Una crisis de magnitud similar a la presente le lleva invariablemente a uno por el camino de la duda y la búsqueda de una posible guía. Y en este camino siempre se hace indispensable el mapa que puede propiciarnos el pasado, su estudio, su conocimiento y, sobre todo, su disfrute.
Cuanto más compleja es una sociedad, más necesario se hace acudir a los orígenes, a aquellos sucesos que dejaron su impronta en los anales de los hombres. Si nos preocupa el devenir de una Europa laberíntica como la nuestra, mucho más importante se hace comprender –si es que esto resulta verdaderamente posible-
Ahora bien, de entre todas las etapas de la historia de nuestro continente, tal vez la que ha sido objeto de una atención más reducida es aquella que se recoge en las páginas de este libro: El Occidente Bárbaro 400-
Sobre el período comprendido desde la caída del Imperio Romano de Occidente en el siglo V d.C hasta el advenimiento del nuevo milenio parece haber recaído una animadversión de la historiografía que de algún modo le confinó a las fronteras del estudio académico y la atención del público. Son poco conocidos los siglos en los que la Europa nueva de los bárbaros convive con los retazos de la «res romana«. Años de guerra, conquista e incertidumbre que sin embargo tienen una importancia decisiva en la conformación de la Europa posterior, de la Europa de los Estados, y de la Europa de la Unión.
Libros como El Occidente Bárbaro 400-
Estructurado en seis capítulos, el libro constituye una lectura fresca y accesible para el lector que quiera iniciarse con pies de plomo en los complejos albores de la monarquía merovingia, en los destinos de los reyes carolingios o en las tragedias de la Hispania visigoda. Ayuda, además, que cada uno de estos capítulos se refiera de manera monográfica a una tribu y a un territorio determinado.
Tanto la introducción como el primero de los capítulos –denominado «Mare nostrum«-
Italia y los longobardos centran la atención de historiador de Oxford en el segundo capítulo. Estos bárbaros, considerados como gens etiam germana feritate ferocior, sucedieron a los ostrogodos en el control territorial de la península italiana. Pueblo bárbaro y viril como sus primos allende los Alpes, fueron de todos los invasores los que tuvieron un contacto más directo con los rescoldos de Roma, tanto por su localización geográfica como por la reiterada oportunidad de enfrentarse al reino de Bizancio que pretendía perseverar en sus dominios occidentales.
Los francos son objeto de estudio de los capítulos tercero y cuarto, quizás insuficientes tratándose de un pueblo cuya importancia se deja notar hasta hoy. Contrariamente a lo que su nombre podría dar a entender, los francos ejercieron su control sobre un terreno equivalente a la mitad de lo que hoy es la parte oriental de Francia y la occidental de Alemania, incluyendo Bélgica y Holanda. De los francos surgen además las dos monarquías con las que se suelen asociar estos siglos, los denostados merovingios y los vigorosos carolingios, descendientes de Carlos Martel y encumbrados en la ya mítica figura de Carlomagno, renovador del imperio y de Europa entera.
A los visigodos y a Hispania se dedica el quinto capítulo. Tal vez sea este el más breve por cuanto que la invasión en el siglo VIII d.C dio al traste con la posibilidad de una dinastía permanente y completamente extendida por toda la península. Son interesantes, no obstante, algunas ideas que Wallace-
El último capítulo, «Imperium Christianum«, nos deja en manos de los hijos de Carlomagno ante la fragmentación de su reino. Surgen entonces, a grandes trazos, las divisiones territoriales que nos parecen hoy tan naturales. Se unifica la cultura europea en la búsqueda de ese ideal común de la Roma imperial, presente de un modo u otro durante todos estos largos siglos de bellum omnium contra omnes.
Si algo pudiésemos objetar a este ensayo son ciertas omisiones: se echa en falta una mayor referencia a la Inglaterra anglo-
*Publicado por Silex Ediciones, abril 2014.