“La mayoría de los balleneros llevaban barba y vestían gruesos jerséis y botas de mar. No fue un acto formal, no hubo discursos. No se concedieron medallas ni condecoraciones, sólo una admiración plenamente sentida por un logro que quizá ellos fueron los únicos que podían apreciar. Su sinceridad proporcionó a la escena una solemnidad sencilla aunque profunda. De los honores que siguieron –que fueron muchos– posiblemente ninguno superó aquella noche del 22 de mayo de 1916 cuando, en un deslustrado almacén de Georgia del Sur, con el olor a podrido de los despojos de las ballenas, los balleneros del océano austral se fueron adelantando en silencio, y de uno en uno, a dar una apretón de manos a Shackleton, a Worsley y a Crean”. Solo aquellos que hayan leído la obra Alfred Lasing Endurance. La prisión blanca* comprenderán el verdadero significado de esta cita, que describe el rencuentro con la civilización de parte de la expedición del capitán Shackleton tras un año y medio de penurias en las aguas del mar de Weddell, en las afueras del Círculo Polar Antártico.
El relato de Lasing no es una simple narración de los sucesos que rodearon a la fallida expedición de Shackleton en su intento por cruzar la Antártica, narración que podía haberse resumido en una veintena de páginas. Nos encontramos, en realidad, con la última expresión de la naturaleza humana y de su capacidad de superación y adaptación a las situaciones más adversas. Alejados de todo contacto humano, rodeados por un blanco infinito, sin ningún tipo de comodidades y con unos medios muy precarios (recordemos que se trataba de 1915), algo más de una veintena de hombres lograron no solo sobrevivir durante más de un año, sino regresar del infierno en el que se hallaban, venciendo a los elementos, a la desesperación y a su propia soledad.
A principios del siglo XX se sucedieron las carreras por alcanzar los polos. Numerosas expediciones partieron, normalmente desde Inglaterra o de Noruega, para dirigirse a los puntos más meridionales y septentrionales del planeta. Conocidas son las expediciones de Roald Amundsen o de Robert Falcon Scott (esta última con trágicas consecuencias) al Polo Sur, o las de Robert E. Peary o Fridtjof Nansen al Polo Norte. La expedición de Shackleton (quien ya tenía experiencia en este tipo de proyectos) se imbuye del espíritu aventurero de aquellos años. Su objetivo fue algo distinto, pues si Amundsen había logrado alcanzar el Polo Sur en 1912, Shackleton se propuso ser el primer hombre en cruzar la Antártida. Con este fin comenzó los preparativos en torno a 1914 y unos meses más tarde, el 5 de diciembre, zarpó en el Endurance con su tripulación desde las islas Georgia del Sur. Islas a las que regresarían un año y medio más tarde sin haber logrado su objetivo y tras superar incontables penurias.
Alfred Lasing, escritor y periodista estadounidense, no participó en esta expedición (ni tan siquiera había nacido cuando ocurrieron los hechos que relata) pero esto no le impidió llevar a cabo una detallada investigación de todo lo relacionado con la epopeya que protagonizaron los hombres de Shackleton. El libro que ahora reseñamos está construido en torno a los diarios de los miembros de la expedición y a las propias vivencias de los protagonistas (consiguió hablar con diez de ellos). Su estilo sencillo y ligero atrapa al lector, que acaba por devorar la obra incapaz de desentenderse del destino de estos hombres atrapados en el hielo. No estamos ante el típico libro de historia que solemos reseñar en Metahistoria, cargado de datos y sesudas conclusiones, sino más bien ante una historia novelada donde la realidad supera ampliamente a la ficción.
Lasing opta por narrar linealmente el desarrollo de la expedición, salvo la última parte dividida en dos por obvios motivos. Se pueden apreciar en el libro cuatro grandes bloques coincidentes con las cuatro “fases” (por darles un nombre) que atravesaron Shackleton y sus hombres. A pesar de esta división, insistimos, los hechos son menos trascendentes en la obra que las vivencias, las reflexiones y las emociones que expresan y padecen los integrantes de la tripulación del Endurance.
El primer bloque abarca desde los preparativos de la expedición hasta que el Endurance queda atrapado en una banquisa de hielo en el mar de Weddell. Estas páginas nos sirven para conocer a la tripulación y la vida en un barco de estas características a principios de siglo XX. Será a partir del segundo bloque cuando las cosas empiecen a torcerse. El encallamiento del barco acabó por ser más severo de lo que en un primer momento parecía y Shackleton ordenó abandonar el navío e instalarse en la banquisa. Esta parte concluye con el hundimiento del Endurance, nueve meses más tarde de haber quedado atrapado. Durante estos nueve meses la vida en la banquisa se hizo muy monótona y fue una prueba de cómo el hombre acaba por acostumbrarse a las condiciones más extremas. Tan sólo algunos pequeños incidentes como la captura de una foca-leopardo, el paulatino hundimiento de la nave o las etapas del invierno polar permitían superar la vida rutinaria (y la narración) de estos hombres retenidos en una cárcel de hielo y agua.
El hundimiento del Endurance supuso, por un lado, abandonar el objetivo de la expedición y, por otro, buscar una salida a la grave situación en la que se encontraban. Aquí comienza el tercer bloque. Shackleton tenía la esperanza que fuese el mar quien acercase la banquisa a tierra pero, sin embargo, ni el océano, ni los vientos pusieron de su parte. El traslado a un nuevo campamento (“El Campamento Paciencia”) tampoco resultó suficiente y cuando el témpano de hielo en el que estaban se quebró, comenzó un peligroso y angustioso viaje hacia la isla Elefante en tres botes que habían conseguido salvar del Endurance. Tras cinco dramáticos días consiguieron, no sin complicaciones, llegar a tierra firme (aunque esta tierra fuese una isla inhóspita en medio de ninguna parte).
El último bloque, dividido en dos relatos, aborda la desesperada narración de la travesía que Shackleton y cuatro de sus hombres tuvieron que realizar hasta las islas de Georgia del Sur en un pequeño bote de seis metros de eslora y dos metros de manga, atravesando más de mil kilómetros en uno de los mares más peligrosos del planeta; y las calamidades que tuvieron que soportar quienes se quedaron en la isla Elefante hasta que fueron rescatados.
Por muchos adjetivos que incluyamos en esta reseña, no seremos capaces de describir las extremas condiciones que sobrellevaron los hombres del Endurance en su cautiverio antártico. A pesar de que la sed y el hambre no fueron (al menos casi siempre) un problema, al estar rodeados de hielo que beber y con focas y pájaros bobos con los que alimentarse, el frío, la oscuridad (seis meses sin ver el sol), la monotonía y la desesperación, sin contar los riesgos de las travesías que tuvieron que afrontar, les llevaron a los límites de la resistencia humana. A la cabeza de la expedición se hallaba Ernest Shackleton a quien Ramón Larramendi dedica estas palabras: “Es el triunfo del espíritu humano ante la adversidad más absoluta, ante la desesperanza, ante el miedo, y se convierte también en un ejemplo imperecedero de cómo las cualidades personales de un auténtico ‘jefe’, como le llamaban sus hombres, pueden hacer superar lo insuperable.”.
Alfred Lesing (1921-1975), editor y autor, sirvió de joven en la Marina de Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial, llegando a recibir el Corazón Púrpura. A la salida de la Marina, después de la Guerra, regresó en 1946 al North Park College durante dos años para luego pasar a la Universidad de Northwestern, donde estudió periodismo. Hasta 1949 fue editor de un periódico semanal en Illinois. Después trabajó como escritor independiente para medios como United Press y la revista Collier’s, y más tarde como editor de Time Inc. Pero Alfred Lansing es sobre todo conocido por haber publicado el bestseller Endurance. Shackleton’s Incredible Voyage (1959). En 1960, el autor recibía el Christopher Award y el Secondary Education Board’s Book Award por esta obra.
*Publicado por la editorial Capitán Swing, enero 2015.