Una de las frases más repetidas es que la historia la escriben los vencedores. La razón es relativamente sencilla: quienes salen victoriosos y se hacen con los resortes del poder pueden modelar la narrativa histórica a su antojo, sobre todo cuando la historiografía está supeditada a la voluntad del soberano. Hoy nos resulta extraño que los historiadores se amoldasen a las pautas marcadas por los políticos y redactaran sus obras siguiendo las consignas oficiales (aunque, por desgracia, no es una práctica que se haya del todo erradicado), pero hace unos siglos lo habitual era que los cronistas escribiesen al dictado del que estuviese en el trono. La ausencia de espíritu crítico al abordar el pasado permitía que se malease la historia para hacerla coincidir con unos intereses definidos desde las altas instancias. Solo se destacaba aquello que interesara y se marginaba u obviaba lo que desagradase al vencedor.
Siendo lo anterior cierto, hay algunas matizaciones que hacer. La primera, precisar a qué nos referimos al hablar de vencedores y vencidos. ¿Dónde clasificaríamos a Julio César, Napoleón Bonaparte o Adolf Hitler? César, a pesar de derrotar a sus enemigos en el campo de batalla, fue asesinado, mientras que Napoleón y Hitler acabaron perdiendo sus respectivas guerras. Sin embargo, la posteridad ha sido benevolente con los dos primeros y quizás sean (Hitler también) los personajes más analizados de la historia del hombre. En segundo lugar, la historia está inmersa en un continuo proceso de reescritura. La opinión defendida en un período concreto puede ser radicalmente distinta a la sostenida en otro. Es probable que el vencedor imponga su visión durante un tiempo, pero no siempre su interpretación de los hechos se prolongará de modo indefinido.
De cualquier modo, existen una serie de grupos humanos que han sido sistemáticamente apartados del foco de los historiadores. A pesar de su número y de la importancia de sus componentes en la conformación social de cada época, no han recibido la atención necesaria, ni ellos, ni sus problemas, porque no se encontraban cerca del poder y de las esferas de decisión. Se los consideraba una masa sin interés, cuyas penalidades y aspiraciones no estaban a la altura de la alta historiografía. A estos grupos trata de dar voz Luis E. Íñigo Fernández en Historia de los perdedores. De los neandertales a las víctimas de la globalización*.
Así explica el autor el propósito de su trabajo: “Muchos pueblos, etnias, clases sociales y colectivos humanos de distinta índole han resultado maltratados, calumniados, olvidados en el peor de los casos, y lo han sido dos veces: por la Historia misma y por quienes han asumido luego la responsabilidad de contarla. El objetivo de este libro no es otro que reparar, humildemente, esa injusticia, dando voz a quienes se han visto privados de ella, llevando a los lectores a una visión equilibrada de su pasado y reconociendo su aportación, en ocasiones ingente, al acervo colectivo de la humanidad. Con ello seremos todos —vencedores y vencidos— quienes saldremos ganando, pues olvidarlos a ellos es olvidar también una parte de nosotros mismos”.
Como se desprende de esas palabras, estamos ante una obra de divulgación con un marcado tono reivindicativo, que busca recuperar del olvido a colectividades hasta ahora sin cabida (o con una presencia mínima) en los manuales de historia al uso. Es un trabajo sencillo y accesible que intenta concienciar al lector de los agravios cometidos contra esos grupos, ya sea por las sociedades en las que vivieron, ya sea en razón del trato que les han dispensado los historiadores. Con él se pretende llamar la atención del lector y de la disciplina histórica, para que se dé a conocer la realidad de aquellas personas.
La obra de Luis E. Íñigo Fernández abarca una dilatada extensión temporal, desde los neandertales hasta el presente. En este recorrido, se pasa revista a los esclavos romanos, los herejes cristianos, los templarios, las brujas, los pecheros castellanos, los contra-ilustrados, los ancianos, las mujeres o los homosexuales, entre otros. La mera enumeración de los protagonistas ya nos ayuda a comprender el enfoque del libro. No versa sobre los perdedores en el sentido de derrotados en una batalla o en un conflicto abierto, sino, más bien, sobre los perdedores de la historia en cuanto sistemáticamente maltratados y marginados a lo largo de los siglos, aunque fuesen uno de los principales sostenes de la sociedad en la que vivían.
Los capítulos de la obra guardan un patrón similar en lo que atañe a su enfoque, su extensión y su estructura. Por un lado, la mayoría presenta al grupo social analizado y contextualiza su encaje en la época correspondiente. Con este encuadre se destacan las injusticias cometidas sobre ellos y el ostracismo que han sufrido en la historiografía, en detrimento de otros grupos con los que convivieron. Esa imagen es la que, al final, se ha filtrado al público general, que ha hecho suya una percepción errónea de estos “perdedores”. Por otro lado, los epígrafes dedicados a los ancianos, las mujeres y los homosexuales son más transversales y no se detienen en un período fijo, sino que efectúan un recorrido histórico para describir el trato que han padecido a lo largo de los sucesivos períodos.
Concluimos con esta reflexión del autor: “Es bien cierto que son los que ganan, en todos lo sentidos, los que reclaman para sí el privilegio de contarlo. Los vencidos se ven así derrotados dos veces: la primera al verse privados de la posibilidad de convertir en realidad sus sueños, sus anhelos o sus aspiraciones, en ocasiones, incluso de continuar existiendo; la segunda, al sufrir la angustia de ver cómo otros, quienes los han vencido, hurtan a las gentes del futuro esos sueños, anhelos o aspiraciones, o su existencia misma, como si nunca hubieran sido reales, o los tuercen y disfrazan de tal modo que, a ojos de los observadores, parecerá siempre que su victoria es moralmente justa o, sencillamente, que era la mejor opción”.
Luis E. Íñigo Fernández (Guadalajara, 1966), doctor en Historia Contemporánea por la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), ha sido subdirector general de Inspección Educativa de la Comunidad de Madrid y ha impartido clases en las Universidades Nebrija y Camilo José Cela. Especialista en la Segunda República española, sus investigaciones se han centrado en los partidos republicanos moderados. Entre sus obras se incluyen La derecha liberal en la Segunda República Española, Melquíades Álvarez. un liberal en la Segunda República y Francisco Franco. La obsesión por durar.
*Editado por Espasa, enero 2022.