respeto en todo momento por miedo a equivocarse y agraviar a un noble, tales eran las dudas que originaban las buenas maneras del impostor, propias de una persona cultivada.
El libro no recoge únicamente casos de simulación de pertenencia a las clases altas. Aborda también las imposturas relacionadas con la religión, las peripecias de espías, aventureros y conspiradores, contiene un análisis sobre travestidos (con mayor atención a mujeres que se hacen pasar por hombres) y un estudio sobre las personas que volvían tras años de ausencia. Obviamente, las motivaciones existentes tras cada supuesto divergen: el interés de Jorge Juan al espiar los astilleros ingleses poco tenía que ver con el del viajero, conspirador y explorador “Ali Bey” o con los de María Mencía cuando se vestía y actuaba como un hombre. Eso sí, todos tenían en común su “impostura”.
Antonio Calvo analiza numerosos casos, con mayor o menor extensión, utilizando como fuente principal los expedientes judiciales. Resulta obvio que sólo han trascendido aquellos en los que se aprehendió al farsante y pocos testimonios escritos proceden de los propios embaucadores. Una vez desvelado el embuste, lo normal era juzgar al individuo. La ruptura del equilibrio social que conllevaba la impostura provocó que las autoridades se tomasen en serio estos pleitos, aunque las sentencias rara vez impusieron penas excesivamente severas: la decisión más habitual era el destierro o el encarcelamiento.
En la obra también se analiza (el primer capítulo está por entero dedicado a esta materia) la legislación promulgada en la época para evitar la impostura y el engaño. En palabras de Antonio Calvo, “Para conocer los márgenes de la ley, es importante conocer la ley misma, así como las convenciones sociales que la dictaban y a los legisladores que la copiaban”. En reiteradas ocasiones el gobierno trató de regular la vestimenta y las apariencias –no olvidemos que una de las causas del motín de Esquilache fue el decreto que prohibía el uso de la capa larga y el chambergo, en cuanto favorecían el anonimato– y limitar el uso de disfraces y máscaras. Asimismo, se intentó introducir el pasaporte (o al menos extender su uso) y aumentar las medidas de identificación y registro de los ciudadanos. Los motivos no diferían mucho de los actuales: la seguridad, la recaudación de impuestos o el reclutamiento militar.
Existen numerosos recursos para conocer la sociedad española del siglo de las Luces. Antonio Calvo Maturana nos ofrece con su obra un original y entretenido medio para acercarnos a los últimos años del Antiguo Régimen. Paradójicamente, al estudiar las personas que intentaron trasgredir las normas y el equilibrio establecido descubrimos cuáles eran los principios y cánones que regían la vida durante la incipiente ilustración española. La impostura, siempre presente en la historia del ser humano, termina por ser tan (o incluso más) verosímil que la propia realidad.
*Publicado por Ediciones Cátedra, mayo 2015.