El mito de Esparta. Un itinerario por la cultura occidental
César Fornis

El viajero que recorre por primera vez el Peloponeso, tras haber admirado los formidables vestigios clásicos de Atenas, llega con una cierta ilusión a Esparta, la segunda gran polis de la antigua Hélade, protagonista de tantos enfrentamientos con sus vecinos del norte. Es posible, incluso, que haya leído a Jenofonte y, por supuesto a Tucídides, lo que incrementará sus expectativas de encontrar, al menos, unas ruinas que evoquen la antigua grandeza de los lacedemonios.

Ese viajero, al igual que cualquiera de los que en su día visitamos, ilusionados, Esparta, sufrirá una decepción como pocas. Prácticamente ningún testimonio queda de la antigua capital de Laconia, convertida hoy en una ciudad más -y no especialmente hermosa- del Peloponeso. El único consuelo es que su decepción habrá sido compartida por millares de visitantes, que la han narrado desde antiguo en sus memorias. Para levantar el ánimo, es aconsejable llegar a Mistra, pocos kilómetros más allá, y descubrir una maravillosa ciudad bizantina, ajena por completo a lo que significó Esparta.

En la obra El mito de Esparta. Un itinerario por la cultura occidental* de César Fornis, encontramos varias de esas narraciones desilusionadas, repetidas siglo tras siglo: valga la transcripción que nos ofrece de un pasaje del Itinerario de Paris a Jerusalén, escrito en 1811 por Chateaubriand: “Las lágrimas inundaron mis ojos cuando los fijé en la mísera cabaña levantada en el paraje abandonado de una de las ciudades más renombradas del universo, ahora el único objeto que señala el lugar donde Esparta floreció, la solitaria morada de un cabrero cuya riqueza consiste en la hierba que crece sobre las tumbas de Agis y de Leónidas”.

El libro de Fornis no es una historia de Esparta. Ni siquiera es, propiamente, un libro sobre Esparta, sino sobre la idea de Esparta y su recepción en los pensadores, literatos, políticos e historiadores europeos (y norteamericanos) de todos los tiempos. Como el autor advierte, se trata de exponernos “la proyección ideológica de Esparta en el pensamiento occidental, desde la antigua Grecia hasta nuestros días”.

Así enfocada, la lectura de la obra se convierte en un descubrimiento fascinante de cómo una ciudad que renunció a poner por escrito sus leyes, y proscribió en su territorio las artes y la literatura, ha llegado a convertirse en uno de los mitos más significativos en la evolución de las ideas políticas occidentales.

El nacimiento de ese mito se produjo ya en la Grecia clásica: Fornis analiza la “laconofilia y la sublimación de Esparta” perceptible en escritores como Platón y, sobre todo, Jenofonte. Este último, en particular, marcó para siempre el mito espartano, contraponiendo una “Esparta sublime y hegemónica, paraíso de la virtud, a una Esparta decadente tanto militar como moralmente (la del propio tiempo en que escribía)”.

El mito se retroalimenta al destacar la figura de Licurgo, el legislador espartano que dio a su ciudad una configuración política mantenida durante siglos. La mezcla de componentes democráticos (la asamblea de ciudadanos y los éforos), aristocráticos (la gerousía, o consejo de anciano) y monárquicos (los dos reyes), aseguraba una cierta estabilidad interna, prefigurando el sistema de checks and balances que terminaría por imponerse mucho después en las democracias constitucionales. De nuevo, lo importante no es tanto la persona de Licurgo (sobre cuya historicidad y cronología subsisten las dudas), sino la tradición sobre él. De ahí que, para Fornis, lo relevante sea cómo y por qué los diversos pensadores posteriores, y los regímenes políticos por ellos inspirados, han instrumentalizado el mito de Licurgo, o incluso “moldeado su propio Licurgo”.

El mito de Esparta cristaliza en Roma, influyendo en sus corrientes de pensamiento, cínicas o estoicas, y en los historiadores de la época. No es de extrañar, pues, que Plutarco consagre seis de sus Vidas Paralelas a personajes espartanos: para Fornis, “en un momento en el que las fronteras entre la historiografía y la biografía eran nebulosas”, la especial atención de Plutarco a las vidas de personajes ilustres lacedemonios (en particular, una vez más, Licurgo) es un intento de poner como ejemplos de moral y de virtud figuras de historicidad discutible, pero cuya utilidad era obvia para la filosofía política que inspiraba su obra. De ahí que “para la Antigüedad tardía, Esparta ha dejado de ser ideal de Estado para convertirse en ideal de vida”.

A la pervivencia del mito de Esparta en todas las épocas se consagran varios capítulos de la obra. El mito reaparece en los siglos XV y XVI, como modelo político “para humanistas, utópicos y monarcómanos”. En realidad, de él bebe buena parte de la tradición utópica, comenzando por la renacentista (Tomás Moro, principalmente), que lo utiliza a la par que la República de Platón. Esparta se convierte, desde entonces, en un modelo “monstruoso en su perfección” (Montaigne).

El mito, a juicio de Fornis, se legitima con la “laconomanía ilustrada”, cuyo mejor exponente es Rousseau, “sumo pontífice del laconismo”. Esparta se transforma, para el pensamiento moderno, “en modelo de una sociedad perfectamente libre, virtuosa e incorruptible”, a la que se debe aspirar. Ese modelo alcanza el paroxismo en las propuestas jacobinas durante la Revolución francesa, pero incluye también en las ideas de los padres fundadores de los Estados Unidos. Y su rostro más oscuro se advierte en el uso de la Esparta totalitaria que el nazismo protagonizó.

Los últimos capítulos del libro, de menor densidad ideológica, dan cuenta de la pervivencia del mito de Esparta en la cultura popular, con la inevitable mención a la figura de Leónidas, convertido en un personaje de película, y a la batalla de las Termópilas.

Para concluir, nada más apropiado que la transcripción de una cita de Pietro Janni sobre la sorprendente idealización de Esparta: “Esta es una de las páginas más extraordinarias de la historia de la civilización: una ciudad, de hecho ni siquiera una ciudad sino un conglomerado de aldeas con característica curiosamente arcaicas, nace en un extremo de la tierra griega ya de por sí marginal […] Después de haber desarrollado una política mixta de miopía provincial […] y de maquiavelismo de brutalidad sin velos, desparece de la escena política internacional dejando una herencia cultural de segundo orden y destinada a ser totalmente eclipsada. Y bien, esta comunidad humana que jamás tuvo más que pocos millares de miembros de pleno derecho, deviene protagonista de algo que se ha verificado una única vez en el curso de la historia de Occidente e incluso mundial: su elevación a mito, a representante ejemplar de un modo de vivir la historia humana […]”.

César Fornis es catedrático de Historia Antigua en la Universidad de Sevilla. Especialista en la historia de Grecia, ha dedicado su atención, además de a la Esparta antigua y a su recepción en el pensamiento y la cultura occidentales, a los estados de Corinto y Argos, a las guerras entre las polis, a la democracia ateniense del siglo IV y a los tiranos arcaicos y su relación con el oráculo de Delfos.

*Publicado por Alianza Editorial, octubre 2019.