ACANTILADO - EL USO DE LAS RUINAS

El uso de las ruinas. Retratos obsidionales
Jean-Yves Jouannais

La Historia puede ser narrada a través de incontables medios y procedimientos. El más habitual es el relato ordenado de los hechos: el historiador echa la vista atrás y, una vez realizada su labor de investigación, expone los sucesos (normalmente políticos) más importantes del período que analiza. Otro enfoque puede ser centrar esa investigación en una persona (preferentemente, bien conocida) o en un grupo humano, pequeño o grande, sobre el que construirla. También se suele acudir a elementos más abstractos, como la mentalidad o las creencias de una sociedad, o alejarse del escenario político para ocuparse del económico, el social, el artístico o el cultural. Se ha llegado, incluso, a estudiar la historia de los colores, de los jardines o de la alimentación, por citar algunas de las más sorprendentes. Siempre que se lleven a cabo con el pertinente rigor, no existen aproximaciones buenas o malas para descubrir y comprender nuestro pasado: todas son válidas.

El crítico de arte y ensayista francés Jean-Yves Jouannais opta por centrarse en una faceta sumamente original de nuestro entorno, en la que a veces apenas reparamos. Como indica el propio nombre de su obra (El uso de las ruinas. Retratos obsidionales*), el protagonista del relato son las ruinas que la guerra, los sitios y la destrucción han inmortalizado. Así describe el autor la importancia de estos testimonios del pasado: “Toda cultura aspira a los estigmas gloriosos de sus propias heridas. Las ruinas, contrariamente a los escombros impuestos por el enemigo, son los restos honoríficos de un combate, de una resistencia. Son numerosas las fachadas de edificios públicos, desde los muros del hotel de Brienne de París hasta los del ayuntamiento de Reims, que han sido revocadas de nuevo pero sin “retocar” las huellas de la las balas o de los obuses. Dichas huellas son enarboladas como si de medallas se tratara, signos de una destrucción que le ha sido negada al enemigo y de un devenir-ruinas cuyo dominio ha conservado la nación. […] Los escombros bloquean el transcurrir del tiempo del que tiene necesidad el monumento para ganar paulatinamente su estado de ruina. Imponer los escombros al vencido es prohibirle sus propias ruinas, cortar de forma tajante la cronología paciente de su mitificación”.

Las ruinas se erigen como testigos mudos de la barbarie humana. Los relatos de Jean-Yves Jouannais, a caballo entre lo literario (aunque con una sólida base historiográfica detrás) y lo propiamente histórico, versan sobre las consecuencias que la guerra, y en especial los asedios, tienen en el paisaje, tanto urbano como rural, así como en el discurrir de la cultura material. Hay ruinas que se originan por el transcurrir del tiempo o por la acción brutal de la naturaleza. Otras, por el contrario, son el producto de hechos, imprevistos o deliberados, de los hombres. El ensayista francés se detiene en estas últimas y explora la relación entre ciudades, historias y personajes. Sus esbozos, llenos de sabiduría y ensoñación, se adentran en la memoria personal y colectiva de las ruinas, que cobran vida propia de distinta manera, ya sea como ciudades conquistadas, como mitos legendarios o a través de personajes que combinan la osadía y la temeridad, todo ello en un marco atemporal e imperecedero.

El libro se articula en torno a breves epígrafes, de no más de cinco o seis páginas. No narra batallas, sino que utiliza un protagonista (vencedor, vencido o simple testigo) con el que reconstruye la historia de una ciudad, a menudo desde la anécdota. Entre ellos figuran Escipión Emiliano, que destruyó Numancia y Cartago; Albert Speer, arquitecto del Tercer Reich que elaboró la “teoría del valor de las ruinas”; Emmanuil Evzerijin, que cubrió como fotógrafo la batalla de Stalingrado; el coronel Louis Achinard, que transportó a París las puertas de la legendaria ciudad de Tombuctú; Arthur Oscar de Andrade Guimaráes, enviado a Canudos para combatir a las huestes del delirante líder religioso Antonio Conselheiro; o Victor Klemperer, un conocido filólogo, quien fija su atención a los papeles de plata con que los aliados engañaron a los artilleros antibombarderos alemanes. Estas historias nos conducen por Babilonia, China, Heidelberg, Creta y otros rincones del planeta, para revelarnos el discurrir de la humanidad.

USO DE LAS RUINAS - SEGUNDA GUERRA MUNDIAL

En el prólogo de la obra, Jouannais explica quién ha influido (y guiado) en la concepción de su trabajo. Sus dos “inspiradores” son el alemán W. G. Sebald (quien escribió uno de sus últimos libros, Sobre la historia natural de la destrucción, tras haber recorrido pueblos y ciudades de Alemania bombardeados por los Aliados) y el español Enrique Vila-Matas. El primero, afirma Jouannais, porque, al tomar la decisión de profundizar en las ruinas, ha condenado “a la extinción el canto de su melancolía”. El segundo, porque, explica el autor, “son estos textos, regalo de Enrique Vila-Matas, los que publico hoy tras haber aceptado ser todos sus personajes, y fingiendo ser su autor”. A ambos dedica un sentido homenaje en las primeras páginas del libro.

El libro concluye con un último personaje, más cercano y anónimo que los anteriores. Se trata de Michael Cinei, un bombero que el 11-S murió sepultado entre los escombros de las Torres Gemelas. De él se dice en el último párrafo de la obra: “Hete aquí, querido Jean-Yves, libre de ahora en delante de ser Albert Speer, Naram-Sim de Acad, Escipión Emiliano, Irma Schrader, Shang Yang, Stig Dagerman, Sapor I o Bernardo Belloto. En tanto que personaje de papel, tu tendrás quizá la ilusión, en el corazón de estos relatos que harán las veces del destino, de tocar el grano más o menos abrasador de las ruinas de Berlín, Ebla, Cartago, Halberstadt, Luoping, Hamburgo, Dura Europos o Dresde. Pero estate seguro de una cosa, la única cierta: que si, nuevo y falto de palabras, al venir a este mundo, deseabas saber lo que es un molino, no podrás aprenderlo del molinero, ni tampoco de la espiga de trigo, y menos aún de la muela, sino sólo de la harina. Si buscas verdaderamente el sabor de la guerra, hijo mío, elige ser el polvo del joven Michael Cinei”.

Jean-Yves Jouannais (Montluçon, 1964) es crítico de arte y durante diez años fue redactor jefe de Artpress. Entre sus ensayos destacan L’idiotie (2003) y Artistas sin obra (2014). Es asimismo autor de la novela Jésus Hermès Congrès (2001). En 2014 fue galardonado con el premio Roger Caillois de ensayo por el PEN Club de Francia.

*Publicado por la Editorial Acantilado, febrero 2017. Traducción de José Ramón Monreal.