UNIVERSIDAD DE ZARAGOZA - IGLESIA Y ESTADO

Iglesia y Estado. Teorías políticas y relaciones de poder en tiempo de Bonifacio VIII y Juan XXII
VV.AA.

Si quisiéramos identificar tres sucesos relevantes de la Europa del siglo XIV, probablemente tendríamos que pararnos a pensar, y no sería fácil enunciarlos. La Edad Media es la gran asignatura pendiente de la divulgación histórica. Sabemos poco y mal de aquella época, un tanto incomprendida. Predominan, por desgracia, los estereotipos (suele ser un comentario habitual en las reseñas sobre libros de este periodo), frente a los que se ha de destacar que no predominó la ignorancia, ni fue un retroceso en la sabiduría general, ni la oscuridad se instaló en la sociedad occidental. Por supuesto, el hundimiento del Imperio romano y de sus estructuras políticas y sociales provocó caos y desórdenes, pero no tardaron en aparecer nuevas fuerzas cohesionadoras y dirigentes capaces, que pusieron orden en la incipiente anarquía. Como ha sucedido a lo largo de la historia, desparecieron unas y surgieron otras nuevas instituciones, poderes, ideas, formas de gobierno e, incluso, religiones. Los reinos y las ciudades europeas fueron progresivamente transformándose hasta adoptar una personalidad propia, que, sin olvidar el legado de Roma, planteó nuevos desafíos y querellas.

Los dos grandes protagonistas de la Baja Edad Media fueron el Imperio y el Papado. El Sacro Imperio Romano Germánico, inspirado en el Imperio carolingio del que adoptó varios atributos, se fundó en el año 962 d.C. de la mano de Otón I. Se disolvería nueve siglos más tarde, en 1806, derrotado por Napoleón. Desde su creación, se convirtió en la entidad predominante de Europa central y el Emperador era la autoridad no religiosa más importante del mundo occidental, aunque el control que ejercía sobre los territorios bajo su tutela no era absoluto. Por su parte, el Papado fue asentando su poder, no solo moral sino también territorial, al ampliar su área de influencia a las regiones colindantes de Roma. El cristianismo se había consolidado definitivamente, a pesar de las herejías y de los cismas internos, lo que permitió al Sumo Pontífice ejercer como líder espiritual del continente, a la vez que su potestad, en cuanto cabeza visible de la Iglesia, devino incontestable. Cuando dos fuerzas opuestas intentan ocupar el mismo espacio, las fricciones y los choques se hacen inevitables. Así sucedió entre estas dos centenarias instituciones.

A principios del siglo XIV, las relaciones, ya de por si complicadas, entre el Papa y el Emperador se agriaron y estalló el conflicto. Las disputas se acentuaron por la aparición de nuevos protagonistas que empezaban a adquirir relevancia internacional, entre ellos el rey de Francia. Excomulgaciones, destituciones, intrigas, ejecuciones… Unos y otros utilizaron todo su capital político y su influencia para imponer su hegemonía sobre el adversario. Se generó, además, un debate de fuerte carga doctrinal en el que intervinieron los intelectuales más relevantes de la época.

Bernardo Bayona Aznar y José Antonio de Camargo Rodrigues de Souza coordinan la obra colectiva Iglesia y Estado. Teorías políticas y relaciones de poder en tiempo de Bonifacio VIII y Juan XXII*, cuyo objetivo, como explican los propios autores, es estudiar “[…] la relación entre los dos poderes medievales, el espiritual y el temporal, y versa sobre las ideas, doctrinas o teorías, surgidas en dos momentos especialmente intensos, que son el pontificado de Bonifacio VIII y el de Juan XXII, unas décadas después. En los cuarenta años que median entre la elección del papa Bonifacio VIII (1294) y la muerte de Juan XXII (1334) se produjo el mayor debate sobre la teoría política de la Edad Media, entre los defensores del supremo poder papal y los partidarios de la autonomía del poder laico frente al eclesiástico, al servicio de Felipe IV de Francia y del emperador Luis IV”.

La forma que tienen los autores de abordar este periodo es original: dejan que los propios documentos, contemporáneos de las querellas investigadas, ilustren las posiciones en liza. Con este propósito, recuperan textos del siglo XIV poco conocidos y estudiados, traduciéndolos y haciendo una valoración académica sobre su contenido, su estructura y su relevancia. Entre los analizados se hallan algunos anónimos (o cuyo autor es de difícil identificación) y otros redactados por reputados personajes como Marsilio de Padua, Santiago de Viterbo, Francisco de Mayronis o Guiu Terrera.

El alto grado de especialización de las cuestiones tratadas determinará, probablemente, que la recepción del libro no sea muy extensa. Sin embargo, los autores no tratan de limitar su difusión a algunos expertos, sino que se proponen “facilitar a los licenciados, estudiantes de máster y doctorandos en ciencias humanas en general, el acceso en la lengua vernácula […], en una forma simple, sin análisis exhaustivos ni comentarios eruditos, a fin de que sean ellos mismos quienes se inicien en la lectura directa y puedan luego avanzar en sus investigaciones. Por tanto, este libro está concebido a modo de herramienta”. Con este propósito, al final de cada capítulo ofrecen algunas sugerencias sobre posibles vías de investigación para quien esté interesado en la materia.

Los papados de Bonifacio VIII y Juan XXII sirven como eje del libro. El primer bloque se centra en la disputa entre Bonifacio y el rey francés, Felipe IV el Hermoso, sobre si el monarca galo podía cobrar impuestos a la Iglesia (medida prohibida por el IV Concilio de Letrán en 1206 y castigada con la excomunión). Más allá de la desavenencia tributaria, se hallaba el trascendental debate sobre el alcance de los poderes temporales y espirituales. La querella fue escalando y en ella, junto a los hombres de armas y los diplomáticos, participaron las mentes más lúcidas del momento. Las universidades y el conjunto de órdenes religiosas, además de posicionarse a favor de un bando o de otro, generaron una intensa polémica que trasciende lo meramente causal para construir una nueva doctrina política (algunas de estas aportaciones están recogidas en el libro). Triunfó Felipe IV y, a la muerte de Bonifacio y tras el breve pontificado de Benedicto XI, Clemente V (arzobispo de Burdeos) trasladó la sede papal a Aviñón.

El papado de Juan XXII fue igual de convulso. Su participación en el conflicto sucesorio del Sacro Imperio le llevó a proclamarse “regente” del Imperio mientras no se solucionase la disputa entre los dos aspirantes. Tras la victoria de Luis IV de Baviera, el Papa se negó a reconocerle como emperador, a lo que el alemán respondió deponiéndolo e invadiendo Italia. A los problemas militares se añadieron otros de naturaleza teológica. Una corriente de los franciscanos, los llamados “espirituales”, defendió un ideal de pobreza absoluta alegando que tanto Jesús como sus discípulos carecieron de posesiones; su líder, Miguel de Cesena, se negó a someterse a la autoridad papal y huyó al lado de Luis IV. En el libro se recogen los principales instrumentos utilizados por el Papa y por el emperador para justificar sus posiciones, además de plantear interesantes debates sobre la concepción política y el poder.

Concluimos con la reflexión que el profesor de la Universidad de Padua, Gregorio Piaia, realiza en el prólogo de la obra: “Y, sin embargo, esta recopilación de escritos menores, debidos a autores en buena parte anónimos, nos hace comprender mejor, al abrigo de anticipaciones tan presuntas como engañosas, las implicaciones doctrinales del choque entre los grandes poderes enfrentados, que caracterizó los últimos años del Duecento y las primeras décadas del siglo XIV. De una parte, la Iglesia-institución que, después de haber contribuido de manera esencial a la edificación de la civilización medieval, o sea, de la societas christiana, reivindica una supremacía política además de espiritual, pero que, al mismo tiempo, está ya próxima a una crisis de largo plazo que culminará en la Reforma. En el lado opuesto, el impulso para constituir Estados nacionales, a los que debía adaptarse también el Sacro Imperio Romano, y que se traduce en la reivindicación de la plena autonomía de la potestas saecularis, que conduciría finalmente a las degeneraciones de la ‘estatolatría’. En las batallas doctrinales revividas en este libro se encuentran también el origen de la modernidad en sentido fuerte, con sus progresos y sus conquistas, con sus ambigüedades y sus paradojas, con sus grandezas y sus horrores”.

Bernardo Bayona Aznar es doctor en Filosofía, con Premio extraordinario, por la Universidad de Alcalá. Graduado en Teología por la Universidad Gregoriana de Roma y profesor de Filosofía en el Instituto Goya, en la Universidad de Zaragoza y en la UNED. Es autor de libros y artículos sobre filosofía política medieval y relaciones entre la Iglesia y el Estado: Marsilio de Padua (2011); El origen del Estado laico desde la Baja Edad Media (2009); y Religión y poder. Marsilio de Padua: ¿La primera teoría laica del poder? (2007). José Antonio de Camargo Rodrigues de Souza es Doctor en Historia por la Universidad de São Paulo (1980) y en Filosofía por la Universidad Nova de Lisboa (2001). Investigador del Instituto de Filosofía de la Universidad de Oporto, profesor de la Universidad Federal de Goiás (Brasil) y fundador y presidente de la Sociedad Brasileña de Filosofía Medieval (1981-1990), es autor de numerosas publicaciones sobre filosofía política medieval y relaciones entre el poder civil y eclesiástico, en particular, sobre las obras de Ockham, Marsilio de Padua y Álvaro Pelayo

*Publicado por Prensas de la Universidad de Zaragoza, junio 2016.