TECNOS - GOYA LAS PINTURAS NEGRAS

Goya. Las pinturas negras
Yves Bonnefoy

En el prólogo de la obra de Tzvetan Todorov Goya. A la sombra de las Luces, afirmaba José María Ridao que “la imagen de Goya como artista extravagante y rudo, dotado para la pintura pero ignorante de las ideas artísticas, culturales y políticas que agitaron su tiempo, es idéntica a la que los autores de la Generación del 98 consagraron sobre Cervantes, caracterizado como un «ingenio lego» al que el alma de la nación habría dictado una obra superior a su talento”. La obra del filósofo y ensayista búlgaro es una magistral reivindicación de la figura de Francisco de Goya y Lucientes no solo como pintor, sino como pensador universal, situado a la altura de Goethe o de Dostoievski. Todorov considera que las obras del pintor aragonés canalizan ideas, generan reflexiones y permiten comprender mejor la España de principios del XIX. Goya no era, para Todorov, un mero receptor y seguidor de las ideas ilustradas, sino un verdadero pensador de la Ilustración.

Pocos artistas españoles han sido tan revolucionarios como Goya. Su estilo, su temática y su universo personal desbordan con creces una época de tránsito (nos hallamos ante el fin del Antiguo Régimen y el titubeante comienzo del Nuevo). Quizás por su originalidad, por escapar a los cánones de la época y por su apabullante fuerza pictórica habrá que esperar décadas, e incluso algo más de un siglo, para que se reivindique su figura y se le sitúe en el pedestal que le corresponde. Una vez recuperada su imagen, se ha convertido en uno de los pintores “fetiche” de los historiadores de arte, tanto dentro como fuera de España. Valeriano Bozal, Francisco Calvo Serraller, Manuela Mena, Pierre Gassier, Juliet Wilson o el propio Todorov, entre otros, han escrito sendas monografías sobre su vida y su obra. Sin contar, por supuesto, la revalorización de sus cuadros y el interés de las pinacotecas por emplazarle en lugares privilegiados.

De la obra de Goya, sus pinturas negras siguen llamando poderosamente la atención. Es imposible contemplarlas y quedarse indiferente, tan incuestionable es su magnetismo a pesar de los inusuales temas que representan. Las pinturas negras son una serie de catorce obras murales con las que el pintor decoró, a principios de los años veinte del siglo XIX, los muros de su casa, la famosa Quinta del Sordo. Seguro que al lector le sonarán La romería de San Isidro, El aquelarre, Saturno devorando a un hijo o Duelo a garrotazos. Todas pertenecen a esta serie y a ellas dedicó el poeta y crítico literario francés Yves Bonnefoy (fallecido recientemente) una conferencia en el Museo del Prado, en marzo de 2001, dentro un ciclo consagrado a las obras maestras de Goya. La conferencia se convirtió en un libro, publicado en 2006, que ahora reedita la editorial Tecnos en su colección Neometrópolis.

El trabajo de Yves Bonnefoy, Goya. Las pinturas negras*, escapa a los cánones tradicionales de la historia del arte. Su inmersión en la pintura de Goya va más allá del mero análisis crítico y el propio autor manifiesta que no la estudiará de un modo convencional: “Al liberar a Goya de las interpretaciones erróneas que se hayan podido hacer, restableciendo aspectos de su obra y de su vida que habían sido omitidos, el historiador lleva a cabo, con determinación y afecto, un trabajo de reintensificación que se concreta en su persona y en su arte, pero del que se benefician igualmente todas las demás realidades de la sociedad e incluso de la naturaleza que nos serán restituidas desde esa mirada esclarecida. Poesía e historia participan en un mismo combate, cuyo objetivo es restituir la obra no ya en un “en-si” inexistente o inaccesible, sino, digámoslo así, una voz, para que de nuevo nos hable, por muy complejo que sea lo que tenga que decirnos”.

Bonnefoy parte de la premisa de que la obra de Goya se sitúa en una de las cimas del arte occidental, tanto por la fuerza con que satiriza la cultura española de la época como por el mensaje que transmite. Con el fin de sondear su “pensamiento”, se adentra en la vida y en el contexto histórico del pintor aragonés. Lo hace estudiando también su faceta creativa, sus inquietudes, plasmadas en los muros de la Quinta del Sordo, y la técnica utilizada en sus representaciones, entre otros factores. Poco a poco vamos descendiendo al abismo que nos descubre Goya. Como indica Patricia Martínez, “ante el abismo que se abre en los Caprichos, el sinsentido devastador de los Desastres de la guerra o la violencia demoledora del Saturno, el espectador de la obra de Goya, el lector de Yves Bonnefoy, no podrán sino preguntarse qué es lo que se puede poner a salvo de esa negrura abisal”.

El trabajo del crítico francés presenta una cierta complejidad intelectual. Aunque se lee con facilidad y no es excesivamente largo (no llega a las doscientas páginas), requiere cierta familiaridad con el ensayo y una atención continuada, pues sus reflexiones son profundas y no para tomarlas a la ligera. Bonnefoy llega a conclusiones sumamente interesantes y nos ofrece una imagen renovada del pensamiento de Goya. De ahí que sea muy útil el estudio preliminar, a cargo de Patricia Martínez, quien nos acerca al autor del libro (poco conocido en España, excepto en los círculos especializados) y nos arroja luz sobre los entresijos de su obra.

No dudamos que, tras la lectura de las reflexiones de Bonnefoy, se incrementará el número de personas que acudirá al Museo del Prado para descubrir aspectos inéditos de las pinturas de Goya. Esta reflexión del autor, que sintetiza el espíritu de su trabajo, podrá guiarle en su visita: “Pero, sin embargo, ¿cómo sería posible abordar esa interioridad que por todas partes prevalece en la obra de Goya si empezamos por abandonar el lugar mal desbrozado en el que uno se busca a sí mismo, afrontando las determinaciones de la propia vida y sus enigmas? A un gran pintor no se le describe —esto sólo tendría sentido para un artista repetitivo o carente de invención—, se le habla. Y sólo es posible hablarle implicando en ese diálogo las categorías del pensamiento, incluso las ilusiones y ciertamente las insuficiencias de la persona que somos en lo que tiene de irreductiblemente singular. Es necesario por tanto arriesgarse, y confiar en que cuanto más comprometidos estemos con lo que somos, más nos acercaremos a lo universal. Si por cualquier razón el diálogo no fuese posible, al menos habremos situado en el centro de nuestra atención la interioridad de un artista, su manera particular de afrontar y profundizar en las experiencias que sólo una persona, en la diferencia que la constituye, puede vivir. Ahí reside la razón más íntima de su eventual grandeza, y también lo que la justifica”.

Yves Bonnefoy (Tours, 1923 – París, 2016) fue un poeta, ensayista, traductor, profesor y crítico literario francés. Destacó por su obra más personal, por ser traductor de Shakespeare y por sus ensayos sobre los protagonistas fundamentales del arte gótico, el barroco y el del siglo XX. Estudió matemáticas y filosofía, pero se especializó en historia del arte (estuvo vinculado al movimiento surrealista, del que terminó por separarse), para centrar su interés en el estudio de las formas del arte y de la poesía y su relación con la ontología de las imágenes.

*Publicado por la editorial Tecnos, enero 2018. Traducción de Patricia Martínez.