El Renacimiento no fue solo pintura, edificios y obras de arte. Las transformaciones filosóficas, políticas y sociales (imperceptibles quizás para el ojo, pero no para la razón) que se produjeron a lo largo de los siglos XV y XVI fueron las verdaderas causas del fin de la Edad Media, antes incluso que la caída de Constantinopla, suceso más simbólico que decisivo, pues el Imperio bizantino languidecía por sus problemas internos y la amenaza exterior. Una nueva concepción del ser humano y de su lugar en el mundo fueron la gran aportación de los pensadores del Renacimiento, quienes, manteniendo su fe católica, supieron discernir entre dogma y realidad y buscaron nuevas explicaciones para comprender la conducta de los hombres, acudiendo a las ciencias para dotar de sentido a la naturaleza. En apenas una centuria los principios que regían la sociedad fueron sacudidos y renovados, y dio comienzo una nueva edad en la historia del hombre.
Muchos de los pensadores del Renacimiento encontraron su inspiración para transformar el mundo en la Antigüedad clásica. Miraron al pasado para construir el futuro. Tras siglos de abandono y marginación, los textos clásicos se volvían a leer y estudiar; se buscaban con ahínco obras de arte perdidas; se copiaban los cánones de belleza de las que aún se conservaban, e incluso se reproducían los hábitos de vida de las antiguas civilizaciones. El humanismo, íntimamente ligado al Renacimiento, fue la llave que abrió de nuevo las puertas de Roma y Grecia. Como todos sabemos, este movimiento nació en Italia, pero poco a poco fue extendiéndose por el resto del continente europeo, influyendo en casi todas las disciplinas, que sufrieron un agudo proceso de renovación. La historiografía no fue una excepción y a partir de los siglos XIV y XV comenzaron a redactarse verdaderos tratados de historia, inspirados en los textos de clásicos como Tito Livio o Tácito.
Escribir hoy sobre el pasado parece algo relativamente sencillo y accesible para todos. Los principios que rigen la historiografía actual, al margen de los trabajos académicos, son bastante inteligibles, de ahí que sean muchos quienes se lancen a escribir (otra cosa es que el resultado sea de calidad o no). Hay una serie de premisas básicas que todos cumplimos. Ahora bien, esto no siempre ha sido así. La forma que tenemos de entender el pasado ha sufrido profundas alternaciones a lo largo de la historia. Un hombre de la Edad Media no concebía el tiempo igual que otro del siglo XIX, y basta leer algunas crónicas del Medievo para darse cuenta de que algo no encaja. De ahí que sea tan interesante adentrarnos en el libro de Peter Burke, El sentido del pasado en el Renacimiento*, quien, a través de los testimonios de los grandes historiadores y pensadores renacentistas, explica cómo se concebía la historia en aquel período y cuáles eran los preceptos que la orientaban.
Con estas palabras explica el propio Peter Burke el propósito de su obra: “Así entendida, la historia es una parte fundamental de nuestra cultura, es decir, de la cultura occidental desde, aproximadamente, 1800. Sin embargo, quisiera defender la hipótesis de que en el Renacimiento (el siglo XV en Italia, XVI y principios del XVII en otras zonas) empezamos a adquirir un sentido histórico del que carecíamos en la Edad Media. Es decir, por sorprendente que pueda parecer hoy y a pesar de (o debido a) los grandes logros de la Edad Media en otros campos, durante el milenio que va del año 400 al 1400, carecieron de ‘sentido de la historia’ hasta los más cultos”. Aunque se pueda desprender de este párrafo que Burke va a comparar la Edad Media y el Renacimiento, lo cierto es que se centra principalmente en la forma de hacer historia en Europa occidental entre 1350 y 1650, utilizando el Medievo como referencia.
Para Peter Burke el “sentido de la historia” está compuesto de tres elementos: el sentido del anacronismo, es decir, la perspectiva histórica; la conciencia de la necesidad de contrastación y el interés por las causas. Ninguno de ellos se dio, al menos con la fuerza necesaria, en la Edad Media (Burke dedica el primer capítulo a corroborar esta afirmación), mientras que en el Renacimiento empezaron a aflorar en numerosos escritos. Para historiador británico, en el Renacimiento los hombres fueron conscientes de que todo, edificios, vestimenta, palabras o leyes, cambiaba con el tiempo. Si en la Edad Media el pasado se describía utilizando los modelos presentes, Burke afirma, por ejemplo en relación con la historia del arte, que “El Renacimiento entendía su propio arte como una vuelta a la Antigüedad, al modo griego, tras una era de barbarie. Giorgio Vasari (1512-1574) formula la idea clásica de que el arte evoluciona y tiene una historia que cabe dividir en períodos”.
Este nuevo espíritu crítico permitió a muchos historiadores renacentistas discernir entre fuentes válidas y no válidas, y descubrir la falsedad de algunos documentos —el más famoso, la Donación de Constantino que Lorenzo Valla desenmascaró en 1439—. Para Burke, “Esta nueva consciencia de la relevancia de las pruebas es uno de los mayores logros intelectuales de la Europa del Renacimiento. Es una auténtica ‘revolución histórica’ comparable a la revolución científica. Sin embargo, debemos añadir que lo que surgió fue cierto sentido de la importancia de las fuentes primarias, así como cierta capacidad para detectar fuentes que no eran primarias aunque pretendieran serlo”.
Junto a la perspectiva histórica y al uso crítico de las fuentes, emergió también la búsqueda de las causas que mueven la historia. La Edad Media tenía una respuesta fácil a este tipo de interrogantes: todo quedaba en manos de la Providencia y cualquier suceso, feliz o trágico, respondía a la voluntad divina. Los historiadores renacentistas, aunque influidos todavía por la fe, se apartan de Dios para buscar respuestas; la Fortuna, convertida en una fuerza impersonal que puede medirse, se alzará como la principal fuente de referencia. Quienes hayan leído a Maquiavelo comprenderán esta nueva concepción de la causalidad histórica. Al margen de las fuerzas subterráneas, algunos historiadores comenzaron, tímidamente, a explicar acontecimientos utilizando argumentos políticos, económicos o sociales. Burke nos muestra cómo Hobbes, Bisaccioni o Harrington, entre otros, esbozaron en sus escritos los principios que cualquier historiador actual respeta cuando busca las motivaciones de los hechos que describe.
No solo cambió la forma de entender la historia, también se transformó el modo de escribirla. Apoyándose en los textos clásicos, los historiadores renacentistas solo veían dignas de ser resaltadas las acciones heroicas. Así lo explica Peter Burke: “La historia solía escribirse a base de escenas prefijadas que daban al autor la oportunidad de demostrar sus dotes retóricas. Había fragmentos que hablaban del ‘carácter’ y hacía el retrato moral de un individuo destacado. También había escenas de acción, principalmente de batallas y, sobre todo, había discursos […] Lo que importaba al historiador renacentista no era dar cuenta de la individualidad de este hombre o de aquel, ni describir con exactitud lo que se hizo o dijo en una ocasión concreta, sino dar la impresión general que producían un líder, una batalla o una frase célebre”.
Para apuntalar los anteriores planteamientos, el historiador británico se apoya en numerosos textos renacentistas, de modo que la mitad del libro son transcripciones de obras de pensadores de los siglos XV y XVI. Los inconvenientes de este proceder (la pérdida del hilo argumentativo) se subsanan con la acertadísima selección de los pasajes, perfectamente encajados en el relato por un historiador de vasta cultura. El resultado es un trabajo breve pero brillante, imprescindible y de obligada lectura para los amantes del Renacimiento y de la historia.
Peter Burke es Emeritus Professor de Historia Cultural en la University of Cambridge y Life Fellow del Emmanuel College, de Cambridge. Historiador mundialmente reconocido, es autor de más una decena de importantes estudios entre los que se encuentran Sociología e historia (1980), La cultura popular en la Europa moderna (1990), Los avatares de El Cortesano (1995), Historia social del conocimiento (2002), De Gutenberg a Internet. Una historia social de los medios de comunicación (con A. Briggs, 2002), El renacimiento europeo (2002), Formas de hacer historia (2003, 2.ª ed.), ¿Qué es historia cultural? (2006) e Historia y teoría social (2008).
*Publicado por la editorial Akal, febrero 2016.