Hora Zero. La inteligencia británica en España durante la Segunda Guerra Mundial
Emilio Grandío Seoane

Para buena parte de los historiadores, la Guerra Civil española fue la antesala, o el ensayo preliminar, de la Segunda Guerra Mundial. Las potencias europeas se alinearon con la República o con los sublevados en función de sus propias afinidades e intereses y no se ha zanjado aún el debate historiográfico sobre la influencia, determinante o menos, que tuvieron sus respectivas aportaciones en el devenir de la contienda. Hay un cierto consenso a la hora de afirmar que el apoyo germano e italiano fue más explícito e intenso que el de las futuras potencias aliadas (Inglaterra, Francia y la Unión Soviética). Británicos y galos intentaron atenerse a su compromiso de no intervención y fueron más renuentes a involucrarse directa o indirectamente en la contienda. En cualquier caso, la España de aquellos años fue un hervidero de espías, intrigas y conspiraciones en el que las naciones europeas buscaban posicionarse y controlar la situación, con la vista puesta en la importancia estratégica que ocuparía la Península Ibérica una vez que estallase la nueva guerra mundial.

La relación entre España e Inglaterra ha fluctuado con el paso del tiempo: ambas naciones o han estado enfrentadas o han estado unidas contra un enemigo común. De enemigos acérrimos pasaban a convertirse en fraternales aliados, dependiendo del momento. Junto a las de París, Roma y Viena, Londres era una de las embajadas españolas más codiciadas e importantes. La ocupación de Gibraltar, al margen de otros conflictos (normalmente conectados con el comercio), provocaba que la actividad diplomática entre los dos países fuera muy intensa. Y es bien sabido que allí donde hay diplomacia e intereses políticos, aparecen espías y servicios de inteligencia para recabar la información que las embajadas, por sí solas, no pueden alcanzar. Hay casos muy conocidos de espionaje en la Edad Moderna, incluso con intentos de asesinatos por medio, en las Cortes española e inglesa.

Durante la Guerra Civil y en los años posteriores, la posición de Gran Bretaña respecto a Franco fue ambivalente. Frente a la crítica u oposición que se quería transmitir a la opinión pública, la valoración que se tenía en la cancillería británica era más matizada y no exenta de cierta simpatía en determinados círculos anticomunistas. Como España era un centro estratégico para controlar el Mediterráneo, los ingleses tenían un evidente interés en la política hispana. La Segunda Guerra Mundial incrementó esta inclinación y obligó al gobierno británico a prestar mayor atención a cuanto sucedía en la Península, sin excluir medidas más drásticas llegado el caso.

El profesor Emilio Grandío Seoane analiza la actividad desarrollada, durante la contienda mundial, por la diplomacia y el espionaje inglés en España en Hora Zero. La inteligencia británica en España durante la Segunda Guerra Mundial*. En sus palabras, “durante la Segunda Guerra Mundial la península ibérica jugó un papel estratégico fundamental. La participación directa de España en el conflicto a favor del Eje habría permitido a los submarinos alemanes en el Atlántico una superioridad notable. Las rutas hacia el sur de Europa y África habrían quedado totalmente rotas. La ambigüedad del régimen del general Franco, en busca de sus propios objetivos jugando a dos aguas, facilitó que Gran Bretaña intentara cierta solución a la posición preminente de la Mariana alemana durante mucho tiempo en este espacio”. Y añade: “Las redes británicas comenzaron a desarrollarse especialmente desde el verano de 1940 en la península ibérica en el momento en que resultó absolutamente necesario movilizar todas las fuerzas ante un Tercer Reich que llega literalmente a las costas británicas y se requiere un esfuerzo suplementario para derrotarlo”.

La obra de Emilio Grandío se centra en recoger, por un lado, la cambiante y compleja relación entre Madrid y Londres; y, por otro, los intentos ingleses para desarrollar una red clandestina que, en caso de invasión, pudiese realizar operaciones de sabotaje e infiltración. En realidad, ambos propósitos se entrecruzaban, lo que conduce al autor a analizar hasta qué punto la embajada conocía la puesta en funcionamiento de esos grupos clandestinos.

Como ya hemos apuntado, la posición estratégica de España resultaba clave para las fuerzas en liza durante la Segunda Guerra Mundial. De ahí que a lo largo del libro sobrevuele la idea de una eventual invasión de la Península Ibérica. Esta posibilidad se barajó en determinados momentos del conflicto, en función de cómo evolucionaba la contienda. En una primera fase, la principal amenaza era una incursión alemana que permitiera controlar el estrecho de Gibraltar, imposibilitando el acceso al Mediterráneo de las fuerzas angloestadounidenses. A medida que avanzaba la guerra, la opción de un desembarco aliado ganó enteros (es lo que se conoce como la Hora Zero, fijada el 8 de octubre de 1943). El régimen de Franco, todavía muy debilitado tras la Guerra Civil, tuvo que hacer juegos malabares para mantener la neutralidad y evitar que unos u otros llevasen a cabos sus proyectos de controlar nuestro país.

La diplomacia inglesa, con el embajador Samuel Hoare a la cabeza, hubo de lidiar con un difícil equilibrio: tenía que presionar a Franco y, al mismo tiempo, atraérselo para que no se lanzase a los brazos alemanes. Hoare, antiguo ministro de Marina, ocupa un lugar destacado en el libro, pues desempeñó su cargo diplomático entre 1940 y 1944: sobre él pivotaron todas las iniciativas que se produjeron en aquellos años (como, por ejemplo, la trascendental reunión que tuvo con Franco en el Pazo de Meirás, en el verano de 1943). El general español acabó siendo un mal menor, ya que los británicos no veían otra alternativa

Emilio Grandío estructura su trabajo con arreglo a un eje cronológico. En su introducción explora las relaciones anglo-españolas antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial, reflejando la ambivalencia con la que se trató a las fuerzas sublevadas durante la Guerra Civil. Aborda, a continuación, la formación de la red de inteligencia que hubo de montarse, casi de la nada, en los comienzos de la contienda y más tarde, en los cinco capítulos siguientes, repasa los principales hitos del cambiante trato entre España e Inglaterra.

El primer capítulo, referido al inicio de la Guerra Mundial, versa sobre la creación de la Special Operations Executive para llevar a cabo acciones de reconocimiento militar y sabotaje en España. El segundo tiene como telón de fondo la amenaza de invasión, en la primavera de 1941, y analiza la expansión de la red y la previsión de una invasión aliada del norte de España en 1942. El tercero se centra en el año decisivo de 1943, “el año más complicado de Franco”. El cuarto trata de las relaciones del régimen de Franco con los aliados y la caída de los servicios de información de estos. El último capítulo, titulado “España cambia de bando (1944-1945)” analiza no solo la actividad de los servicios de inteligencia, sino también la actitud del régimen de Franco al final de la guerra.

Concluimos con esta reflexión del autor en las últimas páginas del libro: “A la vista de los acontecimientos ocurridos en los años de la Segunda Guerra Mundial y en los momentos finales de los años treinta, parece como si Inglaterra fuera el regulador que enfoca la situación interior española, presionando cuando es necesario o dejando hacer en su momento. Tras el final de la Segunda Guerra Mundial, era evidente que se necesitaba de un aliado del mundo occidental que controlara la entrada del estrecho mediterráneo”.

Emilio Grandío Seoane es profesor titular de Historia Contemporánea en la Universidad de Santiago de Compostela. Sus líneas prioritarias de investigación giran en torno a la historia política y social desde la II República hasta la Transición democrática, los movimientos fascistas y la derecha conservadora.

*Publicado por Cátedra Ediciones, abril 2021.