El descubrimiento del Nuevo Mundo y la herencia que recibió Carlos I transformaron radicalmente la política europea y, en especial, la española en el siglo XVI. Hasta entonces, los reinos cristianos de la Península Ibérica habían atendido más a sus propios problemas que al resto de los graves asuntos que se dirimían en el resto del continente. La excepción fue la Corona de Aragón cuya intervención en el Mediterráneo, ya sea militar o comercialmente, tuvo una gran trascendencia y le permitió hacerse con control del sur de Italia. Sin embargo, a partir del siglo XV todo va a cambiar. Los portugueses empiezan a descender por la costa africana hasta alcanzar el cabo de Buena Esperanza, abriendo el camino a las empresas comerciales a Asia. La conquista de Granada abre el Mediterráneo a la Corona de Castilla y la expedición de Cristóbal Colón desemboca, para sorpresa del mundo, en el descubrimiento de un nuevo continente. Poco a poco, el planeta se va ensanchando, lo que obliga a reformular unas estructuras mentales, sociales y políticas que se había construido durante siglos.
El gran damnificado de esta nueva coyuntura es, curiosamente, el propio Mar Mediterráneo. Si hasta entonces el Mare Nostrum de los romanos había sido el centro comercial y político europeo, la nueva realidad social que se impone en el continente desplaza el radio de acción al Océano Atlántico. La península italiana cede su protagonismo al norte y al centro de Europa, donde se enfrentan las grandes potencias del momento. Venecia o Génova dejan de ser las florecientes republicas marítimas y pasan a un segundo plano, ante el empuje de los nuevos Imperios que se están formando. Entre estos últimos destaca la irrupción del Gran Turco que, tras conquistar Constantinopla, se hizo con la herencia de Bizancio y rompió el precario equilibrio entre cristianos y musulmanes en la región. La conquista de la capital bizantina provocó un cataclismo y la ulterior Guerra Fría (con episodios de guerra abierta) entre otomanos y los reinos cristianos, aderezada con pequeñas escaramuzas protagonizadas por corsarios.
La Corona española, a pesar de estar ocupada en empresas mayores, no desatendió el Mediterráneo, al menos hasta finales del siglo XVI. La revuelta morisca, la amenaza turca y las incursiones corsarias obligaron a desarrollar una política activa, que convergió en diferentes campañas, para hacerse con el control de distintos emplazamientos estratégicos.
El profesor Juan Laborda Barceló explora en su trabajo En guerra con los berberiscos. Una historia de los conflictos en la costa mediterránea* estos episodios bélicos y estudia las complejas relaciones entre España y el norte de África bajo los reinados de los Austrias Mayores, Carlos I y Felipe II (aunque también analiza períodos previos y posteriores). Las expediciones a Argel, La Goleta o Túnez son algunas muestras de los enfrentamientos que marcaron la política mediterránea de la Monarquía Hispánica. Sobre ellos se teje esta obra.
Como explica el propio autor, “Nunca se dieron mayores intentos que en la centuria del mil quinientos por hacerse con el control político de esas aguas y del norte de África. La cantidad de campañas, el dinero y los recursos empleados así lo demuestran. Si bien es cierto que hubo actuaciones tanto en el siglo XVII como en la época borbónica, ningún proyecto real en esta región del mundo fue de tanto calado como los del siglo XVI. Ni siquiera las famosas campañas del siglo XX, tan dañinas socialmente para España, tuvieron un objetivo tan amplio. […] Fueron los Reyes Católicos primero, y luego Carlos V y Felipe II, quienes se empeñaron con desigual resultado en crear esa zona de seguridad cristiana y mediterránea”.
Nos hallamos ante una obra accesible al lector, original en su enfoque y muy entretenida, cuyos protagonistas no son aguerridos soldados o taimados consejeros (que también aparecen), sino promontorios, rocas, playas de difícil acceso, bahías o puertos. Convertidos en ansiados puntos estratégicos, las dos grandes potencias marítimas de la época, la Monarquía Hispánica y el Imperio Otomano, se disputaron, de forma directa o indirecta, su posesión en sucesivas batallas. Ninguna de ellas, salvo la campaña de Túnez en 1535, es especialmente conocida hoy, pues otros conflictos han llamado más la atención al gran público y a la historiografía. Sin embargo, su importancia política es incuestionable, como se pudo comprobar en el levantamiento morisco de la Alpujarras, en 1568.
Laborda Barceló describe tanto el desarrollo militar de las expediciones como el contexto político en el que se produjeron. Con este fin, recorre a vuelapluma las técnicas militares empleadas por unos y otros (destaca, por ejemplo, la importancia para el éxito de las campañas de un desembarco ordenado y seguro); el inestable y cambiante régimen de regencias que imperaba en los territorios del norte de África (aunque musulmanes, sus principales habitantes eran beréberes y su relación con la Sublime Puerta era tan fluctuante como con la Corona española); o el sistema de avituallamiento de los presidios y la obtención de recursos. No hay que olvidar que los enclaves españoles en el continente africano solían ser fortalezas rodeadas por enemigos, con difícil acceso a bienes y agua, en un territorio en el que los medios de supervivencia eran ya de por si escasos.
La presencia española en Berbería fue agridulce. Prevalecieron los fracasos frente a los éxitos y en las ocasiones en las que se lograba arrebatar un territorio, su posesión apenas duraba algunas décadas (como mucho) en manos cristianas. El punto de inflexión, tanto en la historia como en la presente obra, lo marca la batalla de Lepanto. Aunque la victoria católica no supuso un vuelco en las relaciones de poder entre la Monarquía Hispánica y la Sublime Puerta, dio paso a una nueva fase de entendimiento entra ambas potencias, que concluyó en una serie de treguas. A partir de 1571, el Mediterráneo pasó definitivamente a un segundo plano y, salvo alguna tentativa, como la reconquista de Argel, el mundo puso sus ojos en otros territorios.
Concluimos con esta reflexión de Juan Laborda: “La batalla se libró tanto en el mar como en las costas peninsulares y africanas. Fue una verdadera guerra de baja intensidad con grandes y puntuales estallidos de violencia, principalmente en el siglo XVI, y acciones más o menos soterradas de ahí en adelante. Al final, las soluciones diplomáticas se impondrán en un frente que resulta del todo irresoluble para la Monarquía Hispánica. Aquel proyecto no quedó inacabado, sino que aún hoy percibimos sus huellas, ecos presentes de todo ello. Así sucede en la isla de Chafarinas, Alhucemas, Alborán o el peñón de Vélez de la Gomera, […] Este lugar, un islote frente a la costa africana, no deja de ser un ejemplo paradigmático de aquella oscilante frontera. Hoy, una gruesa cuerda azul marca los límites de la zona española, pero cuando la marea sube, y el antiguo presidio queda aislado por el agua demostrando toda la fuerza de su posición, aquel cordón baila mecido por la marea”.
Juan Laborda Barceló (Madrid, 1978) es doctor en Historia Moderna. Profesor, escritor, crítico literario y colaborador en revistas como La Aventura de la Historia o Despertaferro, y en otros medios, desde el año 2012 regenta el espacio http://kermesliteraria.blogspot.com. Es autor de Diccionario de términos históricos (2007) y Antemurales de la fe. Conflictividad confesional de los Habsburgo (2014).
*Publicado por la editorial Turner, febrero 2018.