A primera vista, pudiera parecer que el arte y la política apenas guardan relación, siendo, en teoría, tan dispares los fines y los propósitos de artistas y políticos. Sin embargo, la realidad histórica es que unos y otros han tenido una dependencia bastante estrecha, incluso simbiótica. Los artistas, también hoy, acudían y acuden a los organismos públicos o a los mecenas para obtener fondos que les permitan desarrollar su trabajo; por su parte, el poder público utilizaba y utiliza el arte como elemento de legitimación y propaganda.
Si nos remontamos al Renacimiento, por ejemplo, comprobaremos cómo las grandes obras plásticas o arquitectónicas de la época obedecían, en su inmensa mayoría, a encargos de reyes, papas, eclesiásticos, nobles o personajes adinerados. La Monarquía Hispánica no fue una excepción. Más bien podría decirse que constituye un paradigma de la íntima conexión entre arte y poder. Los reyes españoles fueron conscientes de que la mejor forma de representar y reflejar su enorme influencia en el mundo era a través de elementos artísticos.
El Imperio hispano se construyó gracias a una hábil política matrimonial, a la visión de sus gobernantes y a la contundencia de sus hombres de armas. No obstante, para deslumbrar a sus rivales y mantener su reputación y su proyección pública se necesitaba algo más y es aquí donde entran figuras como Velázquez, Rubens o Tiziano, entre tantos otros. Ellos fueron los encargados de mostrar al resto de potencias europeas el poder y la riqueza de la Corona española, que atribuía a las obras artísticas una función de representación innegable, dotándolas así de un significado propiamente político.
Tal actitud no fue privativa de monarcas: todo aquel que ostentaba, o pretendiese ostentar, una cierta influencia en la Corte acudía a pintores, arquitectos o escultores para mostrar su autoridad. Eran tiempos en los que la apariencia era casi tan importante como la realidad y la imagen se cuidaba casi hasta el paroxismo, pues simbolizaba, entre otras cosas, la posición social del mecenas. Cualquier pequeño detalle podía provocar una tormenta política o la caída de una figura relevante.
Sergio Ramiro Ramírez nos descubre este complejo escenario en la obra Francisco de los Cobos y las artes en la corte de Carlos V*. Su trabajo, cuyo origen es su tesis doctoral, busca ilustrar la faceta de promotor de las artes de uno de los consejeros más importantes del Emperador y, por tanto, personaje clave de la política española de la primera mitad del siglo XVI. La faceta artística de Francisco de los Cobos corrobora, además, la importancia que el arte tenía como elemento para lograr el ascenso social y la consolidación del linaje nobiliario.
Así lo explica el autor: “En definitiva, como premisa principal, a lo largo de las siguientes páginas nos interesaremos por el impulso de los elementos, hoy considerados artísticos, que permitían a una persona como Francisco de los Cobos alcanzar el estatus nobiliario y construir con ellos la narración de un digno origen para su linaje aristocrático. Tomando como referentes los modelos expuestos y a través del recurso a la historia social del poder, la historia de la cultura visual y los estudios de la corte, se ha pretendido reconstruir un proyecto que buscaba unos propósitos políticos concretos utilizando el ceremonial, lo perenne de la arquitectura, el boato de los materiales más ricos y el deleite en las formas, los colores, los brillos y las texturas como señales que dotasen de autoridad sus aspiraciones y codificasen una fama con ilusiones de eternidad”.
La mayoría de las tesis doctorales no se conciben para la divulgación, sino, como debe ser, para la investigación. De ahí que la obra de Sergio Ramiro presuponga un trabajo complejo, minucioso y académico. Su publicación ulterior no hace de ella un libro denso y farragoso, como sucede con algunos textos universitarios. El lector no especializado puede encontrar en sus páginas información muy interesante y descubrir aspectos sociales y culturales del funcionamiento y de la organización de la sociedad española del siglo XVI, que no hallará en los libros de historia al uso.
Nuestro protagonista fue uno de los hombres más poderosos de la Corte de Carlos V, aunque, paradójicamente, apenas es conocido por el gran público. Secretario personal del monarca, diplomático y miembro del Consejo de Estado, su cursus honorum fue excelente y las funciones que se le asignaron se acrecentaron a medida que aumentaba su influencia. Lo mismo sucedió con su riqueza: a su muerte contaba con rentas muy holgadas, de procedencia muy diversa. De los Cobos no pertenecía, sin embargo, a una familia distinguida y hubo de abrirse paso gracias a su habilidad e inteligencia. Como se explica en la obra, la necesidad de reforzar su posición frente a otras casas más asentadas motivó que invirtiese tanto esfuerzo en proyectar su imagen a través del arte.
El primer capítulo de la obra está dedicado a explorar la vida personal y política de Francisco de los Cobos (1485 o 1487/1547). En este epígrafe se muestran los principales hitos de su biografía y su extraordinario ascenso social, que hizo de él uno de los hombres más relevantes del Imperio y le permitió conformar un linaje nobiliario en tan solo una generación. Su caso no era aislado: en realidad, obedece al mismo modelo de comportamiento adoptado por otras personalidades influyentes de la época.
Al estudiar las acciones emprendidas por nuestro protagonista en el mundo del arte, el libro nos desvela la relación existente entre política y artistas en la Edad Moderna. Así lo expresa el autor: “Durante el siglo XVI, patronazgo, política y cultura formaban parte una práctica única y su separación responde a una escisión artificial realizada en tiempos contemporáneos. En una época en la que el ejercicio del poder dependió en gran medida de la percepción visual, la proyección de una imagen pública en términos de magnificencia fue fundamental para esos potentados que en las cortes europeas necesitaron afirmar su identidad y mantener el respeto de sus coetáneos de linaje más antiguo y preeminente”.
Para ilustrar la relación entre clientes y creadores, Sergio Ramiro analiza los múltiples y heterogéneos contactos entre los productos culturales, las élites políticas y los artistas. Estos últimos no circunscribían su actividad a un espacio reducido o a un ámbito meramente nacional. El sistema de intercambios culturales y artísticos les permitía extenderse por todo el continente europeo, abarcando las diversas Cortes y, paulatinamente, el Nuevo Mundo e incluso Oriente. En la proyección del arte a escala “global” jugaba un papel destacado la diplomacia, con cuya colaboración se tejía una tupida red en la que se mezclaban favores, alta política o regalos. Dentro de ese escenario, el autor presta especial atención a Italia: los cuadros de Tiziano, la pintura veneciana, los mármoles de Génova … eran muy codiciados dada su elevada valoración en el circuito europeo.
Una vez contextualizado el mundo del arte en el siglo XVI, la obra vuelve a poner el foco en Francisco de los Cobos, para analizar si fue un mero “entendido” o coleccionista de arte o, más bien, su interés por estas manifestaciones se debía a un afán de poder y de legitimación en el estamento aristocrático. En sucesivos capítulos (quizás los más académicos) se estudia, primero, la construcción de su patrimonio y su vinculación con su linaje nobiliario; y, en segundo lugar, su labor al servicio del rey, que le llevó a gestionar e intervenir en el patrimonio regio.
Aunque se abordan en esos capítulos diversas manifestaciones artísticas, hay cierta preeminencia de la faceta arquitectónica, sin duda por su mayor capacidad representativa. De ahí que el libro se detenga con particular detalle en las construcciones que llevó a cabo De los Cobos en Valladolid (palacio en la Corredera de San Pablo) o en Úbeda (residencia familiar, la capilla de la Purísima Concepción en Santo Tomás o la Sacra Capilla de El Salvador), así como en su participación en diversas reformas de los Reales Sitios de Castilla y de otros enclaves.
Concluimos con una nueva cita del autor que explica el contexto de su investigación: “Un estudio sobre la figura de Cobos ayuda a establecer un paradigma para comprender mejor una parte significativa de los estándares culturales que marcaron el reinado de Carlos V, en parte heredados de la corte de los Reyes Católicos, pero también en tránsito hacia la modernidad. En las actuaciones de Cobos se encierra la génesis de figuras políticas que más tarde desarrollarían un importante papel como consejeros y gobernantes de facto de la monarquía habsbúrgica, con un modelo distinto como es el valimiento, pero con unas cuotas de poder asimilables. Por otro lado, en ese tiempo la corte fue el ámbito propicio para la gestación de las empresas artísticas de mayor significación y el medio óptimo para el intercambio de conocimientos y mano de obra, por lo que ha servido como el marco interpretativo de referencia. Así, tanto la casa y corte del emperador como la de la emperatriz, al igual que la reproducción de las estructuras cortesanas en escalas menores, proporcionan el esquema cultural más adecuado para acometer este análisis”.
Sergio Ramiro Ramírez, doctor en Historia del Arte por la Universidad Complutense de Madrid, es investigador posdoctoral Juan de la Cierva en el Departamento de Historia y Teoría del Arte de la Universidad Autónoma de Madrid. Sus líneas de investigación se centran en el uso político del arte en las cortes de Carlos V y Felipe II, la agencia artística femenina y los intercambios culturales entre Italia y España durante la Edad Moderna.
*Publicado por el Centro de Estudios Europa Hispánica, septiembre 2021.