ALIANZA - RENACIMIENTO ITALIANO - PETER BURKE

El Renacimiento italiano. Cultura y sociedad en Italia
Peter Burke

Con el término «Renacimiento» solemos hacer referencia a todo un movimiento de carácter social, cultural y artístico que tuvo su origen en la Península Itálica (lo que hoy es Italia, por entonces fragmentada en una multitud de estados y ciudades independientes entre sí), se extendió posteriormente, con irregular implantación, al conjunto del continente europeo y se prolongó, de forma aproximada, desde el año 1400 hasta 1550 d.C.

Tradicionalmente el «Renacimiento» ha sido considerado como una crítica respecto a la «Edad Media», El término, precisamente, sería acuñado durante este momento para referirse al previo período histórico, percibido como «oscuro», que, mediante entre la decadencia de la cultura clásica y su «renacer» a partir del siglo XV, retomó las principales influencias del mundo clásico (griego y romano) en una suerte de «boom» cultural casi sin precedentes en nuestra historia.

La obra del historiador Peter Burke, El Renacimiento italiano. Cultura y sociedad en Italia*, es uno de los textos fundamentales para entender este periodo, en la estela del ya clásico libro publicado en 1860 por Jacob Burckhardt, La civilización del Renacimiento en Italia. Alianza Editorial nos presenta ahora la tercera edición, actualizada, de este importante trabajo de uno de los mayores expertos actuales, a nivel mundial, en los estudios relativos a la Historia Cultural.

La investigación llevada a cabo por el profesor Burke para elaborar su obra es colosal. En ella analiza la trayectoria de 600 personajes entre pintores, escultores, arquitectos, escritores, humanistas, científicos y músicos de la Italia renacentista. En total se trata de 314 pintores y escultores, 88 escritores, 74 humanistas, 55 «científicos» (entendido el término en sentido amplio) y 50 músicos, recogidos y clasificados en las obras y enciclopedias elaboradas por otros autores, así como otros 19 escritores y humanistas que no han sido incluidos en anteriores recopilaciones. Entre ellos hay figuras conocidas por todos (Leonardo, Tiziano, Miguel Ángel, Lorenzo de Medici, Botticelli, Rafael, Pico della Mirandola, Tintoretto, Donatello, Vasari, Maquiavelo o Savonarola) así como nombres destacados del movimiento que, sin embargo, son en general muy desconocidos. También se muestran estadísticas sobre un total de unas 2.000 pinturas datadas, con el fin de establecer los motivos presentes en ellas mismas y su significado iconográfico.

Capilla SixtinaEl objetivo fundamental del trabajo llevado a cabo por Peter Burke es indagar sobre (y demostrar) la conexión existente entre las circunstancias sociales, políticas y culturales presentes en la Italia de aquel entonces y el surgimiento de una serie de genios intelectuales y artísticos en ese tiempo y espacio geográfico concretos.

Así pues, son múltiples los fenómenos analizados y condensados en la obra a los que puede acceder el lector: el papel y extracción social de los artistas e intelectuales estudiados; el fenómeno del patronazgo y su relación con el mundo de la cultura; los usos que la sociedad dio a las obras de arte; el gusto estético dominante durante ese tiempo en Italia; la iconografía y significado del arte de dicho período; los rasgos más característicos de la sociedad italiana de entonces y sus reflexiones en torno al cosmos, al hombre y a la propia sociedad; los entramados sociales y clientelares existentes; los regímenes políticos dominantes en la península; la estructura social y económica de la población o los cambios que, a lo largo de estos dos siglos, tuvieron lugar en la sociedad italiana. Con el objetivo de enriquecer aun más el panorama, el lector también encontrará una comparativa adicional, o mejor dicho una doble comparativa adicional: y es que, aunque sea de forma muy breve, Burke analiza también el clima imperante tanto en los Países Bajos como en una sociedad tan distante y diferente a la italiana cual la del Japón de la era Tokugawa.

Lo primero que llama la atención al acercarse al libro es la distribución geográfica y social de los artistas estudiados. Durante la primera fase del Renacimiento nos encontramos con un claro dominio de Florencia (y en general de la Toscana) en la nueva élite intelectual y artística, seguida de Venecia; aunque conforme pasan los años se produjo una cierta desconcentración. También es interesante observar la extracción social de los miembros de esta élite, claramente diferenciados en función del «arte» al que se dedicaran: si la mayoría de pintores, escultores y arquitectos provenían de familias de artesanos, los escritores, científicos y humanistas (generalmente «aficionados» y de ocupación a tiempo parcial) tuvieron, por el contrario, su origen en familias acomodadas o dedicadas a las «profesiones liberales».

Dicha extracción, comprobamos en el libro, guardaba bastante relación con la percepción del estatus social de los artistas e intelectuales en la sociedad de su tiempo: mientras que las labores de pintores y escultores (e incluso de arquitectos) eran consideradas, al tener naturaleza manual, como una ocupación indigna de patricios y nobles; la de los humanistas estaba, sin embargo, mucho mejor valorada tanto para funciones de asesoramiento como para la carrera académica. La diferencia de estatus social, no obstante, no estaba reñida con el posible reconocimiento y la gran fortuna económica que podían alcanzar algunos artistas. Así ocurrió, por ejemplo, en los célebres casos de Tiziano o Rafael, quienes amasaron un dinero y gozaron de una fama al alcance de muy pocos escritores y humanistas. Ha de matizarse que estas valoraciones y posibilidades de prosperidad no son estables a lo largo del período estudiado y su encaje concreto va fluctuando a lo largo de los años y generaciones.

Donatello - Judit y HolofernesEl mejor modo en que un artista podía prosperar era gozar de la confianza de un patrón dispuesto a encargarle trabajos y pagarle por su realización. El patronazgo personal fue el medio más común durante el «Renacimiento» para que un genio artístico saliese de la pobreza y se hiciese un nombre. La Iglesia Católica en Roma (especialmente algunos papas, como Julio II, o cardenales), los príncipes (como Ludovico Sforza en Milán o Alfonso de Aragón en Nápoles), gobiernos de Repúblicas independientes (como los de Florencia o Milán) o grandes familias patricias (los Medici) fueron destacados patronos para los artistas. Con el paso del tiempo, también fue frecuente que miembros no pertenecientes a las clases altas hiciesen este tipo de encargos incluso a artistas de renombre.

Algunos artistas recibían encargos puntuales mientras mantenían sus propios talleres, frecuentemente con la colaboración de aprendices (este fue el caso de Rafael), pero otros entraban a formar parte, de forma más o menos estable, de alguna corte «en nómina» (que diríamos hoy), como le sucedió a Leonardo con la corte de Ludovico Sforza en Milán. Ambas vías tenían sus ventajas y desventajas, pues los primeros mantenían una mayor libertad e independencia a la hora de desarrollar su trabajo renunciando a unos ingresos estables, y los segundos gozaban de una mayor comodidad y estatus a cambio de perder (al menos temporalmente) cierta independencia de criterio.

Y es que la relación entre patronos y artistas no fue siempre pacífica. Los conflictos generalmente venían de dos frentes: el monetario (ya que podía no haber un acuerdo claro sobre el precio a pagar y, además, en muchas ocasiones algunas personalidades mostraban elevadas reticencias a pagar lo convenido) y el relativo al propio contenido en sí del encargo. El autor menciona las cláusulas fundamentales que se estipulaban en los diferentes contratos entre patronos y artistas, cuyo contenido sin duda resultará de lo más sorprendente para el lector contemporáneo. Quizás el caso más conocido de un conflicto entre artista y patrono fue el que enfrentó al papa Julio II y a Miguel Ángel con motivo de la realización de la Capilla Sixtina en el Vaticano.

Los usos más frecuentes del arte durante estos siglos tuvieron normalmente una motivación religiosa y política. Por lo general la producción artística se utilizaba para ensalzar regímenes monárquicos o republicanos, o para transmitir mensajes políticos. No obstante, cada vez cobra más importancia, y así lo refleja la obra de Burke, la decoración doméstica e incluso surge el que para nosotros es quizás el principal motivo del consumo de obras de arte: el placer de la contemplación estética. La aparición de un mercado propio, que comenzó en estos momentos y se mantuvo durante el siglo XVI, favoreció este fenómeno y dio lugar a los primeros «marchantes de arte», convertidos para los artistas en una vía de ingresos alternativa al patronazgo personal.

BOTTICELLI CASTIGO DE COREOtro elemento que incidió en la creciente demanda social de obras de arte, especialmente en el seno de familias importantes, fue el auge del fenómeno conocido como «consumo conspicuo», relacionado con la prosperidad económica y comercial de algunas ciudades y reinos de Italia durante el Renacimiento. La construcción de grandiosos palacios o cómodas villas de recreo en el campo, así como la obtención de obras de arte se convertían en señal de estatus de una determinada familia, que realizaba considerables inversiones con el fin de obtener una mayor distinción (una «fachada», y nunca mejor dicho) respecto de sus competidoras. Hay, sin embargo, que tener cuidado al utilizar la expresión «inversión en arte», pues durante los siglos XV y XVI su consumo no responde a lo que hoy entendemos por este concepto (comprar una obra de arte con la expectativa de que aumente su valor en el futuro). No será hasta los siglos XVII y XVIII cuando el mercado del arte comience a tomar un giro propiamente especulativo.

El desarrollo económico capitalista emergente, la importancia de los núcleos urbanos y la existencia de una cierta movilidad social son factores que posibilitaron la aparición y el auge de unas generaciones de individuos especialmente creativos y emprendedores, en especial en las ciudades de Florencia y Venecia, a las que pertenece la mayoría de esta nueva élite cultural. Las innovaciones artísticas e intelectuales no pueden separarse de las condiciones sociales, políticas (Florencia y Venecia eran en cierto modo «ciudades libres» con una forma política republicana, que favorece el desarrollo de dichos talentos) y económicas de las sociedades en las que crecen y viven. Los cambios en los gustos y en la mentalidad (crecientemente individualista y secular, aunque sin desaparecer todavía los fuertes componentes clasistas y eclesiásticos arrastrados desde la etapa anterior) no son disociables del conjunto de la sociedad en la que estaban inscritos.

El Renacimiento italiano. Cultura y sociedad en Italia es un magistral compendio de todos estos (y otros muchos) factores que hicieron posible el surgimiento, expansión y éxito del movimiento creativo y cultural que conocemos como Renacimiento y que tuvo en las ciudades italianas su lugar de mayor desarrollo. Se trata de un estudio cargado de información y aderezado con un buen surtido de imágenes (un total de 35 ilustraciones repartidas entre sus poco más de 300 páginas) y con 40 páginas dedicadas a recoger la bibliografía citada para profundizar sobre los diferentes temas tratados. Un libro en el que se pone de manifiesto el despliegue de erudición y síntesis de Peter Burke, digno de elogio, cuya lectura no se hace en ningún momento ardua o pesada.

ULTIMA CENA LEONARDO DA VINCINos hallamos, en definitiva, ante un clásico de los estudios históricos sobre el Renacimiento. Aunque escrito hace más de 40 años, sin embargo ha sido convenientemente actualizado y reeditado para incluir en él los estudios y planteamientos (como los tres «giros» historiográficos que menciona el autor en la introducción: el giro feminista, el giro hacia la vida material y privada, y el giro global o de enfoque comparado) más recientes sobre la materia. En resumen, una obra, más que recomendable, imprescindible para todo estudioso o interesado en la historia cultural, especialmente de los siglos XV y XVI, cualquiera que sea su nivel de conocimientos previo sobre ella.

*Publicado por Alianza Editorial, marzo 2015.

Andrés Casas