Réquiem por un Imperio difunto. Historia de la destrucción de Austria-Hungría
François Fejtö

La historia brinda singulares experimentos sociopolíticos. En Europa tuvo lugar uno de los más peculiares: el Imperio austrohúngaro. Su existencia es relativamente corta pues surge en 1867 y desaparece (más bien se le hace desparecer) en 1919, tras la Primera Guerra Mundial. Su creación es fascinante y se remonta a varios siglos atrás. El reino de Hungría nació en torno al año 1000 de nuestra era, de la mano del príncipe Esteban I; mientras que Austria, en la que se puede describir como una de las mayores operaciones de relaciones públicas de la historia, pasó a ser, de un simple ducado de Europa Central, la potencia dominante de un Imperio, gracias a la hábil labor de la casa de los Habsburgo. Durante los siglos XVI y XVII, ambos reinos sufrieron el imparable avance del Imperio otomano, pero fue Hungría la que se llevó la peor parte pues en 1526 veía morir a su rey en la batalla de Mohács y, unos años más tarde, pasaba a integrarse en las posesiones austriacas. Así se mantuvo todo hasta que el Reino de Hungría recuperó su autonomía y, mediante el conocido como “compromiso dual” o “monarquía dual”, se constituía el Imperio austrohúngaro.

Austria y Hungría dieron nombre al Imperio, lo que no implica que sus habitantes fuesen únicamente austriacos y húngaros. La seña de identidad de este ente fue precisamente la diversidad cultural y nacional de su población. Dentro de sus fronteras encontramos a checos, serbios, croatas, polacos, alemanes, rumanos, italianos, judíos… hasta un total de quince nacionalidades con doce lenguas distintas (sin contar a pequeñas minorías menos relevantes). Este crisol de pueblos convivía en un mismo espacio político bajo la tutela del emperador, verdadero nexo de unión del Imperio. Aunque los equilibrios para gobernar tal rompecabezas de naciones resultaban complejísimos, el Imperio floreció y se convirtió en una de las potencias más importantes de Europa. Viena, la capital, vivió su propia belle époque a finales del siglo XIX, tornándose en el principal centro intelectual del continente. Pero todo llegó a su fin tras la Gran Guerra. El asesinato del heredero al trono, en Sarajevo, desató una crisis diplomática que desembocó en la Primera Guerra Mundial. El resultado de la contienda, conocido por todos, dio fin a este extraordinario “experimento histórico”.

AUSTRIA-HUNGRIA CORONOACION FRANCISCO JOSE INunca antes una guerra había hecho desaparecer un Imperio de forma tan abrupta. En la mayoría de las ocasiones, los imperios languidecían durante años hasta sucumbir por su propia inercia. El Imperio austrohúngaro, por el contrario, existía en 1918 y al año siguiente tan solo era un recuerdo ¿Por qué sucedió así? Mucho se ha escrito sobre esta cuestión y seguimos sin tener una respuesta definitiva. François Fejtö ofrece en su obra Réquiem por un Imperio difunto. Historia de la destrucción de Austria-Hungría* su propia interpretación. Para él fue la injerencia externa de los vencedores, más que los movimientos internos, la causa que provocó la desmembración del Imperio; sin esa voluntad decidida de hacerlo desparecer, probablemente aquel Estado multicultural hubiese sobrevivido y quién sabe si hubiese supuesto un freno para las aspiraciones expansionistas del Tercer Reich o de la Unión Soviética. La tesis de Fejtö queda resumida en la frase: “Austria-Hungría no estalló, la hicieron estallar”.

Así de contundente se muestra el autor: “Mis investigaciones me condujeron a la hipótesis de que, abstracción hecha de las fuerzas de cohesión que mantuvieron unidos a los pueblos y a las naciones durante siglos y que el azar y las necesidades de la Historia habían llevado antaño a unirse ante las incesantes presiones extranjeras, las tendencias centrífugas, autonomistas, separatistas, no hubieran podido llegar a una disgregación desde el interior, si el desmembramiento de la monarquía no se hubiera decidido en el exterior, ni las fuerzas separatistas (de las que nada prueba que estuvieran unidas ni que representaran a la mayoría de la población) no hubieran sido sostenidas y alentadas por los ‘árbitros’ de la Entente”.

François Fejtö dedica toda su obra a sostener esta tesis sobre la desaparición del Imperio austrohúngaro. Con este propósito se remonta al origen del poder de los Habsburgo para explicar la aparición del Imperio y los rasgos que lo caracterizan. Conocemos, de este modo, la política seguida por esa dinastía durante siglos, cuya habilidad para combinar fuerza y diplomacia es inigualable. A medida que nos acercamos al siglo XX empiezan a surgir las reivindicaciones nacionalistas que penetrarán en el Imperio de la mano de los ejércitos napoleónicos y de las corrientes intelectuales que abogan por ellas. Como explica el autor: “Fueron los historiadores de la época romántica los que crearon, por referencia al pasado de su pueblo, la consciencia nacional como fuerza política reivindicativa y subversiva. En efecto, los pueblos italiano, rumano, checo, magiar, etc.; existían mucho antes del siglo XIX, en tanto que comunidades de lengua, de costumbres, de tradiciones familiares, de patriotismos locales fragmentados, pero su conciencia estaba formulada en términos religiosos o sociales, e incluso una mezcla de los dos”.

En este turbulento caldo de cultivo estalló la Primera Guerra Mundial. François Fejtö explora los motivos de la contienda, a su juicio derivados de un cierto número de conflictos de intereses y ambiciones —la mayor parte de ellos causantes de disensiones entre las potencias europeas ya en la centuria anterior— que habían exacerbado los ánimos, hasta romper el frágil equilibrio europeo. La guerra solo constató una realidad evidente: Europa se encontraba dividida en dos campos que, tarde o temprano, estaban abocados a enfrentarse. La diplomacia consiguió evitar en varias ocasiones el inicio de las hostilidades, pero todas las cancillerías estaban preparadas, llegado el momento, para adelantarse al adversario y atribuirle la responsabilidad de la guerra. Y el Imperio austrohúngaro, a pesar de haber prendido la mecha con el ultimátum a Serbia, era el peor posicionado para soportar un conflicto a escala global.

AUSTRIA -HUNGRIA - EMPERADOR FRANCISCO JOSEUno de los aspectos menos conocidos de la Primera Guerra Mundial son las diversas negociaciones y proposiciones de paz llevadas a cabo mientras se luchaba en el frente. François Fejtö consagra gran parte de su obra a detallar las múltiples (y fallidas) conversaciones entre los dignatarios de las potencias centrales, la mayoría austríacos, con diversas personalidades del bando aliado. Como se desprende de la información que facilita Fetjö, mucha de ella inédita, el Imperio austrohúngaro buscó con denuedo la paz, e incluso se llegó a atisbar una posible solución por separado con Alemania. Sin embargo, tanto unos como otros pusieron trabas a los acuerdos y poco a poco fue ganando la posición que defendía la “victoria total” sobre el adversario. Fue entonces cuando se produce el salto entre la “guerra clásica” y la “guerra ideológica”.

Para François Fejtö, la Gran Guerra, que comenzó siendo una “guerra clásica” como tantas otras a lo largo de la historia (con la única diferencia del empleo masivo de recursos y armamentos), terminaría convirtiéndose en una “guerra ideológica” cuyo único propósito consistía “en jugar con el enemigo, en hacer de la guerra de fuerza una fuerza metafísica, un combate entre el bien y el mal, una cruzada”. La contienda derivó en un conflicto con acento casi místico y, aunque todas potencias adoptaron esta dinámica, Fejtö atribuye a los republicanos franceses de izquierda la culpa, por llevar al extremo esta concepción de la guerra. A través de la propaganda y de todos los medios necesarios, condujeron al abismo a Europa y, una vez derrotado el enemigo, no solo quisieron humillarlo, sino destruirlo.

La obra de François Fejtö aporta un nuevo enfoque a las motivaciones diplomáticas, políticas, y sobre todo ideológicas, que explican la desaparición del Imperio austrohúngaro. Frente a la creencia generalizada de que la Monarquía dual implosionó por las disensiones internas, Fetjö acusa a los aliados de provocar la desmembración del Imperio, dejando un vacío de poder que, más tarde, ocuparían nazis y comunistas con los resultados que todos conocemos. Si en estos últimos años hemos asistido a una proliferación de las obras dedicadas a estudiar todo lo concerniente a la Gran Guerra, este trabajo, editado en 1988, aporta una aproximación novedosa y sumamente interesante. Un libro imprescindible para conocer y comprender el devenir del mayor Estado multinacional de la historia occidental.

No podemos concluir sin transcribir un párrafo de la obra de Joseph Roth, La cripta de los Capuchinos, que cita en su trabajo François Fejtö. Cuando la lean, entenderán por qué: “En nuestra monarquía en el fondo no hay nada extraño. Sin los idiotas que nos gobiernan, ni siquiera en su aspecto externo había tampoco nada extraño. Lo que quiero decir con eso es que lo que los demás ven de extraño es para nosotros, los austrohúngaros, algo completamente natural. Sin embargo debo decir también que, en esta Europa insensata de los Estados-naciones y los nacionalismos, las cosas más naturales aparecen como extravagantes. Por ejemplo, el hecho de que los eslovacos, los polacos y rutenos de Galitzia, los judíos encaftanados de Borislan, los tratantes de la Bàcska, los musulmanes de Sarajevo, los vendedores de castañas asadas de Mostar se pongan a cantar a unísono el Gott erhalt el 18 de agosto, del día del aniversario de Francisco José, en eso, para nosotros, no hay nada de singular”.

François Fejtö (Nagykanizsa, Hungría 1909 – París 2008) fue un periodista y politólogo especializado en Europa Oriental. Procedente de una familia acomodada de judíos húngaros, en los años 30 se implicó activamente en la vida cultural y política de su país, pasando once meses de cárcel por su participación en actividades comunistas, desde donde rompió con el Partido Comunista húngaro por la postura mantenida por Stalin frente a la República de Weimar. En 1938 abandona Hungría, a la que no volverá hasta 1989, y se instala en París, formando parte de la Resistencia durante la Segunda Guerra Mundial. En 1955 recibe la ciudadanía francesa. Entre 1944 y 1979 trabajó para la agencia France Press como periodista especializado en asuntos de Europa Oriental y entre 1972 y 1984 enseñó en el Instituto de Estudios Políticos de París. Es autor de más de una quincena de libros, de entre los que destacan, además del presente ensayo, Historia de las democracias populares (1971).

*Publicado por Ediciones Encuentro, febrero 2016.