Por uno de esos extraños avatares que rigen la condición humana y mueve sus intereses, el siglo XVIII ha pasado prácticamente inadvertido para la historiografía española y apenas es conocido por el gran público. A pesar de que la centuria está repleta de guerras, rebeliones, heroicidades y tragedias, no ha conseguido levantar las pasiones que otros períodos, previos o ulteriores, si han logrado. Normalmente se le considera como una fase de transición, entre el absolutismo de los siglos XVI y XVII y la aparición del liberalismo decimonónico. El protagonista indiscutible de estos años, al menos en el colectivo popular, es la Ilustración que surgirá, se desarrollará y decaerá a lo largo de la centuria dando paso a las grandes revoluciones, políticas y económicas, que transformarán el mundo en el XIX.
Durante este período España, tras una larga guerra de sucesión, vio cómo sus posesiones en Europa se evaporaban, su ascendencia en el continente europeo se disipaba y se instauraba una nueva dinastía en el trono, la de Borbón, que impuso una nueva forma de hacer política. La huella de la decadencia española bajo los Austrias menores parecía continuar durante el siglo XVIII. Si apartamos los prejuicios y prestamos atención veremos, sin embargo, cómo la España borbónica intentó airear las alcobas y frenar el ocaso español. Se llevaron a cabo importantes reformas en todos los ámbitos de la vida política, se impulsó una economía más racional y eficiente e incluso se plantó cara a las grandes potencias de la época (con destacados éxitos como la recuperación de Menorca, el Reino de las Dos Sicilias y la defensa de Cartagena de Indias). Asimismo, se promovió el desarrollo de las artes y de la cultura –las Academias tienen su origen durante esta centuria– y los novatores impulsaron los avances científicos. Aunque el Imperio había dejado de dirigir con puño de hierro el destino de Europa, todavía seguía sin ponerse el sol en sus posesiones: América y Asia continuaron siendo pilares fundamentales de la España del XVIII.
De los cinco monarcas que gobernaron durante este siglo (Felipe V, Luis I, Fernando VI, Carlos III y Carlos IV) quizás el más conocido sea Carlos III. El motivo: las grandes construcciones emprendidas bajo su tutela. Seguramente pocos sabrán cuáles son los hitos más importantes de su reinado, pero la mayoría le identificarán como el “Rey Alcalde”, especialmente los madrileños. Es probable que Carlos III también sea el mejor representante del despotismo ilustrado que imperó durante esta centuria. Interesado por la cultura, mecenas de grandes proyectos artísticos y promotor de importantes expediciones científicas, bajo su mando las “luces” brillaron con fuerza.
Ignacio Gómez de Liaño dedica su obra, El Reino de las Luces. Carlos III. Entre el Viejo y el Nuevo Mundo*, a explorar todos las facetas del reinado del monarca español y lo hace desde un enfoque original. La estructura del libro es algo anárquica y no sigue un esquema lógico, de ahí que sea inexacto catalogarlo como una biografía al uso. De fondo oteamos el eje cronológico pero no es taxativo, pues los capítulos dan continuos saltos temporales y temáticos: uno puede tratar sobre “España y el nacimiento de Estados Unidos” y el siguiente sobre “Las ruinas de Palenque y la arqueología científica”. Incluso el protagonismo de Carlos III no es definitivo pues, aunque sobre él orbita todo el trabajo, en ocasiones su presencia tan sólo es testimonial. El resultado es un mosaico compuesto por diferentes teselas del gobierno del Rey Alcalde (no sólo en España, sino también durante su estancia en Nápoles) en el que aparecen reflejados la mentalidad de la cultura del XVIII y los avances que trajo consigo el Siglo de las Luces.
Carlos III (1716-1788) fue el tercer hijo de Felipe V. Llegó al trono español tras una dilatada experiencia en Italia. Heredó inicialmente de su madre, Isabel de Farnesio, los ducados de Parma, Plasencia y Toscana en 1731; y, tras reconquistar Felipe V el Reino de Nápoles y Sicilia en el curso de la Guerra de Sucesión de Polonia (1733-1735), pasó a ser rey de aquellos territorios con el nombre de Carlos VII. La muerte de su hermano Fernando VI sin descendencia le alzó a la Corona hispana en 1759 (contaba ya con 43 años). A lo largo de su reinado tuvo que afrontar conflictos internos (el motín de Esquilache o la expulsión de los jesuitas de España), así como externos (la Guerra de los Siete Años o la Guerra de independencia de los Estados Unidos) y llevó a cabo relevantes reformas en la política imperial de la mano de ministros tan destacados como Campomanes, el conde de Aranda o el conde de Floridablanca. Gómez de Liaño aborda, con distinta intensidad, estos hitos y los entrelaza con el desarrollo cultural de la España de aquel siglo.
Junto a las cuestiones propiamente políticas del reinado de Carlos III, Gómez de Liaño dedica varios capítulos a exponer el interés que el monarca español prestó a los hallazgos arqueológicos. Afición que se inició cuando residía en Nápoles, donde intervendrá activamente en las excavaciones de Herculano (descubierto bajo su reinado) y de Pompeya; y que continuará tras la llegada al trono español, mostrando especial interés en los trabajos llevados a cabo en las ruinas de Palenque, en el actual estado de Chiapas en México. Esos capítulos combinan el estudio de la actividad del monarca con el análisis de los medios utilizados por los “arqueólogos” (quizá sea prematuro clasificarlos como tales) y los principales hitos que alcanzaron –como el descubrimiento de la majestuosa Villa de los Papiros–.
La cultura y la ciencia también ocupan un papel destacado en la obra de Gómez de Liaño. Varios capítulos examinan la evolución que experimentaron disciplinas como la etnología, la lingüística o la antropología desde el Renacimiento hasta el Siglo de la Luces. El autor construye su relato en torno a figuras muy conocidas como López de Gomara, el Inca Garcilaso, José de Acosta, Antonio de Ulloa o José Mariano Moriño, pioneros en su respectivos campos aunque -según suele suceder en España- apenas hayan alcanzado reconocimiento. También se abordan las expediciones científicas promovidas por Carlos III (treinta y dos en total) de las que afirma: “[…] son, probablemente, las que aportan una información más amplia, sistemática y científica en los campos de la geografía, la botánica y, sobre todo, la etnología y la antropología en las tierras del Pacífico septentrional”.
Por último, otro de los grandes temas tratados en el presente libro es el Nuevo Mundo. Casi la mitad de la obra está dedicada a estudiar alguna faceta de los dominios de Carlos III en América; ya sea desde el punto de vista político (la implicación española en la Guerra de Independencia estadounidense o el conflicto con los asentamientos rusos al norte de California); ya sea desde el ámbito arqueológico o cultural (hallazgos de las ruinas de Palenque o la Piedra del Sol). Citando nuevamente al autor: “Cuando Carlos III llega a España, no se encuentra sólo ante un país fundacionalmente europeo […]. Se encuentra también, y tal vez sobre todo, ante un país fundacionalmente americano, pues una buena parte de su territorio, población y recursos se halla al otro lado del Atlántico, en América, y también, al otro lado del Pacífico, en las Islas Filipinas y otro archipiélagos polinesios”.
La obra de Gómez de Liaño ofrece un planteamiento original frente a los tradicionales libros de historia. Su estructura singular; la mezcla del uso de la brocha gorda para dibujar ciertos acontecimientos, como el Motín de Esquilache, junto con la pincelada fina para retratar hechos en apariencia menores como las noticias de Nutka; el interés por la arqueología y otras disciplinas científicas; o la presencia constante pero semioculta de Carlos III hacen de este trabajo una rara avis dentro del panorama editorial. De fondo, por supuesto, se encuentra las transformaciones que sufren España y Europa a lo largo de la centuria y que anteceden a los grandes cambios que traerá el siglo XIX. No llegaremos a conocer realmente las causas que motivaron las revoluciones decimonónicas sin estudiar el siglo XVIII. Gómez de Liaño arroja, de la mano de Carlos III, algo más de claridad a un poco conocido Siglo de las Luces.
Ignacio Gómez de Liaño (Madrid, 1946) ha ejercido la docencia universitaria en Madrid, Osaka y Pekín, y dado conferencias en numerosos países. Entre sus libros, algunos de ellos traducidos a varias lenguas, destacamos Los juegos del Sacromonte (1975), El idioma de la imaginación (1982), El círculo de la sabiduría (1998), Filósofos griegos, videntes judíos (2000) e Iluminaciones filosóficas (2001), en el campo de la filosofía; La mentira social (1998) y Recuperar la democracia (2008), en el de la sociología; Arcadia (1981), Musapol (1999) y Extravíos (2007), en el de la novela; y El camino de Dalí (2004) y En la red del tiempo 1972-1977 (2013), en el del diario.
*Publicado por Alianza Editorial, septiembre 2015.