KEEGAN - TURNER - HISTORIA GUERRA

Historia de la guerra
John Keegan

La guerra ha sido fiel compañera del hombre desde la prehistoria hasta nuestros días. No ha habido período del pasado que se haya visto libre de luchas encarnizadas y enfrentamientos entre tribus, pueblos o civilizaciones. Hasta hace poco el estudio de la historia quedaba limitado a la narración de las victorias o de las derrotas en las campañas bélicas, la historiografía militar y política (ambas consideradas inseparables) eran hegemónicas y tan sólo la aparición de nuevas corrientes filosóficas permitieron examinar cuestiones ajenas a aquéllas. A pesar del papel predominante que la guerra ha mantenido en la disciplina histórica, aún quedan interrogantes no del todo resueltos. Quizás el más importante de ellos tenga una dimensión que va más allá de lo puramente histórico: ¿qué es la guerra? Las implicaciones sociales, económicas y culturales de los conflictos armados trascienden las fronteras de lo militar para abarcar todos los aspectos de la vida del ser humano.

¿Es el hombre violento por naturaleza y tiende al enfrentamiento, o sólo las circunstancias le obligan a luchar por sobrevivir? ¿Cuáles fueron las verdaderas revoluciones militares de nuestra historia? ¿Qué lleva al hombre a arriesgar su vida y enfrentarse a una muerte segura en el campo de batalla? ¿Podemos distinguir entre «guerras primitivas» y «guerras modernas»? ¿Cuál era el fin de la guerra para las sociedades prehistóricas o primitivas? ¿Son más temibles los pueblos nómadas que los sedentarios? ¿Cuáles fueron las razones que llevaron a las potencias europeas a dominar el mundo? Son otras tantas preguntas (y algunas más) a las que trata de dar respuesta John Keegan en su obra Historia de la guerra*.

Quienes busquen en el libro del escritor inglés un manual de historia militar al uso, es decir, un análisis de estrategias y de tácticas militares o una mera una recopilación de batallas, se llevarán una decepción. La obra de Keegan va mucho más allá de la simple narración bélica y constituye un profundo estudio del significado (en sentido amplio) de la guerra en la evolución del hombre y de las implicaciones que ha tenido en nuestra historia. Rara vez son analizadas con detalle batallas o campañas pues al autor le interesa más detenerse en las formas que el ser humano ha tenido de entender la guerra y en el uso que le ha dado.

BATALLA TEWKESBURYUno de los ejes sobre el que gira el libro de Keegan es la refutación de los planteamientos defendidos por von Clausewitz en su famoso tratado De la guerra, resumidos en el axioma «La guerra es la continuación de la política por otros medios» (frase que el historiador inglés traduce como «La guerra es la continuación de la relación política con la intrusión de otros medios«). Los postulados del estratega alemán, quien aún hoy es considerado el teórico militar más importante, tuvieron una amplia repercusión en el ejército prusiano (y por extensión alemán) a finales del siglo XIX y principios del XX y, para algunos, sus ideas fueron una de las causas que originaron la Primera Guerra Mundial.

Keegan cuestiona la visión de von Clausewitz, a quien acusa de estar demasiado condicionado por su experiencia personal (fue testigo directo de las victorias de los ejércitos franceses durante la Revolución y con Napoleón) y de desconocer otros modos que las civilizaciones no europeas tienen de comprender y de hacer la guerra. Así lo expresa el historiador inglés: «Clausewitz era un hombre de la suya [de su época], hijo de la Ilustración, contemporáneo del romanticismo alemán […]. Era un agudo observador del presente y un devoto del futuro; pero lo que no supo ver fue lo arraigado que estaba en su propio pasado, el pasado de la clase de oficiales profesionales del estado centralista europeo. Si su mente hubiese dispuesto de otra dimensión intelectual […] habría sido capaz de percibir que la guerra implica mucho más que la política, y que siempre es una manifestación de la cultura; en muchas ocasiones, un determinante de las formas culturales, y en algunas sociedades la cultura en sí«.

En esta larga cita encontramos un nuevo eje del pensamiento del historiador inglés: la importancia concedida a la cultura como explicación de la guerra. Keegan llega a afirmar que «la guerra es, entre otras cosas, la perpetuación de la cultura por sus propios medios» y que los conflictos bélicos son, en cierta manera, hábitos culturales arraigados de distinta forma en los pueblos, al igual que las tradiciones y costumbres matrimoniales, alimenticias o religiosas. No todas las civilizaciones entienden la guerra de igual modo: de hecho, los dos primeros capítulos de su libro («La guerra en la historia de la humanidad» y «Piedra«) tienen por objeto analizar los motivos que llevan a combatir a los hombres y la relación entre la naturaleza humana y la guerra. A estos efectos no le importa acudir a disciplinas como la antropología, la etnografía o la sociología y al estudio de las técnicas militares utilizadas por los maoríes, los zulúes, los samuráis, los aztecas o los mamelucos, por citar las más conocidas.

A través de los diversos ejemplos estudiados observamos cómo para gran parte de las sociedades primitivas la guerra tenía más de ritual que de verdadera eliminación del enemigo, lo que permite a Keegan distinguir (apoyándose en el trabajo del antropólogo Harry Turney-High) entre «guerras primitivas» y «guerras civilizadas» (o «guerra real o moderna»). El punto de inflexión entre unas y otras viene marcado por «el surgimiento de un ejército con oficiales«, fenómeno que Keegan, por cierto, también asocia a la aparición del Estado.

En el apartado «Los inicios de la guerra» el historiador inglés comienza a narrar la evolución y las transformaciones que sufren las guerras (y el propio concepto de guerra) durante la historia. No esperen encontrar un relato cronológico y ordenado de las sucesivas mejoras y avances producidos en el campo militar, pues –ya lo hemos avisado- Keegan no busca eso. La división de los cinco capítulos y los cuatro interludios que componen el libro se basa más en los factores funcionales que en los temporales y priman, por tanto, las formas o los estilos de guerrear de cada civilización. Por ejemplo, el tercer capítulo («Carne«) llega hasta los mongoles y el comienzo del cuarto («Hierro«) se sitúa en la Grecia clásica.

CRUZADAS ANTIOQUIAEl historiador inglés se remonta al neolítico para iniciar su exposición. Analiza la dicotomía entre cazadores y recolectores y la aparición de las primitivas armas (la maza, el puñal y el arco). A medida que avanzamos en el tiempo y surgen las primeras «civilizaciones» y ciudades bajo el dominio de los sumerios y los egipcios, la guerra pasa a ser algo más organizado. Será en ese momento cuando el uso del caballo revolucione la forma de combatir y los pueblos de las estepas cobren mayor importancia.

Un capítulo específico (el tercero) se dedica al estudio de las culturas nómadas que utilizan el caballo y/o el carro como instrumento principal que acaba por condicionar toda su estrategia militar. En palabras de Keegan «La adopción del carro de guerra y la imposición de esa clase militar en los centros de la civilización euroasiática en el curso de trescientos años es uno de los acontecimientos más extraordinarios de la historia mundial«.

Tanto el carro ligero como el arco fueron herramientas imprescindibles para los pastores nómadas, quienes los perfeccionaron hasta que comprobaron que eran superiores militarmente a los pueblos sedentarios y optaron por atacarles (parece probable que su primera intención fuera conseguir esclavos e imponer sus criterios comerciales). Desde entonces y hasta la aparición de la pólvora estas culturas invadieron periódicamente a sus vecinos, en teoría «más civilizados». Los asirios, los hunos o los mongoles son, todavía hoy, recordados por sus conquistas y por las gestas militares que llevaron a cabo, aunque ninguno de ellos logró perpetuarse en el poder más allá de unas pocas generaciones. Para ellos la guerra no constituía un fin político ni «era un medio de progreso material o social«, tan sólo acudían a la lucha armada para mantener su estilo de vida y obtener riquezas.

«El caballo, en conjunción con la crueldad humana, transformó la guerra, haciéndola por primera vez ‘un fin en sí’. Es a partir de aquí cuando podemos hablar de ‘militarismo’, un aspecto de las sociedades en las que mera habilidad para hacer la guerra, rápidamente y con buenos resultados, se convierte en un fin en sí mismo«. Aunque Keegan duda de que puedan aplicarse estas características a los pueblos nómadas ecuestres (pues el ejército no era una institución dominante en ellos y todos los varones útiles constituían la fuerza militar), considera que hacían una «guerra verdadera»: «no había restricciones en el uso de la fuerza, un solo propósito y la decisión única de obtener la victoria«.

BATALLA WEICKIMEl cuarto capítulo retrocede a Grecia y a Roma para luego avanzar hasta el siglo XV cuando irrumpe la pólvora. La gran diferencia de aquellas dos civilizaciones con las demás de su tiempo fue un nuevo estilo de hacer la guerra «que convirtió la función del combate en un acto decisivo, en el que se luchaba dentro de las tres unidades del drama –acción, lugar y tiempo-, con el fin de obtener una victoria aun a riesgo de sufrir una sangrienta derrota, en una única prueba de habilidad y valor». Si a ello añadimos nuevas tácticas (la falange macedonia) y un sistema de mando profesional (centuriones romanos) podremos comprender la expansión que los imperios griego y romano lograron. Keegan analiza ambas culturas y presta especial atención al sistema militar de Roma, así como a su declive. El capítulo termina con un apartado cuyo título resume perfectamente su contenido: «Europa después de Roma: un continente sin ejércitos«.

El quinto capítulo comienza con el uso de la pólvora y llega hasta nuestros días. Las armas de fuego revolucionaron, ya para siempre, la guerra. La ferocidad, la procedencia geográfica o étnica o las tradiciones militares de los ejércitos dejaron de ser un factor fundamental en el campo de batalla (aunque siempre importante cuando se luchaba en igualdad de condiciones) para dar paso a la potencia de fuego y al mayor despliegue humano y material. Los avances en artillería y las mejoras en las armas de la infantería hicieron obsoletas a la caballería y tuvieron otras implicaciones sociales muy relevantes: si hasta entonces sólo los nobles podían portar armas y combatir, la pólvora les privó de tal privilegio y todos los hombres podían ser soldados. Una tradición milenaria se hundió y con ella aparecieron la democracia y la conscripción. Keegan estudia el proceso de consolidación del uso de la pólvora y las repercusiones, no sólo militares, que tuvo.

Junto a los capítulos descritos el historiador inglés incluye cuatro interludios dedicados a las limitaciones de la guerra, a las fortificaciones, a los ejércitos y a la logística y el abastecimiento, todos ellos elementos esenciales cuyo tratamiento (quizás un poco más técnico) se alterna con la evolución de la concepción histórica de la guerra.

John Keegan (1934-2012) fue un historiador, profesor, escritor y periodista británico especializado en historia militar. Profesor en la universidad de Princeton y en la Academia militar de Sandhurst, colaboró como periodista con The Daily Telegraph y como guionista y presentador de la BBC. Escribió numerosas obras sobre la guerra, la inteligencia militar y la psicología del combatiente. Entre ellas destaca El Rostro de la batalla.

*Publicado por la Editorial Turner, marzo de 2014.