Con mucha frecuencia en los medios de comunicación y en ciertos ambientes de la opinión pública se presenta al 15-M y a los movimientos con él relacionados como un genuino acontecimiento histórico sin precedentes, como un cambio en las formas de entender la política y la comunidad nunca visto hasta ese momento o como un antes y un después (cuasi-salvífico) en la historia de los movimientos políticos. Cuando, lejos del runrún mediático imperante, nos acercamos a lo que ha sido la historia tomamos, sin embargo, conciencia de que la existencia de movimientos populares radicales tiene una larga tradición. Los convulsos tiempos de la Inglaterra del siglo XVII, enfrascada en luchas fratricidas, querellas religiosas y transformaciones sociales son, sin lugar a dudas, un buen entorno para analizar la experiencia de algunos de estos movimientos populares radicales.
Normalmente tiende a presentarse el siglo XVII inglés como una serie de luchas y querellas entre los partidarios de la dinastía real (los Estuardo) y sus opositores asentados en el Parlamento (concretamente en la Cámara de los Comunes) que culminan en una Guerra Civil. En él tuvieron lugar la ejecución del rey Carlos I, la instauración del único régimen republicano de la historia inglesa (que no obstante fracasa tras la muerte de su protector Cromwell), la restauración de los Estuardo en la figura de Carlos II y la continuación de la disputa entre realistas y parlamentaristas que desembocará finalmente en la Gloriosa Revolución (relativamente incruenta) de 1688 y en un cambio de dinastía real y del equilibrio de poder entre Monarquía y Parlamento. En definitiva, una lucha entre élites políticas por el control del gobierno y la propiedad. Sin embargo, con El mundo trastornado* el historiador marxista, y experto en la historiografía del siglo XVII inglés Christopher Hill nos invita a sumergirnos en un fenómeno no demasiado conocido, que ya viene anunciado desde el propio subtítulo del libro: «El ideario popular extremista de la Revolución inglesa del siglo XVII».
Frente a una historiografía centrada en las élites de la nobleza y la Iglesia o en aquellos propietarios rurales (e incluso incipientemente industriales) cuyo poder económico crecía pero se sentían fuera de la decisión política, Hill nos introduce directamente en los estratos populares de la Inglaterra del siglo XVII. Pañeros, sastres, predicadores itinerantes, vagabundos, comunidades agrícolas, artesanos…, es decir, la marginalidad del sistema político, social y económico que, no obstante, introducirán nuevas ideas revolucionarias. Desde los levellers (niveladores) hasta los cuáqueros, pasando por anabaptistas, diggers (cavadores, también llamados a veces verdaderos niveladores), seekers, ranters, hombres de la Quinta Monarquía o familistas, entre otros muchos grupos con distinto nivel de implantación.
La organización, ideario o motivación de cada uno de estos grupos tenían un carácter diferente, y no estuvieron exentos de conflictos (intelectuales e incluso físicos) entre ellos. Sin embargo, todos compartían una serie de rasgos que permiten analizarlos de forma global como movimientos radicales populares. El primero de ellos es la extracción social de sus miembros. Muy pocos, si es que alguno, procedían de familias aristocráticas o de eso que se da en llamar la gentry (clase social de importantes propietarios de terrenos que, sin embargo, estaban fuera del ennoblecimiento y constituían el núcleo principal de la élite política del bando parlamentario, gente, por ejemplo, como Oliver Cromwell). En su mayoría pertenecían a las clases populares, habitaban en páramos, bosques y tierras comunales y su estilo de vida estaba muy ligado a la artesanía o al trabajo en el campo. No obstante, también encontramos un importante número de «hombres sin amo», bien sea forajidos, furtivos, saqueadores o vagabundos en la ciudad o itinerantes, bien pequeños trabajadores agrícolas en tierras comunales no sometidos a vasallaje ni servidumbre alguna.
Uno de los principales focos de surgimiento de estos grupos e ideas radicales fue el nuevo ejército popular creado por el Parlamento para combatir a los realistas, conocido como New Model Army (Nuevo Ejército Modelo). Formado por las clases populares, aunque en su composición encontramos a muchos presidiarios liberados a cambio de cumplir con el servicio militar, los oficiales y la totalidad de la caballería pertenecían a estratos populares libres. En sus filas se discutía en libertad sobre cuestiones políticas y religiosas y se desarrolló una importante conciencia de clase entre sus miembros, hasta el punto de que, una vez derrotados los realistas, se negaron a su disolución hasta que al menos algunas de sus reclamaciones políticas, democráticas, republicanas y de justicia social para los más desfavorecidos, fueran tenidas en cuenta. No obstante, al final parece ser que fueron engañados y traicionados por los oficiales y las élites políticas parlamentarias, quienes asumieron como propias las ideas republicanas pero sin el componente igualador que había caracterizado a los combatientes. Tal vez en la formación, discusión y posterior traición de las tesis relativas al Nuevo Ejército Modelo encontremos algunos elementos de los que aprender, sobre todo respecto a sus paralelismos con los movimientos asamblearios.
Otro de los elementos comunes a todos estos grupos fue el religioso. Es cierto que entre ellos existían algunos con raíz religiosa mientras que otros eran abiertamente seculares y hasta increyentes. No obstante, unos y otros mostraban un elemento común: la oposición frontal hacia la Iglesia oficial y su organización jerárquica. Desde la subversión sacramental hasta el anticlericalismo militante, la conciencia generalizada entre los grupos populares radicales de la Inglaterra del siglo XVII consideraba que la Iglesia oficial, dirigida por el Arzobispo de Canterbury, había abandonado su obligación para con Cristo y con el pueblo (para estos grupos eran una y la misma causa) para servir a la Monarquía y la aristocracia en su dominación de las clases populares (en cierta forma anticipando la concepción marxista de la religión). Estos grupos se oponían al diezmo, a la teología institucionalizada y a uno o a varios de los sacramentos establecidos; defendían la libre relación entre el creyente y las Sagradas Escrituras sin intermediación sacerdotal; el bautismo como opción de los adultos y no como obligación de los niños; la libre elección de los párrocos por parte de sus feligreses sin decisión institucional jerarquizada o la definitiva desaparición del «pecado» entre otros elementos. Muchos de colectivos eran, además, «milenaristas», es decir, creían firmemente en la más o menos inmediata segunda venida de Cristo y en la instauración de su Reino sobre la Tierra. Para la Inglaterra del siglo XVII la separación entre ciencia, magia y religión no era ni mucho menos lo clara e indiscutible que puede ser para los hombres contemporáneos.
Todas estas cuestiones, junto con otras analizadas por Hill en el libro a lo largo de sus 400 páginas, nos hacen plantearnos si realmente la historia que nos ha llegado sobre la revolución inglesa del siglo XVII es fiel reflejo de esta época tan convulsa o, como dice el título del libro, tan «trastornada». Frente a las «dos Inglaterras» de carácter oficial que siempre nos han transmitido, encontramos una tercera que, pese a su firme oposición a la Monarquía y al bando realista, tampoco se deja reconducir a las ideas de la élite parlamentaria. Radicales de extracción popular, con un importante impulso anticlerical, comunitario y político y con unas ideas de raíces democráticas e incluso abiertamente socialistas o anarquistas, resultaron –como fue el caso de los diggers y su máximo representante Gerrard Winstanley– tan amenazadores para los puritanos propietaristas del Parlamento como lo fueron para los defensores de la aristocracia, el clero y la corona.
Christopher Hill nos presenta un relato verdaderamente interesante de un mundo trastornado, centrándose en aquella marginalidad que pudo transformarlo y, sin embargo, resultó políticamente derrotada e incluso perseguida. Para ello se nutre tanto del trabajo de historiadores previos que han investigado sobre la materia como de un importante volumen de textos del período (en el que la libertad religiosa, unida a la extensión de la imprenta, permitió la difusión de toda clase de documentos, folletines y panfletos) que incluyen por supuesto no sólo los producidos en el seno de estos grupos, sino también de aquellos otros colectivos y personajes notables que los percibían con desdén, temor o desprecio.
Estamos ante un libro que nos acerca de un modo alternativo a un período apasionante de la historia de una de las principales naciones europeas y que nos sirve de puerta hacia el aprendizaje, aunque su primera edición original inglesa se remonte a 1972. En pleno siglo XXI, inmersos en una crisis que es vista por muchos como no simplemente económica sino también política y espiritual, vivimos en todo un «mundo trastornado» y podemos aprender de lo que en la historia han sido otros tiempos de trastorno y convulsión. No solamente con el fin de conocer sus innegables referentes y aportaciones, sino también para extraer las conclusiones oportunas y no repetir sus errores.
Christopher Hill (1912-2003) fue uno de los grandes historiadores marxistas británicos. Vinculado durante toda su vida a la Universidad de Oxford, sus investigaciones sobre la historia inglesa del siglo XVII gozan de un merecido prestigio hasta nuestros días. Entre su obra publicada en castellano, objeto de numerosas reediciones y reimpresiones, destacan «El siglo de la revolución: 1603-1714»; «La Revolución inglesa: 1640»; «Los orígenes intelectuales de la Revolución inglesa»; «De la Reforma a la Revolución industrial: 1530-1780»; y «La Revolución rusa».
*Publicado por la editorial Siglo XXI, abril 2015.
Andrés Casas