TAURUS - EL RELATO NACIONAL

El relato nacional. Historia de la historia de España
José Álvarez Junco y Gregorio de la Fuente Monge

La historia la escriben los historiadores. Esta afirmación, que bien podría ser calificada de perogrullada, esconde más implicaciones de las que aparenta. Los historiadores no son sino hombres (otra obviedad) que se han especializado en una disciplina concreta. Tienen las mismas inquietudes y los mismos intereses que sus contemporáneos y se plantean idénticas preguntas, sobre la verdad y la vida, que el resto de la sociedad. Sin embargo, su trabajo reviste una importancia trascendental, pues les corresponde estudiar y explicar quiénes fuimos y de dónde venimos. Dicho de un modo grandilocuente, son los guardianes de nuestra memoria. Si, como se suele afirmar, para entender el presente hay que conocer el pasado, el historiador, a través de su investigación, se convierte en arquitecto del presente. No podrá, por sí solo, cambiar nuestra realidad, pero sí aportar instrumentos que permitan luchar contra la mentira, contra la exageración y contra la burda invención.

Una de las construcciones históricas más importantes de los últimos siglos ha sido la nación. No vamos ahora a poner el acento en el origen y en las implicaciones de un concepto sumamente complejo, pues lo que nos interesa resaltar es el uso partidista que en los últimos años se viene haciendo de él. La nación se ha convertido, tristemente y por motivos equivocados, en la panacea de muchos movimientos que, sin entender su verdadero significado, la esgrimen como inspiración de todas sus acciones o como escudo, o arma arrojadiza, frente a quienes piensan de otro modo. La complejidad semántica del término (no existe, y probablemente nunca existirá, una definición unívoca que goce del consenso de los especialistas) favorece su tergiversación y su utilización interesada por parte de quienes, sin un mínimo respeto por la Historia, redefinen a su antojo qué ha de incluirse en él.

Entre nosotros, pocas cosas levantan hoy más pasiones que la nación española, objeto de debate en las monografías, en los medios de comunicación y, seguramente dentro de poco, en las Cortes. Los historiadores José Álvarez Junco y Gregorio de la Fuente Monge se aproximan a él desde un enfoque sumamente interesante: su construcción historiográfica. En El relato nacional. Historia de la historia de España* exploran la evolución que ha sufrido la imagen de nuestra identidad colectiva a través de las páginas de los cronistas e historiadores. Como los propios autores señalan en el prólogo de la obra, “El propósito de estas páginas es proporcionar una especie de «historia de la historia de España»; lo cual significa recorrer, a lo largo del tiempo, el surgimiento y la evolución de las descripciones del pasado de ese territorio y ese conjunto humano al que hace referencia el vocablo «España». Pero esta declaración genérica exige inevitablemente precisiones, para empezar porque ni «España» ni «historia» son términos que tienen o han tenido a lo largo de los siglos un significado preciso y constante. «España» —o sus predecesores, «Hispania», «Spania», «Espanna»— se ha referido durante milenios a la península Ibérica en su conjunto, incluyendo por tanto a Portugal, y durante algunos siglos englobó también los territorios ultramarinos que integraban la monarquía católica o hispánica; recuérdese, sin ir más lejos, la definición de la nación española que daba la Constitución gaditana: «Reunión de todos los españoles de ambos hemisferios»”.

Quien busque en el libro un estudio sobre la nación española o sobre su punto de origen se llevará una decepción. Las únicas apreciaciones que los autores hacen sobre estas cuestiones son indirectas, por remisión a las opiniones de otros historiadores que, como podrán imaginar, son heterogéneas y muy dispares. Se observa, sin embargo, un patrón común a todas las épocas: el uso interesado de la historia como herramienta para legitimar el presente. Hasta hace poco (y podríamos decir sin equivocarnos que todavía hoy) algunos historiadores han preferido ser títeres en manos del poder que los utiliza para vender un relato, a veces sesgado y a veces edulcorado, de España. Mitos, leyendas o valores han servido, en función de las necesidades de cada momento, para concebir una identidad grupal como elemento cohesionador del pueblo. Sobre cómo se produjo este proceso versa el presente libro.

Así lo expresan Álvarez Junco y De la Fuente Monge: “Los textos aquí analizados, sobre todo en los primeros capítulos, de ningún modo se basaban en datos auténticos ni utilizaban críticas documentales o conceptos que pudieran considerarse científicos. Estos criterios modernos se fueron, sin embargo, abriendo camino desde el siglo XVIII para acá, según hemos explicado, lo cual no quiere decir que dejaran de cumplir, durante mucho tiempo, la función originaria del mito, de la que son el mejor ejemplo en la época contemporánea los relatos históricos de inspiración nacionalista. Esta vinculación de los nacionalismos con crónicas y leyendas que hoy no pueden considerarse sino fabulosas es algo que, en el caso de la España actual, afectará a la recepción de este libro. Un mundo político-intelectual tan dominado por las pasiones nacionales (comenzando por las españolistas, sin duda, pero en plena ebullición también en los ambientes catalanistas), inevitablemente verá en el presente trabajo, que no muestra ningún respeto reverencial hacia los mitos históricos, un enemigo, un producto inspirado por el bando contrario”.

El punto de partida de la obra se sitúa en las narraciones legendarias de los pueblos iberos y concluye con la democracia. Los primeros capítulos abordan la presencia de los fenicios, griegos y romanos en la Península Ibérica (la primera referencia a Iberia se atribuye al poeta siciliano Estesicoro de Himera, que, hacia finales del siglo VII a.C., describió el bajo Guadalquivir), la llegada de los pueblos bárbaros y el establecimiento del reino visigodo, con la importante obra de San Isidoro de Sevilla sobre la historia colectiva del pueblo godo. A partir del siglo IX, los reyes cristianos impulsarán las crónicas históricas para legitimar su poder: los epígrafes correspondientes versan tanto sobre las castellanas como las de los otros reinos peninsulares. La ascensión al trono de los Reyes Católicos y la conformación del Imperio entrañan ciertas novedades en la confección de las crónicas, pero, según los autores de la obra, no se producen avances sustanciales en la visión del ente colectivo que era “España”. También reflejan la aparición de la Leyenda Negra, las crónicas de las Indias y el esfuerzo de algunos reinos peninsulares por mantener sus particularidades, frente al fortalecimiento del absolutismo. Entre los numerosos historiadores estudiados se resalta la importancia de Juan de Mariana y su monumental Historia General de España (cuyo título original fue Historia de rebus Hispaniae).

Con el advenimiento de los novatores y de la Ilustración se intentó que el logos sustituyese al mythos. Una nueva hornada de historiadores (entre ellos, Nicolás Antonio, Gaspar Ibáñez de Segovia, Manuel Martí o Gregorio Mayans) defendieron la crítica documental rigurosa como único criterio válido para fundamentar la verdad histórica. Por entonces se creaba la Real Academia de la Historia. Por supuesto, algunas tradiciones y concepciones anteriores se mantuvieron, pero una nueva historiografía que, por primera vez y tímidamente, reivindicaba la nación como un colectivo popular, más que como una monarquía o una dinastía, se abrió paso. No se trataba aún de nacionalismo pleno, pues ese sujeto colectivo (la nación) no sustituiría al rey, en cuanto portador legítimo de la soberanía, hasta el siglo XIX, con la implantación del Estado liberal y con un renovado discurso histórico cuyo máximo exponente inicial fue Martínez Marina.

Los capítulos dedicados a la centuria decimonónica se caracterizan, dicen Álvarez Junco y de la Fuente Monge, por el permanente debate político entre la tradición laico-liberal y la católico-conservadora. Cada una aportaba una versión mitificada de los ciclos históricos y una interpretación de ciertos sucesos muy sesgada. Estas páginas incluyen nombres de la talla de Menéndez Pelayo, Modesto Lafuente, Cánovas del Castillo o Manuel Danvila, a la vez que se hacen eco de la revitalización romántica de lo local y del surgimiento de las historias nacionalistas regionales. Los últimos capítulos comienzan con el desastre del 98 y el “problema de España”, para desembocar en los últimos grandes paradigmas de la segunda mitad del siglo XX. Por supuesto, la historiografía franquista ocupa un lugar destacado, al igual que la búsqueda de la esencia nacional acometida por algunos historiadores y los ensayos identitarios que proliferaron en aquellas décadas.
Concluye la obra con esta reflexión: “La historiografía española, en resumen, se caracteriza hoy por la ausencia de un paradigma dominante, la diversificación de temas y enfoques, la fuerte impronta regional o local y la contaminación del historiador por contiendas políticas terrenas relacionadas con los nacionalismos en el periodo que transcurre entre la década de 1930 y el franquismo. Los lazos con el mundo académico internacional y la participación en los grandes debates historiográficos siguen siendo escasos, aunque incomparablemente superiores a los de cualquier otro momento anterior. El futuro está más abierto que nunca y el momento puede considerarse prometedor”.

José Álvarez Junco es catedrático de Historia en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid. Entre 1992 y 2000 ocupó la cátedra Príncipe de Asturias del Departamento de Historia de la Universidad de Tufts, en Boston, y dirigió el seminario de Estudios Ibéricos del Centro de Estudios Europeos de la Universidad de Harvard. Entre sus publicaciones destacan La ideología política del anarquismo español (1868-1910) (1976), El Emperador del Paralelo. Alejandro Lerroux y la demagogia populista (1990) y Mater dolorosa, por la que obtuvo el Premio Nacional de Ensayo.

Gregorio de la Fuente Monge, doctor en Ciencias Políticas y profesor de Historia en la Universidad Complutense de Madrid, es autor de Los revolucionarios de 1868. Élites y poder en la España liberal (2000); coautor de La Revolución Gloriosa (2005), El nacimiento del periodismo político (2009), Patriotas entre naciones (2011), Mujer y política en la España contemporánea (2012), Pensamiento político en la España contemporánea (2013) y Líderes para el pueblo republicano (2015).

*Publicado por la editorial Taurus, julio 2017.