Como hemos apuntado en otras ocasiones, en la antigua Grecia nace la cultura occidental. Entre las accidentadas tierras de la península del Peloponeso y las costas del Mar Egeo se forjó, tras siglos de guerras, invasiones y desarrollo comercial, la identidad de una civilización cuya impronta seguimos sintiendo con fuerza todavía hoy, dos mil años después de que el Imperio Romano engullera a su mentor intelectual. Grecia es la cuna de prácticamente todas las ciencias (raro es encontrar una disciplina que no tenga un precursor heleno) y, en especial, de las humanidades. La filosofía, la literatura, el arte o las ciencias políticas hunden sus raíces en los planteamientos de figuras, ya universales, como Homero, Sócrates, Esquilo, Platón, Sófocles, Aristóteles o Fidias, entre otros muchos. El gran logro de aquella civilización fue legar una herencia cultural que ha trascendido el tiempo y el espacio.
La historia de la Antigua Grecia es sumamente interesante, aunque sea menos conocida de lo que habitualmente se cree. Se extiende durante algo más de mil quinientos años, a lo largo de los que la organización política y cultural de los pueblos que habitaron la Hélade varió radicalmente. Durante esos quince siglos podemos hallar casi todos los regímenes posibles: monarquías, democracias, tiranías, oligarquías… La guerra se erigió en un elemento vertebrador de aquella civilización, ya sea luchando contra los enemigos externos o entre los propios griegos.
La riqueza de este período queda, a veces, algo ensombrecida debido a que algunos historiadores o divulgadores han restringido su estudio a la ciudad más importante de aquella época: Atenas. Es cierto que la actual capital griega fue la polis que más relevancia tuvo, pero eso no significa que el estudio de la historia griega haya de circunscribirse a los avatares de los atenienses. Tebas, Esparta, Mileto, Corinto, Samos o incluso las ciudades de la Magna Grecia, como Siracusa o Síbaris, contribuyeron, en un momento u otro, a configurar de manera decisiva lo que hoy conocemos como la Antigua Grecia. Por no hablar de Alejandro Magno y del imperio macedónico.
Sobre la Hélade se han escrito una infinidad de trabajos. Aunque su cifra alcanzaría, probablemente, las decenas de miles de monografías, la mayoría no alcanzan un nivel aceptable de rigor y objetividad. De esa desproporcionada oferta, por suerte para los abrumados lectores, a veces se editan o se reeditan obras esenciales, que gozan de una calidad superior. El ensayo del historiador alemán Hermann Bengtson, Historia de Grecia*, es una de ellas. Publicado en 1950 y revisado una década más tarde, sigue siendo uno de los hitos de la historiografía de la Antigua Grecia. Pocos de los trabajos ulteriores habrán conseguido superar el nivel del de Bengtson, hoy considerado un referente clásico.
En la introducción de libro, Carlos Schrader, catedrático en Filología Griega, subraya así su relevancia: “En 1964 se procedió a la publicación de una edición especial, en la que se prescindía de todo ese bagaje de información que, por lo regular, sólo resulta de particular interés para el especialista. Con ello se consiguió presentar una obra que consistía en un verdadero ‘manual’; es decir, un compendio de lo más sustancial de los acontecimientos históricos, políticos y sociales que jalonaron la vida de los antiguos griegos. Y esto es algo que, en la actualidad, cuando tantas y tan variadas obras se publican relativas a todos los ámbitos del saber, resulta muy de agradecer, porque tanto el estudiante universitario, como cualquiera persona de cultura que desee una aproximación a ese período tan apasionante de la humanidad, va a encontrar un nítido análisis y exposición del mismo en la obra del ilustre profesor alemán”.
La síntesis de Bengtson sobre la historia de la Grecia Clásica es sencillamente excepcional. Sesenta años después de su publicación, algunas (pocas) afirmaciones vertidas por historiador alemán podrán haber sido superadas, pero la imagen global es de una lucidez arrolladora. El conocimiento enciclopédico del autor se conjuga con una prosa accesible para todos los públicos. Aunque catalogada como manual, las más de quinientas páginas de la obra, que condensan una gran cantidad de información, requieren cierta paciencia para asimilarlas. No solo se abordan los “hitos políticos” más importantes, sino las demás facetas de la civilización helénica, desde los aspectos culturales de las distintas ciudades o imperios hasta las relaciones comerciales con el resto del Mediterráneo.
Bengtson opta por dividir la historia griega en cinco grandes bloques, que ordena de forma cronológica. El primero aborda el período menos conocido de la Hélade que, paradójicamente, es el más extenso en el tiempo (entre el 1900 y el 800 a.C.). Coincide con la llegada de los primeros pobladores, el desarrollo de las culturas minoica y micénica y la conocida como Gran Migración. En esas páginas se aborda el asentamiento de los pueblos indoeuropeos y las primeras formas de organización política, así como la aparición de los dorios, tras el derrumbe de la civilización micénica. Los hallazgos arqueológicos son escasos y hay más oscuros que claros sobre estos siglos. De hecho, de lo sucedido en la región a lo largo de ciertas franjas temporales apenas si tenemos tiene noticias.
El segundo bloque, ya más limitado (entre el 800 y el 500 a.C.), se centra en la conformación de las ciudades-estados, en la expansión griega por el Mediterráneo, con la aparición de las primeras colonias, y en los contactos iniciales entre el imperio aqueménida y Grecia. Es entonces cuando se asientan los cimientos del futuro poderío heleno, de su cultura y de su religión. En esos trescientos años, la región sufre una profunda transformación gracias a la influencia que recibe del exterior, pero también a los progresos que se dan en su interior. Como señala el historiador alemán, en ese período “[…] se destaca la individualidad entre la amplia masa del pueblo innominado. La personalidad ocupa desde ahora su puesto en política, en poesía y en arte figurativo, y quita a la historia griega su carácter colectivo. Por primera vez, en los dos mil quinientos años que abarca la historia griega, se coloca en primera persona la personalidad creadora”.
El tercer bloque coincide con lo que conocemos como la Grecia Clásica. Nos hallamos ante el punto álgido de la civilización griega: tras derrotar (sorprendente, pero contundentemente) al Imperio persa en las Guerras Médicas, las ciudades helenas se hacen con el control del Mediterráneo oriental, de la mano de la talasocracia ateniense. La democracia se desarrolló gracias a las reformas de Pericles y comenzó la denominada “pentecontecía”. Al mismo tiempo, el mundo helénico quedada dividido en dos grandes Ligas: la del Peloponeso, encabezada por la militarizada Esparta, y la Delo-Ática, dirigida por Atenas. Con sistemas políticos diametralmente opuestos, ambas convivieron en un marco similar al de la Guerra Fría, cuyo equilibrio de poder estaba delimitado por los acuerdos estratégicos y diplomáticos que cada uno adoptaba con sus aliados. La tensión aumentó a medida que creció el poder de ambas potencias. Finalmente estalló la guerra, cuyo resultado supondrá el fin de la hegemonía ateniense y el declive de la polis griega.
El gran público suele situar el fin de la Antigua Grecia en este instante, pero, en realidad, la civilización helena continuará varios siglos más. No se hallará, desde entonces, bajo la tutela de ciudades-estados que se disputan la primacía, sino reorganizada en Imperios o monarquías. A esta nueva etapa, conocida como “helenística”, dedica Bengtson el cuarto bloque de su obra, más de 150 páginas. Es la época de Alejandro Magno y su Imperio, de los reinos helenísticos y de la dominación romana, un período fascinante, de grandes cambios en todas las facetas de la vida, en el que la cultura griega logra imponerse por todo el Mediterráneo Oriental y en gran parte de Oriente Medio. El éxito lleva a los pensadores y artistas a reconfigurar el “espíritu griego” y a encontrar una nueva posición del hombre respecto al mundo que le rodea.
El último bloque se adentra en tiempos del Imperio romano y nos presenta el papel del mundo griego durante esta época. Las últimas páginas están dedicadas al Imperio bizantino, que Bengtson considera heredero de la Hélade milenaria. Así lo expresa en el párrafo final de la obra: “Portadora de la continuidad de la educación griega fue entonces, y continuó siéndolo, la poderosa fortaleza del Bósforo, Constantinopla. Su universidad, el Capitolio, continuó la tradición de la Academia de eruditos de Alejandría y de la Universidad de Atenas. Pero el helenismo emigró desde las aulas de las universidades a los cuartos de estudio de los grandes filólogos, del patriarca Focio, de Aretas, del emperador Constantino Porfirogéneto, del arzobispo Eustacio. A su aplicación y celo hay que agradecer en primer término que se haya salvado al menos una parte de la literatura griega y que, de este modo, se haya mantenido para la humanidad occidental. Todo lo que aún era viable en el helenismo, Bizancio lo reunió, lo reformó y le dio desarrollo ulterior. En la historia del Imperio Bizantino, permaneció viva para todos los tiempos la idea de la educación griega y con ella el gran ejemplo del pasado griego”.
Hermann Bengtson (1909-1989) fue un historiador alemán especializado en la Grecia clásica, sobre todo del periodo helenístico. Conjugó la investigación académica con la docencia (impartió clases en varias universidades de su país, fundamentalmente en la de Múnich) y actualizó los métodos de estudio de la historiografía. Es autor de una extensa obra escrita, en la que destaca su célebre Historia de Grecia y El mundo mediterráneo en la edad antigua: griegos y persas.
*Publicada por la editorial Gredos, febrero 2019. Traducción de Julio Calonge.