El ser humano tiene una cierta tendencia a idealizar (o a demonizar) sucesos y personajes. Preferimos, además, categorizar momentos o personas atendiendo a nuestros sentimientos y prejuicios, dejándonos llevar por impresiones parciales o estereotipadas. Es más fácil (y más cómodo) calificarlos simplemente de buenos o malos que detenernos en la farragosa operación de observar los matices y los contextos en los que se mueven los elementos clasificados. Este proceder determina que momentos históricos tan complejos como la Atenas de Pericles, la Roma de Augusto, la Florencia del Renacimiento, el París de la Revolución Francesa o el desembarco aliado en las playas de Normandía sean vistos como hitos brillantes de la historia del hombre, inmaculados y gloriosos, cuya legítima crítica se margina en aras del ensalzamiento colectivo. Parte de culpa recae en aquellos historiadores que sucumben al encanto de lo popular, en vez de acometer la ingrata tarea de puntualizar elementos no tan “atractivos”.
En España también hemos caído en esta tentación. Observemos, por ejemplo, uno de los períodos que más ha polarizado nuestra atención: la Segunda República. Para unos, se trata de la quintaesencia del espíritu democrático y del progreso de la razón humana; para otros, de un momento negro, regido por el extremismo y la violencia. Es muy difícil hablar sobre ella sin que se genere una cierta polémica entre los interlocutores: defensores y detractores ocupan sus trincheras y la defensa de sus posiciones es muy enconada. Si, para colmo, la política aviva (interesadamente) la confrontación, tenemos un serio problema y será difícil comprender realmente qué fue y qué significó la Segunda República. De ahí que, en cuanto tema recurrente de nuestro horizonte cultural (películas, libros, obras de teatro o cualquier otra expresión artística), los trabajos que lo analizan suelan tener un marcado sesgo que trata de reforzar el propio bando.
Si la Segunda República es de por sí conflictiva, los meses previos al estallido de la Guerra Civil han generado una polémica que alcanza tonos casi esquizofrénicos. La voluntad de justificar la legitimidad del Frente Popular tras las elecciones de 1936 o las razones de los golpistas para promover el levantamiento de julio de ese año ha hecho que este corto espacio de tiempo sea un verdadero campo de batalla dialéctico, con posiciones de radical antagonismo. Aún así, casi todo el mundo coincide en que España se sumió en una espiral de violencia y que la tensión se disparó, en medio de un ambiente enrarecido de gran inestabilidad social y política. La inquietud y el nerviosismo se instalaron en las Cortes y en las instituciones, que vivieron situaciones extremadamente angustiantes. En no pocas ocasiones derivaron en violencia y muerte.
Analizar con la fría herramienta de la razón estos meses es un tarea ardua e ingrata (pues resulta imposible contentar a unos y a otros), que los profesores Fernando del Rey y Manuel Álvarez Tardío han llevado a cabo de forma magistral en su trabajo Fuego cruzado. La primavera de 1936*. Un análisis exhaustivo de los estertores de la República que ahonda en la violencia y en la inestabilidad extendida por toda la Península. Sin tomar partido, sin realizar afirmaciones grandilocuentes y sin pretender imponer sus puntos de vista, los autores desentrañan, gracias al estudio de un sinfín de fuentes, la triste deriva en la que se adentró el país tras las elecciones de febrero de 1936.
Con estas palabras explican los autores el propósito de su libro: “[…] Este libro es asimismo una reivindicación de una determinada forma de hacer historia, la que combina el análisis con un sólido relato descriptivo. De hecho, la nuestra es, en una buena parte, una historia de historias, contadas y analizadas con el máximo detalle, para que nuestros lectores recuerden que detrás de los grandes procesos y los debates políticos, detrás de los líderes y de los partidos, de los discursos y de los lenguajes tantas veces radicalizados, había personas optando en libertad. Por eso, hemos querido contar la violencia mostrando que tras ella había individuos que tomaban decisiones y actuaban consciente y voluntariamente. La violencia en la política fue una opción. Sí, descabellada y moralmente execrable, pero una opción que tomaron libremente algunas personas y que otras condenaron o rechazaron con la misma fuerza con que podamos hacerlo nosotros hoy. Como ha escrito Rüdiger Safranski, «no hace falta recurrir al diablo para entender el mal». Se podría añadir que tampoco hace falta inventarse excusas estructurales para comprender el mal. Porque este «pertenece al drama de la libertad humana. Es el precio de la libertad». Nada, pues, estaba determinado en 1936, ni la guerra, ni la violencia, ni el éxito o el fracaso de la democracia, pero tampoco el comportamiento de quienes quisieron ser violentos cuando otros conciudadanos, con iguales, mejores o peores condiciones de vida o de trabajo, no lo hicieron. La política, esto es, las ideas, las prácticas, los partidos, los líderes y las instituciones tampoco los determinaron, si bien, como mostramos en este libro, crearon unas condiciones que nos ayudan a entender por qué, a diferencia de otros países o de otros momentos de la propia historia española, la violencia tuvo tanto peso en la política de esa larga primavera de 1936”.
Al aproximarse al período que va de febrero de 1936 a julio de ese mismo año, los autores han optado por centrar su estudio en la violencia y en los episodios de esa naturaleza que tuvieron lugar durante esos meses. Más de mil casos se analizan mediante un examen exhaustivo, acompañado de gráficas y tablas para ilustrar sus tesis. Desde pequeñas disputas hasta enfrentamientos masivos que provocaron varios muertos, la obra recorre el país diseccionando estos acontecimientos, buscando sus causas, sus protagonistas y sus consecuencias. No se trata de un tema menor, puesto que el orden público se convirtió en el principal problema de la sociedad española en aquel momento. Estudiar las raíces de la violencia nos permite comprender el estado de incertidumbre que se adueñó de la nación y que sumió a la población en un estado insoportable de tensión.
Los autores no solo estudian la violencia como tal. Dedican varios capítulos a examinar la respuesta que las autoridades políticas, policiales y sindicales dieron a las acciones violentas. El intento de minusvalorar su importancia y extensión (por parte de los gobiernos de Azaña y Casares Quiroga), la recriminación constante a la derecha fascista como causante y provocadora de esos conflictos por parte del Gobierno y de los partidos que conformaban el Frente Popular, las críticas de la oposición a la inacción o a la incapacidad del Gobierno para frenar la espiral de odio y muerte o el papel que jugaron las fuerzas del orden son algunos de los temas analizados a lo largo del libro. Reiteramos que los autores no tratan de señalar y culpar a nadie en particular, tan solo quieren mostrar de la forma más fehaciente posible cómo era la vida política y la sociedad española en aquel trascendental momento.
Para el lector poco habituado a este tipo de trabajos, la avalancha de datos que brinda la obra le puede abrumar en determinados momentos. Se trata de un libro denso, en el que la información prevalece sobre el relato (aunque esté muy bien escrito) y el rigor del análisis deja poco espacio para florituras literarias. Estamos ante una excelente investigación historiográfica, en la que la razón se impone al sentimiento, donde no hay buenos ni malos, ni se quiere trasladar un discurso moralizante. Lo que se busca es conocer cómo transcurrieron aquellos meses decisivos, sin entrar en juicios de valor ni en buscar culpables de lo que vino después.
Concluimos con esta reflexión de los autores que, a pesar de su extensión, resulta esencial para comprender el espíritu de la obra y por qué está llamada a convertirse en un modelo de actuación para cualquier historiador: “Ante esa simplificación e incluso maquillaje de los graves problemas que atravesó la vida política durante la larga primavera de 1936, este libro parte del convencimiento de que es posible un acercamiento a ese período desde la misma perspectiva que ha permitido a los mejores historiadores de la República explicar la complejidad de los cinco años anteriores, es decir, trascendiendo las diferentes mitologías en pugna y desplazando los viejos relatos partidistas con la luz que arroja el estudio de numerosas fuentes primarias, hasta hoy inexploradas. La interpretación que ofrecemos parte del rechazo de la historia de combate de cualquier signo y de la reivindicación de una historia desmitificadora. Somos perfectamente conscientes de que la objetividad absoluta es una quimera engañosa y de que los historiadores, como el resto de los ciudadanos, estamos mediatizados por nuestras propias ideas y circunstancias. En ese sentido, es útil reconocer que este libro está escrito desde la reivindicación de los valores democráticos, liberales y pluralistas, así como de la consideración positiva de la democracia parlamentaria, la que ya había demostrado su valía antes de 1936 y la que triunfó en Europa occidental después de 1945 y en España tras 1978. Además, partimos de que no se puede incurrir en posiciones presentistas al mirar al pasado, pues a sus protagonistas hay que entenderlos en su propio contexto y dejarlos hablar ante el lector, para que este pueda sacar también sus propias conclusiones. Por eso mismo, siendo muy conscientes de que la larga primavera de 1936 siempre se ha leído como el prólogo de la guerra civil y ha sido mutilada al servicio de la propaganda, tanto la anticomunista como la antifascista, este libro la analiza como si la guerra civil nunca se hubiera producido. Es decir, procurando colocar el punto de vista en esos meses y obviando consciente y recurrentemente el hecho de conocer su desenlace. Este ha sido un ejercicio metodológico complejo, pero también apasionante y sugerente, que coloca este libro muy lejos de cualquier determinismo y teleología”.
Fernando del Rey es catedrático de Historia del Pensamiento y de los Movimientos Sociales y Políticos en la Universidad Complutense de Madrid. Sus líneas de investigación se han ajustado al estudio de la acción política del mundo empresarial, las relaciones entre política y economía, el conservadurismo autoritario y la violencia política. Entre sus publicaciones sobresalen Propietarios y patronos (1992), La defensa armada contra la revolución (1995), Paisanos en lucha (2008) y Retaguardia roja (2019). Manuel Álvarez Tardío es catedrático de Historia del Pensamiento Político y los Movimientos Sociales y Políticos en la Universidad Rey Juan Carlos. Experto en la vida política del siglo XX y la Segunda República española, entre sus publicaciones figuran Anticlericalismo y libertad de conciencia. Política y religión en la Segunda República Española (2002); El camino a la democracia en España. 1931 y 1978 (2005); y la biografía de José María Gil-Robles. Un conservador en la República (2016). En 2017 publicó, en colaboración con Roberto Villa, 1936. Fraude y violencia en las elecciones del Frente Popular.
*Publicado por Galaxia Gutenberg, febrero 2024.