Dentro de la abundante producción historiográfica que ha tratado la historia de los reinos de España sorprende la relativa escasez de obras que profundicen en el estudio del longevo Reino de Navarra (posterior al astur-
Hasta 1512 (e incluso posteriormente) los rasgos del Reino de Navarra –
El período que transcurre entre el año 905, momento en que Sancho Garcés fue reconocido rey por sus iguales, hasta el año 1512, cuando Fernando el Católico conquistó el Reino, es tratado por Alfredo Floristán en el prólogo de la obra. Durante estos seis siglos se van configurando los rasgos que antes citábamos y que constituyeron las bases de las prerrogativas navarras. Pero el objeto del libro se sitúa a partir de la dominación española, como su autor afirma en la introducción: «Precisamente lo interesante de los siglos XVI-
Durante el siglo XVI la situación de Navarra estuvo marcada por la inestabilidad y por la constante amenaza francesa. El derecho de conquista nunca ha sido tan sólido como la legitimación dinástica, de ahí que hasta la guerra de Sucesión los monarcas franceses, especialmente en tiempos de guerra, reivindicaran la soberanía sobre el Reino. Además, los territorios que habían pertenecido hasta entonces a Navarra –
Bajo el reinado de Carlos I y Felipe II se produce la asimilación del nuevo territorio conquistado. Como fue habitual bajo los primeros Austrias, el Reino mantuvo sus fueros y privilegios y, a diferencia de lo sucedido con otras regiones, las Cortes de Navarra resultaron muy cómodas para aquellos dos monarcas. Se pregunta el autor en el capítulo «En la frontera y el Imperio de España (1529-
La visita real de Felipe II y su hijo, el futuro Felipe III, en 1592 supuso un hito decisivo en la restauración política y «en la rehabilitación pública de Navarra después de la conquista«. El siglo XVII, tan lleno de turbulencias e insurrecciones contra la autoridad de Madrid, vino a confirmar la singularidad del caso navarro al no producirse grandes revuelos y asentarse el entendimiento entre las Cortes del Reino y la monarquía. Como afirma el profesor Floristán, «El servicio económico se transformó radicalmente, con lo que el reino ganó un margen de maniobra que nunca antes había tenido y que explotó hábilmente en adelante. Y la hacienda controlada por la Diputación creció de tal modo que le obligó a desarrollar nuevos hábitos de administración y colaboración con el rey«.
La primera mitad del siglo XVII estuvo marcada por la guerra contra Francia. Las necesidades defensivas de la Corona obligaron a reclamar hombres y dinero a los navarros quienes aceptaron no muy contentos (enfado que quedó reflejado en las Cortes celebradas en la década de los cuarenta) pero sí más dispuestos que el resto de reinos. A cambio fueron reconocidos como «castellanos» y obtuvieron nuevas concesiones económicas en lo que se ha denominado el «neoforalismo navarro»: «reforzamiento de los fueros en virtud del renacimiento de la historia y del derecho que vivió Navarra durante la segunda mitad del siglo XVII«, por utilizar la definición dada por Floristán, que analiza este fenómeno en el capítulo «Crisis y fortalecimiento 1598-
La llegada al trono de Felipe V tras la guerra de Sucesión no tuvo especial incidencia en Navarra (que le había apoyado) y el viejo reino mantuvo sus privilegios y fueros intactos. Sin embargo, a medida que se consolidaba el poder del nuevo monarca borbón, las particularidades de las provincias vascongadas y del Reino de Navarra empezaron a verse como disfunciones perniciosas dentro del centralismo que se intentaba imponer. El siglo XVIII fue una constante disputa entre las Cortes y su defensa de los fueros frente a la administración central, como queda reflejado en la obra de Floristán. Quizás donde mejor se percibe esta «lucha» sea en la cuestión aduanera y en la fijación de los puestos fronterizos.
Tras la guerra carlista que finalizó en 1839 y una rápida adaptación de los fueros a la Monarquía Constitucional, en 1841 Navarra dejó de ser un Reino y pasó a ser una provincia más (con ciertas singularidades) de España. El profesor Floristán explica perfectamente este proceso al inicio del último capítulo de su libro «Agonía y metamorfosis (1808-
Durante más de trescientos años el Reino de Navarra conservó su autonomía bajo la tutela de los monarcas españoles. La relación que mantuvo con Madrid a lo largo de esos tres siglos osciló entre el entendimiento y la defensa de sus fueros, pero a diferencia de sus vecinos (y esta es una de los rasgos más importantes a tener en cuenta) nunca se levantó contra el dominio castellano. La flexibilidad y la negociación lograron superar las diferencias e incluso la renuncia a su condición de Reino se hizo de forma consensuada, aunque precedida de un conflicto bélico.
Es frecuente que cuando un historiador aborda largos períodos de tiempo su trabajo tenga dos lecturas. Por un lado, encontramos los hechos inmediatos que se narran (guerras, decisiones políticas, muertes, negociaciones, sucesos…) y, por otro, hallamos un lento discurrir que, de forma paralela al relato, revela la evolución de la identidad del sujeto estudiado. Así ocurre con la obra de Alfredo Floristán. Junto a los acontecimientos que constituyen la historia del Reino de Navarra, observamos cómo emergen las características propias de la sociedad navarra.
Alfredo Floristán Imízcoz es catedrático de Historia Moderna en la Universidad de Alcalá. Ha coordinado dos manuales universitarios de Historia Universal (2002) y de Historia de España en la Edad Moderna (2004), y es autor de dos síntesis de la historia de Navarra en 1512-
*Publicado por la Editorial Akal, febrero 2014.