CATEDRA - FORTUNY

Fortuny o el arte como distinción de clase
Carlos Reyero

La fama y el reconocimiento son misterios tan indescifrables como caprichosos ¿Qué lleva a un artista a ser admirado y respetado por la crítica y por el público? ¿Por qué hay tantos ejemplos de grandes escritores, pintores, músicos… cuya gloria les llegó una vez muertos? ¿Quién dicta qué está de moda y qué no? ¿Cómo diferenciar al artista cuya fama apenas dura del que trascenderá en el tiempo? Nuestro pasado está lleno de historias de éxito y fracaso, de artistas que recibieron las loas de sus contemporáneos y de otros que fueron ignorados en vida. La diferencia de unos a otros suele deberse, en muchas ocasiones, al azar. En ambos casos se presupone una cierta genialidad, pues el arte es de las pocas actividades del ser humano que, para pasar a la posteridad, requiere, junto al esfuerzo y el trabajo constante, un cierto toque de las musas: se nace con ese don o es imposible alcanzar la maestría sin él.

En el siglo XIX español hay muchos ejemplos de artistas que se han perpetuado en el tiempo, aunque esta centuria quizás seas de las menos conocidas por el gran público. En el mundo de las letras, Gustavo Adolfo Bécquer, Rosalía de Castro, Benito Pérez Galdós o José Zorrilla; en el de la música: Isaac Albéniz o Enrique Granados; y en el de la pintura, Federico de Madrazo, Eduardo Rosales o Joaquín Sorolla. Otros, la gran mayoría, han pasado desapercibidos y ya están olvidados, entre las brumas de la memoria. Aunque son pocos los que entonces lograron la inmortalidad, proporcionalmente superan a períodos anteriores de nuestra historia. Quizás se explique porque es a partir de este siglo cuando más artistas pudieron sobrevivir gracias a su trabajo. Hasta ese momento, la suya era una afición apenas remunerada y quienes se dedicaban en cuerpo y alma a ella acababan, generalmente, sumidos en la pobreza.

Entre los que adquirieron fama extraordinaria (ya en vida) y la han mantenido con el paso del tiempo (con subidas y bajadas), se encuentra Mariano Fortuny, cuya biografía nos acerca el catedrático de Historia del Arte de la Universidad Autónoma de Madrid, Carlos Reyero, en la obra Fortuny o el arte como distinción de clase*. El pintor catalán tuvo una vida fascinante. Desde unos orígenes muy humildes y aun viviendo apenas treinta y seis años, se convirtió en uno de los artistas más aclamados y reconocidos de su época. El propósito del libro de Reyero es, como el autor señala, “revisar el fulgurante ascenso de Mariano Fortuny, que llegó a convertirse en uno de los grandes mitos de la pintura europea en vísperas del Impresionismo, en relación con un hábitat que le fue favorable, pero, a la larga, terminó por resultar asfixiante. La idea es aproximar el funcionamiento de ese hábitat a las aspiraciones del individuo que se inserta en él y detectar sus fallas”.

El trabajo de Carlos Reyero es sumamente interesante. A caballo entre la historia del arte, la biografía y la divulgación (“En última instancia, creo que el relato pertenece a un género híbrido”), se podría definir como un ensayo biográfico sobre el arte y la sociedad en el siglo XIX. Se lee con pasmosa sencillez y cautiva a todo aquel que se sumerge en sus páginas. Además, la ruptura del eje temporal del relato otorga vitalidad a la narración y la aleja del monótono suceder de acontecimientos. Así lo explica el propio autor: “Se ha procedido a una especie de deconstrucción de la vida de Fortuny, de manera que los fragmentos elegidos se subordinan a los argumentos de cada capítulo, que terminan por marcar el ritmo narrativo. Allí se funden lo personal y lo social, no siempre exentos de tensiones: los anhelos de un individuo, del artista Fortuny, no escapan ni al lugar ni al entorno familiar, social, político, económico y estético en el que vivió”.

Apuntemos telegráficamente la biografía de nuestro protagonista: Nacido en Reus, en 1838, en el seno de una familia de tradición artesanal, muestra desde joven predisposición para la pintura y comienza a asistir a la Escuela de Arte Municipal. Al quedar huérfano a la edad de catorce años, su abuelo asume su tutela y educación. En 1850 se traslada a Barcelona y, ocho años más tarde, continuará su formación en Roma, gracias a una beca. La Diputación de Barcelona le propone viajar a Marruecos para pintar los encuentros bélicos que allí tenían lugar. En 1860, comienza sus bocetos para la batalla de Wad-Rass, visita Madrid y frecuenta el Prado, donde se interesa por la obra de Velázquez y de Goya y conoce a su futuro suegro, Federico de Madrazo. De vuelta a Barcelona, se le ofrece la posibilidad de viajar por Europa para visitar los más importantes museos. Por entonces su nombre ya es muy conocido y se le empiezan a encargar numerosas obras. En París conoce a Adolphe Goupil, su futuro marchante, con el que firmará un contrato, en septiembre de 1866, que le abrirá las puertas del mercado internacional. Al año siguiente, se casa con Cecilia de Madrazo. Los últimos años de su vida son un continuo traslado de domicilio: Roma, Madrid, Granada o París son algunas de las ciudades en las que reside. En otoño de 1874, cuando se encontraba trabajando de nuevo en Roma, le diagnostican una úlcera de estómago que se agrava y le causa la muerte.

FORTUNY - LA VICARIA

Este cúmulo de datos está, obviamente, mejor desglosado en la obra de Reyero, quien no solo se detiene en la vida de Fortuny sino que ahonda en la sociedad que le dio la fama. Citando nuevamente sus palabras: “El recorrido que este libro propone por las principales circunstancias vitales del pintor Mariano Fortuny se articula en torno a un conflicto que gravita sobre toda su trayectoria: la contraposición generada entre la imperiosa llamada a triunfar, como consecuencia del valor concedido al trabajo, a la habilidad técnica, al dinero y a la libertad (es decir: la distinción individual que permite alcanzar una clase); y el uso que la sociedad de su tiempo hizo de ese mismo reconocimiento, movida por sus propios intereses (es decir: la distinción social derivada de formar parte de una clase y tener que aparentarlo). Se trata, desde luego, de una inquietud que se suscita en el propio pintor, en relación con los deseos y las exigencias por las que tuvo que pasar para alcanzar el éxito. Pero, sobre todo, revela la ansiedad de una élite que había heredado los imaginarios románticos sobre el arte y el artista, hasta convertirlos en mitos mediáticos, sin asumir las consecuencias que ya apuntaban hacia su autonomía”.

La sociedad que encumbró a Fortuny fue una sociedad ampulosa, ilustrada, superficial y clasista. Los artistas que, como hoy, eran invitados de excepción en los círculos de poder, no poseían dinero o influencia, instrumentos necesarios para acceder a la cúspide social, pero disponían de un genio único que los convertía en objeto de deseo y les abría las puertas de los salones más exclusivos. Esta sociedad es la que retrata Reyero en su trabajo; sus fobias, sus prejuicios y sus comportamientos son analizados a lo largo de los diversos capítulos, a medida que descubrimos cómo Fortuny se fue abriendo paso en ella. A sus treinta y seis años había logrado lo que pocos hombres consiguen con una existencia más larga: gozar de una gran reputación, de una vida holgada y de libertad creativa. Al final, la muerte nos iguala a todos.

Concluimos con esta reflexión del editor de la obra: “La posesión y el reconocimiento de las obras de Fortuny se convirtió en un signo de distinción de clase que aparece profundamente determinado por pasiones humanas. Esta circunstancia singular sirve de arranque para adentrarse en un universo de intereses mundanos que va más allá de la pura trayectoria vital del pintor, observada desde una multiplicidad de puntos de vista, tales como la amistad, el amor, la frivolidad, la presunción, el sexo o la nostalgia. A través de un relato fresco y ágil, que escapa al futuro perfecto de los grandes discursos, se desnudan con ironía los protagonistas, en cuyas actitudes, a veces prosaicas y banales, se reconoce el sentido más vital del arte”.

Carlos Reyero, catedrático de Historia del Arte de la Universidad Autónoma de Madrid, ha dedicado una gran parte de sus investigaciones a analizar la función de las imágenes en la conformación de identidades políticas y culturales durante la época contemporánea. Entre sus libros destacan Imagen histórica de España (1987), La pintura de historia en España (1989), París y la crisis de la pintura española (1993), Apariencia e identidad masculina (1996), La escultura conmemorativa en España (1999), La escultura del eclecticismo en España (2004), La belleza imperfecta (2005), Observadores. Estudiosos, aficionados y turistas dentro del cuadro (2008) y Desvestidas. El cuerpo y la forma real (2009) o Alegoría, nación y libertad. El Olimpo constitucional de 1812 (2010).

*Publicado por Cátedra Ediciones, septiembre 2017.