DESPERTA FERRO - EL RETORNO DE UN REY

El retorno de un rey. La aventura británica en Afganistán 1839-1842
William Dalrymple

Afganistán ha sufrido una y otra vez a lo largo de su historia los estragos de la guerra. Unos países y otros han intentado, normalmente sin éxito, conquistar este territorio inhóspito y mal comunicado de Asia Central. En los últimos siglos, Inglaterra, la Unión Soviética o Estados Unidos mandaron a sus tropas a luchar contra guerreros tribales y pueblos seminómadas. Sorprendentemente, la victoria se les resistió y tuvieron que dedicar gran cantidad de recursos y hombres para afianzar su posición. La tónica de sus intervenciones ha sido, más o menos, la misma: tras un inicio avasallador en el que se imponía la superioridad técnica de los ejércitos invasores, el control del territorio se convierte en una tarea ardua y peligrosa que paulatinamente mella la moral de las tropas. Al final, la situación se vuelve insostenible y los beneficios de la conquista quedan dilapidados por las pérdidas sufridas. Inglaterra y la Unión Soviética hubieron de retirarse, mientras que Estados Unidos continúa prestando apoyo militar en una guerra que parece que nunca terminará.

El Imperio británico fue una de las grandes fuerzas dinamizadoras del mundo. Su presencia en todos los rincones del planeta generó intercambios culturales y económicos que, a pesar de sus muchos claroscuros, favorecieron el desarrollo de la humanidad. Por supuesto, esta expansión hubo de ser sostenida por una poderosa fuerza militar. Como cualquier otro conquistador, protagonizó atrocidades, incluidas masacres de poblaciones enteras. La joya de la Corona inglesa siempre fue la India, considerada el mayor logro del Imperio, por encima de las colonias americanas o australianas. Aunque los ingleses llegasen a Madrás en 1639, habrá que esperar hasta finales del siglo XVIII (y de manera especial, el XIX) para conocer la máxima implantación británica en la región. La diplomacia inglesa permitió controlar vastas extensiones de terreno con pocas, pero preparadas y experimentadas, tropas.

Las dificultades surgieron cuando otras potencias europeas empezaron a interesarse por Asia. Entre ellas destaca Rusia que, tras las guerras napoleónicas, aumentó su presencia en los asuntos mundiales y se convirtió en un activo participante de “El Gran Juego”. Su desatendida frontera con los países asiáticos fue revisada y se le prestó mayor atención. Inglaterra, temerosa de perder su hegemonía, contratacó extendiendo su área de influencia a los pueblos colindantes de la India. Aquí es donde entra en juego Afganistán que, de ser una región olvidada, pasó al primer plano y arrastró al país anglosajón a su primera gran derrota colonial. El historiador William Dalrymple describe magistralmente este suceso en la obra El retorno de un rey. La aventura británica en Afganistán 1839-1842*.

Así se expresa el autor en uno de los primeros párrafos de su trabajo: “La primera embajada en Afganistán de una potencia occidental partió de la residencia de la Compañía en Delhi el 13 de octubre de 1808, con el embajador acompañado por doscientos soldados de caballería, cuatro mil de infantería, una docena de elefantes y no menos de seiscientos camellos. La expedición era impresionante, pero estaba claro que este intento por parte de los británicos de acercarse a los afganos no pretendía conseguir la amistad de Shah Shuja sino, llanamente, aventajar a sus rivales imperiales: los afganos fueron tomados por meros peones en el tablero de ajedrez de la diplomacia occidental, dispuestos a ser sacrificados a voluntad. Esta política sembró un precedente que será emulado por diferentes potencias, en numerosas ocasiones, durante los años y décadas siguientes; y en cada una de dichas ocasiones los afganos demostrarían ser capaces de defender su inhóspito territorio con mayor eficiencia de la que cualquiera de sus futuribles manipuladores pudiera haber sospechado”.

La obra de Dalrymple, a caballo entre la historia política, la militar y la diplomática, atrapa desde el principio por el estilo ameno y dinámico de su prosa. Apoyándose en fuentes inglesas, rusas y (lo que es una novedad) indias y afganas, nos relata el suplicio que vivió el ejército inglés cuando se adentró en los recónditos territorios de Afganistán, entre los años 1839 y 1842. El relato comienza, sin embargo, unos años antes, de modo que se contextualicen los motivos que llevaron al ejército de la Compañía Británica de las Indias Orientales a invadir el país musulmán. En esas páginas vemos cómo se mezcla la alta diplomacia, las luchas intestinas de una región dividida en facciones tribales, las pretensiones de un rey destronado (los ingleses siempre han sido muy hábiles utilizando marionetas para encubrir sus propios intereses), el espíritu aventurero de algunos personajes y la torpeza de otros. El resultado final fue el envío de 20.000 hombres mal preparados y sin las disposiciones necesarias para hacer frente a la tarea que se les había encomendado.

La invasión fue relativamente sencilla y en pocas semanas gran parte del país estaba bajo control inglés. El problema surgió a partir de entonces. La nefasta gestión de los delegados de la Corona, la escasa autoridad del rey (en detrimento de sus adversarios, más queridos y respetados por el pueblo), la escasez de fondos, que impidió sobornar a enemigos o mantener aliados, y la ingobernabilidad de los afganos provocó el estadillo de la revuelta. El ejército británico fue derrotado y humillado, muriendo la mayoría de las tropas expedicionarias (apenas regresaron unas pocas decenas). No sólo perecieron los soldados y muchos de los familiares que les habían acompañado, varios de los altos cargos civiles fueron asesinados durante la rebelión.

La noticia conmocionó al país y rápidamente se organizó un ejército de castigo que enmendase la afrenta sufrida. Una vez más, Afganistán fue invadido con relativa celeridad, ahora de forma más concienzuda, lo que implicó una mayor destrucción como escarmiento. De nuevo todo fue en balde pues, una vez cumplido sus objetivos, el ejército recibió la orden de retirarse y volver a la India, dejando en el trono a Dost Muhammad, el principal adversario en la primera ocupación del país. El balance final de la guerra y de la conquista de Afganistán fue, para Inglaterra, alrededor de veinte mil muertos. Todo, para volver al punto de partida.

No es frecuente encontrar en el panorama literario español libros como el de William Dalrymple. Ya sea por la temática (salvo error por nuestra parte, debe ser la primera obra traducida al español que aborda esta guerra, desconocida para la inmensa mayoría del público hispano) o por el enfoque del autor (alta divulgación y un destacado trabajo de campo), lo cierto es que esta rara avis de la historia militar se lee con interés. Además, ofrece un esclarecedor ejemplo de cómo la historia, si no se conoce, termina por repetirse.

Concluimos con esta reflexión del historiador escocés: “Si la Primera Guerra Anglo-Afgana ayudó a la consolidación de un Estado afgano, la pregunta ahora es si la actual intervención occidental contribuirá a su desaparición. Mientras escribo, las tropas occidentales están de nuevo preparadas para abandonar el país y dejarlo en manos de un débil gobierno popalzai. Es imposible predecir el destino de dicho régimen o del estado fracturado y dividido de Afganistán. Pero, sin duda, lo que Mirza’Ata escribió tras lo sucedido en 1842 sigue teniendo validez en la actualidad: “No es fácil invadir o gobernar el reino de Jorasán””.

William Dalrymple (1965) es un historiador y escritor escocés, miembro de la Royal Society of Literature y de la Royal Asiatic Society. Estudió en el Trinity College de Cambridge, donde desempeñó los cargos de History Exhibitioner y Senior History Scholar. Es autor, entre otros, de El último Mogol, La ciudad de los djinns o White Mughals También ha elaborado guiones y presentado series de televisión. Su obra se ha visto galardonada con premios como la Mungo Park Medal, la Sykes Medal o el Best Print Article of the Year. Colabora con The New Yorker, The Guardian, TLS y New York Review of Books. Además, es corresponsal del New Statesman en India.

*Publicado por Desperta Ferro, mayo 2017. Traducción de Alba María Villar Gómez.