BARLIN - GOBERNAR EL MUNDO

Gobernar el mundo. Historia de una idea desde 1815
Mark Mazower

Desde que el hombre creó las primeras estructuras sociales ha buscado con ahínco imponerse a sus vecinos. La voluntad de extender sus territorios y agrandar sus dominios ha sido un rasgo intrínseco de muchos pueblos, que rara vez han dejado pasar la oportunidad de ensanchar sus fronteras, cuando podían hacerlo. El poder es adictivo y los sistemas políticos (no solo los dictatoriales, pues en este punto se atenúan las distinciones) se han inclinado por ampliar sus esferas de poder, por influir en los países colindantes. La religión, la cultura, la diplomacia… cualquier instrumento era útil para alcanzar este fin. Obviamente, las fricciones eran frecuentes y en no pocas ocasiones terminaron en un conflicto armado (algunos de ellos de escala planetaria). La guerra y el comercio ha condicionado las relaciones internaciones desde tiempos inmemoriales. El orden mundial se ha asentado en torno a estos dos fenómenos y ambos han modelado el mundo que hoy conocemos.

De forma paralela al anhelo de unas naciones por dominar a otras —pero con menor intensidad— surgían entes supranacionales con el propósito de tender puentes entre los vecinos o los adversarios. La alianza de ciudades griegas para hacer frente a la invasión persa, los acuerdos entre las tribus bárbaras para luchar contra los romanos o las ligas católicas y protestantes en los siglos XVI o XVII son otros tantos ejemplos de estas incipientes instituciones internacionales. Ninguna de ellas tuvo continuidad y, una vez cumplidos sus objetivos, se disolvían (si no antes). Algo similar ocurrirá con los grandes acuerdos de paz, como los tratados de Westfalia o de Utrecht: buscaban alcanzar un equilibrio de poder entre las potencias europeas, aunque solían quedarse en meras declaraciones de intenciones.

Estos ejemplos acreditan cómo la cooperación entre naciones no es algo reciente y, ya sea por motivos egoístas o por compartir fines comunes, los siglos pasados conocieron también, a su modo, fórmulas de integración. El historiador británico Mark Mazower explora en su obra Gobernar el mundo. Historia de una idea desde 1815* el nacimiento de nuevas instituciones internacionales, a partir del siglo XIX, y las aspiraciones de unos pocos (pero tenaces) soñadores por crear un mundo más cercano.

Así explica el autor la finalidad de su trabajo: “La idea de un Gobierno supranacional al mando de la humanidad no es más que una versión extrema dentro de un abanico mucho más amplio de utopías seculares internacionalistas. Estas, encastradas en una red de esperanzas, fantasías y temores, imaginan un futuro mejor para la humanidad, al alcance de la comprensión y el poder humanos, y prometen su emancipación. Con el presente libro no pretendo exponer mi propia alternativa junto a las muchas otras versiones que de este sueño han venido apareciendo en los últimos dos siglos, como tampoco preconizar una de ellas por encima del resto. La intención de estas páginas es, más bien, explorar su evolución histórica, mostrar cómo algunas de ellas han alumbrado realidades a través de las instituciones que han inspirado, y preguntar, por último, qué queda hoy de ellas”.

Mazower no se remonta al inicio de los tiempos para comenzar su relato. Su punto de partida está muy definido: la caída del Imperio napoleónico, la celebración del Congreso de Viena en 1815 y el que puede considerarse primer modelo de gobierno internacional: el cónclave entre grandes potencias conocido como Concierto europeo. En estos primeros capítulos analiza también las implicaciones teóricas que empezaba a tener el concepto “internacional” y el enfoque que juristas, ideólogos, economistas o científicos dieron a este término. Sus heterogéneas propuestas empezaron a configurar un germen legal e institucional, que desembocaría en la adopción del internacionalismo por los poderosos artífices del nuevo orden mundial angloamericano, a consecuencia de las guerras mundiales.

El historiador británico se detiene a reflexionar sobre los motivos que llevaron a las superpotencias a aceptar la creación de organismos supraestatales que limitasen su poder. Su conclusión es palmaria: “En otras palabras: a la larga, un decisivo núcleo de actores políticos de Whitehall y Washington entendió que estos nuevos medios para el ejercicio del poder proporcionaban incomparables virtudes y beneficios”. Una vez configurada la ONU tras la Segunda Guerra Mundial, Mazower explora la exponencial aparición y el desarrollo de instituciones internacionales (el Banco Mundial, el GATT, el FMI o la OMC, por ejemplo) y cómo fueron adquiriendo mayor independencia respecto a los Estados Unidos.

Las nuevas instituciones se opusieron en reiteradas ocasiones a los intereses de las potencias dominantes, creando situaciones de enorme tensión, aunque las pretensiones americanas nunca de dejarían de tener una gran influencia en la toma de decisiones. La descolonización, la influencia soviética y las crisis económicas de la segunda mitad del siglo XX fueron elementos dinamizadores de las relaciones internacionales y tuvieron un fuerte impacto en la evolución de aquellas instituciones. Al mismo tiempo, el historiador británico profundiza en la aparición de las ONGs, en la confluencia de la globalización y en el nuevo orden mundial, en cuyo seno un marco legal permite la intervención internacional en cuestiones de carácter interno.

Los conocimientos del historiador británico son apabullantes, pero su prosa no deja traslucir el academicismo propio de estos trabajos. El libro se lee de forma amena, dado el cariz divulgativo que el autor le ha querido dar: “Al describir estos acontecimientos, he tratado de alejarme de los relatos institucionales tipo, al igual que de sus aburridas retahílas sobre heroicas pugnas burocráticas dentro de lo que se antoja una interminable maleza de comités y agencias. Resulta demasiado fácil, incluso para los historiadores, transmutar palabras, planes e intenciones, por hechos. En lugar de ello, mi propósito ha sido el de conectar la aparición de las instituciones internacionales con las realidades del poder, mostrando además cómo y por qué algunos de los Estados más poderosos del mundo eligieron, durante el siglo xx, la vía de la cooperación internacional, con lo que esto significó para ellos y para el resto”.

Resulta curioso cómo la creación de estos gigantes supranacionales debe tanto a unos pocos individuos. El relato de Mazower aborda la confección de grandes estructuras burocráticas, pero atribuye el mérito de su concepción a unas pocas figuras, extremo que se acentúa en los primeros capítulos que tratan el siglo XIX. La influencia que ejercieron determinadas personas, algunas con intereses puramente altruistas y otras pensando en los beneficios para su país, fue esencial para el establecimiento de estos organismos. El libro da buena cuenta de ello, al igual que señala la ironía de que los mayores avances alcanzados en el internacionalismo se consiguieran cuando los ideales se dejaban de lado para ceder su puesto a la realidad. En el momento en que los halcones de cada estado entraban en juego, las grandes palabras daban paso a normas y tratados concretos, que se convertían en hechos palpables.

Mazower también tiene palabras para la reciente crisis (que imputa a la excesiva libertad de los mercados anglosajones) y al actual estado de las relaciones internacionales. Así se expresa sobre este punto: “Que, de puertas adentro, el funcionamiento de las instituciones internacionales puede no ser democrático es algo de sobra conocido desde hace tiempo y que no parece especialmente sorprendente […] Lo que sí parece nuevo, en términos históricos, es la importancia menguante de la soberanía internacional y el modo en que, a través de sus políticas —como la crisis de la zona euro ha puesto de manifiesto—, los órganos de gobierno y regulación internacionales están arremetiendo contra la legitimidad y cohesión internas de los Estados individuales. A decir verdad, no es que estos estén convirtiendo las democracias en dictaduras —si bien la debilidad rusa por Putin sugiere que tal giro es posible—; sin embargo, están demudando nuestras instituciones representativas y cercenando su capacidad de acción”.

Mazower nos invita a un viaje que se inicia hace doscientos años y desemboca en el presente. Quinientas páginas en las que se combina la historia, la teoría política y las relaciones internacionales para construir el vivo retrato de una idea, interpretada de forma distinta en el tiempo y según qué ideología, cuya finalidad no era sino crear un sistema de gobierno global. Su libro es imprescindible para los especialistas y para quien busque comprender cómo funciona a escala planetaria el mundo que nos ha tocado vivir.

Mark Mazower (1958), historiador de origen británico especializado en la historia de Europa del siglo XX, es profesor titular en la Universidad de Columbia (Nueva York), donde además dirige el Heyman Center for Humanities, tras haber enseñado en Princeton o en la Universidad de Sussex, entre otras. Su obra ha sido galardonada con numerosos premios internacionales, como el italiano Acqui Storia, el británico Wolfson Prize for History o el Runciman Prize. Es colaborador habitual en medios como Financial Times, The Guardian, The New York Times o The Independent.

*Publicado por Barlin Libros, 2018. Traducción de Daniel Esteban Sanzol.