La pasión por los libros es atemporal. A pesar de la digitalización, de la revolución tecnológica, del triunfo de lo audiovisual y de la perenne inmediatez que nos invade, todavía quedan bastiones de resistencia que gustan de saborear un buen libro. El olor, el tacto o la sensación que transmite abrir cualquier ejemplar siguen cautivando a millones de ávidos lectores, que no se resignan a sucumbir ante los nuevos tiempos. Desde hace tiempo se anuncia la muerte del papel y, sin embargo, año tras año, nuevas obras inundan las librerías y las bibliotecas de todo el planeta e incluso devienen best sellers trabajos que reivindican la vuelta a los clásicos y el placer de la lectura. Aunque atacados desde numerosos flancos, el conocimiento, la reflexión sosegada y la imaginación siguen imponiéndose a sus temibles adversarios. Cuando deje de ser así, probablemente habremos llegado al ocaso de nuestra civilización.
La bibliofilia no es algo nuevo. Se conoce desde hace siglos, quizás con la diferencia de que hoy la facilitan la producción en masa, el abaratamiento de los costes y el fácil acceso. Lo que antes era un privilegio al alcance de pocos, ahora es una opción factible para todo el que esté interesado. El sentimiento es el mismo. Hace dos mil años ya había monarcas, escribas e intelectuales que rastreaban los confines de los territorios conocidos para hacerse con libros inéditos. La acumulación del saber era un arma tan poderosa como el más temible de los ejércitos. De ahí que la destrucción de cualquier monumento que albergase una fuente de conocimiento era vista como una tragedia. El mundo clásico supuso el punto de inflexión para lo que hoy conocemos como “industria editorial”: los avances técnicos permitieron que el pergamino y el papiro fueran consolidándose en una sociedad regida por la oralidad. En aquella época nació el libro.
La filóloga y escritora Irene Vallejo recorre en El infinito en un junco. La invención de los libros en el mundo antiguo* el inicio del amor por los libros y por la lectura en la antigüedad clásica. Escrito a modo de ensayo, pero mezclando recuerdos personales, análisis filológicos y relatos históricos, la autora nos adentra en un universo fascinante y apasionado, cuyos protagonistas son una multiplicidad de personajes (muchos de ellos anónimos) que durante siglos lucharon por preservar el conocimiento y la cultura frente a la sinrazón y a la barbarie. Algunos de los peligros que hubieron de afrontar esos “héroes” no han cambiado desde hace más de dos mil años.
En palabras de la autora, “no olvidemos que el libro ha sido nuestro aliado, desde hace muchos siglos, en una guerra que no registran los manuales de historia. La lucha por preservar nuestras creaciones valiosas: las palabras, que son apenas un soplo de aire; las ficciones que inventamos para dar sentido al caos y sobrevivir en él; los conocimientos verdaderos, falsos y siempre provisionales que vamos arañando en la roca dura de nuestra ignorancia. Por eso decidí sumergirme en esta investigación. Al principio de todo, hubo preguntas, enjambres de preguntas: ¿cuándo aparecieron los libros? ¿Cuál es la historia secreta de los esfuerzos por multiplicarlos o aniquilarlos? ¿Qué se perdió por el camino, y qué se ha salvado? ¿Por qué algunos de ellos se han convertido en clásicos? ¿Cuántas bajas han causado los dientes del tiempo, las uñas del fuego, el veneno del agua? ¿Qué libros han sido quemados con ira, y qué libros se han copiado de forma más apasionada? ¿Los mismos? Este relato es un intento de continuar la aventura de aquellos cazadores de libros. Quisiera ser, de alguna manera, su improbable compañera de viaje, al acecho de manuscritos perdidos, historias desconocidas y voces a punto de enmudecer”.
Irene Vallejo escribe con mimo cada uno de los epígrafes de la obra. Aunque se pueda calificar de ensayo, el relato se transforma, según qué temas, en un cuento, en una aventura, en una autobiografía… Alejado de los fríos trabajos académicos, la autora busca convertir el suyo en una oda al libro; de ahí que cuide tanto las palabras y opte por una estructura más libre, alejada de la rigidez que impone la división por capítulos. La única separación tangible son los dos grandes bloques que conforman la obra: el primero, dedicado al mundo helénico y a su herencia (con la biblioteca de Alejandría como protagonista indiscutible) y el segundo, a Roma. Cada uno de ellos se organiza en un torrente de reflexiones y relatos que van y vienen, algunos más extensos, otros que apenas ocupan un párrafo. Sin seguir un orden lineal ni temporal, la autora construye un excelente mosaico sobre el origen del libro y la conservación del saber.
A medida que vamos descubriendo cómo nacieron los libros, se abre ante nosotros el mundo antiguo. Irene Vallejo es capaz de conducirnos por los cañaverales de papiro junto al Nilo, por los campos de batalla de Alejandro Magno, por la Villa de los Papiros, horas antes de la erupción del Vesubio, por las escarpadas colinas del Peloponeso, por las primeras librerías, por los palacios de Cleopatra o por el Senado romano. En ese recorrido nos acompañan personajes como Ptolomeo, Heródoto, Safo, Aristófanes, Hipatia, Virgilio, Platón y otros miles de personas desconocidas, artífices de que la cultura haya perdurado durante siglos, sobreviviendo a la naturaleza y a la acción del hombre. El discurso se adereza con constantes saltos temporales que nos trasladan al siglo XXI, con referencias al cine, la literatura, el teatro y las artes de nuestro tiempo, así como a la política y a los debates más acuciantes de la sociedad actual.
Concluimos con esta reflexión que Irene Vallejo realiza en las últimas páginas de su obra: “Los libros han legitimado, es cierto, acontecimientos terribles, pero también han sustentado los mejores relatos, símbolos, saberes e inventos que la humanidad construyó en el pasado. […] Los libros nos han legado algunas ocurrencias de nuestros antepasados que no han envejecido del todo mal: la igualdad de los seres humanos, la posibilidad de elegir a nuestros dirigentes, la intuición de que tal vez los niños estén mejor en la escuela que trabajando, la voluntad de usar —y mermar— el erario público para cuidar a los enfermos, los ancianos y los débiles. Todos estos inventos fueron hallazgos de los antiguos, esos que llamamos clásicos, y llegaron hasta nosotros por un camino incierto. Sin libros, las mejores cosas de nuestro mundo se habrían esfumado en el olvido”.
Irene Vallejo (Zaragoza, 1979) estudió Filología Clásica y obtuvo el doctorado europeo por las universidades de Zaragoza y Florencia. En la actualidad lleva a cabo una intensa labor de divulgación del mundo clásico, impartiendo conferencias y a través de una columna semanal en el diario Heraldo de Aragón. De su obra literaria destacan las novelas La luz sepultada (2011) y El silbido del arquero (2015), la antología periodística Alguien habló de nosotros (2017) y los libros infantiles El inventor de viajes (2014) y La leyenda de las mareas mansas (2015).
*Publicado por la editorial Siruela, septiembre 2019.