Desde el siglo XVI, la historia de España ha estado más enfocada al Atlántico que al Mediterráneo. Aunque en este último se llevaron a cabo numerosas campañas, algunas tan célebres como la jornada de Lepanto, la mayoría de los enfrentamientos estaban dirigidos a salvaguardar los territorios de la Monarquía, más que a ampliar sus dominios. Con ellos se buscaba principalmente contrarrestar la amenaza musulmana y tener bajo control las posesiones italianas. La proyección atlántica afectó también al comercio: las rutas hacia el Nuevo Mundo sustituyeron a las mediterráneas, que pasaron a ocupar un lugar secundario en la economía española. Los tesoros americanos y los peligros de las travesías por aguas en las que el turco estaba presente hicieron que las riquezas de Oriente perdieran algo de su atractivo y predominasen los viajes transoceánicos: aun siendo más largos, eran más seguros, por mucho que no faltaran travesías atlánticas plagadas de penalidades, corsarios y piratas.
Somos una nación geográficamente volcada al mar, lo que afecta, por lógica, a nuestros intereses esenciales. Si repasamos cualquier manual de historia podremos comprobar el ascendente que este factor tuvo en la conformación de nuestro pasado, sin duda porque, a diferencia de otros estados europeos, contamos con miles de kilómetros de costa. Por vía marítima arribaban a nuestros puertos o a nuestras playas ideas, invasores, mercancías e incluso enfermedades: era nuestra principal puerta de entrada y de salida al mundo, lo que facilitaba la llegada de amigos y de enemigos. El único acceso terrestre a la Península se halla en el norte y es, más bien, una barrera natural (los Pirineos) que, en cierto modo, nos aísla del continente europeo.
Esas circunstancias explican que la mayoría de los contactos con otros pueblos del mundo antiguo fueran por vía marítima. Fenicios, griegos y romanos vieron en la Península Ibérica una fuente de riqueza y un espacio geopolíticamente interesante. Los yacimientos mineros y la generosidad de la tierra fueron un reclamo poderoso para esas civilizaciones en expansión, que rápidamente instalaron sus colonias en las zonas costeras. Como suele suceder, a los intereses mercantiles pronto le siguieron los políticos y no tardaron en fundarse ciudades y enclaves militares. Los pueblos peninsulares tuvieron que convivir (a veces pacíficamente, a veces sometidos por la fuerza) con este empuje. Si, hasta entonces, la Península Ibérica se había “encerrado en sí misma”, con la llegada de griegos y romanos se abrió al mundo y en pocos siglos pasó a ocupar un lugar central en la política mediterránea.
El profesor Sabino Perea Yébenes analiza en su obra El mar y la conquista de Hispania* la importancia que tuvo el mar para la Península Ibérica en la Edad Antigua. Aunque la presencia de cartagineses y romanos en nuestra tierra ha sido profusamente tratada por la historiografía española (entre otros motivos porque fue aquí donde tuvieron lugar algunas de las batallas más importantes de la historia de Roma), el enfoque de la obra que ahora reseñamos es novedoso y se aleja de las monografías al uso. Sabino Perea utiliza el mar como eje vertebrador para explicar una historia de varios siglos, en la que el componente bélico ocupa un lugar preponderante. La guerra, la romanización y los contactos comerciales por vía marítima entre el Imperio y la Península son objeto de su estudio detallado, que nos ofrece una perspectiva inédita sobre la conquista de Hispania.
Así explica el autor el objetivo de su trabajo: “En este libro nos centraremos precisamente en nuestro país, la Iberia de los griegos, la Hispania de los latinos, y cómo este territorio peninsular, periférico y de escaso interés para los romanos en su faz atlántica, y de enorme atracción en su cara mediterránea, fue ocupado de manera progresiva por los romanos hasta el año 19, que marca el final de las guerras cántabras (aun cuando en el año 16 un rebrote rebelde insustancial, sofocado de inmediato) y el momento en que toda Hispania es ya solar romano. Inevitablemente muchas de estas páginas están dedicadas a las guerras que sostuvieron los romanos en la Península, pues el marco cronológico que nos hemos impuesto es el de la “conquista””.
Como apunta el profesor Perea, la guerra se erige como elemento clave del libro. A diferencia de lo que ulteriormente ocurriría con los visigodos o los árabes, los romanos tardaron bastante tiempo en controlar definitivamente la Península. Su interés por la futura Hispania fue, en un primer momento, accidental: la expansión cartaginense por la región obligó a la República a incrementar su presencia y a buscar un contrapeso a los ejércitos de los Barca. Se estableció un acuerdo y unas áreas de influencia, pero los pactos saltaron por los aires en el año 202 con la destrucción de Sagunto y el inicio de la Segunda Guerra Púnica. La victoria romana (obtenida, en gran medida, gracias a las acciones de los Escipión en territorio peninsular) inició el proceso de conquista sistemática. La obra recorre de forma lineal los distintos episodios que desembocarán en el dominio completo de Hispania por parte de los romanos.
El relato de la Segunda Guerra Púnica ocupa el primer tercio del libro. Los capítulos siguientes describen las guerras lusitanas y celtiberas (desde el 155 al 133), el levantamiento de Sertorio, la presencia de Julio César en Hispania y su posterior lucha contra los partidarios de Pompeyo, la llegada de Octavio, la batalla de Munda y las guerras astur-cántabras (29-19). Aunque en varios de estos episodios el mar no tuvo gran relevancia, en otros fue decisivo. El autor intenta siempre contextualizar el papel del mar en este proceso, ya sea como escenario de las batallas, ya como medio de acceso para las fuerzas romanas. Por cierto, la obra se articula en torno al punto de vista de Roma.
El trabajo de Perea no se limita a los epígrafes dedicados a la descripción de la conquista de Hispania. El resto de los capítulos nos dan cuenta de cómo se organizaban las fuerzas navales romanas, cómo eran los barcos, cómo se financiaba la guerra o cómo estaban estructurados los mandos y la tripulación de la flota.
Concluimos con estas palabras del prólogo del libro, a cargo del profesor Javier Arce: “El presente libro de Sabino Perea no es un manual. […] Es un libro que aborda el período de conquista de la Península Ibérica por los romanos desde los años 237 al 19 a.C. desde una perspectiva diferente y original: el mar, las rutas de navegación, los intercambios, el transporte de tropas y embajadas, las eventuales batallas navales. “El eje del libro es el mar”. Y para abordarlo el profesor Perea está perfectamente preparado por su conocimiento de la flota romana, los mandos las tácticas, las técnicas y la tecnología de los barcos. Visto así, el proceso de conquista se presenta distinto a las tradicionales narraciones en las que se insiste siempre en los enfrentamientos de las legiones con los diferentes pueblos de la península y en sus “actos de patriotismo””.
Sabino Perea Yébenes, profesor titular de Historia Antigua en la UNED, es autor de quince libros sobre la Antigüedad, varios de ellos sobre temas militares romanos, y de numerosos trabajos especializados. Es director y fundador de la revista Aquila legionis. Cuadernos de estudios sobre el ejército romano, así como creador de la editorial Signifer Libros, dedicada a estudios del mundo antiguo.
*Publicado por Marcial Pons Ediciones de Historia, noviembre 2021.