El Sacro Imperio Romano Germánico. Mil años de historia de Europa
Peter H. Wilson

Entre los actores que han condicionado el devenir de la Historia, los Imperios quizás sean de los más fascinantes y de los que más han cautivado la atención del gran público. Desde la Antigüedad hasta el siglo XX, raro es encontrar un período no condicionado por su presencia. Su definición no siempre es sencilla o pacífica, pues existen más diferencias que similitudes entre los distintos tipos de Imperios que conocemos. Algunos duraron siglos (el romano, el persa o el chino), mientras que otros apenas sobrevivieron una decena de años (el napoleónico). Unos están asociados a una persona (el Imperio mongol, a Gengis Khan), otros a una nación (el Imperio español). Algunos se expandieron por los cinco continentes (el inglés), otros se concentraron en un territorio relativamente delimitado (el maya). Los historiadores llevan años intentando, sin éxito, encontrar una definición y una clasificación más o menos consensuada de estas entidades.

Europa es la cuna de muchos de estos Imperios. En sus territorios nacieron, triunfaron y desaparecieron varios de ellos, que han modelado el mundo tal como es hoy. De hecho, no se entiende la situación política de numerosos países actuales sin remontarse a su pasado colonial. De este legado ya solo quedan los vestigios culturales que han pervivido y su impronta en la realidad política del continente europeo. La sociedad del siglo XXI, lo sepa o no, se ha cimentado sobre aquellas estructuras. Por ejemplo, gran parte de nuestro derecho se construye sobre las cenizas del derecho romano y una de las grandes aportaciones napoleónicas fue la difusión de las ideas de la Revolución francesa. Curiosamente, uno de los Imperios más atípicos (y el más longevo) se dio en el centro y en norte de Europa. Solo su nombre ya reúne los principales rasgos de la civilización occidental. Nos referimos al conocido como Sacro Imperio Romano Germánico.

Lo hemos calificado de atípico, pues no reúne los rasgos habituales que se suelen asociar a los Imperios: no extendió su territorio sojuzgando a sus vecinos, no contó con ilustres personajes que engrandecieran su nombre e incluso careció de grandes representaciones artísticas que lo ensalzaran (al menos, durante gran parte de su existencia). Su organización, algo caótica mirada desde fuera, no le impidió agrupar sociedades multilingües, heterogéneas y distribuidas en unidades políticas más pequeñas, caracterizándose por la descentralización en la toma de decisiones. Sin embargo, se mantuvo en pie durante un milenio (desde su fundación con la coronación de Carlomagno, en el año 800, hasta su disolución en 1806), a pesar de las amenazas internas y externas que lo asediaron. Quizás esas particularidades permitieron mantener incólume, durante tanto tiempo y contra todo pronóstico, un régimen político único en la Historia.

En España conocemos poco y mal a este Imperio, pese a que uno de nuestros reyes fue su emperador (Carlos V) y otro estuvo a punto de serlo (Alfonso X el Sabio). Para suplir esta carencia, la editorial Desperta Ferro ha editado el trabajo de Peter H. Wilson, El Sacro Imperio Romano Germánico. Mil años de historia de Europa*. Se trata de una obra descomunal, que disecciona la esencia de este Imperio desde los puntos de vista histórico, político y social. El autor se centra especialmente en entender cómo funcionaba y se administraba este gigante de mil caras. Un trabajo denso y completo, que hará las delicias de los amantes de la historia y que ofrece una perspectiva única sobre uno de los pilares de la sociedad europea.

Así describe el autor el objetivo de su trabajo: “La historia del Sacro Imperio Romano asienta sus reales en el corazón mismo de la experiencia europea. La comprensión de esa historia explica cómo se desarrolló buena parte de dicho continente desde la Edad Media temprana hasta el siglo XIX. Nos revela importantes aspectos que han quedado ocultos por la historia por separado, más conocida, de los Estados nación europeos. El imperio perduró más de un milenio, más del doble que la misma Roma imperial, y abarcó gran parte del continente. Además de la actual Alemania, incluyó, en parte o en conjunto, otros diez países contemporáneos: Austria, Bélgica, República Checa, Dinamarca, Francia, Italia, Luxemburgo, Países Bajos, Polonia y Suiza. Otros países como Hungría, España y Suecia también estuvieron vinculados al imperio, o se involucraron en su historia de forma, a menudo, olvidada, como por ejemplo Inglaterra, que dio un rey a Alemania (Ricardo de Cornualles, 1257-1272). Aún más fundamental es el hecho de que las tensiones de Europa, tanto este-oeste como norte-sur, se entrecruzan en el antiguo corazón imperial, entre los ríos Rin, Elba y Óder y los Alpes. Tales tensiones quedan en evidencia por la fluidez de las fronteras del imperio y el mosaico fragmentario de sus subdivisiones internas. En suma: la historia del imperio no es una mera serie de numerosas y diferenciadas historias nacionales, sino que conforma el núcleo del desarrollo general del continente. Pero no es así como suele narrarse su historia”.

Peter H. Wilson opta por una estructura alternativa a la que se suele utilizar en este tipo de trabajos. En vez de seguir un esquema cronológico -es decir, un relato progresivo que parta de su fundación hasta su ocaso- los distintos bloques del libro se articulan en secciones temáticas. Así, la obra se divide en doce capítulos, agrupados en cuatro partes, que examinan el imperio por materias: ideales, pertenencia, gobernanza y sociedad. En su desarrollo se abarcan cuestiones que guardan relación con lo social, lo económico, lo administrativo y lo político. A medida que avanza la lectura, el historiador británico profundiza en la información que nos facilita: si los primeros epígrafes ofrecen pinceladas generales, los últimos descienden a un nivel de detalle considerable. El resultado es un trabajo sobresaliente y uno de los libros más interesantes de los publicados este año.

El Sacro Imperio Romano era un organismo sumamente complejo y heterogéneo. Como se comprueba en el trabajo de Wilson, su historia estuvo marcada por la polémica, la intriga y la controversia. El emperador, especialmente en los siglos iniciales, carecía de una autoridad sólida y su legitimación era cuestionada. Las luchas de poder que se desencadenaban tras su muerte muestran lo difícil que resultaba gestionar el Imperio. Tan solo bajo los Habsburgo se logró cierta continuidad dinástica. Algo similar sucedía con las turbulentas relaciones con el Papado y con sus territorios vecinos. La guerra fue un instrumento habitual para dirimir esos enfrentamientos, sobre todo en el norte de Italia donde la influencia de la Santa Sede se hacía notar con mayor virulencia. A pesar de todos esos obstáculos, el Impero perduró y consiguió crear una identidad propia que trascendía las de las unidades que lo componían.

El historiador británico dedica varios capítulos a estudiar cómo solventaron los emperadores y su corte aquellos inconvenientes y cómo se fue construyendo un sistema que permitió consolidar la autoridad del Imperio. Al mismo tiempo, analiza las jerarquías internas y los reinos, ducados, arzobispados, ciudades libres y otras estructuras que componían su entramado político. Obviamente, hubo emperadores más poderosos que otros, pero la esencia del Sacro Imperio permaneció inalterada y el pueblo se mantuvo fiel a él. Ni siquiera la Reforma protestante y el terremoto político que produjo logró destruir su armazón. La religión siempre ocupó un lugar preminente en su Historia y, por este motivo, Wilson le dedica su atención.

Las últimas páginas del libro están consagradas a las postrimerías del Imperio, a su legado y a lo que de él hoy podríamos aprender. Por eso, nos gustaría concluir con esta reflexión del historiador británico: “El imperio, como ocurre en la Unión Europea actual, se apoyaba en la presión inter pares, a menudo más efectiva y menos costosa que la coerción y funcionaba gracias a la aceptación generalizada de un marco y una cultura política comunes. No obstante, nuestro examen del imperio también ha revelado que tales estructuras estaban lejos de ser perfectas y podían fallar, a veces de forma catastrófica. El éxito solía depender del compromiso y de la improvisación. El imperio, aunque en apariencia hacía hincapié en la unidad y en la armonía, en realidad funcionaba gracias a que se aceptaba el desacuerdo y el descontento como elementos permanentes de su política interna. La historia del imperio, lejos de proporcionar un proyecto para la Europa de hoy, nos sugiere métodos que nos ayudarán a comprender con mayor claridad los problemas de la actualidad”.

Peter H. Wilson (1963) es un historiador británico, especialista en historia alemana y militar. Ha sido profesor en numerosas universidades británicas y ha desarrollado labores docentes y de investigación de diversos centros universitarios de Estados Unidos y Alemania. En 2015, sucedió al historiador Hew Strachan en el puesto de Chichele Professor de Historia de la Guerra en el All Souls College de la Universidad de Oxford. Ha pertenecido, entre otros, a los consejos editoriales de la International History Review (2006-2010), War & Society y British Journal for Military History y es colaborador de Desperta Ferro Historia Moderna. Es, asimismo, miembro de la Royal Historical Society (FRHistS). Con La Guerra de los Treinta Años. Una Tragedia Europea, ganó el Society for Military History Distinguished Book Award 2011.

*Publicado por Desperta Ferro, octubre 2020. Traducción de Javier Romero Muñoz.