En el siglo XVI se conocían ya, con mayor o menor profundidad, todos los continentes (salvo la Antártida) y el comercio global había permitido conectarlos por mar. El sentido común diría que, a partir de ese momento, la historia mundial que se transmite en cada uno los rincones del planeta debería entrelazarse y seguir un guion más o menos común. Sin embargo, la realidad es muy distinta. La historiografía occidental, por ejemplo, ha puesto su énfasis en subrayar los logros alcanzados por Europa, dejando de lado la historia del resto. A cualquiera de nosotros, enseñados desde esa perspectiva, nos resulta difícil responder a preguntas tales como ¿qué dinastía gobernaba en China cuando los españoles se instalaron en Filipinas? ¿cuántos imperios había en África al inicio de la expansión portuguesa por ese continente? ¿quiénes controlaban las redes comerciales en Oriente Medio durante la Edad Moderna?
La historia que se nos enseña adolece de lagunas considerables al abordar el conjunto del planeta. Sin duda, es imposible abarcarlo todo y detenerse en los sucesos que acaecieron en cada territorio. Sería deseable, no obstante, prestar atención a regiones tan avanzadas (o más) que la europea, cuyas contribuciones a la historia del hombre son muy significativas. Cuando los barcos españoles o portugueses arribaban a los puertos de la India o de China, no se encontraban con tribus subdesarrolladas: debían lidiar con imponentes Imperios y civilizaciones que en nada envidiaban a las suyas. Poco podían ofertar los mercaderes europeos a sociedades que, por entonces, contaban con casi todo. Solo el desarrollo económico y tecnológico que más tarde alcanzaría Europa permitió que, a finales del siglo XVIII y durante el siglo XIX, lograse imponer su autoridad al resto del mundo.
El profesor estadounidense David Ringrose intenta en El poder europeo en el mundo, 1450-1750* contextualizar la presencia europea en el conjunto del planeta, desde la Era de los Descubrimientos hasta el siglo XVIII. En palabras del autor, “si nos esforzamos por observar un poco más allá de lo que nos presentan estas suposiciones acerca del dominio de Europa, lo primero que vemos es que la mayoría de los europeos que se aventuraron al exterior del continente no estaban interesados en conquistas, sino en las rentables especias, sedas y porcelanas del Próximo Oriente y Asia. Puede que esta penetración europea en el comercio asiático haya sido relevante para los cambios que se estaban produciendo en Europa, pero no fue algo que modificara significativamente la evolución de Asia, continente en el que tanto China como la India eran más grandes y más ricas que toda Europa en su conjunto. Además, quizá con la excepción del continente americano, la tecnología militar europea no era superior a la de las otras sociedades; en las circunstancias adecuadas, las tácticas militares asiáticas o africanas a menudo resultaban más efectivas que las europeas”.
El trabajo de Ringrose no teme romper estereotipos y cuestionar mucho de lo que hoy damos por seguro. Su análisis critica la imagen de la superioridad europea e incide en la importancia relativa de la llegada de los occidentales a Asia o a África. Salvo en América, donde los españoles conquistaron casi todo el continente, en el resto del planeta la presencia europea se limitó inicialmente a pequeñas factorías o puestos mercantiles, que facilitaban los intercambios comerciales. La penetración de la cultura o de la religión cristiana también fue muy limitada y apenas logró consolidarse en algunas regiones. En Japón, por ejemplo, numerosos misioneros fueron ejecutados. En este contexto, el principal producto empleado para las transacciones entre las distintas civilizaciones era la plata. De ahí que el Imperio español jugase un papel esencial en la conformación de una incipiente globalización. La plata extraída de las minas americanas se utilizaba, tanto por los españoles como por otras naciones, como moneda de cambio para obtener las mercancías orientales.
A lo largo de los distintos capítulos que componen la obra, el autor va desgranando las fases que atravesó la exploración europea y cómo las diferentes potencias afrontaron el reto de controlar grandes extensiones de terrenos a una distancia muy lejana. Resulta sorprendente descubrir que la fuerza no siempre fue el principal recurso, desplazada por la diplomacia y la negociación comercial. Ringrose aborda la faceta política a la vez que analiza el componente económico y social de la apertura de las nuevas rutas que circunvalaron el globo. Los matrimonios mixtos, la dureza de los viajes en los que un porcentaje muy elevado de pasajeros moría, el tráfico de esclavos, el papel de quienes servían de intermediadores o el intercambio de conocimientos ocupan varios epígrafes del libro, que se decanta por una estructura más temática que cronológica. No olvida las connotaciones económicas que supuso la creación de un mercado mundial: aunque, de hecho, existía con anterioridad a la llegada de los europeos, a partir de ese momento aumentó considerablemente.
La tesis de Ringrose se apunta desde las primeras páginas del libro. Para él, durante la época a la que dirige su mirada, la relación de Europa con el resto del mundo no se basó en la conquista, sino en una paulatina introducción de los mercaderes europeos en el dinámico mundo comercial euroasiático. Una red grande y compleja que las potencias occidentales no podían controlar y a la que tuvieron que adaptarse para obtener beneficios. De otra manera, sus tentativas hubiesen fracasado inexorablemente.
Concluimos con esta reflexión del autor: “Teniendo en cuenta que hoy en día el mundo se va acercando cada vez más a una versión en alta tecnología de las relaciones internacionales del siglo XVIII, con China y la India surgiendo como economías de alcance mundial, deberíamos revaluar nuestras suposiciones. Los vacilantes fundamentos de nuestro mundo actual podrían beneficiarse de un nuevo análisis de la relación entre Europa y el resto del mundo antes de la Revolución Industrial, cuando las grandes potencias eran los imperios otomano, chino y mogol. Este libro intenta abordar la realidad del poder europeo en ese contexto”.
David Ringrose es profesor emérito de Historia en la Universidad de San Diego, en la que ha sido catedrático del Departamento de Historia, decano de Arte y Humanidades y rector del Roosevelt College. Se ha especializado en Historia de España y en Historia Mundial. Ha sido profesor visitante en la Universidad Autónoma de Madrid y en la Universidad de Berkeley.
*Publicado por Pasado&Presente, septiembre 2019. Traducción de Marc Figueras.