Junto con la de Independencia, quizás el suceso más importante de la España decimonónica fue la primera Guerra Carlista. Se trató de un conflicto fratricida que tuvo en vilo al país durante siete años y que condicionó enormemente el futuro de la política y la economía españolas. Las siguientes décadas estuvieron dedicadas a reconstruir la nación y a recuperar la maltrecha Hacienda, exprimida a causa de los recursos bélicos. Parte del atraso que sufrió España respecto a sus vecinos europeos ha de buscarse en esta contienda. No fue, además, un hecho aislado, sino que permaneció latente en la sociedad, reviviéndose hasta en dos ocasiones más a lo largo de la centuria (aunque con una intensidad notablemente menor). Tanta es su importancia que muchos la califican como la primera guerra civil de la España moderna, título que se disputa con la Guerra de Sucesión, si bien esta última no se suele catalogar como tal. A pesar de sus continuas derrotas, los carlistas siempre contaron con un pequeño grupo de afines, que resurgían cuando la inestabilidad política se adueñaba del país.
Los hechos que condujeron a la Guerra Carlista son más o menos conocidos por quienes tengan un cierto interés por nuestro pasado. Poco antes de morir, Fernando VII derogó la Ley Sálica con la publicación de la Pragmática Sanción y permitió que su hija Isabel (que todavía no había nacido) heredase el trono, en detrimento de su hermano Carlos María Isidro. El infante y sus partidarios negaron la legitimidad de su sobrina para acceder a la Corona y se levantaron en armas. Al margen de la disputa dinástica, la lucha enfrentó a los liberales (que apoyaban a Isabel y a la regente, María Cristina de Habsburgo) y a los absolutistas (seguidores de Carlos). En un primer momento, los focos carlistas se extendieron por toda la Península, pero fue en el País Vasco y en Navarra donde se consolidaron. Allí tuvieron lugar los principales enfrentamientos, aunque las expediciones carlistas provocaron que se luchase por casi toda España. Tras años de combates, el abrazo de Vergara entre los generales Maroto y Espartero puso fin a la guerra. La victoria se decantó del lado de los cristinos, si bien estos no llegaron a doblegar completamente a los carlistas.
Uno de los protagonistas de este trascendental suceso es, lógicamente, el infante Carlos María Isidro. Sin embargo, a pesar de la importancia que tuvo en la historia reciente de España, su vida es, entre nosotros, poco conocida. Se ha convertido en un personaje difuso y con tintes legendarios, padre de un movimiento político con una ideología bien definida. Es probable que buena parte de la sociedad española tenga unas nociones básicas sobre qué es el carlismo, pero difícilmente sobre la persona que le dio nombre. Por esta razón, la biografía breve que ha escrito el profesor Antonio M. Moral Roncal El infante Carlos Mª Isidro. Primer rey carlista* es tan pertinente.
Como explican los editores de la obra, “Carlos María Isidro de Borbón (1788-1855) fue espectador y protagonista de su convulso tiempo: la crisis del Antiguo Régimen y las luchas entre sus defensores y sus detractores revolucionarios en Europa y América. Este infante se puso al frente de aquellos españoles que decidieron defender el modo de vida tradicional, las costumbres y usos antiguos, la confesionalidad de la sociedad, bajo el trilema Dios, patria y rey. Su vida discurrió durante la guerra de la Independencia, las luchas armadas entre realistas y liberales que eclosionaron en la guerra de los Siete Años o Primera Guerra Carlista, donde sus partidarios lo defendieron como legítimo monarca de España. La victoria de los isabelinos en 1840 provocó su exilio por diversos reinos europeos y abdicó sus derechos históricos a la Corona en su hijo mayor, Carlos Luis, con la esperanza de facilitar una reconciliación política”.
El trabajo de Moral Roncal reúne todos los requisitos exigibles a una buena biografía, que condensa en un texto de apenas un centenar de páginas. El autor relata la vida del protagonista, nos describe su personalidad y lo sitúa en su contexto histórico. De este modo, una vez acabado el libro, tendremos una visión más nítida del origen del carlismo y de su primer monarca. Su figura no es representada de una forma rígida y lineal, para amoldarla en unos estereotipos preconcebidos, sino puesta en perspectiva. Al darnos cuenta de sus defectos y de sus virtudes, Carlos María Isidro se nos muestra no como un ultramontano caprichoso y despótico, contrario a la modernización de España, sino como hombre de profundas convicciones, muy religioso, con una buena educación y muy activo en las cuestiones de gobierno.
La vida de nuestro protagonista hubiese pasado desapercibida, como la de tantos infantes españoles, si no fuese porque, a la muerte de su hermano, negó la legitimidad de su sobrina y reclamó la Corona para sí. Esta acción le introdujo en la Historia y le convirtió en un actor fundamental del siglo XIX español. Moral Roncal describe con detalle el estallido de la Primera Guerra Carlista y el desarrollo de la contienda en la que, poco a poco, el pretendiente va perdiendo apoyos y territorios afines. Al final, su propio bando le asesta la estocada y le obliga a exiliarse a Francia. Allí permanecerá varios años llevando una vida tranquila, hasta morir en la ciudad de Trieste (por entonces bajo dominio austríaco), tras haber abdicado en su hijo Carlos Luis con el propósito, frustrado, de que este contrajese matrimonio con su prima Isabel II y así poner fin al conflicto dinástico. La Reina, como sabemos, se casaría con Francisco de Asís.
Concluimos con esta descripción del biografiado que aparece en la obra: “En la última década del reinado fernandino, la popularidad de don Carlos aumentó entre el sector político ultrarrealista—enemigo hasta de los más moderados planes del gobierno para sacar a España del colapso económico— y entre las instituciones navarras y vascas por su defensa de las singularidades forales en el Consejo de Estado. Según el historiador liberal Antonio Pirala, don Carlos era austero en costumbres, aunque no en su trato, afable con dignidad, gustaba de las chanzas y chascarrillos. Su catolicismo tradicional era su norma de vida, su faro político, la fuente de su fortaleza ante las adversidades. La fe que tenía don Carlos le hacía ser magnánimo con sus criados, afable con todos, paciente con el genio exaltado y el fuerte carácter de su mujer y su cuñada, la princesa de Beira. El orden que reinaba en su persona lo extendía a su familia y a sus servidores palatinos, a quienes entregaba recompensas, amonestaba o corregía sus faltas, como un padre de vasallos. Su amor por su hermano Fernando era conocido por todos, fruto de numerosos años de desgracias y alegrías comunes y la fidelidad conyugal a su esposa era proverbial”.
Antonio Manuel Moral Roncal es profesor titular de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá y académico correspondiente de la Real Academia de la Historia. Doctor en Historia por la Universidad Autónoma de Madrid, ha obtenido los premios Campomanes de Investigación (1990 y 1992), Lararramendi de Historia del carlismo (1999) y Ejército de Humanidades (2013). Ha estudiado diversos aspectos del siglo XIX, como la corte de Fernando VII y las guerras carlistas.
*Publicado por Ediciones 19, 2017.