España al revés. Los mitos del pensamiento progresista (1790-1840)
Jesús Torrecilla

La historia es una poderosa arma para la construcción de identidades nacionales. No ha habido civilización que no haya contado con un complejo entramado de mitos, leyendas o sucesos heroicos con los que azuzar las pasiones populares y reivindicar un origen común. Ya sean pueblos milenarios, como China o Japón, o países relativamente jóvenes, como Estados Unidos, todos han construido un corpus ideológico en torno a ciertos acontecimientos, leyendas o personajes del pasado sobre los que edificar las actuales estructuras de su nación. Por supuesto, esa proyección del pasado no ha de ser (de hecho, pocas veces lo es) ajustada, axiomática o verídica; la realidad siempre es más compleja y poliédrica, de modo que se suele acudir a una versión edulcorada que permita la mayor difusión posible y cale entre todos los segmentos de la sociedad. Lo abstracto del concepto “nación” obliga a acudir a estos símbolos del pasado, cuya finalidad legitimadora es esencial para mantener cohesionado a un país. No es de extrañar, por tanto, que cuando parte de la sociedad no comparte esos “valores históricos”, o los repudia, surjan fenómenos secesionistas o de exclusión social.

España no ha sido ajena a este fenómeno. Ya sean Austrias, Borbones, liberales o republicanos, todos han acudido al pasado para tratar de legitimar su poder. Incluso hoy, aunque no nos demos cuenta, muchos de nuestros mitos siguen profundamente enraizados en el ideario popular. A través del lenguaje, de los comportamientos o de las tradiciones, la historia deja una huella en la sociedad difícil de borrar. Quizás la causa de la desafección que muchos sienten hoy por el Estado español y sus valores, se halla en el cambio de los paradigmas nacionales: la idea que se había tenido de España durante décadas o siglos, así como su interpretación del pasado, ha empezado a verse con otra perspectiva. No olvidemos que muchos de los ideales son inducidos y si hoy se quiere “vender” una percepción de ciertos episodios de nuestro pasado, mañana puede ser otra. Este proceder lo conocen bien los partidarios del independentismo, expertos en retorcer la historia para adecuarla a sus intereses.

ESPAÑA AL REVES - DON PELAYOCuando mejor se observa la creación y la destrucción de nuevos mitos es en los procesos revolucionarios. La necesidad de romper con el pasado obliga a construir un nuevo imaginario propagandístico. La Revolución francesa es paradigmática en este sentido; fue tal su ansia por borrar el recuerdo del Antiguo Régimen que hasta inventó un nuevo calendario. España también hubo de afrontar este reto durante la invasión napoleónica y la aparición del ideario liberal, plasmado en la Constitución de Cádiz. El catedrático de Literatura Española de la Universidad de California, Jesús Torrecilla, aborda en España al revés. Los mitos del pensamiento progresista (1790-1840)* cómo algunos liberales, de la incipiente facción progresista, intentaron ajustar una serie de leyendas, muy asentadas en la mentalidad popular, a los principios que postulaba el liberalismo y a las nuevas corrientes políticas. Tuvieron que luchar contra una sociedad muy tradicional y arraigada al Antiguo Régimen y en la mayoría de las ocasiones fracasaron. No obstante, sus intentos terminaron por ser el germen de una idea alternativa de España que fue fraguando poco a poco, mientras se alejaba de la precedente. El resultado, como postula Jesús Torrecillas, fue la formación de dos visiones antitéticas de la nación española, que tantos problemas han generado en las dos últimas centurias.

La elaboración de mitos, o su revisión política, no requiere de sesudos trabajos históricos. Basta la voluntad de algunos pensadores, escritores o dirigentes para hacer llegar al resto de la población las imágenes que quieren transmitir. De ahí que la obra de Torrecilla no sea un trabajo historiográfico al uso, en el que se analizan únicamente hechos y acontecimientos históricos, sino un intento de exponer la forma en que ciertos liberales intentaron replantear mitos tan naturalizados como la Reconquista o el levantamiento comunero. Así lo expresa el autor en la introducción de su obra: “Antes de pasar adelante debo advertir, aunque tal vez no sea necesario hacerlo, que no me propongo escribir un libro de historia en la acepción convencional del término, sino analizar en qué contexto, y como reacción a qué circunstancias, se gestaron los principales mitos del pensamiento progresista español. Para ello prestaré atención a estudios considerados históricos, pero también, y sobre todo, a las obras de carácter ficticio. Los mitos, para ser eficaces, deben apelar a las emociones del receptor, algo en cierto modo fuera del alcance de la árida exposición historiográfica”.

Aunque el libro esté acotado al período comprendido entre 1790 y 1840, algunas de las ideas que los liberales progresistas defendieron durante estos años ya habían sido postuladas por los ilustrados en el siglo XVIII. El afán de la Ilustración de que el pueblo español abandonase su ignorancia y se librase del sesgo conservador hizo que ciertos mitos fueran objeto de revisión. La Revolución Francesa dio un espaldarazo a estos intentos reformistas, sobre todo al identificar el absolutismo monárquico con un freno al desarrollo del país; finalmente, sería la invasión napoleónica la gran oportunidad de aquellos liberales, quienes no solo lucharon contra el enemigo francés, sino contra las creencias del pueblo.

Jesús Torrecilla nos muestra un elenco de pensadores —Blanco White, Alcalá Galiano, Quintana, Mesonero Romanos, Estanislao de Kostka, el conde de Toreno, Martínez de la Rosa, Mariano José de Larra, Víctor Balaguer, Antonio de Campany o José Antonio Conde— que se esforzaron denodadamente por cambiar España, pero cuyos intentos se estrellaron casi siempre contra el inmovilismo de sus contemporáneos. Creyeron que serían capaces de movilizar al pueblo, pero se equivocaron (“La amargura que experimentaron los liberales al constatar que la Iglesia católica controlaba la voluntad del pueblo, y lo usaba además para legitimar la injusta la represión de que eran objeto, ha quedado documentada en numerosos escritos coetáneos”). Las muestras de júbilo generalizadas tras el regreso de Fernando VII fueron el golpe de gracia; a partir de entonces muchos distinguieron entre pueblo y populacho, y la mayoría de ellos acabaron sus días exiliados y bastante frustrados. El catedrático de la UCLA analiza con mayor atención dos casos muy ilustrativos de liberales progresistas que murieron totalmente desencantados con el pueblo español: Mariano José de Larra y Blanco White.

ESPAÑA AL REVES - COMUNEROSLos principales mitos examinados por Jesús Torrecilla son la Reconquista, Al-Ándalus y el movimiento comunero, este último en relación con los fueros medievales. Cada uno de ellos sufrió un cuidadoso escrutinio y se actualizaron para adecuarlos a las circunstancias políticas de principios del siglo XIX. La Reconquista, quizás el mito más extendido durante la Guerra de Independencia, fue utilizada por todos, no sólo por los liberales; la similitud con la conquista musulmana facilitaba su extrapolación a la injerencia gala. Durante la contienda, los progresistas utilizaron en sus escritos la iconografía de la Reconquista, pero una vez acabada aquella, intentaron hacerla extensible al reinado de Fernando VII, a modo de movimiento proto-liberal y anti-absolutista. Apenas tuvieron éxito.

Dada la dificultad de adecuar este mito a la realidad política española del siglo XIX y su lucha contra el poder de la Iglesia, algunos liberales vieron en la rehabilitación de la España árabe un medio para menoscabar la preponderancia de la Iglesia. El primer impulso en este sentido vino de la mano del libro de José Antonio Conde Historia de la dominación de los árabes en España, cuyas tesis posteriormente sostuvieron un nutrido grupo de progresistas. Los motivos de este proceder los explica Jesús Torrecilla: “La identificación de los liberales españoles con los miembros de un grupo que, como ellos, habían sido víctima de la intolerancia y el fanatismo de la España oficial, les lleva a crear el mito de una España islámica, más abierta y flexible que la de su tiempo, que había sido capaz de crear en la Edad media una sociedad ilustrada similar a la que ellos querían implantar en el siglo XIX”.

También el movimiento comunero tuvo una gran repercusión entre los liberales aunque, como pone de manifiesto Jesús Torrecilla, sufrió una doble, e incluso triple, transformación durante el período estudiado. Primero, se quiso presentar, bajo la inspiración de la Revolución francesa, como un levantamiento contra el tirano opresor, el absolutismo y sus vicios. Frente a la invasión napoleónica, el mito se readaptó para ser utilizado como símbolo ante el monarca extranjero que atentaba contra las libertades españolas; por último, tras la victoria en la Guerra de Independencia y la vuelta al centralismo absolutista, sufrió un nuevo giro, esta vez de la mano de algunos progresistas, que consideraron a Padilla y a los comuneros como los representantes de una España plural, defensora de los fueros de los distintos territorios y en lucha contra el ansia centralizadora de Castilla.

Concluimos con la siguiente reflexión de Jesús Torrecilla que sintetiza el objeto de su trabajo y las consecuencias que las nuevas interpretaciones de los mitos analizados han tenido en la política española: “El nacimiento de la nueva mitología se origina, según señalamos, como reacción al intento de monopolizar la identidad española por parte de los conservadores. Según veíamos arriba, tras la expulsión de los franceses al final de la Guerra de la Independencia, las fuerzas reaccionarias proyectaron el enfrentamiento sobre el interior, afirmando que los liberales eran tan enemigos de España como los franceses y debían ser tratados como tales. En este ambiente turbulento de fanatismo e intolerancia, en el que los que se oponían al orden tradicional fueron víctimas de una violenta represión, los liberales se vieron obligados a crear un espacio alternativo en el que arraigar su proyecto innovador. Confrontados con una situación en que las fuerzas reaccionarias pretendían excluirlos del territorio nacional, como habían hecho antes con todos los que se les oponían, los liberales rechazaron la España tradicional en bloque y se propusieron crear una identidad nueva. […] A partir de principios del siglo XIX, la sociedad española quedará así fracturada en dos mitades hostiles y, en gran medida, excluyentes”.

Jesús Torrecilla es catedrático de Literatura Española en la Universidad de California. Entres sus publicaciones destacan Guerras literarias del XVIII español (2008), España exótica (2004), La imitación colectiva (1996) y El tiempo y los márgenes (1996).

*Publicado por Marcial Pons Ediciones de Historia, febrero 2016.