ATICO DE LOS LIBROS - GUERRA PARA QUE SIRVE

Guerra, ¿para qué sirve?
Ian Morris

La guerra, junto con la religión, quizás sean (en estas cosas nunca se tiene una certeza absoluta) las primeras actividades no naturales —entiéndanse bajo esta expresión aquellas acciones no imprescindibles para su supervivencia— que el hombre realizó. El ser humano lleva enfrentándose a sus semejantes prácticamente desde su aparición, de modo que afirmar que la actividad bélica es consustancial a él puede ser arriesgado, pero no necesariamente equivocado. No ha existido una sociedad, sea cual sea la época que elijamos, que no haya sufrido un encuentro violento con otra banda, tribu, reino o imperio vecino. Muchos cadáveres de nuestros antepasados prehistóricos muestran signos de violencia y una gran proporción de ellos murieron a consecuencia de la agresión de otro ser humano. La imagen del “buen salvaje”, que nos transmitió Rousseau, queda desvirtuada si nos atenemos a los hallazgos arqueológicos. La guerra, en definitiva, nos ha acompañado a lo largo de la historia.

La incertidumbre aparece al encuadrar la guerra en un contexto historiográfico ¿Qué papel ha jugado en la evolución humana? ¿Nos ha hecho más violentos o más pacíficos? ¿Ayudó a la conformación de los grandes imperios o supuso su ruina? ¿Por qué prevalecieron unas técnicas militares frente a otras? ¿Por qué Europa dominó el planeta a partir del siglo XV? ¿Cuáles eran las ventajas de los militares europeos frente a los ejércitos del resto del mundo? ¿Existe una manera “occidental” de hacer la guerra? ¿Ha cambiado mucho la forma de guerrear de hoy respecto de la de hace miles de años atrás? Los especialistas han dado respuestas a estos interrogantes sin alcanzar el consenso o la unanimidad. Cada uno ofrece su visión particular, atendiendo a la interpretación de los datos en su poder y al enfoque que quiera darles. Todos, empero, están de acuerdo en el papel trascendental que ha jugado la guerra en la historia, de lo que no cabe duda.

Entre los historiadores que mejor ha estudiado este fenómeno se halla Ian Morris, quien en su obra Guerra, ¿para qué sirve?* indaga en él y ofrece una respuesta que a muchos sorprenderá. En palabras del autor, “Argumentaré que la guerra no es la amiga del enterrador. La guerra es un asesinato en masa y, aun así, en lo que quizás sea la mayor paradoja de la historia, la guerra también ha sido el mayor enemigo del enterrador. Contrariamente a lo que afirma la canción, la guerra si ha servido para algo: a largo plazo, ha logrado que la humanidad sea más rica y que viva con más seguridad. La guerra es un infierno, pero —insisto, a lo largo de los años— se demuestra que las alternativas habrían sido peores”. Morris desarrolla esta turbadora y sugestiva tesis con una prosa amena, brindándonos una aproximación didáctica y divulgativa que permite, tanto a expertos como a profanos, reflexionar sobre sus originales planteamientos sin miedo a perderse en detalles y digresiones que alejen de su objetivo. Se podrá estar de acuerdo o en desacuerdo con él, pero nadie cuestionará el interés de la obra.

Para sustentar la controvertida afirmación de que “la guerra ha hecho del mundo un lugar más seguro”, Morris analiza la historia de la tecnología militar. Conduce al lector a través de un viaje que va desde las flechas y los arcos hasta los misiles balísticos, a la vez que, en paralelo, dibuja el desarrollo de las instituciones y de las sociedades, ya se trate de los cazadores-recolectores o de la Unión Europea. Y lo hace combinando cuatro enfoques que normalmente se suelen encontrar separados. El primero pone el énfasis en las experiencias personales y en cómo se vive y se siente la guerra, perspectiva que Morris utiliza para contar historias tan fascinantes como la de Stanislav Petrov, quien salvó a la humanidad de la aniquilación. El segundo, más genérico, suple las carencias del anterior, ampliando el estudio a las batallas, las campañas y las contiendas en su conjunto. El tercero, el más técnico, se ocupa de las teorías bélicas que tratadistas y militares han desarrollado sobre el “arte de la guerra”. Por último, en el cuarto se amplía el campo de observación para analizar la guerra como un elemento más dentro del proceso evolutivo del ser humano.

Estos enfoques se combinan, además, con los postulados de la corriente de la Gran Historia, a la que pertenece el arqueólogo británico. Esta escuela historiográfica intenta combinar disciplinas dispares y abarcar grandes períodos de tiempo en busca de las claves de la historia de la humanidad, tendencia a la que se adscriben académicos como Jared Diamond o Yuval Noah Harari y autores como Thomas Piketty o Nicholas Wade. No ha de extrañarnos, pues, que muchas páginas del trabajo de Morris estén dedicadas a hablar de la biología, de la genética, de la antropología o de la psicología.

Morris sostiene que las guerras generan sociedades más grandes y organizadas, reduciendo el riesgo de que sus miembros mueran en situaciones de violencia. Para él, el siglo XX, con sus dos Guerras Mundiales y sus millones de muertos por los conflictos bélicos, ha sido el período de la historia en el que, en proporción, menos personas han muerto por causas violentas. Llevamos más de setenta años sin grandes conflictos y las únicas acciones militares han tenido lugar en regiones concretas, con un alcance temporal reducido en el tiempo. La guerra, según nuestro autor, obligó a los gobernantes a construir instituciones más fuertes y a suprimir la violencia en el seno de la sociedad, en aras de consolidar su poder. Por desgracia, la guerra (o el miedo a ella) ha sido el único instrumento que ha tenido el hombre para preservar su seguridad, aumentar las riquezas e instalar la paz. El conjunto de estos factores lleva a Morris a afirmar que “La guerra ha producido sociedades más grandes, lideradas por gobiernos más fuertes que han sido capaces de imponer la paz y crear los requisitos necesarios para la prosperidad”.

A partir del siglo XV aparece, inevitablemente, la pregunta de por qué Europa logró dominar casi todo el globo. Morris no la rehúye y considera que, a pesar de que China inventase la pólvora y las armas de fuego, las circunstancias endógenas de la sociedad europea obligaron a los artilleros y a los líderes militares a desarrollar la industria armamentística. El principal problema de los emperadores chinos en aquella época fue hacer frente a la ágil caballería nómada de las estepas, contra la que las primitivas armas de fuego eran prácticamente inútiles. Eso hizo que no fuese necesario potenciar su desarrollo. En Europa, en cambio, los ejércitos estaban mayoritariamente formados por infantería y el territorio era menos llano, lo que ralentizaba los movimientos de tropas y facilitaba la labor de la artillería. Además, abundaban las fortalezas y ciudades amuralladas que asediar. Todo ello maximizó los beneficios de las primitivas armas de fuego, razón por la que “los europeos invirtieron en tecnología de armas de fuego porque tenía sentido, en aquel momento, hacerlo así; los chinos no lo hicieron porque para ellos no tenía sentido”.

Las últimas páginas del libro se alejan de la historia y se vuelcan en el presente y en el futuro. Como estas cuestiones no son propiamente históricas, dejamos que el lector descubra las predicciones del arqueólogo británico, de las que solo transcribimos la siguiente reflexión: “Los órdenes abiertos prosperan gracias a la inclusión, pues, cuanto mayores son sus mercados y sus libertades, mejor funciona el sistema. En consecuencia, los tecnólogos tienden a confiar en que, a medio y largo plazo, la computarización de todo derribará barreras y harás del mundo un lugar más justo. Sin embargo, a lo largo de la historia, los primeros en adoptar una tecnología —ya fuera la agricultura, el Leviatán o los combustibles fósiles— siempre han tenido ventaja sobre quienes los han seguido después. Los órdenes abiertos no incorporan a todo el mundo en pie de igualdad, ni todo el mundo siente el mismo nivel de entusiasmo por incorporarse a ellos. […] A corto plazo, lo más probable es que la computarización aumente la brecha entre el primer mundo y el resto. En la siguiente década o dos puede que cause más conflictos, no menos, a medida que perturbe economías y aumente la sensación de agravio que inspira la violencia islamista. Puede que en el horizonte se perfile más terrorismo, más guerras de los bóeres y más estados fallidos”.

Ian Morris es titular de la cátedra Willard de Cultura e Historia Clásica en la Universidad de Standford (California, Estados Unidos). Es miembro del Centro de Arqueología de Stanford y director de las excavaciones de la Universidad de Stanford en Monte Polizzo, Sicilia. Ha publicado diez libros y más de ochenta artículos sobre Arqueología e Historia. ¿Por qué manda Occidente… por ahora? se convirtió en un fenómeno de ventas mundial que alcanzó el número 1 de la lista de The New York Times. Ha sido galardonado con premios de la Fundación Guggenheim, la Fundación Mellon, la National Geographic Society y el National Endowment for the Humanities.

*Publicado por Ático de los Libros, septiembre 2017. Traducción de Claudia Casanova y Joan Eloi Roca.