FLORISTAN - AKAL - REINO NAVARRA

El reino de Navarra y la conformación política de España (1512-1841)
Alfredo Floristán Imízcoz

Dentro de la abundante producción historiográfica que ha tratado la historia de los reinos de España sorprende la relativa escasez de obras que profundicen en el estudio del longevo Reino de Navarra (posterior al astur-leonés pero previo a los de Aragón y de Castilla). Quizás sus pequeñas dimensiones y la ausencia de grandes levantamientos armados o revolucionarios, ni tan siquiera en el conflictivo siglo XVII, han hecho que no despierte el mismo interés que otras regiones de la monarquía española, limitándose su análisis a obras de carácter más localista. Por esta razón destaca el interesante trabajo del catedrático Alfredo Floristán Imízcoz, El reino de Navarra y la conformación política de España (1512-841)*.

Hasta 1512 (e incluso posteriormente) los rasgos del Reino de Navarra –o de Pamplona, como se conoció en sus orígenes- se asemejan a los del resto de reinos de la península: luchas constantes contra los musulmanes (que implican continuas pérdidas o ganancias territoriales); una sociedad feudal fuerte aunque divida en dos grandes facciones nobiliarias, los agramonteses y los beamonteses; una monarquía inestable muy condicionada por la política matrimonial y generalmente en manos extranjeras; una relación compleja con sus vecinos y unos fueros y costumbres que se van consolidando a lo largo de los siglos. A estas características hemos de añadir las propias de una región fronteriza próxima a Francia, no excesivamente rica y sin salida al mar. La suma de todas estas particularidades, examinadas por el profesor Floristán, constituye la esencia de un Reino cuya singularidad ha pervivido, en cierto modo, hasta hoy.

ESCUDOS CARLOS I NAVARRAEl período que transcurre entre el año 905, momento en que Sancho Garcés fue reconocido rey por sus iguales, hasta el año 1512, cuando Fernando el Católico conquistó el Reino, es tratado por Alfredo Floristán en el prólogo de la obra. Durante estos seis siglos se van configurando los rasgos que antes citábamos y que constituyeron las bases de las prerrogativas navarras. Pero el objeto del libro se sitúa a partir de la dominación española, como su autor afirma en la introducción: «Precisamente lo interesante de los siglos XVI-XVIII es comprobar que los navarros conquistados e incorporados a la fuerza lograron reafirmarse como una comunidad política desarrollando sus instituciones, y que lograron reelaborar su identidad nacional dentro del complejo conglomerado peninsular, europeo y ultramarino que constituía la Monarquía de España«.

Durante el siglo XVI la situación de Navarra estuvo marcada por la inestabilidad y por la constante amenaza francesa. El derecho de conquista nunca ha sido tan sólido como la legitimación dinástica, de ahí que hasta la guerra de Sucesión los monarcas franceses, especialmente en tiempos de guerra, reivindicaran la soberanía sobre el Reino. Además, los territorios que habían pertenecido hasta entonces a Navarra –las Tierras de Ultrapuertos y la zona al norte de los Pirineos- quedaron en un cierto limbo legal hasta su plena incorporación a la corona francesa. Señala el profesor Floristán que en estos primeros años de dominación española «el empleo de la fuerza, muy evidente al principio, no fue tan decisivo a medio plazo como la diplomacia, la negociación y la atracción de los intereses familiares y de las comunidades«.

Bajo el reinado de Carlos I y Felipe II se produce la asimilación del nuevo territorio conquistado. Como fue habitual bajo los primeros Austrias, el Reino mantuvo sus fueros y privilegios y, a diferencia de lo sucedido con otras regiones, las Cortes de Navarra resultaron muy cómodas para aquellos dos monarcas. Se pregunta el autor en el capítulo «En la frontera y el Imperio de España (1529-1598)» el motivo de la ausencia de revueltas y plantea diversas alternativas que lo expliquen: la insuficiencia de las presiones exteriores (desde Aragón y Francia) e interiores o la reacción acertada de la propia Monarquía, o una combinación de ambas. A lo largo del capítulo vemos cómo se articulan las relaciones entre Pamplona y Madrid, cómo se organiza el poder en Navarra tras la nueva realidad impuesta y, especialmente, el peligro que representan Francia y el protestantismo, que sólo consiguen romper aun más los lazos entre el país galo y los navarros.

MAPA DE PAMPLONALa visita real de Felipe II y su hijo, el futuro Felipe III, en 1592 supuso un hito decisivo en la restauración política y «en la rehabilitación pública de Navarra después de la conquista«. El siglo XVII, tan lleno de turbulencias e insurrecciones contra la autoridad de Madrid, vino a confirmar la singularidad del caso navarro al no producirse grandes revuelos y asentarse el entendimiento entre las Cortes del Reino y la monarquía. Como afirma el profesor Floristán, «El servicio económico se transformó radicalmente, con lo que el reino ganó un margen de maniobra que nunca antes había tenido y que explotó hábilmente en adelante. Y la hacienda controlada por la Diputación creció de tal modo que le obligó a desarrollar nuevos hábitos de administración y colaboración con el rey«.

La primera mitad del siglo XVII estuvo marcada por la guerra contra Francia. Las necesidades defensivas de la Corona obligaron a reclamar hombres y dinero a los navarros quienes aceptaron no muy contentos (enfado que quedó reflejado en las Cortes celebradas en la década de los cuarenta) pero sí más dispuestos que el resto de reinos. A cambio fueron reconocidos como «castellanos» y obtuvieron nuevas concesiones económicas en lo que se ha denominado el «neoforalismo navarro»: «reforzamiento de los fueros en virtud del renacimiento de la historia y del derecho que vivió Navarra durante la segunda mitad del siglo XVII«, por utilizar la definición dada por Floristán, que analiza este fenómeno en el capítulo «Crisis y fortalecimiento 1598-1700«.

La llegada al trono de Felipe V tras la guerra de Sucesión no tuvo especial incidencia en Navarra (que le había apoyado) y el viejo reino mantuvo sus privilegios y fueros intactos. Sin embargo, a medida que se consolidaba el poder del nuevo monarca borbón, las particularidades de las provincias vascongadas y del Reino de Navarra empezaron a verse como disfunciones perniciosas dentro del centralismo que se intentaba imponer. El siglo XVIII fue una constante disputa entre las Cortes y su defensa de los fueros frente a la administración central, como queda reflejado en la obra de Floristán. Quizás donde mejor se percibe esta «lucha» sea en la cuestión aduanera y en la fijación de los puestos fronterizos.

Tras la guerra carlista que finalizó en 1839 y una rápida adaptación de los fueros a la Monarquía Constitucional, en 1841 Navarra dejó de ser un Reino y pasó a ser una provincia más (con ciertas singularidades) de España. El profesor Floristán explica perfectamente este proceso al inicio del último capítulo de su libro «Agonía y metamorfosis (1808-1839)«: «Navarra dejó de ser jurídica y políticamente un reino a la vez y por los mismos motivos por los que la Monarquía de España del Antiguo Régimen se transmutó en el Estado-Nación español de corte liberal. […] El gobierno de Isabel II, vencedor en la guerra carlista (1833-1839), no impuso de la misma manera que el de Felipe V la desaparición del reino y su conversión en provincia, sino que contó con los vencidos, por lo menos en la misma medida en que el llamado «abrazo de Vergara» fue decisivo para la pacificación de España«.

GUERRAS CARLISTASDurante más de trescientos años el Reino de Navarra conservó su autonomía bajo la tutela de los monarcas españoles. La relación que mantuvo con Madrid a lo largo de esos tres siglos osciló entre el entendimiento y la defensa de sus fueros, pero a diferencia de sus vecinos (y esta es una de los rasgos más importantes a tener en cuenta) nunca se levantó contra el dominio castellano. La flexibilidad y la negociación lograron superar las diferencias e incluso la renuncia a su condición de Reino se hizo de forma consensuada, aunque precedida de un conflicto bélico.

Es frecuente que cuando un historiador aborda largos períodos de tiempo su trabajo tenga dos lecturas. Por un lado, encontramos los hechos inmediatos que se narran (guerras, decisiones políticas, muertes, negociaciones, sucesos…) y, por otro, hallamos un lento discurrir que, de forma paralela al relato, revela la evolución de la identidad del sujeto estudiado. Así ocurre con la obra de Alfredo Floristán. Junto a los acontecimientos que constituyen la historia del Reino de Navarra, observamos cómo emergen las características propias de la sociedad navarra.

Alfredo Floristán Imízcoz es catedrático de Historia Moderna en la Universidad de Alcalá. Ha coordinado dos manuales universitarios de Historia Universal (2002) y de Historia de España en la Edad Moderna (2004), y es autor de dos síntesis de la historia de Navarra en 1512-1808, además de otras monografías y artículos científicos. Su obra más reciente es 1512. Conquista e incorporación de Navarra (2012).

*Publicado por la Editorial Akal, febrero 2014.