Decía Dostoievski en las últimas páginas de Los hermanos Karamázov «¡No, señores jurados, otros países tienen Hamlets, nosotros por ahora tenemos Karamázov!«. Quienes hayan leído el libro comprenderán la dureza de la descripción de Dostoievski. Rusia es un país desconocido para la inmensa mayoría y, más allá de algunos estereotipos y tópicos, muchos de ellos todavía asociados al comunismo, pocos conocen su pasado. Tras décadas de dictadura soviética el recuerdo que hoy se tiene de su historia es más bien difuso, debido en gran parte al intento de la nomenclatura por homogenizar la cultura y borrar las huellas del pasado ajenas al ideal comunista. Como dice Paul Bushkovitch en el prólogo de su Historia de Rusia*: «No obstante, fuera de sus fronteras, [Rusia] ha representado una idea, no un lugar – una idea acerca del socialismo –
La caída de la URSS ha obligado a Rusia a recuperar sus tradiciones y su personalidad secuestradas durante años por el Partido (y en muchos casos olvidadas). El resultado ha sido la aparición de un ferviente nacionalismo que hoy dirige la política del país, apoyado en unos valores supuestamente comunes a todos los rusos y extraídos de su historia. Pero ¿cuál ha sido realmente la historia de Rusia? La obra de Bushkovitch trata de dar respuesta a esta difícil pregunta.
Lo primero que hay que tener presente es que las fronteras, tal como se entienden actualmente, son una realidad reciente y de difícil aplicación para el estudio del pasado ruso. Las vastas extensiones de terreno, una sucesión de bosques y estepas interminables, hacen imposible delimitar físicamente el contorno histórico del país. Hay que añadir, además, que el pueblo ruso no forma un grupo homogéneo sino que está integrado por diversas etnias y razas (muchas de ellas nómadas), con sus propias peculiaridades e incluso con lenguas distintas. Por lo tanto, para comprender su historia es preciso abandonar las concepciones clásicas de nación o Estado y afrontar la lectura del libro de Bushkovitch sin ideas preconcebidas.
El autor fija el inicio de la historia rusa en el proto-
Hasta el siglo XIII el Rus de Kiev va a ser un hervidero de intrigas y luchas dinásticas que verá aparecer principados pseudo-
Un siglo tardó en recuperarse la nobleza rusa y hacer frente a la invasión mongol. El Principado de Moscú, verdadero germen de la actual Rusia, consiguió consolidarse y dejar de ser un conglomerado de príncipes emparentados. Para Bushkovitch el momento crucial llegó bajo el reinado de Iván III en el año 1478 cuando se anexionó la ciudad de Nóvgorod. Las estructuras de Estado empezaron a implantarse, como lo hizo la autoridad del zar, apelativo acuñado bajo el reinado de Iván el Terrible cuyo origen proviene del nombre popular que daban los esclavos a los emperadores romanos y bizantinos, pero también del término ruso para David y Salomón en el Antiguo Testamento eslavo. A partir de entonces los nuevos enemigos ya no serán los kanatos sino el Imperio Otomano al sur y Polonia y Lituania al oeste. La muerte de Iván el Terrible provocó el regreso de las luchas intestinas por hacerse con el poder, en lo que se ha denominado el Período Tumultuoso concluido con la coronación de la familia Romanov.
La llegada al trono de Pedro el Grande en 1689 supuso la mayor transformación del Estado ruso hasta la Revolución de 1917. El gobierno tradicional de los zares se convirtió en una variante de la monarquía europea y se dio un impulso trascendental a la cultura, con San Petersburgo como nueva capital del reino. Rusia empezó a intervenir en los asuntos europeos y a ser considerada una potencia más a tener en cuenta, pues sus dominios se extendían desde el este europeo hasta el Pacífico. En el siglo XVIII Rusia es ya un vasto imperio gobernando por dos emperatrices, Isabel y Catalina la Grande.
Tras finalizar el relato del reinado de Catalina la Grande en 1825 Bushkovitch cambia el ritmo de su obra, hasta ese momento centrada en analizar la evolución del Estado ruso y la consolidación del poder central en la figura del príncipe o del zar. La Rusia que nos mostraba era un país gobernado por una nobleza muy poderosa y conservadora cuyo campesinado estaba reducido, en gran parte, a la servidumbre. La Iglesia ortodoxa, igual de conservadora, jugaba un papel más que destacado en el entramado político y administrativo del Imperio y la multiplicidad de nacionalidades y pueblo obligaban a prestar atención a las reivindicaciones locales. En ese escenario, y he aquí lo sorprendente, los grandes reformistas fueron los propios zares, quienes buscaron modernizar su país y dotarle de una estructura similar a la europea, a cuyo fin no dudarán en acudir al consejo de extranjeros y en introducir las formas de comportamiento occidental en la Corte o impulsar las artes.
En el siglo XIX, no obstante, todo cambia y así lo refleja Bushkovitch. Asustados por la creciente influencia de los movimientos liberales y revolucionarios, las medidas adoptadas en estos años van desde las más reformistas (abolición de la servidumbre) al mantenimiento de la autocracia (reinado de Nicolás II). Las reformas adoptadas en los siglos anteriores y el buen estado de la economía rusa, que permitió la aparición de un incipiente capitalismo, hicieron posible el florecimiento de las grandes urbes y la creación de instituciones educativas muy avanzadas. El siglo XIX es, según Bushkovitch, la Edad de Oro de la cultura rusa gracias a Tolstoi, Turguénev, Chaikovski, Rimski-
Las ciudades fueron el epicentro de todos estos movimientos entre los que destacan las posiciones radicales, próximas al nihilismo, que adoptaron jóvenes intelectuales algunos de los cuales no dudaron en utilizar técnicas terroristas para desestabilizar al país. En uno de estos ataques asesinaron al zar Alejandro II. Bushkovitch analiza las corrientes políticas más influyentes y relata cómo comienza la infiltración y expansión del socialismo.
La entrada en el siglo XX supondrá el segundo gran hito en la historia rusa que describe el autor, sólo comparable al reinado de Pedro el Grande. La humillante derrota sufrida a manos de los japoneses en Manchuria, la Primera Guerra Mundial y la ascendiente influencia de las ideas socialistas entre los trabajadores rusos van a culminar en la Revolución de 1917. Previamente, en el año 1905, hubo un intento de suprimir la autocracia impuesta por Nicolás II, llevado a cabo por los liberales: aunque tuvo un relativo éxito, el empuje socialista acabará por desbordarlo años más tarde. El caos que siguió al país tras el alzamiento bolchevique sólo se estabilizará décadas más tarde y con la Segunda Guerra Mundial y las depuraciones llevadas a cabo por Stalin se impone, finalmente, la dictadura comunista. Los últimos capítulos de la Historia de Rusia de Bushkovitch están consagrados al declive y caída del régimen soviético hasta su final desaparición.
Condensar en apenas 450 páginas la historia de un país tan complejo como Rusia es una tarea muy difícil. Hay que tener una gran capacidad de síntesis para escoger, de todos los hechos ocurridos, los más importantes y los que muestran la esencia de la historia rusa. Bushkovitch lleva a cabo, por tanto, una tarea encomiable. A lo largo de su obra descubrimos la evolución de un imperio, desde sus orígenes difusos y caóticos hasta su consagración como superpotencia mundial, sin que en ningún momento tengamos la sensación de pesadez o saturación. Durante este camino el autor nos desvela el espíritu del pueblo ruso a través de sus figuras más destacadas y de los hechos que marcaron su pasado.
Paul Bushkovitch (San Luis, Missouri, 1948) catedrático de Historia en la Universidad de Yale, es especialista de la historia rusa anterior al siglo XVIII y autor de numerosas obras sobre esta materia. Entre ellas destacan Peter The Great: The Struggle for Power, 1671-
*Publicado por la Editorial Akal, octubre 2013.