España no tuvo su Revolución Francesa. La caída del Antiguo Régimen se produjo en nuestro país mientras guerreábamos contra los herederos de aquella Revolución. En Cádiz se fraguó el nuevo orden constitucional, cuya exigua vigencia no impidió que su influencia llegase hasta nuestros días. Las diferencias entre España y Francia en estos años son evidentes, aunque la evolución política de ambas naciones no difiere tanto como podríamos imaginar. Resultaría inconcebible que, entre dos países tan próximos, unidos por tantas cosas, no se diese un constante intercambio de ideas y pensamientos. Alexis de Tocqueville ya puso de manifiesto que los pilares del Nuevo Régimen en Francia se hundían en el siglo XVIII. Las profundas transformaciones sociales y económicas que trajeron consigo la Ilustración y sus ideales pronto afloraron en la arena política y se convirtieron en una fuerza de cambio imparable. Algo similar ocurrió en España. Los diputados de las Cortes de Cádiz son herederos de los debates políticos de la centuria anterior.
Para comprender la Constitución de Cádiz y gran parte del liberalismo decimonónico, debemos acudir al reinado de Carlos IV, del mismo modo que para entender la Revolución Francesa es imperioso remontarse al reinado de Luis XVI ¿Qué sucede? Dados como somos a menospreciar nuestro pasado, soslayamos sin tapujos esos años y nos limitamos a estudiar la Pepa y la Guerra de Independencia como si fuesen un oasis surgido en un desierto de ignorancia. El reinado de Carlos IV es, no obstante, mucho más rico e interesante. A lo largo de los veinte años que gobernó el hijo de Carlos III, España cambió para siempre. Bajo su tutela se llevaron a cabo reformas esenciales que luego condicionarían la política gaditana, y personajes como el conde de Floridablanca o Gaspar Melchor de Jovellanos tuvieron un notable protagonismo durante su reinado.
El catedrático de Historia Moderna Teófanes Egido López recupera la figura del denostado monarca borbón en una obra, España en el reinado de Carlos IV*, que reúne todos los requisitos de un excelente estudio historiográfico y que, a la vez, es accesible al gran público. Como explica el propio autor, su trabajo trata “de sintetizar los hechos de su reinado de veinte años, pero veinte años cruciales. No sólo para el rey, también para la dinastía y para la Historia posterior de España, que no fue la misma después de la abdicación del monarca destronado en 1808 que la que había sido antes de su exilio. De todas formas, los que transcurren desde 1789 a 1808 fueron tiempos también críticos. Por ello es preciso insistir en lo que supusieron para la economía, para los cambios en los códigos de valores (o desvalores) sociales, para una Ilustración que llegó a posiciones avanzadas, que no se lograron en tiempos de Carlos III, para la religiosidad para los comportamientos y mentalidades colectivas”. Teófanes Egido se centra en el reinado más que en la persona. De ahí que, para tener una visión más completa de este período, recomendamos la lectura del libro Carlos IV. Biografía y gobiernos del mismo autor y publicado por la misma editorial. Son obras complementarias.
Carlos IV sucedió a su padre Carlos III en 1788. Tenía entonces cuarenta años. Para su desgracia, al año de acceder al trono estalló la Revolución Francesa, que, obviamente, condicionó el resto de su reinado. La política internacional de Carlos IV es un constante tira y afloja entre Madrid y París, muy dependiente de la inclinación política de sus ministros. Carlos IV se decantó siempre por un cierto regalismo que en reiteradas ocasiones chocó con la permisividad de sus ministros, más ilustrados y “liberales” que su majestad. Lo cierto es que España nunca supo realmente qué hacer con la Revolución. Tan solo cuando la Asamblea francesa acordó la ejecución del monarca galo, se decantó claramente por la guerra. Hasta entonces se había pasado del cierre ordenado por el conde de Floridablanca (la censura se convirtió en el principal instrumento para evitar la difusión de las ideas revolucionarias) a la flexibilidad impuesta por el conde de Aranda, defensor de la neutralidad.
La guerra no trajo más que quebraderos de cabeza. Aranda fue destituido y se nombró primer ministro al joven Manuel Godoy. En el terreno militar, la guerra tan solo acarreaba disgustos y la carga fiscal empezó a ser insostenible. La paz se abrió paso en Basilea y el 22 de julio de 1795 se firmó en la ciudad suiza el fin de las hostilidades. Desde ese momento hasta el estallido de la Guerra de Independencia, España estuvo bajo la “tutela” francesa. La firma de los Tratados de San Ildefonso y la alianza con Francia nos llevó a enfrentarnos a Inglaterra y Portugal en conflictos que poco aportaron a la Corona, pero que acabaron por drenar las exiguas arcas de Hacienda. Teófanes Egido aborda con detenimiento estos sucesos y señala que “Las relaciones directas entre Francia y España [tras la Paz de Basilea] se fueron concretando con instrumentos que no pudieron resultar más negativos pero que a la hora de firmarse quizá fuesen la única vía de solución para los intereses españoles”.
Junto a la política exterior, el catedrático de Historia Moderna también aborda la política social y económica del reinado de Carlos IV. Unas estructuras tan vetustas y arraigadas como las del Antiguo Régimen no pueden transformarse de la noche a la mañana, incluso si se ven sacudidas por una revolución. De ahí que en el tránsito del siglo XVIII al XIX apenas se produjeran cambios notorios el sistema productivo español y la mayoría de las medidas adoptadas siguieron la senda de las políticas establecidas por Carlos III. La sociedad siguió dominada por el clero y la aristocracia pero, citando nuevamente a Teófanes Egido, “se registra, como en otras expresiones históricas, la más clara continuidad con las posiciones heredadas de tiempos anteriores, con todas sus contradicciones, si bien el debate ideológico se agudiza espoleado por la revolución y por la reacción. Ahora bien, en el camino hacia la modernización, en algunos aspectos, no faltos de interés desde la constitución social, con Carlos IV se llegó allá donde no se había llegado en el reinado anterior”.
Hablar del Antiguo Régimen es hablar de la influencia de la religión en la sociedad y de las relaciones Iglesia-Estado. Teófanes Egido no se sustrae a este debate y en sendos capítulos analiza la política religiosa adoptada por Carlos IV. Destaca, por ejemplo, el poco conocido “cisma” español, acaecido tras la invasión de los Estados Pontificios por los ejércitos napoleónicos y la muerte del Papa Pío VI, que llevó a Godoy a promulgar un decreto (10 de septiembre de 1799) que sentaba las bases de una Iglesia española cismática. Al final todo quedó en un mero experimento pues a los pocos meses se restableció la normalidad con la elección de un nuevo Papa. También se abordan otros asuntos como el regreso de los jesuitas, las primeras desamortizaciones, la publicación de la Biblia en español, la aparición del jansenismo o el menguante papel de la Inquisición.
No podía faltar en un libro de estas características el repaso a la impronta dejada por la Ilustración en los últimos años del Siglo de las Luces. Aunque cierta historiografía ha mantenido que el reinado de Carlos IV supuso el ocaso de la Ilustración, por miedo a la propagación de las ideas revolucionarias, el autor defiende que “En general, e incluso cayendo deliberadamente en otra simplificación, por lo que se refiere al complejo de actitudes que entendemos por Ilustración, y repitiendo lo que tantas veces venimos reiterando, el reinado de Carlos IV puede verse como la continuación del de su padre, sin perder de vista que Carlos IV fue personalmente más ilustrado que Carlos III”. Para apoyar este argumento Teófanes Egido explora las medidas adoptadas en la universidad o en la enseñanza.
Se agradece leer de vez en cuando obras como la que ahora reseñamos. De lectura amena y placentera, Teófanes Egido nos conduce, a través de sus raíces, a un período de transición, en el que el férreo inmovilismo de una sociedad centenaria empezaba a desperezarse, empujado por la toma de conciencia que habían iniciado los ilustrados y por las ideas y sucesos que llegaban del norte de los Pirineos. El reinado de Carlos IV es una etapa de nuestra historia tan fascinante como apenas conocida, pues ha quedado eclipsada por la Guerra de la Independencia y la Constitución de Cádiz; de ahí, la necesidad de estos trabajos que recuperan nuestra historia del ostracismo. Un texto que se disfruta, pues sabe combinar divulgación y la calidad historiográfica.
Teófanes Egido López (Salamanca, 1936) es Licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad de Valladolid, en la que ocupó la cátedra de Historia Moderna. Destacado especialista en el siglo XVIII, se ha asomado también a otras centurias, habiendo prestado especial atención a temas como la opinión pública y la oposición al poder, las relaciones Iglesia-Estado, siendo además uno de los primeros cultivadores de la Nueva Historia Cultural y de la llamada Historia de las mentalidades. Entre sus obras destacan: Prensa clandestina española del siglo XVIII: El Duende Crítico, Sátiras políticas de la España Moderna, El linaje judeoconverso de Santa Teresa. Pleito de hidalguía de los Cepeda, Las claves de la Reforma y la Contrarreforma, 1517-1648 o Las reformas protestantes.
*Publicado por Ediciones 19, octubre 2015.