Desde que el hombre tiene uso de razón se ha interesado por todo lo que le rodea. La curiosidad por lo desconocido le ha empujado a explorar su entorno y a buscar una explicación a los fenómenos naturales a su alcance. No es de extrañar, por eso, que todas las civilizaciones hayan elucubrado sobre unos misteriosos puntos de luz que brillan en el cielo por las noches, o sobre el astro incandescente que, día sí y día también, aparece por levante y se esconde por poniente. Su presencia ha generado respuestas de todo tipo, muchas de ellas auspiciadas por la fantasía y la mitología, otras asentadas en la razón y en la observación, más que en creencias religiosas. Aun cuando casi todas estuvieran equivocadas y se alejaran considerablemente de la realidad, tenían en común la voluntad de comprender algo que se escapaba al conocimiento de los sentidos.
Todavía hoy, con los instrumentos más avanzados, con una ciencia increíblemente desarrollada y con miles de expertos, desconocemos mucho más de lo que sabemos con certeza. Hemos abandonado las erróneas teorías en boga durante centurias, pero cada nuevo hallazgo sigue suscitando interrogantes. Continuamos en un universo de conjeturas e hipótesis. Si, hace siglos, el hombre solo contaba con sus ojos y su razonamiento para dar una explicación plausible, hoy las naves espaciales, las sondas y los telescopios cada vez más potentes le facilitan la tarea. No obstante, nos queda mucho por descubrir y ese vacío de saber, como sucedía a nuestros antepasados, nos impulsa a continuar nuestra exploración. Si es fascinante seguir los avances astronómicos que se publican en la prensa, también lo es adentrarnos en la historia de la astronomía y descubrir cómo el ser humano ha luchado por desentrañar lo desconocido.
Este es el propósito del astrofísico Tommaso Maccacaro y del medievalista Claudio M. Tartari en Historia del dónde. En busca de los confines del mundo*, un relato de la sempiterna conquista de los límites de lo conocido. Así exponen los autores, en la introducción del libro, su finalidad: “El objetivo de las siguientes páginas es precisamente esbozar el recorrido del pensamiento humano en lo referente a la percepción del entorno que nos rodea, desarrollando la siguiente idea fundamental: que repetida y sistemáticamente, la medición del espacio, es decir, del «mundo», nos ha ido revelando una realidad cada vez más grande y compleja de lo que pensábamos, y nos ha ido mostrando que los confines estaban más lejos, que había algo más allá. Ha sido un poco como explorar una vivienda enorme y descubrir por azar una puerta oculta en la tapicería; al abrirla, descubrimos una nueva ala de la vivienda antes desconocida. Después encontramos las escaleras, comprendemos que hay pisos superiores e inferiores inesperados y, por último, al llegar a una ventana, vemos otros edificios alrededor cuya existencia no imaginábamos. Y así sucesivamente”.
En los últimos años, la oferta editorial sobre divulgación científica ha aumentado considerablemente. Debido, en gran medida, al interés de un número cada vez mayor de lectores, en cualquier librería se pueden encontrar trabajos sobre física cuántica, números primos, simetría, multiversos, teoría de cuerdas, agujeros negros…. La obra de Tommaso Maccacaro y Claudio M. Tartari se enmarca en esta tendencia, haciéndolo desde un punto de vista eminentemente histórico. En apenas 160 páginas, los autores hacen un somero repaso de los grandes hitos de la “investigación” sobre el universo y de las conjeturas que sucesivos pensadores o civilizaciones han dado sobre su significado. El punto de partida se sitúa en la prehistoria y el punto final (más bien, el punto y seguido), en los descubrimientos más recientes.
La percepción del mundo con el paso del tiempo ha sufrido una evolución admirable. Hace diez mil años (un suspiro en la historia de la humanidad), el hombre empezó a ser consciente de las distancias y de que habitaba un territorio más amplio de lo que cabía imaginar. Poco a poco, fue tomando conciencia de la “inmensidad” de la Tierra, a la vez que hacía cábalas sobre el cielo. Algunas de estas “cábalas”, realizadas por filósofos o matemáticos de la Antigüedad sin apenas medios, se acercaban a lo que hoy sabemos, aunque no eran sino reflexiones teóricas imposibles de verificar en aquel momento. Filolao de Crotona, Eratóstenes, Aristarco de Samos o Seleuco de Babilonia son algunos de los personajes que transitan por los primeros capítulos del libro, la mayoría de ellos eclipsados por Ptolomeo, cuyos postulados se impusieron durante las centurias siguientes.
Habrá que esperar al Renacimiento y a la Edad Moderna para que se produzca un nuevo impulso. El desarrollo de la navegación y el descubrimiento de nuevos continentes ampliaron el horizonte conocido y los avances científicos y teóricos permitieron ver con otros ojos el firmamento. Copérnico, Galileo, Nicolás de Cusa, Kepler… fueron los verdaderos pioneros de la astronomía. A partir del siglo XVII los avances se suceden a un ritmo vertiginoso y, poco a poco, preguntas sin respuesta durante siglos empiezan a resolverse. La fantasía da paso a la ciencia para entender el cosmos. Tommaso Maccacaro y Claudio M. Tartari explican con detalle el colosal cambio de paradigma que se produce en aquellos siglos y cómo estos descubrimientos desembocan en el siglo XX. Llegados a este punto, la historia se transforma en crónica para dar cuenta de los últimos hallazgos y los nuevos interrogantes que plantean.
A quienes de pequeños se quedaban embobados viendo las estrellas, este libro les fascinará. Les invitará, además, a alzar los ojos con una nueva mirada y con mayor curiosidad. Quien no sea tan aficionado podrá igualmente disfrutarlo, pues nos ayuda a entender la idea que el hombre se ha ido haciendo de los límites de lo explorado a lo largo de la historia. Con un marcado carácter divulgativo, Tommaso Maccacaro y Claudio M. Tartari nos invitan a recorrer el pasado, el presente y el futuro del universo conocido (o que está por conocer).
Concluimos con esta reflexión de los autores sobre el sentido de su obra y los retos que están por venir: “Conforme nos vamos acercando a nuestros días, el ritmo de crecimiento de los conocimientos se vuelve frenético y conduce a una paradoja. ¿Qué es lo que aumenta con más rapidez? ¿El conocimiento o la con-ciencia de lo desconocido? Las cosas nuevas que vamos descubriendo y que debemos estudiar y comprender parecen cuantitativamente más que las que ya hemos comprendido. Podemos imaginarnos el conocimiento como una fracción matemática (la relación entre lo que ya sabemos y lo que sabemos que existe pero que todavía debemos comprender). Nuestra labor de investigación de los «confines» y de los contenidos implica que aumente el numerador (lo que sabemos), pero también que aumente sobre todo el denominador (lo que sabemos que no sabemos y que debemos comprender). Así pues, la fracción se vuelve cada vez más pequeña. Sin ninguna presunción, como las que alimentaban los pensadores positivistas, podemos en cualquier caso seguir investigando, con la estimulante certeza de que, mientras haya una mente pensante, la conciencia de la ignorancia no dejará de aumentar. Esta es la paradoja del conocimiento”.
Tommaso Maccacaro (Pavía 1951), astrofísico, ha trabajado en Italia, Inglaterra y Estados Unidos, y publicado numerosos trabajos en revistas internacionales. Ha desempeñado diversos cargos de gestión y organización de la investigación, presidiendo diferentes comités científicos del ESO (European Southern Observatory) y de la ESA (European Space Agency). Desde hace algunos años se ha volcado en la divulgación científica. Claudio M. Tartari (Milán, 1951), licenciado en Historia Medieval por la Universidad de Milán, ha sido director de una biblioteca histórico-jurídica de Milán y ha publicado más de veinte libros de historia relacionados con Lombardía.
*Publicado por la editorial Siruela, marzo 2019. Traducción de Mercedes Corral.