En tierra de Dioniso. Vagabundeos por el norte de Grecia
María Belmonte

La historia puede ser contada de muchas maneras. Hay quienes prefieren los densos trabajos especializados, quienes se decantan por la novela histórica o quienes, últimamente, optan por el contenido multimedia, empleado sobre todo como material didáctico. Son frecuentes, además, las grandes producciones cinematográficas de temática histórica. El pasado es una fuente inagotable de apasionantes relatos y de evocadores guiones. La realidad siempre termina por superar a la imaginación, de ahí que escritores y artistas acudan al pasado para hallar la inspiración perdida. Si algo nos ha enseñado la historia acerca del ser humano es su capacidad para lo mejor y para lo peor. Es tan brillante como para construir en los lugares más remotos edificios de una belleza inconmensurable y, al mismo tiempo, tan cruel y brutal como para destruirlos y convertirlos en cenizas.

Casi todos los rincones del continente europeo emanan cierta nostalgia de tiempos pretéritos, cercanos o lejanos, dignos de recuerdo. Hay lugares que tienen un especial encanto y la Hélade es, sin duda, uno de ellos. Cuna de la civilización occidental, vio nacer a grandes filósofos, magníficos escritores, aguerridos soldados y legendarios emperadores. No podemos entender qué es Europa sin acudir al legado griego. Cualquier disciplina científica o social tiene sus raíces (y gran parte de su terminología) en la Grecia Clásica. Resulta admirable cómo unas pocas ciudades-estado pudieron albergar tal número de sabios. Los griegos sobrevivieron gracias a su extraordinaria inteligencia, pero también fueron una formidable máquina militar. Lograron derrotar a la mayor potencia de la época, los persas, revolucionar el arte de la guerra y controlar el Mediterráneo oriental y central (Sicilia y el sur de Italia), hasta que la aparición de Alejandro Magno les permitió construir un inmenso imperio cuya influencia se extendía hasta la India.

La huella helena no solo se halla inscrita en nuestra cultura, sino en numerosos testimonios físicos que reflejan la grandeza de aquella civilización. El más conocido es, probablemente, el Partenón ateniense, pero por toda Grecia encontramos diseminadas joyas que aún se conservan, en mejor o en peor estado. El turismo de masas ha hecho que ciertos enclaves sean un hervidero de visitantes cuyo único objetivo parece ser sacar el mayor número de fotos posibles. Se trasladan de un sitio a otro, sin entender ni comprender qué tienen ante si. No obstante, la abrupta geografía griega todavía permite que ciertos parajes de difícil acceso o alejados de los “lugares de interés” mantengan las características que tuvieron hace más de dos mil años.

La obra de María Belmonte, En tierra de Dioniso. Vagabundeos por el norte de Grecia*, es un tributo a esa Grecia a la que tanto debemos y, a la vez, un recorrido por las ruinas, físicas y espirituales, de la civilización helénica. El libro aúna la historia, las experiencias de la autora en sus viajes por el norte griego y el poso literario que acompaña a toda buena narración.

En palabras de María Belmonte, “debo añadir que éste no es un libro de historia, pero ante el encuentro con personajes ineludibles como Alejandro, Filipo, Olimpia y muchos más, he creído necesario incluir algunos apuntes históricos sobre sus vidas. Tampoco es un libro de viajes, ni una guía en la que se mencionen todos los lugares relevantes. En realidad, las páginas que siguen son mi propia visión de la Macedonia griega, adquirida a través de los ecos que su paisa-je iba depositando en mí. Es mi geopoética personal. También es el resultado de lecturas, de películas, de encuentros con personas que me esperaban o que el azar puso en mi camino. Mi memoria se fue poblando así de imágenes, de recuerdos, de lugares y personajes históricos, de personas reales, de animales, de ríos, lagos, montañas y fronteras. Con todo ello he creado mi propio norte. Un norte que se fue revelando como una tierra oscura y misteriosa, sí, pero también cálida y luminosa, capaz, en ocasiones, de deparar momentos de la más pura embriaguez”.

Al hablar de Grecia, nos suelen venir a la cabeza imágenes de Atenas, de Esparta (al menos, de una forma idealizada de la antigua ciudad, pues la actual es todo menos sugestiva) o de sus islas. Sin embargo, hay zonas, quizás menos conocidas, que todavía reflejan la esencia de la civilización helena. El norte griego, más inhóspito y abrupto, está salpicado de montes, bosques y acantilados que conforman un paisaje distinto del soleado y alegre con el que se acostumbra a dibujar al resto del país. Allí se encuentra el monte Olimpo o la ciudad de Tesalónica (la segunda más poblada de Grecia) y, sobre todo, se halla el origen del reino de Macedonia, cuyo magnetismo sigue tan vigente que dos países vecinos se disputan el honor de acaparar su nombre. Esta región es la que recorre, tanto física como históricamente, María Belmonte.

El libro transita entre las reflexiones de la autora, que cuentas sus vivencias durante los viajes por la región, y las anécdotas y relatos históricos que describen la Antigua Grecia o el Imperio Bizantino. En cuanto territorio de frontera, su pasado es turbulento y apasionante, como lo son los mitos y las leyendas de las distintas culturas que lo habitaron o lo atravesaron, muchas de ellas reflejadas en la obra. El punto de partida lo sitúa María Belmonte en la Grecia Clásica y en Macedonia. Narra la aparición del reino macedónico, la llegada al poder de Alejandro, la presencia de Aristóteles en la corte o la influencia que ejerció en la región el dios Dionisio. El relato da fe, en las páginas siguientes, de las visitas de la autora a las ruinas de Pela, Estagira, Ninfeo de Mieza o Vergina, entre otros enclaves.

Un apartado del libro se dedica al monte Athos, una de las joyas del norte de Grecia y símbolo de la cultura helena. Se nos informa de su origen, de su relación con el ascetismo y con el monacato cristiano y de su evolución en el tiempo. La prohibición de acceso a las mujeres, vigente desde hace más de un milenio, impide a la autora entrar en la pequeña península que alberga sus monasterios ortodoxos. De ahí que haya de completar la descripción con los textos de otros escritores que se dejaron embelesar por el encanto de aquel bellísimo paraje, rodeado de mar y esculpido en medio de la nada. Pero María Belmonte no se lamenta por su exclusión y afirma: “El Monte Athos siempre será para mí un objeto inalcanzable de deseo. Y debe seguir siéndolo porque lo contrario supondría que el lugar más especial y bello de Macedonia se habría abierto al turismo de masas”.

La obra concluye con la descripción de la ciudad de Tesalónica, poco conocida (en España no habrá muchos lectores que sepan situarla o comentar algo de ella), pero cuya extraordinaria historia relata la autora con encanto y elegancia. Como sucede a lo largo de todo el libro, lo personal y lo histórico se entremezclan y dan como resultado un texto apasionante que se disfruta leyendo.

María Belmonte Barrenechea, tras estudiar Historia en la Universidad de Deusto y Antropología en la Autónoma de Barcelona, se doctoró en 1995 en el Departamento de Antropología Social de la Universidad del País Vasco con una tesis sobre Historia de las Religiones. Ejerce profesionalmente como traductora técnico-literaria. Entre sus obras destacan Peregrinos de la belleza. Viajeros por Italia y Grecia (2015) y Los senderos del mar. Un viaje a pie (2017).

*Publicado por la editorial Acantilado, marzo 2021.