GALAXIA GUTENBERG - ESPARTERO EL PACIFICADOR

Espartero, el pacificador
Adrian Shubert

En el siglo XIX confluyeron dos fenómenos que marcaron la vida política española de la época. Por un lado, poco a poco y de forma algo renqueante, se fue desarrollando el Estado liberal: el Antiguo Régimen comenzó a desmoronarse tras la Guerra de Independencia y las nuevas ideas políticas se fueron asentando con el paso de los años, no sin la oposición de un sector importante de la sociedad. Por otro lado, el ejército se convirtió en la principal institución política, la única que mantuvo una cierta legitimidad y autoridad durante toda la centuria (por encima incluso de la Corona). La gran mayoría de los hitos que marcaron aquel siglo estuvieron precedidos por el levantamiento de un sector del ejército, normalmente en consonancia con alguna facción política. La separación entre el estamento militar y el político era muy tenue y fue una práctica habitual que oficiales del ejército ocupasen la jefatura del gobierno, las carteras ministeriales o los escaños en las Cortes.

Entre las principales figuras del siglo XIX ocupa una posición preeminente Baldomero Espartero. Es imposible escribir la historia de aquella centuria sin contar con su presencia, pues protagonizó (directa o indirectamente) los sucesos más relevantes que tuvieron lugar, tanto políticos como militares, durante su vida. Noveno hijo de un carretero de un pequeño pueblo de Castilla La Mancha (Granátula de Calatrava), Espartero consiguió ascender en la jerarquía militar hasta ser designado general en jefe en la primera Guerra Carlista. A partir de ese momento, su presencia en la política española fue constante: alcanzó reiteradas veces la presidencia del Consejo de Ministros, asumió la regencia e incluso su nombre se barajó como sucesor de Isabel II tras la Revolución de 1868. Pocos hombres en la historia de España llegaron tan alto partiendo desde tan bajo. Hablar de Espartero es hablar de las virtudes y defectos del pueblo español en el siglo XIX.

El fervor que despertaba el general manchego fue menguando tras su muerte, hasta caer en una cierta indiferencia que se fue tornando en antipatía. La historiografía no siempre ha sido justa con él y se le ha calificado como un político torpe y un militar mediocre, rasgos muy alejados de la imagen glorificada con la que le veían sus contemporáneos y que le llevó a conseguir los títulos de Príncipe de Vergara (por segunda vez en la historia de España se atribuía el título de príncipe a alguien ajeno a la familia real), duque de la Victoria, duque de Morella, conde de Luchana y vizconde de Banderas. A pesar de sus fracasos políticos, el pueblo le tenía gran estima y a él acudía cuando se producía cualquier pronunciamiento (normalmente de carácter progresista). Su difícil adscripción política, sus largos períodos de inactividad (ya sea exiliado en Inglaterra o retirado en Logroño) o la escasez de testimonios escritos han convertido a nuestro protagonista en un ser esquivo para los historiadores y en un personaje poco estudiado y menos conocido aún por el gran público.

El hispanista Adrian Shubert trata de recuperar la figura del famoso militar en su obra Espartero, el pacificador* y arrojar algo de luz sobre las interrogantes que siguen rodeándole. Así describe el autor a su biografiado: “No hubo un solo Espartero, coherente y consistente. Como soldado, su ilimitado valor físico, e incluso temeridad, le granjearon éxito tras éxito en el campo de batalla. Como jefe militar imponía una feroz disciplina, no le asustaba emplear el fusilamiento como castigo, y se preocupaba auténticamente de sus hombres, procuraba ahorrar sus vidas e incluso empleaba sus propios bienes para alimentarlos y vestirlos. Como general en jefe distaba de ser un Wellington, un Napoleón o un Grant, pero su cautela le salvó de ser derrotado y al fin le hizo posible terminar la guerra con éxito. Era un hombre de guerra que entendía que la solución militar no siempre es la mejor. Tenía una enorme seguridad en sí mismo, y hasta arrogancia. Durante los últimos años de la guerra carlista llegó a pensar que tenía un conocimiento único y privilegiado de las necesidades y deseos del pueblo español. Era un nacionalista español para quien la unidad nacional era el santo grial y él mismo su campeón. Actualmente diríamos que se creía sus propias notas de prensa. Era un monárquico ferviente que pasó toda su vida pública sosteniendo un trono amenazado, pero que respaldó la república cuando ésta llegó. Valoraba la lealtad a los amigos por encima de prácticamente todo y la cultivó en su vida política, por lo que pagó un alto precio. Fue un marido fiel y cariñoso, emocionalmente dependiente de la mujer que tanto hizo a favor de su carrera”.

El trabajo de Shubert, que tiene visos de convertirse en la biografía canónica de Espartero, reúne todo lo que se sabe sobre el duque de la Victoria, tanto en su faceta militar como en su paso por la política. Además, ahonda en su vida personal, otorgando a su mujer, María Jacinta Guadalupe Martínez de Sicilia, con la que estuvo casado más de medio siglo, un papel destacadísimo. No se deja llevar el hispanista canadiense por su simpatía hacia el príncipe de Vergara y, aunque pone en énfasis sus virtudes, también sabe reconocer los errores que cometió y sus principales defectos. El resultado es un retrato poliédrico de la personalidad de quien tuvo bajo su tutela el destino de la Nación desde la década de los años treinta hasta finales de los setenta del siglo XIX.

Una de las principales características de la vida de Espartero, que Shubert subraya en la obra, es el dispar resultado obtenido en el terreno castrense y en el político. Su periplo por América, donde estuvo destinado durante casi una década, y su participación en la Guerra Carlista han sido tratadas de forma positiva por la mayoría de los historiadores (aunque también hay quien ha criticado su capacidad militar). Y aunque las victorias escasearon, su perseverancia permitió derrotar a los carlistas (o al menos lograr unas condiciones aceptables) y poner fin a la primera guerra civil que sufrió España en el siglo XIX. Su inmensa fama entre el pueblo le permitió auparse como líder político en una sociedad donde los límites entre lo civil y militar eran inexistentes. Se posicionó a favor de los progresistas, pero es difícil catalogarlo como tal. Su estancia en el poder siempre fue corta y turbulenta. Nunca consiguió entender los resortes de la política y detestaba el papeleo y la burocracia que acompañaba a esta. Al final se veía obligado a abandonarla (forzado o de forma voluntaria), pues sus aliados le terminaban por dar la espalda. No obstante, su aura nunca se apagó y su nombre reaparecía constantemente en la arena pública.

La vida de Espartero está indisociablemente ligada a los hitos más importantes de la España decimonónica, lo que permite al historiador canadiense retratar al príncipe de Vergara a la par que a la sociedad española de la época. Las disputas de la clase política, las aspiraciones del pueblo, la influencia de la prensa, la participación de los militares en las instituciones y el funcionamiento interno de estas, la política exterior o el trato entre amigos, familiares y rivales aparecen reflejados en las quinientas páginas que conforman el libro. En él se muestra una España que luchaba por crear su propia identidad y por adaptar su legado histórico a una realidad cambiante, cuyo proceso de modernización se enfrentaba a duras pruebas y a intereses personales que lo ralentizaban. Espartero nunca tuvo, en realidad, un proyecto político: se debía a la Patria, al pueblo y a la Corona, de ahí que muchos de sus gobiernos fracasasen. Pocos hombres reflejaron mejor el destino de un país.

Concluimos con otra descripción de Shubert sobre la personalidad de Espartero: “Lo más importante sobre Espartero es lo siguiente: aunque le encantaba la adulación no era ambicioso, al menos no del modo que lo eran muchos de sus contemporáneos, civiles y militares. No ansiaba cargos ni poder, y desde luego no disfrutaba con el pesado trabajo de la vida política. No entendía a los políticos, pero tampoco ellos le entendían a él. El general que podía enfervorizar a sus hombres con sus arengas y cuya audacia era decisiva en el campo de batalla se quedaba casi sin palabras en el Parlamento y vacilaba en momento de crisis políticas, pero se aproximó más que nadie antes de 1870 a ser un jefe de Estado verdaderamente constitucional”.

Adrian Shubert es catedrático de Historia en la Universidad de York, en Toronto. Entre sus principales publicaciones figuran The Road to Revolution in Spain: The Coal Miners of Asturias, 1860-1934 (1987), A Social History of Modern Spain (1990) y A las cinco de la tarde. Una historia social del toreo (2002). Ha dirigido junto a José Álvarez Junco Nueva historia de la España contemporánea (2018). Es miembro de la Royal Society of Canada y comendador de la Orden del Mérito Civil.

*Publicado por Galaxia Gutenberg, septiembre 2018.